30 de diciembre de 2020

El Cid

¡Ya he visto el Cid! Es una exclamación redundante en este final de 2020 sobre la esperada serie de Amazon Prime; cuya chequera ha propiciado que una productora española, Zebra, haya podido levantar una serie acerca de una de las figuras más relevantes del medievo ibérico. Rodrigo Díaz de Vivar, el caballero castellano que ha sobrepasado con holgura su propia figura histórica para convertirse en algo más que una leyenda, y con ello, ser expuesto a nivel mundial en una plataforma de pago. Lamentablemente el estreno de la serie ha estado acompañada de mohines, desprecios y simples decepciones. Llama bastante la atención como las redes sociales dictan sentencia sobre ciertas obras audiovisuales; tanto, que la oleada de opiniones parecen medir el éxito o fracaso de las mismas. De El Cid ha sobresalido el fácil insulto de quien tira piedras escondido tras una pantalla junto a tontas polémicas sobre el rigor histórico, el emponderamiento femenino y hasta el uso de espadas de renombre. Y eso que sólo han sido cinco episodios de una temporada exigua en duración. 

Espectáculo regado en sangre - Amazon

Tampoco me he propuesto defender una serie que, a mi modo de ver, cumple con el simple cometido de entretener pero con la gran losa de lo que podría haber sido y anda lejos de alcanzar. Sin embargo, resulta molesto el caracter lapidario que acogen muchas personas por ver a un Campeador distinto al que cada uno tenía en mente. Parece mentira que todavía haya peña que no sepa diferenciar qué coño es una obra de ficción. Con la cantidad de series y películas que se llevan haciendo desde tiempos lejanos, con aciertos dispares y hasta con libertades tomadas a las bravas. Siempre recuerdo como en Misión Imposible II, John Woo mediante, a los yankis les sudaba bien la polla mezclar las fallas valencianas con las procesiones de Semana Santa. 546 millones de dolares recaudados después piensan igual. Es cierto que la vida de Rodrigo Diáz y su época contiene material suficiente para rellenar cualquier tipo de historia. Pero es facultad de sus creadores acertar con una fórmula que logre aunar el interés de esa historia con una obra audiovisual.

El Cid está realizada con el pensamiento claro de seguir aportando temporadas para describir, bajo el punto de vista de sus autores, la vida de tan legendario personaje. Porque en esta primera y de momento única temporada, el héroe aún está por forjarse, en una clara intención de partir de la base de un joven mozo de caballerizas cuya tenacidad y virtudes le ayudarán a escalar en su papel de convertirse en caballero, señor feudal o lo que se le antoje. En principio, hay muchos mimbres interesantes para poder desarrollar una trama que parte del siglo XI, con las lógicas disputas entre monarcas junto a alianzas y agresiones externas entre moros y cristianos. A todas estas posibilidades, se le añaden los problemas propios de la corte de un rey, llamado Fernando I el Grande, quien ocupa el trono de León siendo él castellano. Por ahí ya habría material de sobra cuando el rey tiene, supuestamente, a los nobles leoneses en contra, quienes conjuran en pasillos e iglesias para derrocarlo. Tristemente la serie da para destacar a UNO solo entre tanta posibilidad de aflorar sibilinas historias secundarias que ayudasen a enredar la trama con mayores intrigas que focalizarlo en un único personaje. Entre ese mundo hóstil de espadazos y cuchillos por la espalda destaca el joven Ruy, apodo que alude a la juventud del protagonista, como referencia a una antigua serie de televisión animada. Nuestro héroe anda al servicio del infante Sancho, en teoría el futurible monarca para despecho de sus hermanos varones, Alfonso y García, mientras la parte femenina anda expuesta con una ambiciosa Urraca frente a la indolente Elvira. 

La reina Sancha también vigila tu espalda Fernando - Amazon

El reparto de personajes tiene un constraste interesante, al poder constatar las tablas de los veteranos frente a los jóvenes. Puede sonar injusto pero la realidad muestra sin miramientos como unos perfiles son más creibles que otros. Basta con esperar a que surja el bueno de Juan Echanove, dando vida a un obispo, para que la escena mejore simplemente con saber pronunciar correctamente. De la terna de jóvenes me descuadra su excesiva jovialidad, una falta de contención que parece sacada de la peor época del pavo adolescente. Y sin ningún reparo en señalar al joven que interpreta a Orduño. A ojo, imagino que debiera ser el histórico rival del Cid, García Ordóñez; pero ya sea por falta de preparación, o peor, de dirección, nos lo presentan como a un mísero indolente incapaz de ser digno de enfrentarse al héroe de la función. Joder, si es que le zurra y le deja en evidencia cada dos por tres. Es una pena dejar que los supuestos villanos no estén a la altura de sus antagonistas. Una falta de empaque impropio de quien desea que la aventura propuesta sea memorable si ésta carece de las dificultades propias que la ayuden a serlo. De esta particular contienda se libra Alicia Sanz, la actriz que da vida con soltura al caramelo de personaje que los guionistas han propuesto para Urraca. Un detalle interesante en el abánico coral, al poner de manifiesto que el poder político también se adquiere fuera de los campos de batalla. Pero el beneficio de Urraca hace que decaiga algo el personaje de Alfonso, el infante que debiera cobrar mayor protagonismo en el futuro. Obviamente hay que citar al responsable de encarnar al protagonista principal, Jaime Lorente. Un actor consciente del berenjenal que supone encarnar tan mítico personaje. Y el mayor cumplido que pueda dársele, es su voluntad y esfuerzo por hacer suya una figura tan grande. Y si no, recuerden que hasta el domador Ángel Cristo también dio vida al Cabreador en pantalla grande. A pesar de que estamos en sus años iniciaticos, el guión presenta al joven Rodrigo como al listo que todo lo sabe, sin temor a equivocarse y con la hábil facultad de dar su correcta opinión constantemente. Por ahí debiera mejorarse la historia si pretenden que este Cid, esté más cerca del ser humano que a una figura idealizada.

La pasta no parece haber sido problema para Amazon y aunque sólo hayan sido cinco episodios, la producción ha estado a la altura de saber aprovechar la riqueza paisajistica, las fortalezas y localidades emblemáticas. Una riqueza monumental bien aprovechada como decorados naturales o adoptados para la ocasión. Con miedo a equivocarme, creo situar las ciudades de León y Zaragoza en las calles de Calatañazor y Albarracín, así como la cara planificación en exteriores con miles de extras para dar vida a una batalla, sita en Grauss, o de representar la socidedad medieval de la época. Esta primera temporada logra estar por encima del aprobado, pero ojo, quedan muchas cosas por mejorar, empezando por los diálogos o noñerías impropias de ver a un asesino acrobata o como unos simples escuderos acaban en un harem... Queda por ver la respuesta del producto en el extranjero, la variante menos cainita que medirá si Amazon continua con la serie o cierra el grifo.

El Cid
Amazon Prime, 2020


22 de diciembre de 2020

Días de fútbol

Fue un éxito de taquilla y un buen ejemplo de comedia española sin mayores pretensiones que la del mero entretenimiento. En parte, el debut de David Serrano en la dirección llegó por su función de guionista en la precedente, El otro lado de la cama. Otra cinta española que obtuvo una buena respuesta del público por su vis cómica y sobre todo musical, un género más bien escaso en la cinematografía hispana y de moda en el mundo audiovisual por aquellos años. No así la comedia, donde el cine patrio colecta generalmente buenos resultados en crítica y público. Como esta Días de fútbol, una cinta que recoge a gran parte del reparto actoral de la película precedente y los traslada a una barriada de Madrid para contar los problemas derivados del trabajo y las relaciones con sus parejas entre unos personajes que superan la treintena. 

A destacar su reparto coral, con diversos puntos de vista donde confluyen las miserias de cada uno para buscar la complicidad del espectador. A grandes rasgos destacan los personajes de Antonio (Ernesto Alterio) y Jorge (Alberto San Juan). El primero acaba de salir de la cárcel con la clara intención de reconducir su vida e intentar controlar sus accesos de ira. El segundo pretende continuar la tradicional rutina de la edad alcanzada: contraer matrimonio, hipotecarse y procrear la especie humana. Todo muy rigido y marcado, como corresponde a una figura devota de la rectitud. 

San Juan con pose futbolera

Sin embargo, sus planes iniciales se desarrollan de manera bien distinta cuando la realidad les coloque en una posición que no esperaban. Para empezar, hay que volver a destacar al resto del reparto y a sus propios problemas cotidianos, personajes con menor protagonismo pero que vienen a sumar al conjunto de la guasa. De manera general, se hace referencia al clásico desencuentro en las relaciones de pareja, mientras que a nivel personal, cada individuo afronta su particular horizonte a alcanzar. El embrollo tiende a exagerar la interacción entre personajes, destacando la habitual verborrea y chistes rápidos que tan bien funcionan en los diálogos hispanos.

Para superar una supuesta caída existencial del grupo masculino, al bueno de Antonio se le ocurre que la mejor manera de hacer piña es apuntarse todos juntos a una liga de barrio de fútbol 7. El clásico plan dominical para tomarse después unas birras. Curiosa forma de elevar la moral, cuando los verdaderos problemas vienen derivados principlamente por trabajos poco satisfactorios, sueños incumplidos y los vaivenes emocionales de las parejas. Tampoco conviene realzar tales males, ni denunciar una posible realidad social que no atañe al objetivo de la película, más bien son detalles dramáticos que vienen a reforzar el verdadero interés de David Serrano por entretener. Simples soportes que presentan una realidad conocida por los espectadores, en un ejercicio de empatía que ayude a la elaboración de los chistes tras su lógico paso por la exageración.

Sin querer desemerecer al resto del elenco, quienes cumplen a la perfección su cometido, el verdadero sostén de la película son los personajes ya señalados de Antonio y Jorge. En esa gala española, donde supuestamente se premia a los mejores trabajos a lo largo del año, tuvieron a bien nominar a Ernesto Alterio. La flauta del premio recayo sin embargo en Fernando Tejero, por su papel secundario de Serafín, siguiendo el cuento de la fama adquirida en la serie televisiva Aquí no hay quien viva. Un formato, el de la pequeña pantalla acorde con la realización del director. Sin estridencias y sin mayores intenciones que la de retratar su filme de manera correcta. Incluida una banda sonora acorde a su estilo feriante, obra de Miguel Malla, y que subraya con aire de verbena los pasos humorísticos del filme. No destaca Serrano tras la cámara, y en parte hace bien, al ceder el protagonismo al guión y a los personajes. La mayor valía de una pelicula simpática y entretenida que ha logrado mantener cierto estatus pese al lógico paso del tiempo.


Días de fútbol
David Serrano, 2003

16 de diciembre de 2020

La corte de Carlos IV

Finales de 1807 y en España, tanto la corte del rey como en las calles de la capital, son un hervidero de noticias y conjuraciones de diversa índole. Se barruntan cambios dada la inestabilidad política y la influencia francesa sobre la corona española. Hay tal revuelo montado entre tanta gente, que el teatro de operaciones del segundo de los Episodios Nacionales de Galdós, acoge a los genios de las tablas para desarrollar parte de las intrigas. Las mismas maderas donde los cómicos ejercen su profesional distracción para la aristocracia y el populacho. Todos juntos en apreciar las artes escénicas como principal producto de entretenimiento. No es baladí, si se tiene en cuenta que la importancia del teatro en España viene de largo, gracias a una importante tradición de dramaturgos en las letras hispánicas que venían empujando fuerte desde el denominado como Siglo de Oro. Y tras el desastre militar de Trafalgar, conviene disimular las penurias políticas de un país que anda doblegado a la voluntad de Bonaparte. De ahí la importancia de la actuación, del doble sentido que aportan las camarillas de la corte en pos de trapichear las corruptelas de una nobleza, preocupada únicamente en su beneficio. Un correcto paralelismo creado por Galdós, al detallar los pormenores históricos de una conjura, sita en el Real Monasterio de El Escorial contra la corona de Carlos IV por parte del príncipe de Asturias, con la inclusión del teatro como espectáculo de fondo.

 
Tras abandonar tierras gaditanas, el joven protagonista y narrador de la historia, Gabriel de Araceli, se encuentra al servicio de una actriz, Pepa González, en Madrid. Gracias a esta afortunada ubicación profesional, Galdós hace un repaso a la sociedad de la época con el continuo deambular del joven Gabriel por las calles de la capital, realizando sus funciones de criado entre recados, mensajes y agudizando su parecer al querer constrastar distintas opiniones entre las gentes de la calle. Tan variado abanico de personas, contribuye a hacerse una idea del dispar pensamiento general, donde la mayoría de los males se vuelcan en los representantes políticos, y en especial a la corona, con la curiosa esperanza de que la salvación provenga de una potencia extranjera. Del mismo modo, también anda entre bambalinas, escrutando el negocio de la representación desde una óptica interesante, al abrir el relato desde las envidias que despiertan los triunfos de unos autores frente a otros y poniendo de relieve las rencillas que se daban por aquel entonces.

Ya verás Gabrielillo, lo que te digo. Aquí vamos a ver cosas gordas. Debemos estar preparados, porque de nuestros reyes nada se debe esperar y todo lo hemos de hacer nosotros.
                                                                                                                Pacorro Chinitas

El teatro sirve como punto de encuentro en las actividades sociales, incluso pone de manifiesto el gusto de los aristócratas de mezclarse con el vulgo para amenizar sus existencias. Tal importancia otorga Galdós a este arte, que bien podría verse como un homenaje al teatro, a sus gentes y a sus historias plagadas de amores, con los clásicos enredos y deseos no correspondidos entre diferentes clases mientras se llega al extremo más alto de las pasiones y los celos. En el desarrollo de la trama, se entremezclan los entuertos derivados del corazón, en una hábil combinación donde la realidad se parece en demasía a las ficciones que se suelen representar. Por ahí destaca la narrativa del autor, construyendo con gracia su entramado de personajes, en una mezcla que logra ser más entretenida que la historia de los titulares. Sin olvidar las ambiciones palaciegas, allá donde nuestro particular paladín se ve envuelto sin quererlo en la resolución de disputas cortesanas y las posibles consecuencias que puedan darse dependiendo del bando escogido. Gabriel llegará a estar en salas y rincones del Monasterio, por entrar al servicio de una poderosa dama que le pondrá al corriente del poder de los cuchicheos entre tapices, más cortantes que los filos de las espadas.

La familia de Carlos IV - En el museo del Prado

Y como ya ocurriera en Trafalgar, Gabriel se convierte en protagonista sin quererlo, al estar casualmente en el momento adecuado. Todavía su participación en mayores gestas son escuálidas, más bien es un aplicado becario que anda de oyente en cursos superiores mientras pone al corriente al lector de los avatares que suceden en palacio. Su evolución personal calca también los deseos y sueños de los jóvenes. Pues si antes se veía triunfante en la bahía de Cádiz y alcanzar gloria guerrera; en está ocasión, su ambición por estar con personas de poderosa influencia, hace que su imaginación se disponga alcanzar metas superiores. En plan Godoy.

La corte de Carlos IV es una entretenida novela cuyo mayor pretexto histórico, la conjura de El Escorial, es vista más bien de perfil, desde una prudente distancia al tratarse de puñaladas dadas en los rincones. Al final, lo importante es la interpretación interesada de los altos cargos, de los nobles y de sus intereses ocultos bajo el disfraz de las falsas sonrisas. Algo así como la representación teatral final, un recurso muy dado en el teatro y al que Galdós otorga cierta importancia, al resolver algunos conflictos del libro al amparo de una escena. Momento adecuado para que Gabriel muestre su valía, una personalidad que empieza a picar piedra ante las dificultades que vendrán en el futuro.


La corte de Carlos IV

Benito Pérez Galdós
Clásicos y Modernos 14, Edición de Dolores Troncoso

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Episodios Nacionales

La corte de Carlos IV

10 de diciembre de 2020

Vidocq: el mito

Al título de esta película habría que añadir una aclaración. Porque al nombre propio se le añade un leve subrayado: el mito. Referencia que sirve a Jean Christophe Comar, acotado en el artístico nombre de Pitof, a estrenarse en las lides de la dirección y aprovechar el elemento exagerado que encarnan los mitos para construir una barroca película de época; sustentada con pilares más cercanos al género del fantástico y del espectáculo que a la historia real del protagonista. Eugene-François Vidocq fue un personaje bastante más interesante de lo que se cuenta en esta película y seguramente más conocido en su Francia natal. Porque Vidoqc tuvo una vida fascinante, quien quiera puede extender sus conocimientos en las variadas bios publicadas en redes. A modo de resumen puede citarse la de un individuo que pasó de ser un joven pendenciero, mujeriego y ladrón, a guiar sus pasos al bando de la orden y la ley, ejerciendo de policía y de detective privado. En su paso como agente del orden destacó por el éxito de disminuir la criminalidad de París y por los métodos que utilizaba para detener a sus antiguos compinches.

Gerard Depardieu, apuesta segura - IMDB

Sin embargo, estamos ante una película donde destaca más la visisón de su director que ante una postura cercana al realismo de desarrollar una intriga en tiempos de 1830. La propuesta de Pitof está más acorde a su trayectoria profesional, especialista en efectos especiales (Alien: Resurrección. Juana de Arco...) que a mostrar el histórico alboroto de una Francia a las puertas de una revolución en ciernes contra la monarquía de Carlos X. En ese tenso ambiente, tres importantes empresarios de la industria armamentística son alcanzados por un rayo que, curiosamente, les termina por calcinar en llamas. Tal curiosa ejecución, por separado, más bien parece añadir algún elaborado plan que a la divina providencia. Ante la dificultad de la investigación, la policia acude en ayuda de Vidocq, quien se ha convertido en un reputado investigador privado. Y para representar a esta figura legendaría, sólo podría ser interpretada por otro imponente gabacho: Gerard Depardieu. Un actor de una percha tan imponente que la película gana muchísimo con su única presencia.

Hacía 2001 se estrenó la película con la idea clara de honrar tal fecha con el estilo audiovisual de Pitof. Un autor inclinado hacia una exagerada puesta en escena, amante de las cabriolas de la cámara y al aceledado montaje. Un videoclipero para más señas, donde su curioso cocktail, barroco y potente, prevalece con una chulería propia de quien opta por el espectáculo con trajes de época. Una actualización claramente influenciada por el moderneo frente al rigor histórico, y una imágen ligada a la fuerza visual que desempeñan las novelas gráficas. Angulos imposibles, colores destacables y primerísimos planos. Tampoco cuesta nada reconocer que Pitof consiguió su propósito de destacar en taquilla y de hacerse notar con su ópera prima en el mundo entero. Una estupenda carta de presentación que le permitió aterrizar en América para hacerse cargo del filme, Catwoman. De la hostia que se llevó con esa película todavía anda levantándose.  

El Alquimista idealizado en viñeta - Festival Internacional de Novela Negra Huellas del Crimen

Pero volviendo a Vidoqc y a la investigación abierta por la llamativa muerte de esas tres importantes figuras, destaca un curioso criminal: el Alquimista. Una figura misteriosa que anda escondido tras una máscara en forma de espejo y que parece pretender capturar el alma de sus víctimas. Un enemigo fascinante, al que se atribuyen poderes mágicos y al que Vidocq deberá hacer frente con toda su inteligencia para resolver un misterio narrado por diferentes personas. Un hilo al que se agarra un periodista, una especie de novato que pretende pasar por ser el biografo del propio Vidocq y quien sirve de guía al espectador hacía acontecimientos recientes, haciendo buena la narración a través de diversos personajes que han tenido algún nexo con los asesinatos y de andar relacionados con el propio Vidocq. Un guión tejido con maña, sin grandes sorpresas pero que funciona correctamente en esta versión palomitera. La figura histórica de Vidocq seguramente merezca una mejor adaptación que reconozca un personaje tan llamativo sin necesidad de adornos o actualizaciones modernas. Aunque también es de justicia reconocer que Pitof logró su propósito de entretener y de situar a su villano a la altura de las circunstancias.

Vidoqc: el mito
Pitof, 2001

30 de noviembre de 2020

El hombre de hierro

La nostalgía tiene un curioso efecto sobre la memoria, y en ocasiones surgen pequeños detalles del pasado que parecían estar bien ocultos, u olvidados. Como si ese recuerdo estuviera bien hundido por el imponente peso del tiempo acumulado. Sin embargo, debe existir algún resorte en algún sitio, o una palanca que sin venir a cuento encienda una bombilla que alumbre algún buen recuerdo del pasado y que éste salga a flote en el presente.

Algo así ocurrió en alguna fecha indeterminada de 2019. Cuando un cómic, de grato recuerdo, se avino a resurgir de las profundidas de una época, la infancia, a la que hoy día cuesta situar en tiempo y forma. Pero la cabezonería del mundo de los adultos me empujó a rebuscar el tesoro anhelado. Encajonado junto a otras joyas del pasado en los bajos fondos de una vivienda: el sotano de la casa de mis padres. 

El mágico lugar donde se acumulan tantos trastos, que abrir una simple caja de cartón logra destapar tantas esencias nostálgicas que ya planeo trasvasar mi colección de tebeos a mi propio trastero. 

Pero el protagonismo de hoy se lo lleva un único cómic en particular, el causante de la reseña anual. Y cuyo título es El hombre de hierro, de la serie Transformers. Gracias a recientes adaptaciones cinematográficas, la primera fue en 2007, la historia de los robots alienígenas ha continuado perpetuándose como un hábil negocio que rinde especialmente bien en juguetes para niños. No está mal, si tenemos en cuenta que los cómics dedicados a los Transformers surgieron en 1984, en un proyecto claro, por parte del fabricante de juguetes Hasbro, en potenciar una nueva línea de juguetes robóticos.

Como apunte, señalar que los diseños originales provenían de Japón, en una redonda colaboración con una empresa llamada Takara, especializada en la tradición nipona de desarrollar la articulación de estos muñecos y apoyada en la habitual respuesta positiva de los niños japoneses; baste con recordar otros éxitos similares, como Astroboy o Mazinger Z para destacar el gusto de esa sociedad en este ámbito fantástico. 

En estos juguetes previos está el origen de los Transformers y de toda la fanfarría que acompaña la promoción ochentera por parte de la juguetera. Serie de dibujos y cómics para darse a conocer en el mercado americano. Pero antes había que dotar y crear una serie de personajes con sus propios perfiles, y sobre todo, una historia que explicase el origen y los motivos de estos robots. Por ahí surgió la figura de Bob Budiansky, el guionista de Marvel que recibió y aceptó el encargo de dar vida, nombres y tramas a todos los Transformers. Es de justicia reconocer el buen hacer de Budiansky, porque construyó una solida base que se ha mantenido en el tiempo. Curiosamente, la versión animada y la del tebeo compartían una base común que después terminaron por desarrollar en historias completamente diferentes y sin ninguna unión narrativa entre ambas. El negocio marchaba viento en popa, con más de 100 millones de juguetes vendidos en 1984, como para que los gerifaltes se percatarán de la importancia de crear una historia común que alargase su negocio alrededor de un mundo propio. 

Portadas de El hombre de hierro por Cómics Forum y con el detalle de la Union Jack

Pero esa es otra historia, porque tras el boom inicial de la década de los 80 y los vaivenes a lo largo del tiempo, los Transformers han logrado superar con éxito el paso de los años, mientras que su particular universo se ha convertido en una auténtica franquicia que aparte de juguetes, ha ido danzando entre las viñetas y la animación desde hace casi cuarenta años. Y como todo buen niño de los 80, tendría a consumir todos estos productos. Aunque la opción de coleccionar diferentes tipos de cómics tenía varios problemas, principalmente por el tonto capricho de tener demasiadas opciones por escoger y tener que repartirse ante una economía escasa: la típica de un niño que pide continuamente cosas a sus padres. Y encima con la difícil elección de cuál elegir. Pues Marvel tenía un enorme catálogo donde obligaba alternar entre el amplio abánico de superhéroes disfazados y los monstruos robóticos. Y dentro del sorteo que supuso comprar un poco a lo loco, llegó a mis manos El hombre de hierro, reimpreso en España por Ediciones Forum, el sello que recogió gran parte del material Marvel por aquellos años.

El hombre de hierro ocupaba los números 32 y 33 de la colección (29 y 30 en la española), siguiendo el mismo orden que la editorial original americana. Pero esto supuso un abrupto corte en la continuidad del relato, pues este cómic fue publicado original y en exclusiva en el reino de la Gran Bretaña. La excusa yanqui de incorporar este capítulo fue más bien por necesidad. Al parecer, el creador de la saga americana, Bob Budiansky, andaba hasta arriba de trabajo y los plazos para la entrega de nuevos capítulos corrían el riesgo de no cumplirse. Curiosamente, había una división Marvel en las británicas islas, cuyo proceso de publicación difería con la matriz americana. Una linea de producción alternativa que permitió crear historias y contenido propios. La opción de aprovechar esas historias, mientras Budiansky se tomaba un respiro, les vino a huevo a la editorial, al poder incluir esas historias a la serie y poder dar tiempo a los creadores americanos para concluir los trabajos pendientes. Y por ahí entró El hombre de hierro, como un elefante que irrumpe en garaje ajeno, sin tener en cuenta el orden precedente. Se supone que esta decisión provocaría más de una sorpresa a todos los lectores que siguieran la publicación de manera ordenada, y encima, con una historia completamente diferente y con aires de situarse en tiempos donde los Transformers habrían despertado de su letargo en el planeta Tierra de manera reciente.

Ahora conviene retroceder en el tiempo para explicar cómo llegaron estas máquinas hasta nuetro planeta. La historia de los Transformers se reduce a dos razas de robots con capacidad de transformarse en diferentes objetos para poder ocultarse. En principio, hay dos bandos que andan separados entre Autobots y Decepticons, con la fácil distinción entre buenos y malos para no liar a los infantes. Ambos ejércitos llevaban arrastrando una guerra fraticida en su planeta de origen, Cybertron; con tanta saña, que han terminado por agotar los recursos del mismo, hecho que les obliga a emigrar hasta el nuestro. Con la excepción de que estas máquinas entraron en un modo de Stand By, alrededor de unos 4 millones de años escondidos en el interior de un volcán. Un período de tiempo relativamente corto y con cierta importancia en la historia de El hombre de hierro. Con el paso de los años, la inclusión de este cómic puede verse como un flashback, un episodio aparte si tomamos la colección en su conjunto. 

El hombre de hierro fue creado por el guionista Steve Parkhouse y por el dibujante John Ridgway, donde se describe un momento concreto, con una historia más cercana al ámbito literario que a la fácil opción de exponer a máquinas gigantescas moliéndose a palos. Por ahí viene el grato recuerdo infantil, un poso obtenido gracias a una historia narrada con tacto y la dedicación necesaria para desarrollar una trama que obviase la acción pura y dura.

El cómic

La portada de los dos primeros capítulos presenta una imagen curiosa: un Decepticon asediado por varios soldados medievales. Algo ilógico si tenemos en cuenta que la mayoría de las aventuras se desarrollaban en los Estados Unidos. Ya en el interior de las páginas, la acción pasaba entonces a Europa, con la violenta aparición de los Decepticon al arrojar un par de bombas a los pies de un castillo de un tranquilo pueblo de Inglaterra: Stansham. Una de las bombas queda sin explotar para quedar enterrada al lado de los muros. Este insólito acto pone en alerta a las autoridades locales mientras el protagonismo individual deriva hacia un niño. Sammy es además el hijo del máximo responsable del castillo, Mr. Harker, y cuyo campo de juegos le lleva a estar jugando en un bosque cercano. De manera casual se encuentra frente a Jazz, uno de los principales personajes de los Autobots. En un acto fortuito, que reproduce otros encuentros infantiles con seres de otro planeta; y como sucede en ET o El gigante de hierro, el niño sale escopetado del susto. Al fin y al cabo es un hecho aterrador, toparse en medio del bosque con un robot de varios metros de altura, quien no duda en aplastar el juguete caído del niño. En una especie de amenaza que continua al seguir los pasos del niño hasta su propia casa. 

Sammy versus Jazz
Después de refugiarse en casa, la historia regresa al castillo, con la incertidumbre creada por las bombas arrojadas. El padre del niño es alertado del extraño suceso de su hijo en el bosque, momento adecuado para desempolvar viejas leyendas del pasado. Historias que hacen referencia a batallas medievales con la aparición estelar de un misterioso hombre de hierro que aparece incluso dibujado en un grabado con fecha a 1070. Una buena forma para introducir al protagonista del título en la historia del cómic.

Si el primer capítulo del número 29 pretendía austar a un niño, el segundo lo remata en forma de pesadilla. La historia continua en la habitación de Sammy, quien sufre una especie de sueño, sospechosamente realista y con la impresión de que los robots tienen la facultad de intervenir nuestro descanso. De esta manera, el niño es capaz de salir de la habitación y alcanzar el tejado. En esta parte alta de la vivienda, Sammy observa como una gigantesca nave espacial sobrevuela las azoteas de su pueblo, mientras otro Autobot, poco dado a un camuflaje que no llame la atención al tratarse de un fórmula 1 y de nombre Mirage, merodea la vivienda del niño e irrumpe por el ventanal, revolviendo todo hasta lograr llevarse el dibujo recientemente expuesto. El padre acude junto a su esposa al notar el revuelo en la habitación del niño y con una notable cara de sorpresa, cuando descubre como un enorme armazón robótico abandona la parcela de su vivienda tras asomarse por la ventana.

El final del capítulo concluye con dos aspectos importantes. Tras la movilización del ejército para buscar la bomba sin explotar, las autoridades se han percatado de un enorme objeto enterrado bajo la colina que con el paso del tiempo ha dado forma a la orografía del terreno. Un indicador claro del enorme tiempo transcurrido, con un objeto metálico que claramente no debía estar ahí situado y menos aún cuando se supone que lleva más tiempo que el propio castillo. El otro matiz importante tiene que ver nuevamente con el niño y Jazz, cuando éste decide llevarse al niño consigo, mientras la madre del mismo corre desesperada tras observar como su hijo es secuestrado por un vehículo sin conductor.

140 pesetas despúes te percatas que no hay hostias, ni disparos, ni siquiera salen los Transformers que suelen ser los protagonistas de las historias. El cómic se ha reducido básicamente a un relato, curioso, llamativo y con aires de misterio. Un poso que con el tiempo se fue agrandando frente al simplón ejercicio de mostrar batallas entre Autobots y Decepticons. La acción y el espectáculo han escaseado en todo el tebeo, pero la chicha venía por otro lado, donde se nota ese toque europeo de tomarse las cosas con más calma, y hasta de cierto rigor a la hora de construir un relato con mimo, sin necesidad de grandes algaradas. Había pues necesidad de hacerse con el siguiente número y contemplar cómo acababa la historia descrita. 

¿Querías show? Pues toma explosiones

El único cambio destacable sobre los dos últimos capítulos es la sustitución del dibujante Ridgeway por Mike Collins. Algo inapreciable dada la calidad de los dibujos. Mientras el guionista Parkhouse culminó su brillante historia. Sammy se encuentra en el interior de Jazz quien le tranquiliza y avisa de la presencia de sus amigos. También le desvela que el robot del bosque era él en realidad pero que para pasar inadvertidos, tienden a disfrazarse en vehículos. Sin embargo, unos Decepticons han detectado la expedición Autobot y se lanzan en picado al ataque. Por fin se da cuenta de la acción y ésta resulta es pec ta cu lar. De una tacada, Tailbreaker queda fuera de combate en una única página, realmente impactante por la violencia del fuego causado por los disparos del caza Decepticon sobre un robot, al que se observan fácilmente los daños causados, devorado por el fuego y con la clásica imagen de la rueda saliéndose de la viñeta. En la siguiente página, el encuentro se centra entre Mirage y otro avión enemigo que acaba estrellándose sobre un puente. Ante la amenaza enemiga, otro Autobot de nombre Bluestreak, acude en ayuda de sus amigos y termina por eliminar al segundo de los cazas, en una imágenes tan realistas como llamativas por la violencia expuesta: con la caída del caza en una enorme bola de fuego sobre la autopista.

La acumulación de emociones hacen mella en la resistencia de un niño que cae en manos del sueño reparador. Un descanso previo para finalizar el capítulo, donde se desvela parte del misterio enterrado bajo el castillo. La acción transcurre en un enorme cohete espacial, con la poderosa presencia del líder Autobot, Optimus Prime. Dentro de la nave empezamos a atar cabos, los Autobots han rastreado una señal en su idioma que proviene del objeto misterioso enterrado bajo el castillo, mientras que la leyenda y el grabado parecen demostrar la existencia de un antiguo Autobot bajo toneladas de tierra, piedras y del tiempo transcurrido. Es de vital importancia llegar antes que los Decepticons, pues éstos sospechan también de su contenido. Y encima el ejército británico anda excavando, en una carrera que empieza tomar forma hacia una peligrosa resolución.

 
El capítulo final regresa al castillo, donde se destaca parte de una coraza desenterrada, la nave escondida durante largos años a la humanidad muestra una extraño simbolo; una referencia conocida para los lectores pero desconocida para los personajes de las viñetas: El emblema Autobot. Y ante la sucesión de acontecimientos extraños que se han ido sucediendo en páginas previas, surge un temblor que pone patas arriba la cordura de los presentes, cuando al fin emerge en escena el Hombre de hierro. Mr Harker reconoce rápidamente a la leyenda del castillo, cuya efigie cobra vida ante sus ojos. Sin embargo, los acontecimientos se aceleran cuando aparece un Decepticon de la nada, presumiblemente Starscream, y sin mediar palabra, acribilla a nuestro protagonista. Resulta impactante que en una sola página se lleven por delante al Hombre de hierro con un toque tan realista como violento. Ni siquiera hay un mísero diálogo que establezca algún motivo, salvo que tengamos en cuenta que la larga guerra entre ambas razas roboticas han llevado a sus miembros a disparar sin miramientos a sus enemigos. Sin distinción y con un enorme toque realista por parte del ilustrador, al mostrar como Starscream logra amputar la pierna del Hombre de hierro en un primer disparo, para rematarlo poco después en una segunda explosión. A un kilómetro de distancia se acerca la enorme nave Autobot, dispuesta a entablar batalla a sus enemigos. Y con Jazz en primer termino, al coger carrerilla y lanzarse sobre el asesino del titular del tebeo.

La batalla mantiene el mismo tono realista en cuanto al daño que causan las armas de estos seres. Una confrontación resumida y descrita en paralelo con la historia del castillo, haciendo hincapie en la violencia desarrollada en sus paisajes, ya sean seres humanos o máquinas. 

Finalmente la victoria se decanta del lado de los Autobots pero con un sentimiento amargo. Optimus es consciente del peligro que supone para los humanos la amenaza de los Decepticons y la necesidad de impedirlo. Un sacrificio que supone destruir la nave enterrada bajo el castillo, para impedir que caiga en manos de sus enemigos. Y ahí debajo, en las entrañas de la misteriosa nave se detalla al fin su contenido. Un Autobot especial se encuentra dentro de una cámara sellada, en un largo letargo a la espera de cumplir la misión de rescate, al poseer las coordenadas del planeta Cybertron, el hogar de los Autobots. Pero su enlace con el exterior ha sido destruido y los mismos Autobots a los que pensaba rescatar han decidido destruir la nave donde permanece. Jazz ejerce de verdugo. La historia llega a su fin con una extraña sensación desigual. No hay ninguna grandeza hacia un final curiosamente triste. Los Autobots sin saberlo han destruido a uno de los suyos con la idea clara de permanecer en nuestro planeta para defender a la raza humana de los Decepticons. 

Del cómic queda su notable toque literario, lejos de las expectativass que podrían presumirse de un tebeo destinado al consumo infantil, con la fácil exposición de robots batiéndose a golpes y disparos de rayos lásers. El tiempo pasa y la vida en el pueblo de Stansham retoma su rutina diaria, incluido un niño que recuerda su amistad con una mole robótica a la que nunca más volverá a ver. Sólo en las fantasias que albergan los sueños queda el recuerdo del Hombre de hierro. La fantástica señal de algo imborrable y que sale a flote pese al paso de los años en un niño ya adulto, feliz de recuperar una historia que ha logrado marcar huella frente a otros productos de usar y tirar. Y como ya ocurriera en 2019, El hombre de hierro vuelve a pasearse por mis recuerdos y sueños.

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Bibliografía

https://ouroboros.world/comics/los-transformers-de-marvel-comics
http://sequart.org/magazine/46113/man-of-iron-may-be-best-transformers-story-ever-told/
Documental: The Toys That Made Us - Temporada 2, Episodio 2

24 de noviembre de 2020

Las tribulaciones de Wilt

Después de los padecimientos librados por Henry Wilt en la novela cuyo título deriva de su apellido, la segunda obra de la saga deja transcurrir un breve lapso de tiempo desde los acontecimientos pasados. Un breve espacio donde destaca la escalada social de Wilt, tanto en su faceta profesional; ahora dirige el departamento de Artes Liberales de la escuela, como en la boyante parte económica; su sueldo ha aumentado lo suficiente como para mudarse a un barrio pijo de Ipford. Gracias también a la colaboración de una herencia familiar por parte de Eva, la esposa de Wilt. A todas estas buenas noticias hay que sumar la extensión familiar por cuadriplicado, pues ambos son ahora responsables de cuatrillizas, con el lógico quebradero de cabeza que conlleva tal responsabilidad. Tanta buena noticia no casa con el sentimiento de derrota que caracteriza la personalidad de Henry Wilt, consciente de su posición al verse rodeado entre tanta mujer. Una cierta melancolia que no duda en confesar a su confidente y colega Braintree, en una buena muestra de texto introductorio donde poner al corriente a los lectores de cómo se las gastan las retoñas del protagonista.

Las tribulaciones de Wilt arranca con una falsa apariencia de clase acomodada y de felicidad pero que está a punto de verse trastocada por los caprichos del destino. Y en esta ocasión, el escritor Tom Sharpe apuesta por una opción que incluye a un pequeño grupo terrorista en el transcurso de la novela. Una cuestión interesante, si tenemos en cuenta la postura cómica del libro al tener que incluir la habitual violencia que caracteriza a los idealistas que usan la fuerza para imponer sus ideas. Un curioso comando anticapitalista que tendrá el mal ojo de cruzarse con Wilt y su familia. 

Aunque antes de meterse de lleno en este conflicto de envergadura, el autor propone propone coger carrerillla mediante una larga introducción que nos sitúe en este nuevo espacio que otorgue tiempo a que surjan los pequeños problemas cotidianos a los que deba hacer frente Wilt. Como la responsabilidad de vigilar al profesorado de su departamento o como el propio Wilt acaba en urgencias por pasear con excesiva cercanía la chorra sobre unos rosales espinosos. Pequeños disparates marca de la casa, donde Sharpe da muestras de su maestría, al enredar de manera constante a su protagonista en situaciones bastante variopintas. Incluido el amor pasional, infantil e idealizado que supone obsesionarse de una imagen física, una joven femina a la que Wilt catapultará a sus altares más personales, en un acto tan irracional como preludio a la hecatombe aleatoria de que un grupo terrorista se cuele en tu vivienda.

Una circunstancia particular y también peligrosa, donde un torpe habitual deba tener la mentalidad fría para poder calcular cómo salvar el pellejo y el de sus hijas. Por suerte, su media naranja también adquiere el protagonismo que reivindica cada leona cuando a alguien se le ocurre amenazar a sus cachorros. Y como ya ocurriera en la novela precedente, Eva tiene su propia aventura y desarrollo. Y en estos tiempos tan modernos, conviene reivindicar a la mujer de Henry y al autor, al repartir suerte de manera equitativa entre ambos pese a la fama que arrastra la vertiente masculina. Eva ya tenía su particular protagonismo precedente y en esta ocasión vuelve a relucir su lado visceral, directo o prehistórico, en este caso da igual porque al final es una madre desesperada por querer estar junto a sus hijas, aunque su modo de proceder logre efectos más cercanos al desastre entre quienes intentan simplemente ayudar en algo. Por su parte, Henry directamente mola por otras facetas más dadas a su capacidad para el enredo, el absurdo y el disparate, gracias a su conocida charlatanería. Una virtud que se aprovecha para rebuscar la complicidad del lector y la siempre agradable carcajada, ante lo inverosímil que puede volverse el devenir de la situación propuesta por Sharpe.

Sin embargo y pese a las buenas maneras de su autor, Las tribulaciones de Wilt tiene bastantes vaivenes en su narrativa. Se quiera o no, es bastante difícil mantener el entretenimiento a lo largo de tantas páginas que en ocasiones suena a relleno. La novela puede dividirse en dos actos principales, el primero ya referido a una suerte de puesta al día, con el conflicto terrorista en el horizonte y como culmen del relato. Por ahí viene la dificultad añadida de dotar de gracia a un largo encierro, allí donde los terroristas se hacen fuertes en la vivienda de Wilt. Y aunque haya momentos delirantes y divertidos, pesa en exceso la posibilidad de que, tanto los vecinos cercanos como los mismos terroristas, padezcan el mismo perfil idiota que sus protagonistas. 
Un buena forma de acudir al clásico formato de que todo pueda ir a peor, un carrusel difuso, repetitivo en algunos casos y sin la capacidad de sorpresa cuando toda la acción anda enclaustrada en una única vivienda. A pesar de esta última sensación descrita, conviene destacar que la novela cumple con creces el objetivo de entretenimiento basado en momentos hilarantes, tan divertidos que tal vez la expectativa andaba por encima de lo esperado.


La generación actual es mucho más exigente de lo que nosotros éramos. Son más maduros físicamente. -Quizá lo sean, pero Henry dice que mentalmente están atrasados.


Las tribulaciones de Wilt
Tom Sharpe
Ed RBA, 1993

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Las tribulaciones de Wilt
La herencia de Wilt

11 de noviembre de 2020

La familia Addams

Hace justo un año se estrenó una nueva versión de un viejo éxito del pasado. La familia Addams en versión animada. Un nuevo filme que buscaba tantear los notables ingresos que supuso la adaptación cinematográfica de 1991. Obra del conocido Barry Sonnenfeld, cuyo filme apenas costó 30 millones de dolares mientras su recaudación mundial anduvo cerca de alcanzar los 200. Numeros muy golosos que promovieron una lógica secuela y una merecida fama en una década muy dada a levantar iconos que aún hoy logran mantenerse en la cultura popular. Y con ello provocar nuevas adpataciones con el paso del tiempo, como la citada cinta animada o la propia película de Sonnenfeld, que venía de actualizar a una antigua serie televisiva que a su vez provenía de las viñetas de su creador original, Charles Addams.  

Raúl, el condensador de fluzo es en otra pelí - Paramount Pictures

El verdadero artífice de la peculiar famila Addams venía a ser el niño raro de la época y como tal, dió rienda suelta a su imaginación a través de diferentes tiras cómicas. Un apellido triunfal, a modo de franquicia entre pelis, cómics, videojuegos, musicales y otras cosas del marketing que han pasado por diferentes ámbitos productivos, con mayor o menor calado entre la población. Sin embargo y a cuenta del post de hoy, la película de 1991 fue un éxito rotundo. Gracias en parte a una maquinaria cinematográfica, que en este caso, acertó de lleno al actualizar la serie televisiva de los sesenta.
 
En parte se podía preveer, cuando se apostó de primeras con un buen reparto protagonista encabezado por Anjelica Huston (Morticia), Raúl Juliá (Gómez) y Christopher Lloyd (Fétido). Además de una buena tanda de secundarios donde destacó la interpretación de Christina Ricci, una niña por entonces y que le catapultó a un estatus de personajes fuera de los ámbitos denominados como normales, asociados más bien a las rarezas propias de quien se encuentra comodo en un mismo perfil. Curiosamente se escogió a un director novato para dar forma a un producto que apuntaba maneras comerciales. Barry Sonnenfeld venía de trabajar en el sector, principalmente en dirección de fotografía, entre otras colaboraciones como la realizada con los Coen desde sus inicios en Sangre fácil; por ahí se colaría el siempre correcto Dan Hedaya, dando vida a un abogado en apuros que pretende sisar la fortuna de sus clientes mediante un atravesado plan, que incluye la participación de una despótica madre y su hijo Gordon, al que hacen pasar por el supuesto hermano perdido de Gómez tras una disputa amorosa, por a su enorme parecido físico.
 
La gracia de La familia Addams es la de intentar colarnos cómo una familia, asociada a los
Un papel como anillo al dedo
clásicos monstruos de la literatura, podrían estar intercalados dentro de la sociedad, con una postura más cercana a la extravagancia que al género del terror; como si tener una mano amputada como un miembro más de la familia fuera normal y aceptado por todos. Este constraste es la principal baza del filme, al jugar como los miembros de esta familia se saltan la supuesta corrección social y da a entender que los raros son los demás. Las bromas van normalmente en linea con las gamberradas de los niños, el gusto de estos seres por lo macabro o a pequeños detalles ligados al fantástico, como la piel de un oso polar con vida propia. Una colección de chistes que acompañan en paralelo a la narrativa de la película, con un supuesto tío Fétido que a medida que pasa más tiempo con los Addams va encontrándose cada vez más a gusto en su nuevo rol. Un conflicto que le obligará a escoger bando, entre su madre y unos Addams que muestran cierto mosqueo cuando el familiar perdido más bien parece un extraño. La película apuesta por un cocktail que acoge dóciles bromas negras y normalmente bien aceptadas por los espectadores más pequeños, un efecto que logra que La familia Addams llegue a entretener a lo largo de toda la película aunque pierda fuelle por un final bastante simplón, propicio para que la catalogación por edad no se desmadrase en exceso o más bien, a una carente idea de cómo terminar con algo más llamativo.

La taquilla fue condescendiente con esta propuesta de rareza cómica que dió a a Sonnenfeld la posibilidad de granjearse una carrera con réditos comerciales, sin mayores pretensiones artísticas que el entretenimiento del negocio, Wild Wild West y Hombres de negro (Men in black) son sus otras películas más conocidas. A su favor señalar que su estreno como director se mantiene como un referente de comedia familiar, y que a pesar del paso del tiempo, es una opción plausible de acudir a un nuevo visionado sin que chirrien efectos ni vestuarios. Tan marcada está la película en el imaginario colectivo, que anda subida en un altar más relacionada con la nostalgia de haberla visto de niño que a su verdadero valor como obra cinematográfica.

La familia Addams
Barry Sonnenfeld
, 1991

31 de octubre de 2020

Wilt

Todavía hoy recuerdo la carcajada, la alegría y el simple jolgorio que provocó la lectura de Wilt, obra maestra del escritor británico Tom Sharpe (1928 - 2013); y de esta colección de elogios deben cumplirse unos veinte años, más o menos. Porque Wilt es una de esas pocas novelas que dejan huella cuando se leen y de las que siempre se guarda cierta añoranza. A pesar del tiempo transcurrido y siempre que se evoca su lectura, surge una sonrisa cómplice, sobre todo cuando la memoria acude a las andanzas de Henry Wilt; el curioso protagonista de una novela publicada por primera vez en 1976, y cuyo éxito literario inició una saga que alcanzó cinco publicaciones más. 
 
Para quien todavía desconozca a este singular personaje literario, solamente puedo argumentar que apenas hay motivos contrarios para no recomendar leerse la saga entera. Y con mayor interés en este 2020, tan necesitado de distracciones positivas, o el reto de comprobar cual fina es la piel de los acomplejados de lo políticamente correcto. Porque de buenas a primeras se expone el salvaje plan que dibuja la mente del protagonista, al fantasear en cómo cargarse a su esposa. De ése oscuro pensamiento nace la rocambolesca historia que pone en pie a la novela, y a partir de ahí, echa a correr el desmadre en una continua carrera de acontecimientos que van en paralelo al negro cachondeo de su autor. Henry Wilt es profesor de literatura en una escuela técnica, donde lleva dando clases durante más de diez años mientras anda a la espera de un ascenso que nunca llega. En su hogar tampoco mejora mucho su rutina diaria. Su apasionada mujer, Eva, es un pequeño torbellino que busca constantemente el sentido de su existencia, apuntándose a toda clase de tareas y actividades sociales mientras hecha en falta algo más de roce por parte de su marido.
 
Y el vivo al bollo, Wilt!
Sin embargo, nuestro antihéroe va arrastrando cierto hastío en la fácil mezcla de lo laboral con lo personal, hasta alcanzar un punto donde plantearse un cambio que reconduzca su pobre existencia. Pero en lugar de cortar por lo sano y buscar una separación amistosa, cambiar de trabajo o incluso de residencia, no se le ocurre mejor cosa que planear el asesinato de su santa esposa. A ojo no suena muy bien. Aunque también es cierto que al pobre Wilt se le acumulan una serie de desdichas que podrían defenderse judicialmente a posteriori, mediante el comodín de un estado de locura transitorio. Como cuando un conductor borracho se excusa en la embriaguez tras llevarse a alguien por delante. Pero volviendo al cuento y al lógico modo de proceder de un británico; no hay nada mejor que un ensayo, donde entra en juego uno de los personajes femeninos más memorable: una muñeca hinchable llamada Judy.

Wilt se detuvo y observó cómo la máquina perforadora iba hundiéndose lentamente en el suelo. Estaban haciendo agujeros grandes. Muy grandes. Lo suficiente como para contener un cadáver.

A partir de ese punto entra en juego un listado de carambolas que sólo pueden tener sentido cuando el nivel del disparate anda acorde con los notables secundarios que aporta Sharpe. Desde un matrimonio yanki, los Pringsheim, donde destaca particularmente y adelantándose a su tiempo la feminazi Sally, hasta otros sarcásticos educadores como el doctor Board. La novela discurre en una constante locura, hasta que choca con la supuesta cordura que intenta aportar la policía, con el inspector Flint a la cabeza. Un funcionario de la ley atrapado en un modo de hacer y actuar de manera lógica y que se ve enredado frente al ilógico trasiego alrededor de Wilt. Llegados a una sucesión de acontecimientos extraordinarios, cuesta creer cómo es posible que Thorpe tenga la capacidad de sorprendernos con una trama que puede llegar a enredarse hasta limites irreales, eso sí, para disfrute de un lector condescendiente, agradecido por reír con ganas las ocurrencias, las situaciones grotescas y un humor que mezcla el surrealismo con la capacidad más brutal del ser humano.

Ha pasado bastante tiempo desde aquellas lecturas juveniles y aunque la capacidad de sorpresa se pierda, Wilt todavía mantiene suficientes argumentos estimulantes en el interior de sus páginas, capaz de arrancar más de una sonrisa mientras Thorpe nos cuela parte de una descripción de la sociedad inglesa de la época, con cierta petulancia en sectores de la educación o de la mera representación de los estudiantes; acordes a una edad e intereses diferentes a la de los adultos. De hecho el propio Sharpe conocía bastante bien el ámbito educativo, pues antes de lograr el triunfo editorial, ejerció la profesión y en una escuela similar a la de su personaje ficticio. Está claro que no se fue muy lejos para asesorarse en una escuela con clara vocación de formación profesional. Wilt aún hoy es una apuesta segura.

-Pero te aseguro que no me tiré a la zorra esa -dijo Wilt-. Le dije que se fuera a que le lustrara otro su perlita.

-¿Y a eso le llamas equivocarse? ¿Lustrar su perlita? ¿Dónde demonios aprendiste semejante expresión? 
-Carne Uno -dijo Wilt

Wilt
Tom Sharpe
Ed Anagrama, 2006 

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Wilt

16 de octubre de 2020

Glass

A principios de 2019 se estrenaba Glass, esperadísima película destinada a cerrar la peculiar trilogía de Manoj Night Shyamalan sobre los héroes salidos del cómic. Peculiar porque las dos anteriores, El protegido y Múltiple, son dos películas que tienen entidad propia, independientes entre ellas y sin ninguna relación que las una hasta la llegada de Glass. Un ligero rodeo al que Shyamalan resuelve de manera solvente, en una especie de prólogo donde logra conectar al héroe del impermeable de la primera, a la caza y captura del peligroso personaje con diferentes personalidades del segundo filme. Tras la carta de presentación, llega el grueso de la tercera película, principalmente en una especie de psiquiátrico donde haga acto de presencia el tercero en discordia: Don Cristal, el villano del filme original. El tráiler ya avanzaba por donde iban a ir los tiros, al dar pie a una loquera dispuesta a demostrar a sus pacientes que sus supuestas habilidades especiales no son más que delirios de grandeza, que nada tienen que ver con la fácil comparación del mundo de las historietas con la realidad. 
 
Qué me expliques por qué el fondo es rosa, coño!-© Universal Pictures
En parte, se entiende la supuesta búsqueda de identidad. La necesidad humana de buscar una explicación lógica sobre lo que no se entiende y que encima dote de interés a la narrativa de la película. Sin embargo esta situación ya se dió en El protegido, cuando al personaje interpretado por Bruce Willis (David Dunn) se debatía frente a su antagonista Samuel L. Jackson (Don Cristal) en la aceptación del don recibido. Ahora se vuelve a ese combate, con la salvaguarda del enfretamiento diálectico y el estudio cientifico. Una propuesta que choca con el personaje de Dunn, pues supuestamente ha estado realizando la función de justiciero nocturno desde la resolución de la peli original, y bastantes años han pasado desde entonces, para que venga una señora ahora y ponga en duda el gusto que le ha cogido a rozarse con toda clase de individuos, descubrir a los maleantes y gamberros para después dedicarse a dar mamporros a delincuentes de segunda. Obviamente el interés de Glass decae en ese punto, incluso reconociendo el buen hacer de su director en remarcar su postura y manera de rodar, bastante alejado de la fanfarria y del mero espectáculo hormonal de otros héroes, habitualmente disfrazados. Pero esa postura ya se ha visto, y solamente cuadraría si nos encontraramos con una secuela de Múltiple. Situación que se da parcialmente.
 
Esa pequeña losa se enfrenta a las ganas del espectador por ver cómo se resuelve la reunión de los tres seres extraordinarios. En un clásico encuentro de la narrativa del cómic aunque sobresalga ese toque realista, alejado de la tópica conquista del mundo o amenaza planetaria. Los protagonistas andan liados en otras cuestiones más cercanas, como el reconocimiento de su existencia. La batalla que ya libraba el personaje que da título al filme y que sigue emperrado en demostrar su existencia extraordinaria al mundo. La suya y la de sus compañeros. 

Pedazo de actor. U ha!-© Universal Pictures
De ellos vuelve a destacar James McAvoy, dando pie a la horda de seres que encierra su cuerpo y su capacidad actoral para afrontar con vehemencia el continuo cambio de careta, entonación y movimientos físicos. Un prodigio que choca con el conocido temperamento estático que el autor imprime a sus personajes. Una manera de rodaje y de exposición reconocidos, un sello y una valía que se ha labrado a lo largo de una carrera sinuosa, donde los mayores aciertos han sido con historias pequeñas que trastocan la realidad cotidiana de sus personajes. En Glass, también acuden en apoyo de los protagonistas su particular conexión con el mundo real, la necesaria parte familiar y que tanta importancia adquiere en las historietas ilustradas. Shyamalan recupera al hijo de Dunn, a la madre de Cristal y a la indultada víctima de la Bestia, en una amplia reunión para que sumen en la resolución final. Allá donde entra en juego el tradicional apogeo que suelen recoger las historias realizadas por cintas comerciales y superhéroes en mallas.
 
Pero el horizonte de Glass es diferente, ante la posibilidad de vislumbrar las habituales vueltas de tuercas que Shyamalan suele sacarse de la chistera. Un gran acierto que muestra el respeto del director por los códigos clásicos del cómic ligados a su habitual marca de la casa. Hasta el sopor de verlo en un cameo fuera de lugar. Manías que enpequeñecen en algo a uno de los pocos autores reales del séptimo arte.

Glass
Manoj N. Shyamalan, 2019

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El protegido

Múltiple

Glass

8 de octubre de 2020

El girasol

En ocasiones me dejo llevar por pequeñas tonterías a la hora de escoger libros. Como por ejemplo enlazar el bello nombre de Thérèse, cuyo apelativo titula la última obra de Zola expuesta en el blog. De ahí se llega hasta la autora de El girasol, la francesa Thérèse de Saint Phalle, a quien cabe felicitar por su nonagenaria edad y por estar presente en mi colección Reno. 

En El girasol se desarrolla un tramo concreto de la vida de Pauline, una joven psicoanalista cuya vida matrimonial se tambalea ante la sospechosa actitud de su marido: un refutado profesor de derecho. Tales recelos amorosos, señalados en la reseña de la contraportada, levantaron pequeños prejuicios sobre la posibilidad de adentrarme en una novela de corte romántico. Una actitud impropia de un adulto de más de 40 tacos. Por suerte, fue leve y pasajera la idea preconcebida, dando paso a una agradable lectura y de corte personal, donde la novela, simplemente, destaca como puede trastocarse la estabilidad matrimonial desde el punto de vista de una mujer.

<<Cuando está de vacaciones, ¿analiza a la gente con que se tropieza?>>

La protagonista, Pauline, es una mujer que por defecto profesional tiende a analizar con soltura los mecanismos por los que gira su estabilizada vida. Su monótona rutina, anda dedicada profesionalmente a sus pacientes y en lo personal, a su marido Charles. Incluso la buena mujer llegó aceptar convivir con su suegra, mientras mantiene en su interior la pequeña losa de su incapacidad por engendrar hijos. Pero llega el cambio, el giro inesperado que trastoca el deseado descanso vacacional cuando su marido tenga que partir a un congreso extraordinario sin posibilidad de acompañarle. La clásica excusa del viaje de trabajo. Y claro, menuda gracia tener que quedarse en París, en la rutina gris del día profesional y con la oscura presencia de la vieja. 
 
Por suerte surge una vía de escape, cuando uno de sus pacientes invita a su benefactora a pasar unos días, junto a su familia, en una amplia propiedad familiar en el campo. Y de ahí, al clásico viaje personal, facilitado por el contraste de la ciudad frente al mundo rural; allá donde se acumula el aire limpio, el tiempo sosegado y otros ruidos menos molestos. Mientras nuestra protagonista, físicamente, camina cual Heidi por estos lares, su cabeza apenas puede desmembrarse del coloquio interno que arrastra su matrimonio. Y si al fuego del texto conviene alimentarlo, se le añade; porque al abrigo del calor estival, se descubren las pasiones veraniegas, sobre todo cuando Pauline descubra la pasión que despierta su figura en otros hombres, quienes intentan atraerla a mordisquear la tentación del pecado. Y claro, más combustión al comecocos personal, ligado al cambio de actitud de Charles y a las propias necesidades de la protagonista.

También surge una pequeña envidia, al contrastar que quien sustenta la armonía de la familia del paciente es otra mujer; una madre que sigilosamente mantiene en equilibrio entre el resto de miembros de su hogar junto a otras tareas, además de tener tiene tiempo de atender a sus hijos pequeños. Una semilla dolorosa en el corazón de Pauline.

Como suele ocurrir en la realidad, hay períodos donde se acumulan los problemas, a la par de ir acompañadas de la terca habilidad de tropezar en las mismas piedras. Todas ellas llegan de golpe al verano de 1968, para provocar el vaivén emocional que termina por acaparar gran parte de la novela. Al menos está tan bien descrito, que la lectura se desliza fácilmente ante la necesaria comida de tarro de la protagonista, allá donde la profesional es inundada por las emociones que la asaltan y la habilidad que tiene para autodiagnosticarse en su pequeña batalla mental, una constante entre la lógica de una mujer adulta que busca imponerse ante los arrebatos del cruce de sentimientos. Una lógica asociada a la responsabilidad de la acción de sus actos y a la que ha obedecido ciegamente, como sus amados girasoles, la planta que rinde una continua pleitesía al rey sol, guiados por la luz de la razón de su existencia. Sin embargo, el ser humano es más complejo, y las aristas por las que pasa Pauline serán su prueba de fuego para continuar su senda marcada o abrirse nuevas puertas. La decisión la tomará ella, ésa es su libertad.

Me pregunto qué libros habrían escrito Malraux y Hemingway si hubiesen llevado una vida tan trivial, tan chata como la nuestra
 
Pierre de Feux

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El girasol
Thérèse de Saint Phalle
Ed GP - 1976

30 de septiembre de 2020

Fortines de Los Molinos

Los fortines, parapetos y trincheras vuelven al blog tras una larga pausa. Y con una buena excusa que nos devuelva al monte, a la caza de las cicatrices que dejó la Guerra Civil en la cercana localidad de Los Molinos. En primer lugar conviene recordar la estabilidad del frente a lo largo de la sierra de Guadarrama, motivo que propició la construcción de numerosas fortificaciones militares a lo largo del cordal montañoso. Y un buen ejemplo son los fortines del citado municipio molinero; diseminados estratégicamente en las afueras del casco urbano y que estiraban su línea defensiva hasta Guadarrama, a través de una repetitiva fortificación circular. Estas casamatas seguían un mismo patrón constructivo, gruesas paredes de hormigón armado y dos aberturas en su parte delantera, para que los soldados de su interior pudieran observar el frente y amenazarlo con sus ametralladoras. Un cilindro ubicado justo en el centro permitía apoyar estas pesadas armas. Acabada la guerra, por ahí se quedaron esas moles cementadas, propicias al olvido, a la intemperie y al vandalismo. 80 años después se han ido recuperando del abandono y expuestos como atractivo turístico.

Vistas desde el fortín del Barranco de las Encinillas
Hace menos de un año se llevaron a cabo una serie de excavaciones arqueológicas en algunos de estos fortines. Unos bonitos trabajos que pretenden poner en valor estos hormigonados vestigios de la historia de España, tan llamativos como la necesaria creación de la ruta señalizada. Circunstancia que anima a comprobar cómo ha quedado una simple limpieza de escombros, además de pequeños descubrimientos realizados por los responsables adecuados. 

A principios de marzo, un servidor y Bosco, intentamos infiltrarnos por dehesas molineras para tomar nota de los trabajos hechos. Sin embargo, un temporal de lluvia y viento nos obligó a huir, con riesgo de padecer un sospechoso constipado que acojonase a cualquier compañero de trabajo a inicios de la simpática primavera del 2020. Ahora, con un otoño recién estrenado y leves brisas acompañadas por débiles lluvias, volvemos, con la firme intención de asaltar la molinera ruta de los fortines. Con el agravante de la nocturnidad, en un fútil intento de pasar desapercibido en las primeras instancias del pateo. Porque enseguida te encuentras con un vecino madrugador, receloso de mi perro, y por ende, yo de los suyos. Porque en realidad son dos contra uno, pequeño percance que me permite descubrir que me he dejado la correa del chucho en algún sitio menos donde debiera. -Tampoco es para tanto, señor-. Tire para adelante que ya me quedo yo interpelando a una curiosa vaca que asoma el pescuezo tras un muro. Si fuera una maruja nos llamaría gamberros por molestar durante las mejores horas del sueño en tiempos inadecuados. 

Calleja de San Sebastián

Solventado el primer conflicto, abreviamos por una calleja con la firme intención de atajar por una bonita senda que nos embarque al inicio del camino de Las Cuevas. Allá donde destaca el fortín de Los Veneros. Uno de los afortunados que ha pasado por maquillaje y que sobresale pegado a uno de los roquedos que afloran a los pies de la colosal Peñota. El acceso al fortín ha sido tenazmente limpiado, hasta alcanzar la roca que en su día fue adecuada por los usuarios del mismo, al tallar unos escalones que permitieran acceder con facilidad al interior de la construcción. Desde dentro se observa parte de la dehesa y de un panel informativo que torpemente tapa la otra parte. El fortín contiene la fecha (1939) de su construcción marcada en su frontal y está bastante bien conservado. La recién excavada entrada, confiere un pequeño atractivo que permite ver el curveo de la trinchera, cuyo trazado se adivina por la zona trasera sin limpiar. 

Marcado el primero, proseguimos la excursión por la ancha pista del camino y con las nubes agarradas en las cumbres; dispuestas a soltar el chaparrón en cualquier momento. El camino de las Cuevas permite deslizar cortas visitas a alguna que otra cantera adyacente, hacernos perder el tiempo ensimismado por cruces labradas en algunas rocas o rebuscando un trazado distinto que nos lleve a alcanzar el paso que sortea, por lo bajini, la línea férrea. Unas vías que buscan cruzar la montaña en su camino hacia Segovia mientras que un bonito pórtico labrado en piedra conecta la dehesa bajo las vías del tren. Al llegar a este túnel se comprueba también como pasa alegremente la corriente del arroyo de La Peñota, ¡como un señor!, que entra a lo grande por puertas enmarcadas mientras brinca por la cantidad de pedrolos que pueblan este paso. Tras sortear el desigual y húmedo enlosado, tomamos otro atajo, campo a través mediante por las diferentes majadas abandonadas que quedan por La Solana, y que confieren un aire de romántico abandono a los distintos herrenales. Más aún, cuando la naturaleza adorna los muros levantados por la mano del hombre con su lento pero constante crecimiento.

Posición Majalcamacho

Entre retamas anda el juego, buscando la senda correcta de ascensión y calándonos a causa de una agradable llovizna que nos acompaña hasta alcanzar unos peñascos. Por ahí destacan un par de agujeros vigilantes. Orgullosos de permanencer en un balcón privilegiado pese a haber perdido la cabeza, volada desde su interior por los mismos bestias que antes se mataban en guerras. Parece que la excusa era recuperar metales de la construcción. El fortín recibe el nombre de Majalcamacho, quien exhibe con gallardía sus restos ante las buenas vistas del lugar, nubarrones incluidos.

Otros peñascos menos inclinados en su trasera son propicios a sacar el desayuno. Mientras preparamos el tentempié y Bosco lloriquea alguna golosina, oteamos el tendido horizonte madrileño donde se divisan faunas de todo tipo. Algunos esforzados beteteros elevan piñones que les permita subir con comodidad la ancha pista de la Molinera, mientras otro guardián solitario observa desde su atalaya a los domingueros que invaden las laderas de La Peñota. También hay tiempo para ver como sobrevuelan otros tipos de pájaros. Y si la miopía no me engaña, algún que otro buitre. Llenado el buche, descendemos por la Molinera, hasta que en el primer recodo surge la bonita senda del PR30. Una estrecha vereda que coquetea con las faldas de la montaña. Tras cruzar el segundo de los arroyuelos que atraviesan la senda, atrochamos hasta otros riscos que albergan al fortín del Barranco de las Encinillas. Otro desvalido sin cabeza, también sin techumbre pero con la misma enfadica ojeriza en sus troneras, dispuestas y vigilantes sobre el horizonte. Otros restos sobresalen de sus entrañas, ladrillos y metal retorcido dan una idea de los materiales utilizados en su construcción. 

Trinchera excavada en la roca, 2009

Al menos queda el cilindro interior donde aposentar las posaderas, porque la idea era bajar por la ladera y enlazar nuevamente con la Molinera. Pero hay bastante ganado suelto y voy sin correa. Así que volvemos al PR30, para buscar la escapatoria que proporciona una ancha pista llamada de Los Campamentos y estirar algo el pateo que para eso hemos madrugado. 

El leve rodeo regresa a Los Molinos hasta el trabajado acceso que sortea la vía férrea, junto a la urbanización de Los Arroyuelos. Por el camino se pierden las vistas al fortín de las Encinillas, dentro de una finca privada aunque retratada desde la distancia, y el fortín de La Molinera, también en finca privada. Aunque está última fue visitada en el pasado (2009) y toca tirar de archivo para rememorar su desvencijado estado. Por suerte aún quedaba bien marcada la entrada, excavada en la roca y algunas trincheras de alrededor. Muy similar a las ya vistas.

La excursión tiende ahora en bajada, por el camino del Calvario hasta una nueva urbanización: El Balcón de la Peñota. En uno de sus jardines está expuesto otro fortín, como los olivos centenarios en las rotondas. Coqueto, bien señalizado y cuidado como a un niño de bien dentro de las extensas urbanizaciones, parcelas y viviendas suntuosas que han terminado por ahogar el casco viejo de Los Molinos. Tal período de la influencia del antropoceno en el entorno, queda registrada en los numerosos restos que merodean los caminos molineros, porque en esta zona queda bastante porquería que ni los carteles, ni advertencias sancionadoras de tirar escombros esconden la vergüenza de las cerámicas, los ladrillos, baldosines y demás elementos constructivos. Tal masificación ha propiciado que la supuesta línea del frente o de las necesarias trincheras que deberían unir estas construcciones hayan desaparecido bajo el imponente argumento del progreso.

Al menos queda la decencia del trabajo tardío, como la realizada en el fortín de Majaltobar, rescatado del abandono y del vandalismo. Nuevamente destaca la trinchera que da acceso a la casamata, excavada en la propia roca y que pone de relieve los esfuerzos que realizaron en su construcción. La comparación con imágenes de mi archivo constatan la cívica limpieza realizada. Pero la excursión empieza a apurar su final, rodeando la cerca que impide acceder al sanatorio de la Marina, cuya parcela encierra otro fortín sin posibilidad de visita. Al menos queda mejor resguardado que del uso puedan dar de él. Como el último de la lista, llamado de Los Huertos. Usado como refugio para jóvenes nocturnos que ingieren sus bebidas de fuego tras la protección de unas paredes que superan los 50 cm de espacio. Esta casamata es el inicio de la ruta local, el final de la mía, al pie de unas dehesas molineras que propician buenas vistas del monte serrano, cuyos cielos han recobrado la claridad del sol.

Acceso a Majaltobar

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