31 de julio de 2015

The bank

Hace tres años ya mencioné en el blog, el título de esta película. Justo cuando inauguré mi particular sección dedicada a los debúts cinematográficos de los directores de cine. Tras la necesaria revisión de esta obra, considero que puedo mantener, en parte, la misma opinión del joven Javier del año 2002. The bank es un entretenido filme de 
La sombra del banco - Fandango
sobremesa. La parte positiva es que trece años después, me veo obligado a aupar algo más mi perspectiva de antaño, no solo por el cúmulo de premios y menciones que aglutinó la ópera prima de Robert Connolly a lo largo del mundo, sino porque la cinta se merece un punto por encima de esa catalogación, y porque además, el director australiano también
 logró el premio del jurado en el I festival internacional de óperas prima de Guadarrama. Festival que desaparecería cuatro años después, al parecer por el cambio de residencia de su director. 

Curiosamente el estreno de esta película se adelantó algo en el tiempo. Unos años más tarde y habría venido a huevo para exaltar aun más los ánimos de la sociedad española, bastante caldeados por la actuación de los bancos a lo largo de la crisis económica. La cinta de Connolly centra sus iras en una entidad bancaria que exige una continua mejora de los beneficios a sus altos cargos. Concretamente en Simon, el personaje interpretado por el conocido Anthony LaPaglia, quien representa al típico cabronazo capaz de vender a su madre por el bien del negocio. LaPaglia comparte protagonismo con Jim, (David Wenham, actor que daría vida a Faramir en la trilogía de El señor de los anillos) un genio de las matemáticas que intenta calcular, mediante un programa informático, los movimientos de las bolsas económicas para actuar, obviamente, con ventaja y con una clara ilegalidad. Visto ahora el percal de brokers estafadores, empresas fantasmas y gobiernos que se permiten el lujo de falsear números, el atractivo de la cinta redobla en su importancia por el menudeo que se traen las personas que se esconden tras los trajes de marca. En paralelo se incluye una tragedia familiar a la que el banco de turno parece haber ocultado información relevante sobre los riegos de financiarse con moneda extrajera. Mimbres bien conocidos por los sufridores de la recesión económica vía preferentes o clausulas suelos

De este modo la película discurre bajo los sobrios esquemas de la corrección. El amplio número de espacios cerrados siempre me lleva a equipararla con los filmes americanos destinados para televisión. Admito que The bank anda por encima de esa linea de producción gracias a unos giros más interesantes y desarrollados que los simples dramones televisivos, pero no consigue quitarse ese lastre de encima, menos aun cuando surge la sorpresa de la
Anthony LaPaglia - Fandango
venganza planificada desde vete tú a saber cuando. Pese a esta sensación constante la película tiene a su favor a la dupla protagonista. La candidez que desprende Wenham contrasta con la imponente presencia de LaPaglia, quien intimida incluso con la mirada en ese juego ético de los protagonistas, a quienes apenas aprietan los nudos de sus corbatas. Salvo cuando ven el verdadero peligro a través de un simple agujero en el bolsillo. La añadidura paralela de la familia timada por el banco contribuye a alzar algo el vuelo del conjunto. Un acierto por sacar al espectador hacia el exterior de las pesadas oficinas y por la utilización que hacen de su tragedia los dos actores principales, manejando a su antojo el dolor de la perdida. Una parte dolorosa que obliga al filme a redimirse en el lado contrario, en el amor. Relación que cubre a nuestro matemático particular y al que no le cuadran las cuentas. Tampoco al espectador, pese al buen hacer de la vertiente femenina. Falta química en la pareja y a su supuesto flechazo, cuya relación pretendía salirse de la obligada casualidad impuesta por los jefes para controlar su inversión. Reservas propias de quien ha elegido guiarse a través de la razón y del plan que meditaba bajo las sombras del pasado.


The bank de Robert Connolly
2001

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Mi agradecimiento personal a mi amigo, Juan Eladio Hernández, de Peliculos por haberme pasado una copia de esta película.

23 de julio de 2015

Tokio ya no nos quiere

Me he leído esta novela en varias ocasiones desde su adquisición en 1999. Con lo que queda clara mi particular devoción hacia este libro desde el principio, fundamentalmente por la posibilidad de borrar los recuerdos a base de pastilla. Solo El guardián entre el centeno puede sobrepasar el número de veces que habré hojeado las páginas de esta obra de Ray Loriga. Notable escritor madrileño, y citado en sus inicios en una especie de corriente contemporánea de finales del XX. Particular manía periodística de catalogarlo todo, porque en esos tiempos sobresalieron algunos jóvenes escritores que se han ido diluyendo del mismo modo que un azucarillo. 

Tokio ya no nos quiere es una novela hipnótica, atractiva, fresca y repetitiva. Una de sus particularidades es que destaca más la forma de contar las cosas que el fondo
de las cuestiones que trata. En un arranque parecido al propio debut literario del escritor en Lo peor de todo. Por el modo de contar las cosas. 


La trama presenta a un vendedor anónimo de una curiosa sustancia química que permite borrar los recuerdos de sus clientes. Aquellos que sientan la necesidad de olvidar un momento concreto, un amor perdido o un fin de semana pasado de rosca, no tienen nada mejor que dejarse arrastrar hacia este acertado negocio que extirpa la culpa de las conciencias. Esta nueva droga se consume de manera legal en el planeta.. Un pequeño adelanto temporal que el autor situó a principios del nuevo milenio. Introduciendo así una ligera visión futurista hacia el desembarco de los nuevos tiempos que depara el nuevo siglo XXI.

La presencia de este curioso producto engancha desde el inicio, dejando volar la imaginación por ver el uso y el juego que podría darse en una sociedad tan maleable, oportunista y maligna como la humana. Sin embargo, Loriga opta por un relato más intimo y centrado sobre el protagonista principal, quien acapara la voz cantante en un momento determinado de su existencia. En paralelo al lado personal, discurre el modo de contar la historia, cuyas frases se enrocan en una repetitiva fórmula que busca la gracia, la moraleja o la continua exposición de ideas del personaje principal. Una vez acoplados a la agradable escritura del autor, subyace una simple trama donde nuestro protagonista navega por el mundo cumpliendo con su trabajo. Y en donde intenta rascar lo suficiente para terminar de ahogar la perdida de una presumible mujer amada a través de la falsa felicidad que otorga la juerga. A lo largo de ese viaje, la acción se traslada continuamente hacia un enorme batiburrillo de hoteles, piscinas y aeropuertos. Tantos como para enumerarlos en una guía de viajes que nos llevan desde las reservas indias de Arizona hasta los budas gigantes del sureste asiático. 

Dentro de esta pequeña aventura, se expone el análisis de una sociedad decadente y arrojada hacia los deseos carnales. En un sin pas, las relaciones entre personas han enterrado los anticuados prejuicios morales por la diversión que garantiza el intercambio de fluidos. Además de la acelerada necesidad de consumar tanta felicidad en una larga lista de estupefacientes. Abunda en exceso la barra libre de diferentes clases de subidones, la insustituible graduación alcohólica para abrir boca y las alocadas juergas para deleite de mentes calenturientas y cercanas al negocio del protagonista, pues esa química se transforma en el medicamento necesario cuando se sobrepasan ciertos limites. 

Estructurada en capítulos, Tokio ya no nos quiere despega la imaginación y el interés en sus cinco primeros episodios, donde acompañamos al protagonista en su constante mercadeo, encuentros sexuales y tránsitos hoteleros. Curiosamente a Loriga se le oscurece la idea de como cerrar la novela. Sin ningún tipo de motivo ni de necesidad por parte del lector, el autor se descuelga por el absurdo de tener que explicar el germen de su maravilloso producto, a la vez que cierra ciertos recuerdos personales que han ido apareciendo esparcidos a lo largo de esta corta novela. Inexplicablemente todo quedaba mejor cuando se seguía la senda intimista, como tras disfrutar del capítulo dedicado a una experiencia médica denominada como Pennfield, ahí donde quedaba claro el título del libro y el recurrente recuerdo de la borrosa figura femenina. La chica a quien un día amaba y no se sabe muy bien porqué, tanto desea olvidar, hasta intentar dar carpetazo al asunto con la invención de su muerte. Aunque de eso tampoco se puede estar seguro.


...es el recuerdo, no el olvido, el verdadero invento del demonio.

Tokio ya no nos quiere
Ed. Plaza y Janés. Edición de Bolsillo - 1999
Ray Loriga

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15 de julio de 2015

Las Guerras Clon

La inclusión en el blog de esta serie animada tiene que ver con la importancia de las llamadas Guerras Clon en el universo Star Wars. Primero, porque cronológicamente Obi Wan ya destacaba la figura de Anakin Skywalker en el episodio IV, como un héroe en ese conflicto armado cuando narraba al joven Luke algunos detalles de su padre. Y en segundo lugar,
porque sirve de puente entre los episodios II y III de la saga fílmica. De este modo surge la necesidad de dotar cierta importancia a este pequeño apartado de acción bélica con los protagonistas de las películas. Genndy Tartakovsky fue el encargado de encabezar los 25 capítulos que componen esta serie, con una línea de dibujo bastante acentuada y en donde se exagera la seriedad de los personajes con continuas cejas entrecerradas. Posteriormente, la maquinaría de George Lucas reemprendería una nueva serie creada por ordenador sobre las Guerras Clon, con nuevos personajes, nuevas aventuras y deseos comerciales. Aunque sea está en concreto la serie que encierra cierta importancia, al servir de nexo entre diferentes episodios como se ha descrito anteriormente. 

La serie de Tartakovsky se divide a su vez en dos temporadas o volúmenes. Ambos protagonizados por Obi Wan Kenobi y su padawan Anakin Skywalker. Los veinte primeros capítulos tienen la particularidad de su corta duración, apenas unos tres minutos donde queda claro la importancia de la acción, con algunas imágenes espectaculares; todo hay que decirlo, por encima del desarrollo narrativo. Menos mal que a día de hoy puede verse
todo seguido dentro de una entretenida hora de animación. En la parte dramatizada se continua con la línea rebelde del joven Anakin ya vista en el episodio II. Personaje que desobedece en más de una ocasión a su mentor, en una clara línea continuista. El resto de la historia se reduce básicamente a la invasión y conquista de un planeta rebelde por parte de los protagonistas, mientras que en paralelo se introduce a una supuesta aspirante a Sith, con el único objetivo de concluir la función con el inevitable enfrentamiento de espadas láser como colofón a este primer envite. Citar la existencia de algunos episodios independientes de la trama central, y que solo sirven para exagerar las virtudes de los caballeros Jedi. Tan pasables como las exageradas batallas entre droides y jedis.

Lluvia y espadas láser
Llega la segunda temporada, y la serie de animación gana enteros gracias a la extensión del minutaje, unos doce minutos por episodio de los cinco que componen este volumen. Para empezar, se termina por presentar a un personaje esencial del siguiente film, La venganza de los Sith. El general Grievous, quien termina por enlazar el soberbio capítulo anterior con el inicio de esta segunda temporada a través de una atractiva operación de rescate. Las Guerras Clon continúan con su marcado desgaste militar, cuyos costes propicia el cambio de estatus del joven Skywalker, al ser nombrado finalmente Caballero Jedi. Nuevamente se repite la formula de la historia paralela. Obi Wan y Anakin son enviados a una extraña misión en la otra punta de la galaxia, mientras que el conde Dooku y Grievous exponen su magistral ataque a la capital de la República. La invasión avanza de manera desmesurada hacia la simple acción y a la inquietante persecución de Grievous por capturar al canciller Palpatine. Por suerte, la aventura de Anakin tiene un marcado viaje interior premonitorio hacia la autodestrucción, donde nuevamente se subraya el trágico devenir del supuesto elegido. Argh! Que bien hubiera quedado si justo ese punto fuera el punto de inflexión de este macarra.

Como nota curiosa, citar el parecido físico de los habitantes de este planeta con los Na´vi de la película Avatar, de James Cameron. Tan azulados, amigos de la naturaleza y adornados con plumas. El ciclo animado concluye magistralmente con el inicio del Episodio III, enlazando esta acertada propuesta de sumar, en el ya de por si extenso universo fílmico ideado antaño por George Lucas.

Coruscant asediada

Clone Wars, 2003
Genndy Tartakovsky
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La ristra:
La amenaza fantasma
El ataque de los clones
- Las Guerras Clon
La venganza de los Sith

7 de julio de 2015

Rojo amanecer en Lepanto

Hacía mucho tiempo que no me encontraba en una tesitura semejante. Llevaba leídas cinco, diez o tal vez quince páginas, seguramente demasiadas, y no hacia otra cosa que leves paréntesis donde me preguntaba si merecía la pena seguir insistiendo. Hubo momentos, en que la disyuntiva se alargaba en un ingrato combate moral acerca del supuesto fracaso que supone abandonar la lectura de un libro. Mientras que en otro sentido se encontraba la postura donde impera una lógica aplastante. La necesidad de racionalizar el tiempo del que se dispone. Finalmente, Rojo amanecer en Lepanto ha superado el envite de ser devuelto a los estantes de la biblioteca sin que descubriera ciertos porqués de la batalla de Lepanto, y sobre las figuras de los protagonistas de la historia, don Juan de Austria y don Alejandro Farnesio. 

Gracias a mi debilidad por la historia, las dudas iniciales han sido contrarrestadas para poder
Siempre hay una segunda oportunidad
llegar hasta el final, con el único objetivo de ilustrarme sobre este período concreto de la historia de España. A sabiendas del poco premio que la literatura iba a otorgarme por mi educado esfuerzo. El autor de esta obra responde al nombre de Luis Zueco, quien debutaba en la escritura novelada con el único acierto de escoger un hecho fundamental y atractivo históricamente. Es la gracia que tiene la novela histórica. Que los sucesos ocurridos suelen ser interesantes por si solos. Si a esto le sumamos la importancia de los acontecimientos narrados en esta novela, sólo me queda el deseo personal de mejores escritos por otros autores y alguna que otra producción cinematográfica que den valor a la importancia de los hechos que aquí se narran. 


La labor de Zueco se remite a ordenar una serie de sucesos, imagino que bien documentados, para soltarlos en orden cronológico e interpretar su conjunto a través de una prosa deficiente. Para ello escoge la figura del noble Alejandro Farnesio como narrador principal, y su cercana amistad con el hijo bastardo del emperador Carlos V, el mencionado Juan de Austria, quien obtuvo el privilegio de ser reconocido por su padre. Ambos personajes encaran el protagonismo principal a raíz de sus aventuras en la universidad de Álcala de Henares, participando en la vida de la corte y en las posteriores tramas políticas y actos bélicos de la época. Por desgracia, la narrativa carece de la calidad literaria para representar con interés tales acontecimientos. 

En cierto modo podría inventarme el término de escritura express, si se me permite el lujo de acuñar una especie de estilo literario, para poder ubicar al autor del libro. Y esto se debe porque no hay ningún tipo de profundidad, ni en tramas ni en personajes. En Rojo amanecer en Lepanto parece existir la necesidad de contarlo todo a una velocidad tan excesiva, que coloca al libro junto al contemporáneo producto del usar y tirar. Y gracias con lo de usar, porque desde mis tiempos de adolescente no había abandonado la lectura de un libro, Tiempo de silencio de Luis Martín Santos mantiene, lamentablemente, ese dudoso honor.

Para muestra un simple ejemplo, cuando la reina Isabel I de Inglaterra envía a dos emisarios a entrevistarse con Juan de Austria, pero esté tiene en su poder un libro sobre diferentes personalidades de Europa que le ayuda a identificar a uno de los ingleses como un famoso asesino. A esta breve descripción súmenle una línea más por parte del autor en la novela y ya podemos pasar al siguiente conflicto. Zueco no le dedica mayores glorias al entretenimiento y menos aun a la literatura. El modelo de escritura es básicamente simple, mascado, directo y sin engullir, alcanzando grandes cotas de adolescencia cuando a nuestros ilustres personajes de época emplean un reconocible tuteo actual en los diálogos, nada que ver con otros buenos palabros que empleasen vuesas mercedes.

- Ves como era sólo cuestión de esperar. El rey os estima en gran medida.
- Tenéis razón, majestad.
- ¿Os acordáis de cuando quisisteis partir hacia Malta?
- Je, je. ¡Claro que si!


Luis Zueco
ED. De Librum Tremens - 2011