18 de octubre de 2021

Donde los vientos duermen

Hace cinco años me encontré un libro en un banco, abandonado a la intemperie del primero que pasase por su llamativa portada. Éste era miembro de una selecta colección de bolsillo (Colección Reno). Y en todo este tiempo posterior, me he liado a intentar completar el listado de la citada colección (seguramente sea inabarcable) y rematar con alguna que otra lectura de los libros acumulados ¿Los motivos? Pues tan simple como poder disfrutar de historias como, Donde los vientos duermen, de András László. Una verdadera sorpresa, que de inicio, no apuntaba tales maneras, seguramente porque pedía tiempo y paciencia para llegar a enganchar de tal modo, que notas cuando la lectura de la novela te atrapa y logra marcar huella. Un poso que permanece y entra directo a la memoria personal, ésa que queda para el recuerdo frente a otros libros que terminan siendo olvidables. Hacia ese distinguido lugar se dirige la historia creada por András László; un escritor singular de mediados del siglo XX, cuyo origen procedía del pasado imperio austro húngaro hasta errar por diferentes países europeos buscando poder asentar el culo. 
"En Ávila sólo se quedan a dormir los vientos, y de mala gana, por culpa de las altas montañas."
Algo similar le ocurre al protagonista del libro, un escultor de origen austriaco llamado Kurt, que tras merodear por diferentes países, opta por salir del continente europeo durante la II Guerra Mundial para asentarse en Tánger, y sobrevivir gracias al intercambio de divisas. Allí vive a su bola, siguiendo un camino peculiar de espaldas a la sociedad mientras el autor aprovecha para presentar su pasado como referente de su curiosa personalidad. Y para dar un mayor empuje, aparece un misterioso niño pequeño con una simple nota que dice ser su hijo. El parecido físico parece confirmar tal parentesco mientras el escultor asimila poco a poco las funciones de su nuevo cargo y acepta educarlo del modo que considera oportuno. Después de varios años, surge el giro que trastoca la placentera vida del protagonista, cuando el retoño pregunta por la madre; una figura misteriosa de la que mantiene una lejana imagen, como si la bruma del tiempo ocultara parte de sus recuerdos de cuando era un chiquillo. Tal pregunta altera el equilibrio alcanzado por el protagonista mientras divaga en su cabeza quién puede ser la madre. De esta necesidad vital para el pequeño, el protagonista la transforma en una pequeña obsesión que le lleva a remover su pasado y buscar a las supuestas candidatas con las que tuvo el roce necesario. Esta tarea, en tiempos posteriores a la II gran guerra, se convierte en toda una odisea detectivesca donde lograr hilvanar los hilos que le lleven a cumplir su propósito.

Gracias a esta búsqueda, el escritor nos traslada al pasado de Kurt y las relaciones que mantuvo con diferentes mujeres en Italia, Francia y España. Un paso atrás que nos permite conocer mejor los movimientos de este pequeño vagabundo burgués y su marcada personalidad: inteligente, dura y atractiva de leer. Obviamente hay un enorme choque al constatar el enfrentamiento del pasado con el presente, sus encuentros personales y las cicatrices que dejaron sus pasos. Similares a los rescoldos de una sociedad marcada por las guerras recientes. El contexto de la historia con mayúsculas, también ayuda a situar la necesidad que hubo de buscar los reencuentros entre familiares y seres queridos. A pesar de la apariencia de ajetreo entre tanto viaje, László tiene la capacidad de embaucarnos con su narrativa entre los recurrentes saltos temporales que describan un pasado donde destaca la poderosa relación de los protagonistas implicados en cada ciudad, en cada país. Curiosamente, el escritor guarda cierto paralelismo con su novela por su índole a establecerse por diferentes países a lo largo de su vida, hasta que finalmente se asentó entre Francia y España según qué épocas del año. Un escritor a recuperar y a reivindicar a nivel europeo por la incapacidad de otorgarle un único pasaporte. Por otro lado anda la historia ficticia, la continua búsqueda liderada por Kurt, inamovible en su proyecto y obcecado en una empresa casi imposible: cumplir con el deseo de su hijo y de paso lograr reengancharse a una sociedad de la cual se apartó deliberadamente

-Tú también sabes reír.
-Mucho me temo que sólo sea una manera de enseñar los dientes.

Donde los vientos duermen
András László
Ed GP. 1968 Col Reno 257

https://www.andreslaszlo.com/es/

8 de octubre de 2021

30 monedas

Había ganas, aunque fuesen tardias, de visionar la llamativa obra de Alex de la Iglesia en la plataforma HBO. La promocionada serie de 30 monedas. Una buena muestra de la importancia del autor, ubicado como un referente audiovisual que hace tiempo superó la frontera del idioma, gracias a una filmografía característica, con sello propio a lo largo de casi treinta años de oficio. Y de ésa impronta, se nutren los ocho episodios que conforman la serie: al acumular el poderio visual de De la Iglesia, su descomunal habilidad para crear historias fantásticas junto a su habitual incapacidad de mantener la coherencia del argumento, debido principalmente a que su acelerado ritmo derrapa en más de una ocasión. A bote pronto y sin necesidad de abrir el envoltorio, la serie tiene tintes que nos recuerdan a la inolvidable El día de la bestia. Y por ahí andan ciertos tiros, aunque lo primero que hay que citar es la libertad creativa que ha tenido el autor, y su inseparable Gerricaechevarría en los guiones, para llevar a cabo este proyecto. Un punto a favor para HBO por esta concesión, un punto de confianza que demuestra su apuesta por dar rienda suelta a la parte creativa de Alex, con todas sus virtudes y sus defectos. 

Megan Montaner y Miguel Ángel Silvestre. La otra dupla protagonista - HBO

30 monedas nos expone a un poder sobrenatural, la que otorgan las monedas con las que se abonó la traición de Judas Iscariote sobre Jesús de Nazaret. Un tesoro que ha sido buscado a lo largo de la historia por todos los rincones del mundo. Y casualmente, una de ellas la porta un misterioso sacerdote, Manuel Vergara (Eduard Fernández) que busca ocultarse en Pedraza; una famosa villa medieval segoviana pero que en la ficción pretende hacerse pasar por un pueblo algo más remoto y escondido. Hasta ese lugar llegan los poderosos tentáculos del poder del mal, encarnados en una especie de secta ligada a la religión católica y con fuertes conexiones vaticanas. Éstos buscan hacerse con la moneda, y evidencian, desde el primer capítulo, la intención del cineasta de abordar cada episodio desde una estructura cerrada, es decir, escenificar un misterio y capitalizar la trama con principio y final en un mismo capítulo. Una opción loable que camina en paralelo al argumento central y donde debería desarrollarse el crecimiento de los personajes. Sin embargo, este modelo en manos de Alex de la Iglesia, suele acumular tantas posibilidades que su habitual ritmo vertiginoso termina por desencadenar un atropello continuo. El alboroto que siempre desencadena quien busca dar tantos giros, que la mera acumulación supera el tiento que debiera darse en una obra más elaborada. La mayoría de los episodios alcanzan los sesenta minutos de duración, salvo un estirado piloto que muestra las grandezas de la serie con una buena muestra del ingenio que puede alcanzar sus mentes pensantes. Incluso el buen hacer se extiende en el segundo capítulo, con el clásico juego de la güija por parte de la chavalada del pueblo, en un buen ejercicio de terror.

Pero la serie avanza, y el arsenal de sus creadores empieza a desbarrarse ante el potencial expuesto. En realidad es un contraste habitual en su filmografía, partir de un buen plantemiento original sin un desarrollo más pausado que elabore la historia central sin necesidad de llamar la atención constantemente. Curiosamente, choca bastante este parecer con el éxito que arrastran los seriales desde hace tiempo, gracias a poder madurar temas complejos por el simple hecho de sumar capítulos y temporadas. Al bueno de Alex no le vale tal línea de parecer, acostumbrado a su habitual locura de pisarse continuamente en diversos golpes de efecto que se agolpan de manera similar a su capacidad de herir y mutilar a sus protagonistas. Por ahí anda uno de los puntos fuertes, el reparto coral. Por un lado, lucen sobrados motivos para remarcar el buen hacer de figuras conocidas: Eduard Fernández, Manolo Solo,.... actores que hacen creíbles a unos personajes que entre guarrazos, disparos y violencia extrema, logran mostrar algún signo de desarrollo entre el habitual caos y sorpresas marcas de la casa. De ese continuo trajinar, quienes más pierden son los secundarios, aquellos que bien podrían levantar el conjunto global del producto, quedan como meros figurantes, sin mayores glorias que acompañar las tragedias que se ciernen sobre la hermosa villa de Pedraza. Y eso que se ha contado con buenos actores que cumplen la función de dar vida al guardia civil o al farmaceútico de turno. Figurantes claves que repiten constantemente su papel al desarrollarse gran parte de la trama en dicha localidad.

Ay, ese monstruo, que pronto... - HBO Europe

La serie cumple la premisa que vende su director, un entretenimiento desigual para mayor gloria de los habituales admiradores de su firma. En cierto modo, 30 monedas es una rareza necesaria ante la amplia y excesiva oferta que hay hoy día. Una vía de escape ante tanto hype acumulado en la fraternal guerra de la ficción por el dominio del streaming mundial. Y justo por estas fechas, se han anunciado las amenazas de una segunda y tercera temporada. Con tanto bombo, que el ruido que merodea tanta publicidad, suele estar emparentada ante el albaroto con el que Alex de la Iglesia suele finiquitar sus obras. La idea inicial es pasar de seguir con el próximo visionado, pero algo tiene este señor que logra atraernos como polillas. Incluido su cine, nunca aprendemos, pese a salir escaldados de tantos requiebros, disparates y la peor parte: la incosistencia de ver que bien debe pasárselo este señor para seguir en la cresta de la ola.

30 monedas
Alex de la Iglesia, HBO Europe, 2020

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Acción mutante. Ópera prima de Alex de la Iglesia