Una carrera que supone mi segunda prueba deportiva del año y a medio camino del #ObjetivoFilípides del 2015. Para empezar, dejaba atrás una buena ventolera serrana, cuando en la autovía me crucé con otro vehículo que portaba una bicicleta sobre el techo. Desde lejos parecía un velero que buscaba los vientos que la trasladasen hacia el monte, mientras que por mi parte me dieron ganas de atar las zapatillas en la antena del coche para manifestar públicamente mis intenciones al dirigirme hacia el suroeste del pueblo grande. Algo de morriña merodeaba por mi cabeza, incluso aumentaron cuando el número de ciclistas diseminados por Aluche, y posteriormente en la Casa de Campo, disfrutaban del soleado domingo.
La marea no respeta ni los semáforos Fotografía extraída de la web de la prueba |
Cinco minutos antes de las 9.30 me acerco a la salida, sita en la calle Guareña, y como somos tantos me cuelo por donde puedo hasta avistar que me encuentro rodeado, tanto por delante como por detrás de gente adornada de diversos colores. A ojo debo de andar por el medio mientras se intuye que arranca la carrera por delante, aunque yo y quienes me rodean avanzamos pasito a pasito hacia el arco de salida.
El perfil de esta media maratón destaca por ser bastante sinuosa. En principio los primeros 12/13 kms tienden hacia abajo, con alguna que otra cuesta hacia arriba empeñada en llevar la contraria. La posterior parte final lógicamente tiende a recuperar lo perdido, con alguna que otra bajada también de por medio. De este modo, y al ser tantos en el inicio, me dejo arrastrar por la masa de corredores donde prácticamente copamos el ancho de la calle. De hecho, íbamos más o menos siempre los mismos en marcheta por este distrito madrileño, hasta que de repente topamos con el primer avituallamiento en el km 5 con poco más de 25 minutos. Justo después hay un desvío a mano derecha, donde surge la primera cuesta seria del día. Por estos lares vi por primera vez los cartelones de los kms completados y pude así tener ciertas referencias de tiempos.
La carrera se dirige hacia la Casa de Campo, entre bajadas y algún que otro perdido repecho que me hace recordar la clásica atracción jubilada, denominada como Siete Picos, a mi paso por la puerta del parque de atracciones. Dentro de este espacio se nota la sombra de los arboles en la temperatura ambiente, que contrasta con el sudor que recorre frentes y espaldas. El camino asfaltado, de este verdadero pulmón verde, se dirige hacia el lago para marcar el punto de retorno. No recuerdo bien si fue en el km 10 o el 11 donde comprobé
El de blanco se me parece |
Antes de salir de la Casa de Campo, el circuito tiene un requiebro donde nos cruzamos con los que van por delante. Perfecto para buscar con ahínco el globo que marcase el tiempo deseado. Lamentablemente no debía de andar por la marabunta de gente que corría delante y alcancé el giro para convertirme en los corredores que huían anteriormente hacia abajo, cambiaba de bando, mientras observaba a quienes nos perseguían por detrás.
Una nueva bajada sirve para coger carrerilla para afrontar la llegada de la cuesta Aisa. Un pequeño muro que forma ya parte de la mitología de esta carrera, al transformar durante unos momentos a los corredores en desesperados peces boqueadores mientras intentamos superar el empinado asfalto. Como recompensa, una larga bajada nos lleva hasta una rotonda que nos desvía después por la larga calle de Valmojado. Km 19 y compruebo que llevo 1.31 y largo. A pesar del esfuerzo acumulado, mi cabeza aun da para cerciorarse de que no llego al 1:40, aunque cabezonería aparte, sigo apretando en esa larga recta, de hecho se me hace tan larga que no logro visualizar el final de esta condenada calle. Pasado el 20 noto cierto cansancio pero como queda tan poco continuo empujando con lo que resta, hasta llegar por fin al tartán de la pista de atletismo, donde ya apuro lo que puedo para cruzar la linea de meta y detener mi crono personal en 1.41:25". Cerca de ese medio objetivo que me había planteado realmente para la próxima media maratón.
La meta |
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