Después de los padecimientos librados por Henry Wilt en la novela cuyo título deriva de su apellido, la segunda obra de la saga deja transcurrir un breve lapso de tiempo desde los acontecimientos pasados. Un breve espacio donde destaca la escalada social de Wilt, tanto en su faceta profesional; ahora dirige el departamento de Artes Liberales de la escuela, como en la boyante parte económica; su sueldo ha aumentado lo suficiente como para mudarse a un barrio pijo de Ipford. Gracias también a la colaboración de una herencia familiar por parte de Eva, la esposa de Wilt. A todas estas buenas noticias hay que sumar la extensión familiar por cuadriplicado, pues ambos son ahora responsables de cuatrillizas, con el lógico quebradero de cabeza que conlleva tal responsabilidad. Tanta buena noticia no casa con el sentimiento de derrota que caracteriza la personalidad de Henry Wilt, consciente de su posición al verse rodeado entre tanta mujer. Una cierta melancolia que no duda en confesar a su confidente y colega Braintree, en una buena muestra de texto introductorio donde poner al corriente a los lectores de cómo se las gastan las retoñas del protagonista.
Las tribulaciones de Wilt arranca con una falsa apariencia de clase acomodada y de felicidad pero que está a punto de verse trastocada por los caprichos del destino. Y en esta ocasión, el escritor Tom Sharpe apuesta por una opción que incluye a un pequeño grupo terrorista en el transcurso de la novela. Una cuestión interesante, si tenemos en cuenta la postura cómica del libro al tener que incluir la habitual violencia que caracteriza a los idealistas que usan la fuerza para imponer sus ideas. Un curioso comando anticapitalista que tendrá el mal ojo de cruzarse con Wilt y su familia.
Aunque antes de meterse de lleno en este conflicto de envergadura, el autor propone propone coger carrerillla mediante una larga introducción que nos sitúe en este nuevo espacio que otorgue tiempo a que surjan los pequeños problemas cotidianos a los que deba hacer frente Wilt. Como la responsabilidad de vigilar al profesorado de su departamento o como el propio Wilt acaba en urgencias por pasear con excesiva cercanía la chorra sobre unos rosales espinosos. Pequeños disparates marca de la casa, donde Sharpe da muestras de su maestría, al enredar de manera constante a su protagonista en situaciones bastante variopintas. Incluido el amor pasional, infantil e idealizado que supone obsesionarse de una imagen física, una joven femina a la que Wilt catapultará a sus altares más personales, en un acto tan irracional como preludio a la hecatombe aleatoria de que un grupo terrorista se cuele en tu vivienda.
Una circunstancia particular y también peligrosa, donde un torpe habitual deba tener la mentalidad fría para poder calcular cómo salvar el pellejo y el de sus hijas. Por suerte, su media naranja también adquiere el protagonismo que reivindica cada leona cuando a alguien se le ocurre amenazar a sus cachorros. Y como ya ocurriera en la novela precedente, Eva tiene su propia aventura y desarrollo. Y en estos tiempos tan modernos, conviene reivindicar a la mujer de Henry y al autor, al repartir suerte de manera equitativa entre ambos pese a la fama que arrastra la vertiente masculina. Eva ya tenía su particular protagonismo precedente y en esta ocasión vuelve a relucir su lado visceral, directo o prehistórico, en este caso da igual porque al final es una madre desesperada por querer estar junto a sus hijas, aunque su modo de proceder logre efectos más cercanos al desastre entre quienes intentan simplemente ayudar en algo. Por su parte, Henry directamente mola por otras facetas más dadas a su capacidad para el enredo, el absurdo y el disparate, gracias a su conocida charlatanería. Una virtud que se aprovecha para rebuscar la complicidad del lector y la siempre agradable carcajada, ante lo inverosímil que puede volverse el devenir de la situación propuesta por Sharpe.
Sin embargo y pese a las buenas maneras de su autor, Las tribulaciones de Wilt tiene bastantes vaivenes en su narrativa. Se quiera o no, es bastante difícil mantener el entretenimiento a lo largo de tantas páginas que en ocasiones suena a relleno. La novela puede dividirse en dos actos principales, el primero ya referido a una suerte de puesta al día, con el conflicto terrorista en el horizonte y como culmen del relato. Por ahí viene la dificultad añadida de dotar de gracia a un largo encierro, allí donde los terroristas se hacen fuertes en la vivienda de Wilt. Y aunque haya momentos delirantes y divertidos, pesa en exceso la posibilidad de que, tanto los vecinos cercanos como los mismos terroristas, padezcan el mismo perfil idiota que sus protagonistas. Un buena forma de acudir al clásico formato de que todo pueda ir a peor, un carrusel difuso, repetitivo en algunos casos y sin la capacidad de sorpresa cuando toda la acción anda enclaustrada en una única vivienda. A pesar de esta última sensación descrita, conviene destacar que la novela cumple con creces el objetivo de entretenimiento basado en momentos hilarantes, tan divertidos que tal vez la expectativa andaba por encima de lo esperado.
La generación actual es mucho más exigente de lo que nosotros éramos. Son más maduros físicamente. -Quizá lo sean, pero Henry dice que mentalmente están atrasados.
Las tribulaciones de Wilt
Tom Sharpe
Ed RBA, 1993
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