Llevaba tiempo sin acercarme a mis lecturas anuales de la Colección Reno, ahora que el curso del 23 amenaza con finalizar sin cumplir mis habituales tareas pendientes. Así que tocaba elegir, entre el material almacenado alguna obra sin criterio alguno ni preferencia. La escogida a voleo, Carta de ayer, de Luis Romero. De este señor, cabe destacar el premio Nadal otorgado en 1951 por La noria. Y aunque ha recibido otros laureles importantes en su trayectoria artística, sobresale la última obra citada como la más importante, o al menos reseñada a lo largo de los años. Con Carta de ayer, se cumple una de las premisas de la colección, la buena mano que tenían la mayoría de autores de dicha colección, y Luis Romero cumple con solvencia este aspecto. Otra cosa bien distinta es la historia de la novela, que puede convencer en mayor o menor medida dependiendo del gusto de cada uno. Pero que un tío, se marque más de 200 páginas dando vueltas a un tema concreto, se merece todos los respetos que corresponde a tal chulería literaria.
La narración anda extendida en la relación amorosa entre el protagonista y narrador, un joven bohemio, escritor y pobre de bolsillos vacíos; con una mujer adinerada, madura y separada de su marido en la España de posguerra. Es una historia conocida, en esta y otras disciplinas, la relación entre una mujer madura y un joven que anda medio perdido en la ciudad de Barcelona. Además, conviene recordar la fecha de la publicación (1953) para poner en contexto la sociedad y mentalidad de la época. A pesar de la diferencia de edad, la pareja congenia maravillosamente, sin necesidad de exponer el anzuelo del sexo, más bien redirigido a un acoplamiento más estrecho entre dos personas que necesitan estar continuamente juntas y disfrutar del trascurso monótono de la vida misma. La felicidad es tal, que para lograr tensar el relato, Romero se ve obligado a construir de base las grietas que amenacen con extenderse a lo largo de las páginas. Existe la fácil salida de tildar, que tal apego, termina por quebrar cuando el amor incondicional anula a una de las parejas en favor del otro. Claudia y las estrellas eran aquellas noches algo mucho más importante que cualquier cosa que la inspiración me hubiera podido dictar.
Con el paso del tiempo, el joven escritor se percata de su incapacidad creadora, ahogada por una felicidad embriagadora pese a diversos intentos de encauzar su oficio con algunos escritos que termina por destruir. No avanza ni desarrolla ninguna idea fructífera, simplemente se contenta con trabajos puntuales de encargo, al traducir obras extranjeras para lograr el dinero suficiente que le mantenga en su obsesionada nube de enamorado. Con el tiempo, su cabeza empieza a carburar, a reconcomer su posible fracaso de realizarse como hombre y de ahí, a buscar al culpable. Al que señala sin dilación: Claudia, su pareja. Por ahí empiezan otros diretes por los que Romero merodea sin rubor, sin cortarse en regodearse, durante páginas, en la cabeza del joven protagonista que continuamente divaga sobre los acontecimientos que le rodean, exponiendo la sociedad de la época y lograr salir airoso de las continuas vueltas de tuerca que expone en los párrafos. Incluso cuando el autor destripa, constantemente, pasajes posteriores al lector, aventurando por donde van a ir los tiros con la salvedad de desconocer el medio para alcanzar ese final citado. He ahí la gracia de un texto trabajado. Lo que jalona la vida humana es el dolor; el dolor es el hito que va señalando nuestras etapas, y es el sufrimiento quien fija nuestros recuerdos.
Para evitar que el tedio se apodere de la lectura en la continua exposición de la pareja, se añaden de manera discontinua a los secundarios, figuras clave que aparecen raudos a aliviar la acaparadora historia central y dar descanso a la trémula cabeza del narrador. Son pequeñas vías de escape que logran dar descanso a la creciente tensión que iba acumulándose en la pareja protagonista. Otorgando un necesario respiro a una historia que pudiera recaer en la constante repetición de problemas sin resolver y los rodeos que orbitan en la cabeza del joven. A medida que la relación encuentra sus primeros quiebros, el protagonista comienza a escribir una novela, y que a pesar de sus esfuerzos, parece encaminada a describir en paralelo su propia relación de pareja. Es un viaje que le acompaña a lo largo del texto, siguiendo los mismos vericuetos de su relación a pesar de los intentos por separar ambas historias. Sin embargo y pese a sus esfuerzos, la relación camina hacía su destino, predestinado con antelación por el propio protagonista y, al parecer, en conveniencia con Claudia. Juntos, al unísono, como si los problemas de amarse en exceso pudieran superar incluso el mayor de los desastres y no hubiera otra salida que la propuesta.
Sólo faltaba el desenlace, y ése no me atrevía a elegirlo, y menos aún a escribirlo.
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Bio de Luis Romero Pérez