Había ganas, aunque fuesen tardias, de visionar la llamativa obra de Alex de la Iglesia en la plataforma HBO. La promocionada serie de 30 monedas. Una buena muestra de la importancia del autor, ubicado como un referente audiovisual que hace tiempo superó la frontera del idioma, gracias a una filmografía característica, con sello propio a lo largo de casi treinta años de oficio. Y de ésa impronta, se nutren los ocho episodios que conforman la serie: al acumular el poderio visual de De la Iglesia, su descomunal habilidad para crear historias fantásticas junto a su habitual incapacidad de mantener la coherencia del argumento, debido principalmente a que su acelerado ritmo derrapa en más de una ocasión. A bote pronto y sin necesidad de abrir el envoltorio, la serie tiene tintes que nos recuerdan a la inolvidable El día de la bestia. Y por ahí andan ciertos tiros, aunque lo primero que hay que citar es la libertad creativa que ha tenido el autor, y su inseparable Gerricaechevarría en los guiones, para llevar a cabo este proyecto. Un punto a favor para HBO por esta concesión, un punto de confianza que demuestra su apuesta por dar rienda suelta a la parte creativa de Alex, con todas sus virtudes y sus defectos.
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Megan Montaner y Miguel Ángel Silvestre. La otra dupla protagonista - HBO
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30 monedas nos expone a un poder sobrenatural, la que otorgan las monedas con las que se abonó la traición de Judas Iscariote sobre Jesús de Nazaret. Un tesoro que ha sido buscado a lo largo de la historia por todos los rincones del mundo. Y casualmente, una de ellas la porta un misterioso sacerdote, Manuel Vergara (Eduard Fernández) que busca ocultarse en Pedraza; una famosa villa medieval segoviana pero que en la ficción pretende hacerse pasar por un pueblo algo más remoto y escondido. Hasta ese lugar llegan los poderosos tentáculos del poder del mal, encarnados en una especie de secta ligada a la religión católica y con fuertes conexiones vaticanas. Éstos buscan hacerse con la moneda, y evidencian, desde el primer capítulo, la intención del cineasta de abordar cada episodio desde una estructura cerrada, es decir, escenificar un misterio y capitalizar la trama con principio y final en un mismo capítulo. Una opción loable que camina en paralelo al argumento central y donde debería desarrollarse el crecimiento de los personajes. Sin embargo, este modelo en manos de Alex de la Iglesia, suele acumular tantas posibilidades que su habitual ritmo vertiginoso termina por desencadenar un atropello continuo. El alboroto que siempre desencadena quien busca dar tantos giros, que la mera acumulación supera el tiento que debiera darse en una obra más elaborada. La mayoría de los episodios alcanzan los sesenta minutos de duración, salvo un estirado piloto que muestra las grandezas de la serie con una buena muestra del ingenio que puede alcanzar sus mentes pensantes. Incluso el buen hacer se extiende en el segundo capítulo, con el clásico juego de la güija por parte de la chavalada del pueblo, en un buen ejercicio de terror.
Pero la serie avanza, y el arsenal de sus creadores empieza a desbarrarse ante el potencial expuesto. En realidad es un contraste habitual en su filmografía, partir de un buen plantemiento original sin un desarrollo más pausado que elabore la historia central sin necesidad de llamar la atención constantemente. Curiosamente, choca bastante este parecer con el éxito que arrastran los seriales desde hace tiempo, gracias a poder madurar temas complejos por el simple hecho de sumar capítulos y temporadas. Al bueno de Alex no le vale tal línea de parecer, acostumbrado a su habitual locura de pisarse continuamente en diversos golpes de efecto que se agolpan de manera similar a su capacidad de herir y mutilar a sus protagonistas. Por ahí anda uno de los puntos fuertes, el reparto coral. Por un lado, lucen sobrados motivos para remarcar el buen hacer de figuras conocidas: Eduard Fernández, Manolo Solo,.... actores que hacen creíbles a unos personajes que entre guarrazos, disparos y violencia extrema, logran mostrar algún signo de desarrollo entre el habitual caos y sorpresas marcas de la casa. De ese continuo trajinar, quienes más pierden son los secundarios, aquellos que bien podrían levantar el conjunto global del producto, quedan como meros figurantes, sin mayores glorias que acompañar las tragedias que se ciernen sobre la hermosa villa de Pedraza. Y eso que se ha contado con buenos actores que cumplen la función de dar vida al guardia civil o al farmaceútico de turno. Figurantes claves que repiten constantemente su papel al desarrollarse gran parte de la trama en dicha localidad.
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Ay, ese monstruo, que pronto... - HBO Europe
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La serie cumple la premisa que vende su director, un entretenimiento desigual para mayor gloria de los habituales admiradores de su firma. En cierto modo, 30 monedas es una rareza necesaria ante la amplia y excesiva oferta que hay hoy día. Una vía de escape ante tanto hype acumulado en la fraternal guerra de la ficción por el dominio del streaming mundial. Y justo por estas fechas, se han anunciado las amenazas de una segunda y tercera temporada. Con tanto bombo, que el ruido que merodea tanta publicidad, suele estar emparentada ante el albaroto con el que Alex de la Iglesia suele finiquitar sus obras. La idea inicial es pasar de seguir con el próximo visionado, pero algo tiene este señor que logra atraernos como polillas. Incluido su cine, nunca aprendemos, pese a salir escaldados de tantos requiebros, disparates y la peor parte: la incosistencia de ver que bien debe pasárselo este señor para seguir en la cresta de la ola.
30 monedas
Alex de la Iglesia, HBO Europe, 2020
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Acción mutante. Ópera prima de Alex de la Iglesia