27 de febrero de 2024

Frankenstein

Es un icono mundial. Un nombre y figura reconocida a lo largo y ancho de la cultura popular, cuya historia ha sobrepasado con holgura a las letras originales. Aunque el tiempo transcurrido también ha jugado en contra; al ser su historia adaptada en diferentes formatos, reinterpretaciones y alguna que otra actualización interesada que ha terminado por crear, a estas alturas de nuevo milenio, una idea general distinta de los textos originales. Por ello, conviene reivindicar la obra original, la historia compuesta por la británica Mary Shelley, publicada por primera vez en 1818 para que no caiga en el moderno manoseo de adaptar un texto a la actualidad. Han pasado dos siglos desde entonces, un tiempo que ha servido para asentar la efigie del monstruo de Frankenstein como uno de los grandes ogros de las historias de terror.

En el contexto de la creación del libro, suele citarse, con reiteración aunque con necesidad de contar la anécdota, el peculiar verano que Mary y su pareja, Percy Shelley, disfrutaron en Ginebra; al visitar al amigo y poeta lord Byron en un período complicado por las condiciones climáticas, achacadas a diversas erupciones volcánicas que arrebataron el habitual verano a los europeos de la época y cuyas continuas lluvias terminaron por encerrar, a los citados veraneantes, en una amplia casona a la espera de que escampara. Tal circunstancia, provocó una idea memorable: crear cada uno de los invitados una historia de fantasmas. Un confinamiento que también provocó el nacimiento de El vampiro, obra de John Polidori; la semilla a la que se agarraría Bram Stoker para crear su famoso, Drácula. Para mayores referencias sobre el atinado encuentro, pueden verse los filmes, Gothic, de los años 80 o la más cercana, Mary Shelley de 2017. 

Quien salió ganando del viaje estival fue Mary Shelley y su obra inmortal. Frankenstein representa un aviso notable sobre la ambición del hombre, aupado económicamente por la revolución industrial y por el afán de los continuos avances científicos que disparan la imaginación hacia la posibilidad real de crear vida. La clásica referencia humana a jugar a ser Dios.  A esa loca carrera destina su tiempo y genio un adinerado estudiante: Viktor Frankenstein, cuya enfermiza idea le lleva a dar pie al nacimiento del científico loco con su maniática misión. Pero Viktor solamente busca explorar los limites de la capacidad humana, sin plantearse las consecuencias de sus actos. La vida y la muerte me parecían fronteras imaginarias que yo rompería el primero, con el fin de desparramar después un torrente de luz por nuestro tenebroso mundo. Al fin y al cabo, el hombre suele actuar buscando el bien y en la novela, la autora hace hincapié en el dolor que supuso la pérdida de la madre del protagonista al comienzo del relato. Como si ése hecho tuviera que ver con la posterior obsesión de Viktor. Sin embargo, una vez creada la criatura, Viktor la rechaza sin remisión, sin mayor condescendencia que a reconocer, en la fealdad de su creación, la demostración palpable de su soberbia, del peligro que puede acarrear sobrepasar ciertos limites, e irresponsablemente huye del lugar para caer en extrañas fiebres de culpabilidad o conciencia.

Y el engendro se escapa, a su libre albedrio por el mundo. Porque en realidad es un recién nacido con la salvedad de medir cerca de dos metros y medio. Y su cuerpo, hecho de los conocidos retales descritos mil veces, contiene mayor capacidad de resistencia a las inclemencias del tiempo y con una dieta más básica que le permite sobrevivir sin mayores sacrificios a pesar del abandono. Y lo primero que busca es lo que haría cualquiera: intentar socializar, reconocer a sus semejantes y hasta lograr integrarse, si eso fuera posible con la dificultad de su exagerado y deforme corpachón que provoca el desprecio y el miedo de todas las personas con las que se cruza. Y claro, alguien debe pagar el pato de sus desgracias, y nada mejor que buscar al hacedor y pedir cuentas de la chapuza de mundo al que le ha soltado. 

Viktor Frankenstein es el protagonista absoluto del relato. Su criatura, a la que se le niega incluso un nombre propio, se mantiene casi siempre en un segundo plano, salvo en el intermedio de la novela, cuando toma el protagonismo del texto y nos explica sus intentos de lograr ser aceptado. Pero el miedo se impone a su alrededor y debe buscar, en la soledad de la naturaleza, el lugar donde poder establecerse en paz. Las montañas salvajes, los lagos, bosques profundos y el amplio espacio del campo, también son los lugares donde el protagonista intenta serenar su mente y nervios. Anda atormentado por la responsabilidad de su creación y de la acumulación de los daños que viene reconociendo a su alrededor. Un temor que se transforma en una amenaza continua hacia sus seres queridos. ...no obstante había atraído una maldición sobre mí, tan fatal como la de un crimen. Es un bonito contraste y una muestra continua en la novela la descripción de paisajes junto a la melancolía de los personajes. Un romanticismo que embiste la habitual oposición de la esencia natural frente a la ficción, digamos que científica, aunque sea levemente y muy por encima del trasunto de la experimentación y el trabajo de laboratorio. 

La novela deriva hacia la rivalidad entre el creador y el monstruo. Por mucho que se esconda, las consecuencias de sus actos persigue a Viktor Frankenstein allá a donde vaya, un mal, que atormenta su vida y la de sus seres queridos por un ser, al que se le ha negado la humanidad y busca completarse de algún modo, y la venganza es una herramienta de sobra conocida. El texto entra ahí en una deriva repetitiva, alargando la resolución del conflicto bajo una continua advertencia que busca ampliar el desasosiego de Frankenstein hasta los limites de la cordura. Y del mundo. Es una constante en textos más antiguos, aquellos que a pesar de la letanía, saben sobrevivir con sobrada clase el exceso de detalles y descripciones. Es una obra indispensable

Hasta los enemigos de Dios y de los hombres tienen amigos y compañeros en su desolación. Yo, en cambio, estoy solo.

Frankenstein

Mary Shelley

2 de febrero de 2024

La traductora

Algún simpático rey mago debió pensar que tocaba actualizar algo mis lecturas. Seguramente, sus buenas intenciones estén orientadas a que un servidor se acerque algo más a libros contemporáneos frente a mis habituales visitas a obras pasadas. De esa guisa, tocó desembalar, con sorpresa, un libro titulado El enjambre. Novela cuya autoría corresponde a la dupla formada por José Gil y Goretti Irisarri, autores de otros títulos durante varios años y firmados en pareja. Pero al indagar un poco sobre el regalo, cabe destacar que hubo una obra precedente: La traductora. A poco que se rasgue un poco sobre ambas obras, se señala en diferentes sitios internautas, que pueden leerse por separado, sin necesidad de continuidad ni segundas aventuras. Pero oye, por si acaso, uno se da un garbeo por la biblioteca del barrio y arrancamos por el principio, que tampoco pasa nada por postergar el obsequio para más adelante y evitar sorpresas de empezar a leer por los tejados, que ya me ha pasado en otras ocasiones.

Curiosamente, La traductora tiene su trama narrativa en el siglo pasado. Alrededor del cacareado encuentro que mantuvieron Francisco Franco y Adolf Hitler en Hendaya. Justo después de la Guerra Civil Española y durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Una reunión enigmática gracias a la propaganda, al llegar Franco unos 8 minutos tarde. Como todo buen español. Pero el retraso da lugar a especulaciones y diretes interesados. Y de ese atractivo hueco, los autores de La traductora plantean una interesante trama de espionaje cuyo protagonismo recae en Elsa Braumann, hija de padre alemán y madre española que sobrevive en la España de posguerra traduciendo libros para una editorial. Su conocimiento del idioma alemán, la sitúan en la órbita militar para que sirva como traductora en el encuentro entre Franco y Hitler. Y de ahí, a la importancia de una reunión, que pueda meter de lleno a España en una nueva guerra, surge un movimiento paralelo con la intención final de ayudar a los aliados europeos contra Alemania y aspirar a derrocar al general Franco en beneficio de la monarquía española. 

En medio del tinglado destaca la protagonista, una humilde traductora de libros dentro de un hecho extraordinario, un aspecto muy hitchconiano y cinematográfico, escoger a un ciudadano normal y aparentemente al azar, ante un complot de mayor envergadura.

-Una abeja, ¿eh? -replicó divertida-. No sé si la imagen me beneficia.
-¿Por qué no? Las abejas son criaturas extraordinarias: capaces de hacer miel y de morir matando.

Una estructura que le hace bien a la novela, recurrente a la hora de ubicar una narración repartida entre diferentes escenarios y personajes que sirvan de base para construir el relato. Allí donde todo debe ir destinado a confluir y atar cabos al paso de las páginas. Por un lado están los militares españoles, con el capitán Bernal a la cabeza del plan de seguridad del futuro encuentro. Y por otro, los conspiradores, liderados por un aburguesado catalán apodado como el Relojero. Entre medias surgen los secundarios y las habituales relaciones que se establecen entre todos para construir un texto ágil y de fácil lectura. Cabe destacar la sencillez de una mujer que se ve envuelta en una trama, que lógicamente tenderá a enredarse para lograr llamar la atención del lector con diferentes giros que compliquen la misión propuesta. Son habituales en el genero y en parte están bien colocados para que el texto no decaiga cuando aparezcan las necesarias referencias personales. Esas que ayudan a conocer a los personajes para observar su posterior crecimiento en la aventura propuesta. El mejor ejemplo es la hermana de Elsa, la joven e impulsiva Amelia.

Cabe destacar el trabajo de documentación, con múltiples referencias al Madrid de la época; tanto al señalar el estado de las calles, tras la bombas caídas durante la guerra; como citar comercios históricos en determinados lugares de la capital; o el singular estado de un metro cuyo suburbano sufría múltiples cortes. Hay también referencias al cine y a la literatura, obvio si tenemos en cuenta el oficio de la protagonista, aunque seguramente haya ciertas alusiones personales de los autores, sobre todo cinematográficos (la constante referencia a qué diablos se refiere el título de Lo que el viento se llevó) y otras más curiosas e innecesarias, como indicar la publicación de un libro por aquellas fechas de un tal Tolkien (El hobbit)

Personalmente tengo una tara lectora, seguramente dada por intereses personales, hacia un mayor desarrollo literario o descripciones que considero importantes. Por eso, hecho de menos una mayor exposición en diferentes fases. Como por ejemplo cuando Elsa deambula por el piso que los militares le han otorgado mientras preparan su misión. En esos pasillos y habitaciones, se acumulan una cantidad ingente de libros que el antiguo propietario ha intentado salvaguardar de un futuro incierto mientras Elsa se pregunta por la enorme colecta, por su antiguo propietario, sus intenciones y demás ideas que darían para un par de páginas. Pero esta fantasía se resuelve con un párrafo, escueto si tenemos en cuenta que el inquilino anterior y sus libros tienen su particular historia en la novela. 

La traductora tiene otros puntos interesantes, una especie de aroma a clásico (lo siento, tengo que citar a Casablanca), como si fuera un filme en blanco y negro y su facilidad a la hora de hilvanar una trama con continuas sorpresas, sin complejos de saltar entre las diferentes historias que acumula o encarar a personajes dados en demasía hacia el estereotipo. El nazi Gunter Schlösser atemoriza e impone con sus salidas dictatoriales, pero le faltan matices  que le enriquezcan frente a la idea preconcebida del malo malísimo, y por ende, tiene el peligro de caer en la caricatura. Tan innecesario, como su ficticia conversación sobre la belleza con Antonio Palacios. Aunque estamos en una trama de espías, sirva de homenaje al gran arquitecto de Madrid su breve aparición en la novela. Al menos queda la protagonista, y su periplo sobre un mundo masculino al que debe superar, sin mayores armas, que la tenacidad demostrada por el ser humano en situaciones extremas.  

La traductora
José Gil Romero y Goretti Irisarri
Ed. HarperCollins, 2021