Es un icono mundial. Un nombre y figura reconocida a lo largo y ancho de la cultura popular, cuya historia ha sobrepasado con holgura a las letras originales. Aunque el tiempo transcurrido también ha jugado en contra; al ser su historia adaptada en diferentes formatos, reinterpretaciones y alguna que otra actualización interesada que ha terminado por crear, a estas alturas de nuevo milenio, una idea general distinta de los textos originales. Por ello, conviene reivindicar la obra original, la historia compuesta por la británica Mary Shelley, publicada por primera vez en 1818 para que no caiga en el moderno manoseo de adaptar un texto a la actualidad. Han pasado dos siglos desde entonces, un tiempo que ha servido para asentar la efigie del monstruo de Frankenstein como uno de los grandes ogros de las historias de terror.
En el contexto de la creación del libro, suele citarse, con reiteración aunque con necesidad de contar la anécdota, el peculiar verano que Mary y su pareja, Percy Shelley, disfrutaron en Ginebra; al visitar al amigo y poeta lord Byron en un período complicado por las condiciones climáticas, achacadas a diversas erupciones volcánicas que arrebataron el habitual verano a los europeos de la época y cuyas continuas lluvias terminaron por encerrar, a los citados veraneantes, en una amplia casona a la espera de que escampara. Tal circunstancia, provocó una idea memorable: crear cada uno de los invitados una historia de fantasmas. Un confinamiento que también provocó el nacimiento de El vampiro, obra de John Polidori; la semilla a la que se agarraría Bram Stoker para crear su famoso, Drácula. Para mayores referencias sobre el atinado encuentro, pueden verse los filmes, Gothic, de los años 80 o la más cercana, Mary Shelley de 2017.
Quien salió ganando del viaje estival fue Mary Shelley y su obra inmortal. Frankenstein representa un aviso notable sobre la ambición del hombre, aupado económicamente por la revolución industrial y por el afán de los continuos avances científicos que disparan la imaginación hacia la posibilidad real de crear vida. La clásica referencia humana a jugar a ser Dios. A esa loca carrera destina su tiempo y genio un adinerado estudiante: Viktor Frankenstein, cuya enfermiza idea le lleva a dar pie al nacimiento del científico loco con su maniática misión. Pero Viktor solamente busca explorar los limites de la capacidad humana, sin plantearse las consecuencias de sus actos. La vida y la muerte me parecían fronteras imaginarias que yo rompería el primero, con el fin de desparramar después un torrente de luz por nuestro tenebroso mundo. Al fin y al cabo, el hombre suele actuar buscando el bien y en la novela, la autora hace hincapié en el dolor que supuso la pérdida de la madre del protagonista al comienzo del relato. Como si ése hecho tuviera que ver con la posterior obsesión de Viktor. Sin embargo, una vez creada la criatura, Viktor la rechaza sin remisión, sin mayor condescendencia que a reconocer, en la fealdad de su creación, la demostración palpable de su soberbia, del peligro que puede acarrear sobrepasar ciertos limites, e irresponsablemente huye del lugar para caer en extrañas fiebres de culpabilidad o conciencia.Y el engendro se escapa, a su libre albedrio por el mundo. Porque en realidad es un recién nacido con la salvedad de medir cerca de dos metros y medio. Y su cuerpo, hecho de los conocidos retales descritos mil veces, contiene mayor capacidad de resistencia a las inclemencias del tiempo y con una dieta más básica que le permite sobrevivir sin mayores sacrificios a pesar del abandono. Y lo primero que busca es lo que haría cualquiera: intentar socializar, reconocer a sus semejantes y hasta lograr integrarse, si eso fuera posible con la dificultad de su exagerado y deforme corpachón que provoca el desprecio y el miedo de todas las personas con las que se cruza. Y claro, alguien debe pagar el pato de sus desgracias, y nada mejor que buscar al hacedor y pedir cuentas de la chapuza de mundo al que le ha soltado.
Viktor Frankenstein es el protagonista absoluto del relato. Su criatura, a la que se le niega incluso un nombre propio, se mantiene casi siempre en un segundo plano, salvo en el intermedio de la novela, cuando toma el protagonismo del texto y nos explica sus intentos de lograr ser aceptado. Pero el miedo se impone a su alrededor y debe buscar, en la soledad de la naturaleza, el lugar donde poder establecerse en paz. Las montañas salvajes, los lagos, bosques profundos y el amplio espacio del campo, también son los lugares donde el protagonista intenta serenar su mente y nervios. Anda atormentado por la responsabilidad de su creación y de la acumulación de los daños que viene reconociendo a su alrededor. Un temor que se transforma en una amenaza continua hacia sus seres queridos. ...no obstante había atraído una maldición sobre mí, tan fatal como la de un crimen. Es un bonito contraste y una muestra continua en la novela la descripción de paisajes junto a la melancolía de los personajes. Un romanticismo que embiste la habitual oposición de la esencia natural frente a la ficción, digamos que científica, aunque sea levemente y muy por encima del trasunto de la experimentación y el trabajo de laboratorio.
La novela deriva hacia la rivalidad entre el creador y el monstruo. Por mucho que se esconda, las consecuencias de sus actos persigue a Viktor Frankenstein allá a donde vaya, un mal, que atormenta su vida y la de sus seres queridos por un ser, al que se le ha negado la humanidad y busca completarse de algún modo, y la venganza es una herramienta de sobra conocida. El texto entra ahí en una deriva repetitiva, alargando la resolución del conflicto bajo una continua advertencia que busca ampliar el desasosiego de Frankenstein hasta los limites de la cordura. Y del mundo. Es una constante en textos más antiguos, aquellos que a pesar de la letanía, saben sobrevivir con sobrada clase el exceso de detalles y descripciones. Es una obra indispensable
Hasta los enemigos de Dios y de los hombres tienen amigos y compañeros en su desolación. Yo, en cambio, estoy solo.
Frankenstein