La nostalgía tiene un curioso efecto sobre la memoria, y en ocasiones surgen pequeños detalles del pasado que parecían estar bien ocultos, u olvidados. Como si ese recuerdo estuviera bien hundido por el imponente peso del tiempo acumulado. Sin embargo, debe existir algún resorte en algún sitio, o una palanca que sin venir a cuento encienda una bombilla que alumbre algún buen recuerdo del pasado y que éste salga a flote en el presente.
Algo así ocurrió en alguna fecha indeterminada de 2019. Cuando un cómic, de grato recuerdo, se avino a resurgir de las profundidas de una época, la infancia, a la que hoy día cuesta situar en tiempo y forma. Pero la cabezonería del mundo de los adultos me empujó a rebuscar el tesoro anhelado. Encajonado junto a otras joyas del pasado en los bajos fondos de una vivienda: el sotano de la casa de mis padres.
El mágico lugar donde se acumulan tantos trastos, que abrir una simple caja de cartón logra destapar tantas esencias nostálgicas que ya planeo trasvasar mi colección de tebeos a mi propio trastero.
Pero el protagonismo de hoy se lo lleva un único cómic en particular, el causante de la reseña anual. Y cuyo título es El hombre de hierro, de la serie Transformers. Gracias a recientes adaptaciones cinematográficas, la primera fue en 2007, la historia de los robots alienígenas ha continuado perpetuándose como un hábil negocio que rinde especialmente bien en juguetes para niños. No está mal, si tenemos en cuenta que los cómics dedicados a los Transformers surgieron en 1984, en un proyecto claro, por parte del fabricante de juguetes Hasbro, en potenciar una nueva línea de juguetes robóticos.
Como apunte, señalar que los diseños originales provenían de Japón, en una redonda colaboración con una empresa llamada Takara, especializada en la tradición nipona de desarrollar la articulación de estos muñecos y apoyada en la habitual respuesta positiva de los niños japoneses; baste con recordar otros éxitos similares, como Astroboy o Mazinger Z para destacar el gusto de esa sociedad en este ámbito fantástico.
En estos juguetes previos está el origen de los Transformers y de toda la fanfarría que acompaña la promoción ochentera por parte de la juguetera. Serie de dibujos y cómics para darse a conocer en el mercado americano. Pero antes había que dotar y crear una serie de personajes con sus propios perfiles, y sobre todo, una historia que explicase el origen y los motivos de estos robots. Por ahí surgió la figura de Bob Budiansky, el guionista de Marvel que recibió y aceptó el encargo de dar vida, nombres y tramas a todos los Transformers. Es de justicia reconocer el buen hacer de Budiansky, porque construyó una solida base que se ha mantenido en el tiempo. Curiosamente, la versión animada y la del tebeo compartían una base común que después terminaron por desarrollar en historias completamente diferentes y sin ninguna unión narrativa entre ambas. El negocio marchaba viento en popa, con más de 100 millones de juguetes vendidos en 1984, como para que los gerifaltes se percatarán de la importancia de crear una historia común que alargase su negocio alrededor de un mundo propio.
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Portadas de El hombre de hierro por Cómics Forum y con el detalle de la Union Jack
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Pero esa es otra historia, porque tras el boom inicial de la década de los 80 y los vaivenes a lo largo del tiempo, los Transformers han logrado superar con éxito el paso de los años, mientras que su particular universo se ha convertido en una auténtica franquicia que aparte de juguetes, ha ido danzando entre las viñetas y la animación desde hace casi cuarenta años. Y como todo buen niño de los 80, tendría a consumir todos estos productos. Aunque la opción de coleccionar diferentes tipos de cómics tenía varios problemas, principalmente por el tonto capricho de tener demasiadas opciones por escoger y tener que repartirse ante una economía escasa: la típica de un niño que pide continuamente cosas a sus padres. Y encima con la difícil elección de cuál elegir. Pues Marvel tenía un enorme catálogo donde obligaba alternar entre el amplio abánico de superhéroes disfazados y los monstruos robóticos. Y dentro del sorteo que supuso comprar un poco a lo loco, llegó a mis manos El hombre de hierro, reimpreso en España por Ediciones Forum, el sello que recogió gran parte del material Marvel por aquellos años.
El hombre de hierro ocupaba los números 32 y 33 de la colección (29 y 30 en la española), siguiendo el mismo orden que la editorial original americana. Pero esto supuso un abrupto corte en la continuidad del relato, pues este cómic fue publicado original y en exclusiva en el reino de la Gran Bretaña. La excusa yanqui de incorporar este capítulo fue más bien por necesidad. Al parecer, el creador de la saga americana, Bob Budiansky, andaba hasta arriba de trabajo y los plazos para la entrega de nuevos capítulos corrían el riesgo de no cumplirse. Curiosamente, había una división Marvel en las británicas islas, cuyo proceso de publicación difería con la matriz americana. Una linea de producción alternativa que permitió crear historias y contenido propios. La opción de aprovechar esas historias, mientras Budiansky se tomaba un respiro, les vino a huevo a la editorial, al poder incluir esas historias a la serie y poder dar tiempo a los creadores americanos para concluir los trabajos pendientes. Y por ahí entró El hombre de hierro, como un elefante que irrumpe en garaje ajeno, sin tener en cuenta el orden precedente. Se supone que esta decisión provocaría más de una sorpresa a todos los lectores que siguieran la publicación de manera ordenada, y encima, con una historia completamente diferente y con aires de situarse en tiempos donde los Transformers habrían despertado de su letargo en el planeta Tierra de manera reciente.Ahora conviene retroceder en el tiempo para explicar cómo llegaron estas máquinas hasta nuetro planeta. La historia de los Transformers se reduce a dos razas de robots con capacidad de transformarse en diferentes objetos para poder ocultarse. En principio, hay dos bandos que andan separados entre Autobots y Decepticons, con la fácil distinción entre buenos y malos para no liar a los infantes. Ambos ejércitos llevaban arrastrando una guerra fraticida en su planeta de origen, Cybertron; con tanta saña, que han terminado por agotar los recursos del mismo, hecho que les obliga a emigrar hasta el nuestro. Con la excepción de que estas máquinas entraron en un modo de Stand By, alrededor de unos 4 millones de años escondidos en el interior de un volcán. Un período de tiempo relativamente corto y con cierta importancia en la historia de El hombre de hierro. Con el paso de los años, la inclusión de este cómic puede verse como un flashback, un episodio aparte si tomamos la colección en su conjunto.
El hombre de hierro fue creado por el guionista Steve Parkhouse y por el dibujante John Ridgway, donde se describe un momento concreto, con una historia más cercana al ámbito literario que a la fácil opción de exponer a máquinas gigantescas moliéndose a palos. Por ahí viene el grato recuerdo infantil, un poso obtenido gracias a una historia narrada con tacto y la dedicación necesaria para desarrollar una trama que obviase la acción pura y dura.
El cómic
La portada de los dos primeros capítulos presenta una imagen curiosa: un Decepticon asediado por varios soldados medievales. Algo ilógico si tenemos en cuenta que la mayoría de las aventuras se desarrollaban en los Estados Unidos. Ya en el interior de las páginas, la acción pasaba entonces a Europa, con la violenta aparición de los Decepticon al arrojar un par de bombas a los pies de un castillo de un tranquilo pueblo de Inglaterra: Stansham. Una de las bombas queda sin explotar para quedar enterrada al lado de los muros. Este insólito acto pone en alerta a las autoridades locales mientras el protagonismo individual deriva hacia un niño. Sammy es además el hijo del máximo responsable del castillo, Mr. Harker, y cuyo campo de juegos le lleva a estar jugando en un bosque cercano. De manera casual se encuentra frente a Jazz, uno de los principales personajes de los Autobots. En un acto fortuito, que reproduce otros encuentros infantiles con seres de otro planeta; y como sucede en ET o El gigante de hierro, el niño sale escopetado del susto. Al fin y al cabo es un hecho aterrador, toparse en medio del bosque con un robot de varios metros de altura, quien no duda en aplastar el juguete caído del niño. En una especie de amenaza que continua al seguir los pasos del niño hasta su propia casa.
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Sammy versus Jazz
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Después de refugiarse en casa, la historia regresa al castillo, con la incertidumbre creada por las bombas arrojadas. El padre del niño es alertado del extraño suceso de su hijo en el bosque, momento adecuado para desempolvar viejas leyendas del pasado. Historias que hacen referencia a batallas medievales con la aparición estelar de un misterioso hombre de hierro que aparece incluso dibujado en un grabado con fecha a 1070. Una buena forma para introducir al protagonista del título en la historia del cómic.
Si el primer capítulo del número 29 pretendía austar a un niño, el segundo lo remata en forma de pesadilla. La historia continua en la habitación de Sammy, quien sufre una especie de sueño, sospechosamente realista y con la impresión de que los robots tienen la facultad de intervenir nuestro descanso. De esta manera, el niño es capaz de salir de la habitación y alcanzar el tejado. En esta parte alta de la vivienda, Sammy observa como una gigantesca nave espacial sobrevuela las azoteas de su pueblo, mientras otro Autobot, poco dado a un camuflaje que no llame la atención al tratarse de un fórmula 1 y de nombre Mirage, merodea la vivienda del niño e irrumpe por el ventanal, revolviendo todo hasta lograr llevarse el dibujo recientemente expuesto. El padre acude junto a su esposa al notar el revuelo en la habitación del niño y con una notable cara de sorpresa, cuando descubre como un enorme armazón robótico abandona la parcela de su vivienda tras asomarse por la ventana.
El final del capítulo concluye con dos aspectos importantes. Tras la movilización del ejército para buscar la bomba sin explotar, las autoridades se han percatado de un enorme objeto enterrado bajo la colina que con el paso del tiempo ha dado forma a la orografía del terreno. Un indicador claro del enorme tiempo transcurrido, con un objeto metálico que claramente no debía estar ahí situado y menos aún cuando se supone que lleva más tiempo que el propio castillo. El otro matiz importante tiene que ver nuevamente con el niño y Jazz, cuando éste decide llevarse al niño consigo, mientras la madre del mismo corre desesperada tras observar como su hijo es secuestrado por un vehículo sin conductor.
140 pesetas despúes te percatas que no hay hostias, ni disparos, ni siquiera salen los Transformers que suelen ser los protagonistas de las historias. El cómic se ha reducido básicamente a un relato, curioso, llamativo y con aires de misterio. Un poso que con el tiempo se fue agrandando frente al simplón ejercicio de mostrar batallas entre Autobots y Decepticons. La acción y el espectáculo han escaseado en todo el tebeo, pero la chicha venía por otro lado, donde se nota ese toque europeo de tomarse las cosas con más calma, y hasta de cierto rigor a la hora de construir un relato con mimo, sin necesidad de grandes algaradas. Había pues necesidad de hacerse con el siguiente número y contemplar cómo acababa la historia descrita.
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¿Querías show? Pues toma explosiones |
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El único cambio destacable sobre los dos últimos capítulos es la sustitución del dibujante Ridgeway por Mike Collins. Algo inapreciable dada la calidad de los dibujos. Mientras el guionista Parkhouse culminó su brillante historia. Sammy se encuentra en el interior de Jazz quien le tranquiliza y avisa de la presencia de sus amigos. También le desvela que el robot del bosque era él en realidad pero que para pasar inadvertidos, tienden a disfrazarse en vehículos. Sin embargo, unos Decepticons han detectado la expedición Autobot y se lanzan en picado al ataque. Por fin se da cuenta de la acción y ésta resulta es pec ta cu lar. De una tacada, Tailbreaker queda fuera de combate en una única página, realmente impactante por la violencia del fuego causado por los disparos del caza Decepticon sobre un robot, al que se observan fácilmente los daños causados, devorado por el fuego y con la clásica imagen de la rueda saliéndose de la viñeta. En la siguiente página, el encuentro se centra entre Mirage y otro avión enemigo que acaba estrellándose sobre un puente. Ante la amenaza enemiga, otro Autobot de nombre Bluestreak, acude en ayuda de sus amigos y termina por eliminar al segundo de los cazas, en una imágenes tan realistas como llamativas por la violencia expuesta: con la caída del caza en una enorme bola de fuego sobre la autopista.
La acumulación de emociones hacen mella en la resistencia de un niño que cae en manos del sueño reparador. Un descanso previo para finalizar el capítulo, donde se desvela parte del misterio enterrado bajo el castillo. La acción transcurre en un enorme cohete espacial, con la poderosa presencia del líder Autobot, Optimus Prime. Dentro de la nave empezamos a atar cabos, los Autobots han rastreado una señal en su idioma que proviene del objeto misterioso enterrado bajo el castillo, mientras que la leyenda y el grabado parecen demostrar la existencia de un antiguo Autobot bajo toneladas de tierra, piedras y del tiempo transcurrido. Es de vital importancia llegar antes que los Decepticons, pues éstos sospechan también de su contenido. Y encima el ejército británico anda excavando, en una carrera que empieza tomar forma hacia una peligrosa resolución.
El capítulo final regresa al castillo, donde se destaca parte de una coraza desenterrada, la nave escondida durante largos años a la humanidad muestra una extraño simbolo; una referencia conocida para los lectores pero desconocida para los personajes de las viñetas: El emblema Autobot. Y ante la sucesión de acontecimientos extraños que se han ido sucediendo en páginas previas, surge un temblor que pone patas arriba la cordura de los presentes, cuando al fin emerge en escena el Hombre de hierro. Mr Harker reconoce rápidamente a la leyenda del castillo, cuya efigie cobra vida ante sus ojos. Sin embargo, los acontecimientos se aceleran cuando aparece un Decepticon de la nada, presumiblemente Starscream, y sin mediar palabra, acribilla a nuestro protagonista. Resulta impactante que en una sola página se lleven por delante al Hombre de hierro con un toque tan realista como violento. Ni siquiera hay un mísero diálogo que establezca algún motivo, salvo que tengamos en cuenta que la larga guerra entre ambas razas roboticas han llevado a sus miembros a disparar sin miramientos a sus enemigos. Sin distinción y con un enorme toque realista por parte del ilustrador, al mostrar como Starscream logra amputar la pierna del Hombre de hierro en un primer disparo, para rematarlo poco después en una segunda explosión. A un kilómetro de distancia se acerca la enorme nave Autobot, dispuesta a entablar batalla a sus enemigos. Y con Jazz en primer termino, al coger carrerilla y lanzarse sobre el asesino del titular del tebeo.
La batalla mantiene el mismo tono realista en cuanto al daño que causan las armas de estos seres. Una confrontación resumida y descrita en paralelo con la historia del castillo, haciendo hincapie en la violencia desarrollada en sus paisajes, ya sean seres humanos o máquinas.
Finalmente la victoria se decanta del lado de los Autobots pero con un sentimiento amargo. Optimus es consciente del peligro que supone para los humanos la amenaza de los Decepticons y la necesidad de impedirlo. Un sacrificio que supone destruir la nave enterrada bajo el castillo, para impedir que caiga en manos de sus enemigos. Y ahí debajo, en las entrañas de la misteriosa nave se detalla al fin su contenido. Un Autobot especial se encuentra dentro de una cámara sellada, en un largo letargo a la espera de cumplir la misión de rescate, al poseer las coordenadas del planeta Cybertron, el hogar de los Autobots. Pero su enlace con el exterior ha sido destruido y los mismos Autobots a los que pensaba rescatar han decidido destruir la nave donde permanece. Jazz ejerce de verdugo. La historia llega a su fin con una extraña sensación desigual. No hay ninguna grandeza hacia un final curiosamente triste. Los Autobots sin saberlo han destruido a uno de los suyos con la idea clara de permanecer en nuestro planeta para defender a la raza humana de los Decepticons.
Del cómic queda su notable toque literario, lejos de las expectativass que podrían presumirse de un tebeo destinado al consumo infantil, con la fácil exposición de robots batiéndose a golpes y disparos de rayos lásers. El tiempo pasa y la vida en el pueblo de Stansham retoma su rutina diaria, incluido un niño que recuerda su amistad con una mole robótica a la que nunca más volverá a ver. Sólo en las fantasias que albergan los sueños queda el recuerdo del Hombre de hierro. La fantástica señal de algo imborrable y que sale a flote pese al paso de los años en un niño ya adulto, feliz de recuperar una historia que ha logrado marcar huella frente a otros productos de usar y tirar. Y como ya ocurriera en 2019, El hombre de hierro vuelve a pasearse por mis recuerdos y sueños.
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Bibliografía
https://ouroboros.world/comics/los-transformers-de-marvel-comics
http://sequart.org/magazine/46113/man-of-iron-may-be-best-transformers-story-ever-told/
Documental: The Toys That Made Us - Temporada 2, Episodio 2