Se han cumplido cerca de 121 años (y un mes, más o menos) del nacimiento de una de las figuras clave de la historia del cine. Un tipo que responde al nombre de Serguéi M. Eisenstein, asociado popularmente a la obra maestra, El acorazado Potemkin y a sus teorías sobre el montaje. Ideas que han influido notablemente en autores posteriores, así como citar su nombre en todas las escuelas dedicadas al séptimo arte por su contribución a utilizar el montaje como una herramienta narrativa más. Curiosamente, su debut cinematográfico fue gracias a un encargo, uno de tantos proyectos propagandísticos de la época y cuya temática expone el poder colectivo del proletariado. Podría decirse que La huelga es un pequeño homenaje de las revueltas campesinas y obreras acaecidas en la Rusia zarista de 1903. Protestas ciudadanas que exigían mejoras para los trabajadores y que fueron disueltas amablemente a golpe de porrazo por las fuerzas del orden. Un pequeño germen de la futura revolución de octubre del 17.
La caída del obrero - Imdb
El joven Eisenstein procedía del teatro, aunque apenas sobresalió en este ámbito para después buscar fortuna en la ascendente fórmula del cine. En La huelga, se nota tales influencias, como por ejemplo al estructurar la cinta en seis actos, en parte independientes, en parte como muestra de la evolución lógica de los acontecimientos narrados. Un resumen exprés diría que el filme arranca con el descontento de los trabajadores y los diálogos planteados para llevar a cabo un paro en la producción industrial. Obviamente estalla la huelga, los trabajadores detienen las fabricas y presentan sus demandas al empresariado. Cabe destacar en este momento la distinción de dos partes, porque los trabajadores aparecen expuestos como un colectivo unido. Sin necesidad de recurrir a un protagonista que acaparé la historia que nos está contando, pues el triunfo final corresponde al colectivo obrero frente a los poderosos. Los afortunados miembros de la otra parte. Éstos últimos aparecen caricaturizados, abstraídos con sus licores, festines y trajes de etiqueta, incluida la desinteresada necesidad de fumarse las demandas de los trabajadores. Una de las virtudes de la película es la riqueza de sus matices. A ojo, los prejuicios hacia el cine mudo suelen llevar erróneamente a una idea preconcebida de lentitud, ligado a la antigualla que supone pararse a ver una cinta en blanco y negro. Sin embargo, La huelga destaca por la cantidad de material grabado y que Eisenstein resuelve con bastante agilidad en el montaje final. Incluido diferentes tiros de cámara para una misma secuencia que muestran la grandeza del director y de un gran trabajo previo. A pesar del aire colectivo y su renombrado protagonismo, el espectador necesita confraternizar con alguna subtrama que rellene la fácil descripción de la lucha de clases. Y aunque Eisenstein rehuya resaltar algún personaje concreto, otorga al menos la necesaria melancolía del individuo y del reducido grupo de las familias. Como el simple baño de un niño o las maneras de incluir a ciertos personajes en la película, cuya misión es reventar la unión de los huelguistas caracterizados como animales. A principios del XX, las carencias que provoca la huelga a lo largo de los días aumenta la tensión en el sustento de los más desfavorecidos, perdiendo peso ese colectivo al que se quería enaltecer.
Si hay que subir a dar palos, se sube - Imdb
Cualquiera que se acerque a curiosear un poco sobre el estreno del director ruso, observará la constante referencia de la secuencia final, en otros tantos textos, de la represión policial final, donde se alterna la violencia con un matadero de ganado algo explicito. Clara está la función de tales imágenes en el contexto de la época. Pues hay que recordar que se trata de 1925. Sin embargo, cabe resaltar otra faceta más compleja. La labor del equipo técnico en rodar la actuación de las fuerzas zaristas de diversas maneras para disolver a los huelguistas. Chorros de agua, palos a caballo y fusiles por doquier. Disolviendo a las gentes de la barriada que se han atrevido a revolverse frente al orden establecido. Incluso la propia tinta de los gerifaltes policiales que se expande sobre un mapa me parece más acertada que la simple exhibición del matadero. Queda visionado y expuesto el filme, mudo, pero con muchos temas de los que se podría hablar. Y reivindicar. La huelga Serguéi M. Eisenstein, 1925