Con esta novela, se supera el ecuador de la primera tanda de los Episodios Nacionales de Galdós. Y arranca con el joven protagonista, Gabriel de Araceli, junto algunos de sus compañeros camino de Zaragoza en busca de refugio. Pero en la capital aragonesa andan bastante atareados después de haber resistido un fuerte asedio anterior por parte de las fuerzas francesas. La estratégica situación geográfica de la ciudad la convierte en un deseado objetivo por su conexión con la capital de España y la cercanía de la frontera con Francia. De este modo, Galdós vuelve a situar a su protagonista en un momento concreto y hacerle participé de la heroica resistencia que los habitantes de Zaragoza plantearon al ejército invasor a finales del acaparador año de 1808. La parte histórica señala una resistencia feroz, una enconada lucha que cuenta con parentescos similares a las mitificadas resistencias numantinas. Una demostración propia de la épica interesada, que sirva a posteriori para idealizar los arrebatos patrióticos de no dejarse conquistar por extranjeros.
Pero el relato de Galdós también se encarga de dotar vida a la ciudad y de rellenar los espacios necesarios por donde discurren los personajes de la historia. Como la familia Montoria. Uno de los apellidos más notorios de la ciudad y cuyo patriarca, José de Montoria, acoge al bueno de Gabriel, y a su vez, éste, entabla una buena amistad con el menor de sus hijos: Agustín. El típico hijo espabilado en las letras cuyo destino anda encaminado a seguir los pasos de Dios. Pero ay, en su camino se cruza Cupido con una de sus melosas flechas y cuyo veneno le hace sucumbir a los encantos de María. Una hermosa joven que corresponde con amor juvenil las miradas, abrazos, palabras y deseos del futuro clérigo. Un importante obstáculo es que ella es hija de Jerónimo Candiola, un mezquino prestamista enemigo de los Montoria. Surge así un drama conocido, expuesto en numerosas historias donde dos jóvenes deben superar las cadenas del vínculo familiar para mantener la ilusión de estar juntos frente a las adversidades, y con los cañonazos de los franceses como música de fondo. En el trasfondo de tan dramático noviazgo llegan los arañazos de la guerra, a través de un sitio descomunal, descrito por Galdós a lo largo de una novela que llevó a los extremos la resistencia humana a lo largo de 2 intensos meses.
Seguramente, el reconocimiento popular de Trafalgar, ligada a su importancia bélica europea y a la llamativa batalla naval, tenga más audiencia o mejor publicidad entre los lectores. Pero en esta novela, Galdós se supera a la hora de describir el colosal asedio, con la llegada del enemigo en las primeras páginas y el rápido arranque de las hostilidades sobre los barrios más alejados de la ciudad. Después, se abre paso a la cronología, al relato de la historia ficcionada con sus personajes, arrebatos, deseos y miedos, como cuando la batalla se desplaza a los muros, a los barrios de los vecinos y la matanza alcanza el interior de los mismos edificios. Todo vale en esta fatídica lucha, incluso escarbar los mismos cimientos de las viviendas para derribar una resistencia que llega a ser tildada de fanática.
Galdós logra con sus textos involucrarnos en el trascurso de la contienda, empapar al lector con el sabor del polvo, la ceniza y la carne quemada. Para ello aporta una buena cantidad de detalles sobre el desarrollo de la lucha. Gabriel parte como narrador pero cede el protagonismo a la misma guerra, rodeado de los necesarios personajes secundarios que acompañan al protagonista a lo largo del libro. Como la inclusión de la histórica heroína Manuela Sancho y sus actos más nobles en la defensa de la ciudad. Por supuesto también hay espacio para la exagerada devoción religiosa sobre la figura de la Virgen del Pilar. El ídolo necesario al que agarrase en medio de la desesperación.
Zaragoza acumula bastante acción, en ocasiones algo aturullada, pero es una novela de Galdós, quien exhibe, en los necesarios paréntesis, su habitual verborrea a la hora de describir a personajes y las múltiples peroratas que escapan de sus bocas. De la exagerada caricatura, en la que siempre cae Galdós para rebajar a ciertos miserables de episodios anteriores; se agradece, que en esta ocasión que la descalificación se centre en el odioso Jerónimo Candiola y su continua retahíla de faltas describen al viejo como a un verdadero usurero; una garrapata miserable alejada del habitual tono humorístico cuando la tragedia de la muerte pulula a su alrededor. Es un pecado mortal, es un delito imperdonable dejarse matar cuando se deben piquillos que el acreedor no podrá cobrar fácilmente.
El asalto de Zaragoza. January Suchodolski Museo nacional de Varsovia - WikiCommons |
En parte es lo normal, si la lectura del libro expone las calamidades de la guerra sobre los habitantes de la ciudad. El asedio copa el protagonismo a lo largo de la novela, una épica que encuentra muestras constantes en la desaforada lucha por defender una tapia, un convento, un portal; y como la matanza se traslada después a las viviendas y sus protagonistas andan pendientes de sacar las navajas a la distancia adecuada mientras cruzan los dedos para no quedar sepultados bajo los escombros, cuando las voladuras buscan derribar la frenética resistencia desde túneles subterráneos. .. después de habernos batido y destrozado en la superficie, nos buscábamos en la horrible noche de aquellos sepulcros para acabar de exterminarnos. En todo asedio serio, hace acto de presencia la hambruna con el paso del tiempo. La escasez de alimentos obliga a los defensores al racionamiento y a la rapiña personal, la desesperada búsqueda de poder tragarse un roñoso mendrugo de pan. El paso de los días hacen mella en la salud de los defensores, diezmados por las heridas y la acumulación de cuerpos sin vida que facilitan la propagación de las epidemias. Un cuadro bastante alejado de las glorias de quienes se agarran al valor de una bandera; un trapo que pierde todo sentido cuando el asedio media entre glorificar el valor de estos hombres frente a la locura de seguir resistiendo sobre las ruinas. Han pasado diez días y Zaragoza no se ha rendido porque todavía algunos locos se obstinan en guardar para España aquel montón de polvo y ceniza.
Normalmente, la habilidad de Galdós a la hora de dotar gracia y verborrea a sus personajes llegaba a eclipsar buena parte del relato. En Zaragoza se mantienen los retratos populares de las clases más bajas. Pero también es cierto que, tanta batalla y tanta acción, aparece descrita con el mismo brío de quienes son capaces de defenderse con uñas y dientes. Sin duda, una obra a reivindicar en la enorme colecta de los Episodios Nacionales.
Zaragoza
Benito Pérez Galdós, Alianza Editorial
Benito Pérez Galdós, Alianza Editorial
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