La guerra de la Independencia continua acaparando episodios de cierta importancia en la serie novelera creada por Galdós. Ahora toca dar pábulo a uno de los movimientos clave de la posterior derrota francesa: la guerra de guerrillas. Porque dada la superioridad del ejército invasor y una serie de derrotas del exiguo ejército español, se echaron al monte una buena colecta de aventureros, bandoleros, exmilitares, simples civiles y buscavidas para conformar toda una serie de partidas guerrilleras que aprovecharon el conocimiento del terreno y los ataques por sorpresa, para hostigar a los franceses en diversos puntos de España.
La importancia de estas cuadrillas fueron elevando, a múltiples personajes, en valiosos activos a lo largo de la guerra, siendo reconocidos sus nombres por las diferentes Juntas de gobierno que daban validez a los guerrilleros como soldados defensores de la patria. Por supuesto, el guía de esta primera tanda de Episodios Nacionales y narrador, Gabriel de Araceli debía dejarse caer por esas tierras perdidas para exponer a uno de los personajes más notables: Juan Martín, el Empecinado.
En resumidas cuentas, se acabará la guerra, y los que lo han hecho todo quedaranse más pobres que antes, mientras que los uñilargos irán a Madrid a comerse en paz lo que han merodeado a nuestra costa. Si somos unos héroes, señor don Juan Martín, si la historia se va a ocupar de nosotros y a ponernos por las nubes; pero comeremos pedazos de gloria y páginas de libro. Saturnino Albuín
Galdós logra recuperar el pulso narrativo que decayó tras Cádiz. Seguramente demasiado hermética por la importancia de los actos que recogía tal ciudad. Pero en esta novena novela de la serie, estructurada en dos actos principales, el escritor canario tiene mayor libertad a la hora ficcionar su relato, describir su argumento y poder elaborar a sus protagonistas, cuyo deslenguado parloteo, deslumbra por la riqueza y salero con la que se mueven estos personajes extremos. Destacan algunas personas relevantes, como Samuel Albuín, el Manco, personaje real que evidencia la dificultad de guiar a estos bandoleros; la curiosa inclusión de un niño de apenas dos años enrolado a la causa o el regreso de secundarios anteriores como Luis Santorcaz, quien mantiene una función importante dentro de la particular historia del narrador. Por otro lado, Galdós ha ido destacando ciertas figuras en textos anteriores desde una mirada singular, normalmente caricaturizada o llevada hasta cierto extremo que sobrepasa el limite de la credibilidad. En esta novela, destaca sobremanera la aportación de un clérigo llamado Mosen Antón. Su inclusión se hace desde una perspectiva exagerada, salvaje y enérgica que logra superar la bufonada en la que suele caer Galdós. El cura es una constante figura desafiante, tan típica dentro del cainismo español, como dejarse llevar por sus alucinaciones patrióticas, la malsana envidia y el desmesurado ego de su misión divina.
En Juan Martín El Empecinado, el autor vuelve a dar mayor empaque a su historia desde un punto de vista más cercano a personajes sacados del pueblo, en un amplio conglomerado de personas que pululan por encima de los grandes nombres. Se da voz al insigne Juan Martín, pero también a sus lugartenientes y a las historias propias que aglutina su partida de guerrilleros. A todos ellos, se dedica una primera parte protagonizada por las andanzas de los bandoleros, las escaramuzas contra el francés y las rivalidades indicadas. Pero hay una segunda parte destacable y capitalizada casi por completo por Gabriel de Araceli. En otras ocasiones, Galdós desenvolvía a su protagonista con otros sucesos de importancia como una presencia secundaria situado en las esquinas, como un mero oyente. En otras, cobraba fuerza su propia acción dentro de algún hecho concreto. Pero en esta ocasión toma mayor importancia en una aventura personal emparentado con la continua persecución de su amada Inés. Menudo trajín lleva el muchacho. Por lo menos, Galdós regala al lector unos hechos propios y mejor elaborados en un pueblo perdido de la Alcarria, la aventura de Gabriel apunta a mayores dificultades como gancho para continuar la lectura en el siguiente episodio.
-¡En marcha! Gritó mosén Antón no con palabras, sino con aullidos; no con entusiasmo, sino con exaltación salvaje.
Benito Pérez Galdós