25 de noviembre de 2021

El regreso

A principios del siglo XXI debutaba cinematográficamente, Andrey Zvyagintsev, director de origen soviético cuya trayectoria profesional se fraguó en diversos trabajos para la televisión, incluida una faceta interpretativa como figurante y secundario, tanto en cine como en la propia televisión. Gracias a cierta base televisiva en la dirección, terminó por dar el salto a la pantalla grande con El regreso, y sentar las bases de un cine propio desde el principio. Un sello que le ha permitido alcanzar cierto reconocimiento internacional, y extender el éxito del debut al resto de su filmografía. Ya en 2003 sorprendía al llevarse el máximo galardón del festival de Venecia, junto al premio de mejor ópera prima del mismo certamen y otras condecoraciones a lo ancho del globo. Pero en Venecia fue el punto de partida y la presentación de un autor gigantesco, cuyo periplo profesional ha ido acumulando prestigiosos reconocimientos festivaleros cada vez que estrenaba nueva película. El éxito llegó en el mismo debut, con una ópera prima que puso de manifiesto las intenciones de un autor más interesado en exponer preguntas que en responderlas.

Ideal para hacer botellón

El regreso está protagonizada por dos hermanos que reciben con sorpresa el retorno de la figura paterna después de 12 años de ausencia. En todo ese tiempo, los niños Andrey e Iván, han estado viviendo con su madre, ignorando una sombra familiar de la que apenas recuerdan algo. Para poder reconocer al padre incluso recurren a buscar una antigua fotografía que dé por buena el rostro del recién llegado. Este reencuentro anda marcado por una frialdad exagerada, hasta el punto de crear una tensión constante de la que se duda que sea feliz, deseada o temida. Tal incógnita se incrementa gracias al uso de los silencios, unos silencios tan incómodos que sólo queda la opción de recurrir a los gestos, a las miradas y a los actos de los personajes para indagar qué diablos pasa entre los principales miembros de esa familia.

Para colmo surge el viaje, el necesario trayecto que transforme a los adolescentes a lo largo del metraje. A priori, las intenciones del padre suenan positivamente, partir con sus dos hijos en la clásica excursión a pescar, momento adecuado para conocerse y recuperar el tiempo perdido. Sin embargo, las incertidumbres del pasado chocan con un presente que desconoce qué ruta seguir. Porque el padre acumula un aura misterioso y autoritario que rompe de inmediato la expectativa del reencuentro feliz. 

La película toma entonces el aspecto de una road movie a través de una Rusia rural, profunda y salvaje, apartada de las grandes urbes con el objetivo de alcanzar algún lago concreto. Y tras más de un desencuentro, sobre todo dado por el menor de los hermanos, surge la duda del vaivén, del moverse a lo loco por el ancho país ruso y el desconcierto que produce la actitud de un padre que otorga ciertas pistas que parecen falsas, como las repetitivas llamadas telefónicas, o su dictatorial modo de comportarse. Por ahí se intuyen algunos demonios que corroen a ese hombre incapaz de ejercer de padre tras tanto tiempo de ausencia, o que simplemente hubiera preferido seguir siendo un fantasma que se hubiera hundido tranquilamente en el recuerdo de alguna fotografía. Son tantas las imágenes con las que juega Zvyagintsev, que parece querer coquetear con la mentalidad del espectador a través del doble sentido y del simbolismo que se apodera de los elementos que rodea al trío protagonista. 

Al director ruso se le ha ido equiparando, a lo largo de los años, con uno de los grandes cineastas de la historia: Andrei Tarkovski. Básicamente por compartir nacionalidad y exhibir un modelo similar a la hora de contar historias. A Tarkovski siempre le acompañara el mantra de la faceta poética que transmitían sus imágenes, junto a unas historias alejadas de los ámbitos comerciales. Con Zvyagintsev sucede algo parecido, gracias al cuidado uso de la fotografía y su utilización para subrayar las ideas que cuentan sus películas.

Como por ejemplo el uso del agua, el liquido elemento anda ligado tanto al bautismo católico, como a las clásicas pruebas de valor juvenil, aquellas donde los jóvenes consideran importante saltar desde una altura considerable sobre el agua para mostrar su hombría ante los demás. También el agua aparece a la hora de imponer castigos, como cuando el más pequeño reta la autoridad paterna y es abandonado a la intemperie del aguacero. Un jarro demasiado frío como para recuperar la esperanza de un destino feliz. Sobre todo cuando la solución pasa por ir hasta una isla abandonada, guiados por un barquero más cercano a la figura de Caronte, que a la del padre Abraham, tras superar los chicos un verdadero diluvio para poder alcanzar la costa. En esa isla deberían darse algunas respuestas, las que siempre busca el espectador y en este caso llevan tiempo ocultas, escondidas, como un tesoro bajo tierra. Aunque seguramente el premio esté dentro de la imaginación que provoca el visionado de una película tan apasionante como el debut de Andrey Zvyagintsev.


Andrey Zvyagintsev, 2003

11 de noviembre de 2021

El juego del calamar

Ha sido un éxito mundial. Pocas veces puede verse un fenómeno similar que logre cautivar a tanta gente en un espacio de tiempo tan corto. Una buena muestra del acelerado negocio que plantean las plataformas audiovisuales, las mismas que exponen sus productos a la misma velocidad que se consume. Y aún queda por ver hasta dónde puede llegar la trituradora de la oferta sin descanso, derivada hacía un público que devora tendencias y promociones de portada sin pararnos a digerir las maravillas y las mierdas que consumimos. Aunque reconozco que la burbuja lleva tiempo extendiéndose sin recibir, de momento, signos de agotamiento. Al menos queda el consuelo del habitual triunfo que suele darse en quienes lo merecen, como esta serie surcoreana, que viene a demostrar el talento audiovisual de un país que sigue arrastrando el reconocimiento de los premios que Bong Joon-ho ha obtenido con Parásitos, aunque es justo reconocer que occidente ya había abierto las puertas a diversas producciones orientales que han ido marcando huella en una amplia mayoría de espectadores. El juego del calamar remarca esa tendencia, siendo la producción más vista del videoclub online más potente del planeta. Y encima, hay varios motivos que aupan a esta serie al reconocimiento popular, y también el de la crítica.

Eliminado!

El juego, en teoría, pretende entretener a los poderosos, aquellos que disfrutan desde el palco vip las desventuras de la plebe. Un grupo de marginados, con demasiadas deudas a sus espaldas, son tentados a participar en una serie de juegos infantiles con la promesa de un gran premio en metálico para el ganador final. Pero la gymkana propuesta se convierte en un juego a vida o muerte, y la supervivencia individual trastoca la mentalidad humana de los concursantes a la siempre atractiva y sádica exposición del sálvese quien pueda. 

Por ahí entra un variado grupo de personajes, para que el creador de la serie, Hwang Dong-hyuk, pueda ejercer el clásico ejercicio de profundidad, matices e intereses de cada uno de ellos a lo largo de los nueve episodios expuestos. Y que el espectador elija entre la habitual morralla que suele agruparse entre los más desfavorecidos de la sociedad. Incluidos los que se han hundido en el fango por ambición profesional o simplemente, buscando el éxito en negocios ilegales. De todos ellos, destaca Seong Gi-hun, interpretado por un acertado Lee Jung Jae que capitaliza el protagonismo principal, desde una hiriente posición patética y de aparentar ser un simple que intenta salvaguardar cierta honestidad humana. Sobre todo cuando la postura más fácil a adoptar sea la de la barbarie, ésa que surge cuando las situaciones extremas aparezcan entre los concursantes y haya necesidad de escoger bando.

Pero no toda la serie se sustenta en el suspense de conocer el siguiente juego macabro, o cómo el derramamiento de sangre desborda las mentes de los débiles, que parecen haberse olvidado que la violencia impera el mundo entero desde cualquier noticiero televisado. Incluidos los avisos colegiales a los padres donde están matriculados sus hijos. 

La serie arranca con un punto de partida muy útil en la ficción surcoreana: el uso del humor en contraste de la violencia que posteriormente subraya. Aunque éste nos parezca estridente, es necesario remarcar cómo Hwang utiliza firmemente situaciones cómicas para presentar y dar cabida la presentación de personajes. Incluso cuando la vida misma pende de un hilo, ahí aparece alguna coña o postura divertida que suavice la gratituidad del uso de la violencia. A la par, navega uno de los puntos fuertes de la serie para dar credibilidad a la necesidad de los personajes en adentrarse en tan tenebroso juego, gracias a un memorable segundo capítulo: con una clara exposición de crítica social, en especial al sistema que predomina en las sociedades avanzadas y donde siempre hay quienes se quedan atrás por falta de oportunidades, la lógica competitividad o por su propia torpeza. Pero el dinero está ahí para resolver casi cualquier cosa, como una simple estancia en el hospital o poder pagarse un billete de autobús. Un sistema que termina por degenerar a algunos, y por afán del contrario, de los afortunados, ofrecer nuevas opciones a quienes sirvan de cobaya o de entretenimiento a los beneficiados de la riqueza creada.

Muy fan del personaje
El juego del calamar ha sido una agradable sorpresa, cuya fortaleza anida en la inteligencia de proponer un escenario tan macabro en contraste a la alegria que debieran recordar los juegos de la infancia. La serie contiene numerosas sorpresas, emociones y giros entretenidos, incluido algún memorable cliffhanger que lamentablemente pierde gracia al ser tan sencillo pasar de un capítulo a otro. Cómo sería, hoy día, tener que esperar una semana entera para ver el siguiente capítulo, cuanta magía e incertidumbre perdida en apenas unos segundos. Es la maldición de las jodidas plataformas, los maratones o las velocidades asociadas al consumo. Las mismas que nos llevan alegremente a observar como sobreviven personas en islas, se ponen a jugar delante de vaquillas o saltando sobre puentes acristalados sin red. La gracia del entretenimiento futuro vendrá asociado al morbo de verdad, en aquel que logre emocionar al que comodamente disfruta del dolor ajeno. La telerrealidad ya ha propuesto diversiones semejantes, sólo nos falta la que logre salpicar sangre. Llegará el día que las pidamos y paguemos por ella. 

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El juego del calamar
Hwang Dong-hyuk, 2021

5 de noviembre de 2021

Wilt no se aclara

Instalado definitivamente en la localidad de Llafranc (Gerona), Tom Sharpe volvió al negocio de la escritura después de un evidente parón de unos diez años. Seguramente, el estado de su salud tuvo que ver con ese pequeño detalle, al dedicar a la sanidad catalana la publicación de esta novela en 2004. Y nada mejor que recuperar el pulso literario con su personaje más emblemático para acumular una cuarta aventura: Wilt no se aclara. El apellido protagonista que alcanzó un notable éxito desde su primera aparición en el ya lejano 1976. 

vs campiña Ibérica
Tras los sucesos acaecidos anteriormente, Sharpe tiene el problema de cómo lograr sorprender a los lectores sin repetirse en la trama central. Para ello, opta por alejarse de la escuela politécnica donde Henry Wilt ejerce su profesión y buscar nuevos argumentos en las vacaciones de verano. De entrada, se expone una agradable invitación de viajar a EEUU para visitar a una tía de Eva, la esposa de Henry Wilt. Esta familiar está casada con un rico empresario americano y ambos carecen de descendencia. Esta circunstancia provoca que Eva vea una buena oportunidad de que sus hijas puedan heredar parte de la fortuna del matrimonio Immelman. Pero Wilt tiene otros planes bien diferentes y miente descaradamente para lograr tener unas vacaciones en soledad, alejado de la familia y con la clara idea de realizar una peregrinación por la campiña inglesa.

Ante este prometedor inicio, la familia Wilt afronta el verano de manera separada; con dos destinos bien marcados donde desatar los habituales equívocos que logren enredar a las personas que tengan la desdicha de cruzarse en su camino. Eva y sus cuatrillizas provocarán, sin quererlo, una investigación por tráfico de drogas al conversar simplemente con un conocido traficante de estupefacientes. Aunque serán las hijas del matrimonio protagonista quienes darán rienda suelta a una larga lista de travesuras que amenazan con llevar a la quiebra la empresa y reputación de sus tíos americanos.

Wilt por su parte y también sin quererlo, se verá inmerso en una complicada trama de venganza que mediará entre un importante miembro de la cámara de los lores, a su esposa y al amante de ésta. Visto así, Sharpe parece querer prevalecer una investigación policial donde poder ridiculizar, tanto a los arrogantes americanos y sus fantasiosos métodos, como la ineficacia policial inglesa. En todo el proceso argumental, caben destacar las premisas habituales de su prosa. Como la acumulación de situaciones estrambóticas que tienden a situarse de manera casual, encajando las alocadas piezas de una manera tan solvente, que Sharpe logra convencernos de que la locura es el resultado más sencillo por el que discurre la vida que representa. Dentro de ese espacio singular, Sharpe acoge con agrado dar rienda suelta a los enredos liderados por personajes aún más peculiares que la dupla protagonista, y digo peculiares por buscar una palabra amable sobre la colección real de pervertidos, ineptos y desdichados que discurren a lo largo de las páginas. Porque parece mentira que la ficción de Sharpe esté especializada en repetir los mismos roles y las mismas perversiones, ancladas en trabajadores saturados a punto de explotar, vulgares deslenguados y repetitivos gustos sexuales.

Está claro que el autor se ve forzado a buscar nuevas vías a explorar y ampliar situaciones donde poder ubicar los nuevos disparates de Eva y Henry. Normalmente toda continuación tiende a exagerar, a ampliar el tamaño del envoltorio para situar las nuevas aventuras en la fácil postura del más difícil todavía. De algún modo hay que llamar la atención. Es evidente que Sharpe busca sorprender con una hipérbole que exponga el descomunal embrollo que suele crear, y dentro de esa locura, atrapar a los lectores con un humor dispuesto a recoger cualquier atisbo de extravagancia e irracionalidad.

Sin embargo, el lector pierde la referencia de Henry Wilt. Éste se convierte en un actor secundario dentro de una novela en la que parece estar de paso. Los lectores afines a Wilt echarán en falta la aportación de tal singular personaje en una historia en la que parece ser una estrella invitada en la novela de otro autor. Incluso hay momentos donde cualquier lector llega a preguntarse dónde diablos está Wilt pasadas unas 150 páginas. Sin duda, el conflicto que Sharpe expone tiende a donar el protagonismo a personas ajenas al elenco principal, aunque estén igualmente idas de la azotea. Al menos la novela cumple su mera función de entretenimiento, ya sólo queda la espera del rescate final en el último capítulo de la saga. 

Wilt no se aclara
Tom Sharpe
Ed Anagrama, Contraseñas, 2004

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