Recientemente se ha cumplido una efeméride relacionada con el nacimiento de Pío Baroja. Uno de los escritores españoles más importantes de su historia, situado en la recordada y estudiada generación del 98. Aprovechando tal cuestión, Madrid ciudad, se auto promocionó a través de la publicación de un libro que recogía algunas de las calles, plazas y recodos que recorrería el bueno de Baroja, tanto en sus obras como en vida. Una opción interesante, al transformar la ciudad capitalina de finales del XIX y principios del XX, en escenario de muchas de sus tramas. De su amplia obra, de su importancia literaria, seguramente se deje aparcada para conmemorar el centenario de su muerte. Ya sabía muy bien el bueno de Baroja, que en España lo fúnebre tiene mayores pompas que lo vivo.
El cartel promocional |
El protagonista de la novela es Andrés Hurtado, alter ego del propio Baroja, quien nos sitúa de inicio en la sociedad madrileña de finales del XIX mientras cursa sus primeros años de medicina. A partir de ahí seguimos el devenir de este personaje, en un clásico viaje de aprendizaje que va moldeando la experiencia vital del protagonista.
El libro viene estructurado a través de numerosos capítulos cortos y sirve para observar como representa parte de la vida española de la época. Ese retrato suele ser bastante penoso, triste y vulgar, sobre todo cuando Baroja tiende a acumular múltiples personajes a lo largo de los textos; a todos ellos los suele caricaturizar normalmente en negativo, para después despacharlos y no volver a darles cabida en las páginas siguientes. Una distinción que muestra la diferencia entre las clases pudientes, burgueses venidos a menos y los últimos de la fila, aquellos a los que dedica mayor espacio. La situación política y económica española tampoco acompaña, por ahí destaca la percepción de la Guerra de Cuba, la importancia de cómo se toman los españoles el conflicto y cómo afrontan la pérdida de las últimas colonias de España en 1898.
En la parte individual, el bueno de Hurtado comienza a percatarse de que su carácter huraño, seco y directo, choca con las falsedades que mantienen con viveza buena parte de los españoles; aquellos que arrastran los males de antaño sin que haya renovación alguna en diversas instituciones. Los profesores del año preparatorio eran viejísimos; había algunos que llevaban cerca de cincuenta años explicando. Sin duda no los jubilaban por sus influencias y por esa simpatía y respeto que ha habido siempre en España por lo inútil.
Sin embargo, Hurtado se rinde rápidamente. Es un tipo practico que arrastra su hastío en soledad, sin querer involucrarse en aventuras quijotescas que puedan revolver un país del que señala sus males y piensa constantemente en las mejoras necesarias que necesita. Las expone pero se muestra incapaz de mover las voluntades de sus conciudadanos. Normalmente, su visión está sustentada en la ciencia y en los avances técnicos que aporta la maquinaría. Su forma de ver la vida, nada tiene que ver con sus coetáneos, incluida su estancia como médico en un pueblo de Castilla, allá donde los lugareños andan tan atrasados en sus costumbres como los de la gran ciudad en las suyas. Por este lado, la novela destaca por el retrato que presta su autor a través de su melancólico personaje, mediante un estilo directo que encadena diversas anécdotas entretenidas gracias a la incorporación de numerosos secundarios.
El árbol de la ciencia es una agradable novela que logra leerse de manera amena gracias al sencillo estilo de Baroja. Sin duda, su mayor logro consiste en el retrato que realiza sobre el estilo de vida de los españoles de aquellos años. Incluido los males que todavía perviven en nuestros días. A pesar de la imperante naturaleza negativa, hay dos opciones que permiten aliviar los males de Hurtado. Su relación con una joven llamada Lulu se hace desde una entrañable distancia a lo largo del relato, una pequeña esperanza que se extiende desde su juventud estudiantil hasta la inevitable búsqueda de sentido a su existencia. Después queda un toque filosófico que acompaña a Hurtado a lo largo de la novela, del mismo modo, destaca una larga perorata que mantiene con su tío (otra figura clave del texto) a medio camino de poder optar por saltársela, si gustan.
Acabado nuestro cerebro, se acabó el mundo. Ya no sigue el tiempo, ya no sigue el espacio, ya no hay encadenamiento de causas. Se acabó la comedia, definitivamente.
El árbol de la ciencia
ED El País Clásicos españoles, 2004