Se cumplen 30 años del debut de Frank Darabont. Y para quien escribe, parece que fue antes de ayer. Pero no, ha pasado la redonda cifra de tres décadas que han terminado por convertir a, Cadena perpetua, como una de las mejores películas de la historia. Y mejor aún, en un clásico moderno ideal para que las nuevas generaciones se acerquen a un modelo de cine elevado a la categoría de arte, e incluso, para aquellos incapaces de retroceder en el tiempo y tiendan a huir de filmes en blanco y negro. Curiosamente, Darabont llegó a realizar una película anterior, pero destinada a la televisión por cable, Enterrado vivo. Título de menor caché, olvidada aposta por todos para elevar el estreno cinematográfico del director a la gran pantalla. A la tonta necesidad de etiquetar al cine, al verdadero, a la exposición pública y previo paso por taquilla en la mágica lona blanca. También queda mejor tener como referencia un estreno inmejorable.
Otra efeméride importante indica que Darabont acumula este año 65 inviernos. El recuento aproximado de la edad de jubilación. Porque este señor parece estar situado hace tiempo en algún lúdico retiro después de que fuese despedido por AMC en sus funciones televisivas de la serie, The Walking Dead, o el rechazo continuo de la industria a sus proyectos y guiones. En parte, se ha ganado tal retiro tras firmar otras cintas memorables, como La milla verde (1999) o La niebla (2007) Aunque él mismo se quede con las ganas de haber logrado llevar a cabo algún que otro proyecto más. Y los espectadores huérfanos de una filmografía más bien corta. Ahora que me detengo a pensar como seguir este texto, me viene a la cabeza la figura de Erice. Otro al que le cuesta rodar, como a Malick y algún otro que me dejaré para más adelante.
Por encima de todo quedará el legado, con Cadena perpetua en la cima. La posición relevante que otorgan las clasificaciones internautas. IMDB como principal referencia. La película adapta un texto de Stephen King y lo eleva hacia una categoría memorable a lo largo de las dos horas largas de duración. Con un ritmo pausado y elegante cumple las normas básicas del clasicismo; y sin necesidad de estridencias para mantener la atención del espectador sobre una historia que está narrada dentro de un recinto carcelario. Por allí ingresa una nueva remesa de presos, incluido un larguirucho que responde al nombre de Andy Dufresne (Tim Robbins), un capacitado banquero condenado a una doble perpetuidad por asesinar a su esposa y a su amante tras sorprenderlos juntos. En la prisión de Shawshank termina por hacer amistad con Red (Morgan Freeman), un veterano de la prisión y que cumple condena por asesinato cuando era joven. Este último personaje ocupa la posición de narrador, una voz en off que describe y subraya diversos acontecimientos del desarrollo de la vida que suele darse en una cárcel; el recibimiento que los presos dispensan a los nuevos inquilinos, el mercadeo de solventar necesidades básicas con el tabaco como moneda de cambio, la habitual violencia de los guardias de seguridad o el temible e imparable paso del tiempo.
Este proceso temporal es importante al ser un proceso continuo y monótono que transforma la cotidianeidad en un modelo de vida. En el filme, los presos lo tachan de institucionalización. El hábito de amoldar la existencia individual entre muros, barrotes y alguna gracieta que suavice la experiencia de verse privado de la añorada libertad. El mayor ejemplo está en la figura del viejo Brooks (James Whitemore) Es uno de los reclusos más veteranos y al que Darabont otorga un bonito protagonismo cuando se incorpora a la sociedad; en una historia aparte, ajena al presidio para exponer su incapacidad de adaptarse a un mundo desconocido tras pasar tantos años entre rejas. El fracaso de un sistema penitenciario de mediados del siglo anterior.
Pero el protagonismo principal recae en Dufresne y en su pertinaz mentalidad de aferrarse a su vida, encarcelada sí, pero obstinada en adaptarse a la nueva realidad que le rodea y en una terca predisposición de no caer; de no hundirse en la miseria de estar atrapado y rodeado de la vileza que puedan acumular los hombres con los que convive, sean estos otros presos, o los mismos carceleros. La suya es una oda a la resistencia, a la esperanza; un estoicismo que podría caer en un pasteloso drama o en una reivindicación interesada. Pero Dufresne está en otro nivel por muchos palos que reciba o las piedras que acumula en la pernera. Con su pertinaz obstinación, logra transformar el pequeño mundo que le rodea, ayudando tanto a presos como a sus carceleros en diversas facetas. Al fin y al cabo, dispone de todo el tiempo que quiere.
La película también contiene parte de un mensaje religioso en palabras tas manoseadas como esperanza, redención y amistad. Ésta ultima ligada a la dupla protagonista con una inteligencia pocas veces vista y extendida al resto de la cuadrilla en un elogioso plan de camadería entre criminales. La esperanza es la que mantiene cuerdo a Dufresne, en una muestra imparable de una mentalidad rocosa que sobrevive a las penurias de la cárcel sin perder la dignidad por ello. Finalmente queda la redención, la de un viejo cansado de explicar que el joven asesino ha sido destruido dentro de los muros de la cárcel y del peso abrumador que es el tiempo. El mismo que ha jugado a favor de un filme imprescindible que pasa por encima de otras cintas contemporáneas.
Frank Darabont, 1994