En concreto son dos imponentes molinos que parecen datar desde la Edad Media. Ambos restos han sido felizmente señalizados en una promocionada ruta en la localidad de Navalagamella, y adecuado su trayecto a través de paneles informativos y de sus correspondientes hitos para que nadie se pierda. Además, cuenta con la facilidad de ser circular y acoger una humilde distancia que favorezca realizar la excursión en familia. En la misma web de turismo del pueblo, se destaca una leve descripción, perfil y mapa detallado. En nuestro caso particular optamos por la facilidad de arrancar directamente del amplio parking situado junto al mirador del Hondillo. Un gran espacio abierto que deleita las vistas de este particular balcón, donde dejar escapar la mirada hacia las dehesas que copan el horizonte. Junto al mirador, destaca en bajada la amplia Cañada Real Leonesa, un vial que desciende paulatinamente a la búsqueda del arroyo del Molino del Hondillo. A pesar del poco esfuerzo que requiere caminar en bajada, la mayor de las niñas comienza a dejar constancia de sus escasas ganas por darse un garbeo en familia. Curiosamente el curso del agua contiene un extraño efecto embaucador sobre los niños, pues fue llegar al cauce del arroyuelo y olvidarse de cualquier mal anterior con la única ayuda de un simple puente de madera.
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Molino del Altillo y su didáctico panel
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Sin embargo, la ruta continua sobre ese ancho y arreglado camino, con la idea clara de recuperar parte del desnivel perdido y encarar leves cuestas que elevan nuevas protestas andarinas por parte de la niña, manifestando en diversos momentos su escaso ánimo a patear y buscar aliadados en su hermana menor. En ocasiones, primaverales mariposas de colores logran distraer sus mentes unos instantes; en otras, algún pájaro cantor. Pero a pesar de estas pequeñas ayudas, la opción más repetitiva y eficiente será la tiránica orden paterna del "tira para adelante, h...as", junto a la loca variante de hacer oídos sordos y seguir con paso firme como si tal cosa. Por suerte, el camino se hace más llevadero hasta alcanzar al río Perales en un amplio descansadero. En este lugar, destacan las ruinas del antiguo puente del Hoyo en una parada que permite observar los trabajos realizados en recuperar parte de su estructura. Nuevamente el agua amansa, cual flautista de Hammelin a las fieras con la estrafalaria idea de darse un baño. Ahí, el perro fue el único que sacó provecho de su facilidad de meterse en corrientes de cualquier temperatura. Y tras un breve receso, donde las benjaminas deseaban haber traído cubo, pala y rastrillo, sus padres emprendemos el camino por la senda paralela al río, en un atractivo paseo junto al agradable rumor del Perales, al lado de unas praderías que realmente invitaban a arrojarse al solaz regazo del astro rey.
Pero la piedra comienza a ganar presencia, en un breve espacio de tiempo ganan terreno, obligando a las aguas a despeñarse por un barranco que va ganando altura frente a la violencia del agua por escapar de las ciclópeas formas que adopta la roca. A la vista aparece una enorme estructura metálica que desentona entre las encinas y con el entorno. Su circular forma de tubería sortea el río como un puente sobre el precipicio creado por el agua. Aunque su función no es otras que una conducción del Canal de Isabel II que traslada al liquido elemento desde Valmayor a San Juan. Vista las modernidades, continuamos por la senda a la búsqueda de las antiguallas. Pero antes conviene advertir de la existencia de algunos tramos enrevesados a lo largo de la vereda. Porque en ocasiones hay que sortear grandes bloques graníticos, mientras que en otras, toca descender con cuidado y paciencia algún tramo complicado por su inclinación. Incluso cargando a la pequeña como a un fardo en algún tramo. Por lo menos nos hemos quedado sin las quejas que surgieron al principio de la excursión. Se ve que la aventura infantil gana enteros cuando surge alguna complicación y andan más entretenidas entre baches.
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El embaucador arroyo del Hondillo
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La senda recupera protagonismo al alcanzar al primero de los molinos indicados: El Altillo. Realmente llamativo el tamaño de su estructura gracias a unas dimensiones que destacan sobre la cercanía del río y con un panel indicativo en su base que permite imaginar cómo molía la harina. El siguiente molino anda un poco más abajo, en un camino abierto que permite adivinar la mano del hombre a la hora de abrir camino sobre las rocas; despejando cualquier obstáculo que suponga alcanzar al segundo de los protagonistas: el molino de Baltasar. En comparación, éste último es más humilde en tamaño, cuyo resto principal es su estructura circular y la notable altura que hay desde el río hasta la senda.
Vistas la moles graníticas y de su valor harinero, conviene recordar que hay repartidas varias mesas a lo largo de la ruta, unos merenderos apropiados para dar lustre a la tortilla de patata, por supuesto, con cebolla. Lamentablemte, el trayecto se divorcia del río al llegar a la altura de una vivienda privada y correspondientemente vallada al intruso. La opción principal era proseguir la ruta por el camino que rodea la vivienda a izquierdas para después regresar al pueblo a la caza de un imponente resto bélico de la Guerra Civil: un Blockhaus situado justo a la entrada. Pero para llegar a tal fin habría que recorrer un previsor camino llamado de los Berrinches. Ni idea de donde procede tal acertado nombre sobre la posibilidad de aguantar una nueva disputa infantil. Para evitar tal trance, optamos por atajar por el ramal a derechas de la citada vivienda. Denominada como senda Botánica. En realidad se trata de la vereda paralela al arroyo del Hondillo, cuya agradable cúpula arbolada nos traslada hasta casi el inicio de la ruta; allá donde se cruza con la Cañada Real, dando origen a los avisados berrinches por tener que remontar la bajada del inicio. Siempre quedará la recompensa del alimento dominguero para acallar las protestas que siempre surgen cuando el camino se pone algo cuesta arriba y el estomago anda en deseos de colmar su vacío.
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Molinos del río Perales