23 de septiembre de 2021

Hombres sin mujeres

Hacía bastante tiempo que no me acercaba a la obra del conocido escritor japonés, Haruki Murakami; seguramente desde aquel boom literario que tuvo su firma en el mundo occidental y que, lamentablemente, le ha colocado en el cachondeo anual de aspirar a ganar el Nobel de las letras. Una posibilidad llamativa, pues los grandes medios de comunicación siempre avanzan las supuestas candidaturas al premio, cuando la propia organización de los Nobel jamás anuncia con antelación ninguna propuesta, ni aspirantes, ni cualquier cosa que se le parezca. El proceso de selección es en teoría secreto, y solamente la especulación o los rumores, pueden dar alguna pista que, de ningún modo, debería ser tomado como una supuesta lista de candidatos seria. Estaría bien saber qué intereses despertó situar a Murakami de manera constante a un premio del que tiene pinta no poder ganar. La famosa publicidad gratuita incluso puede tornarse negativa, ante el gafe continuo de situar su nombre a la coña popular. Y en parte, no hacía falta pues ya era un superventas a nivel mundial. 


Ahora me he topado con este ejemplar de sopetón, expuesta su portada a la entrada de la biblioteca de mi aldea y escogida su lectura por tal simple acto. Hombres sin mujeres es una recopilación de relatos cortos sobre la poderosa influencia que han tenido las relaciones de las mujeres sobre los hombres en algún momento de sus vidas, y cómo la falta de éstas, afecta al género masculino. Hay un objetivo claro de remarcar el poder del pasado y de las relaciones amorosas entre las personas que describe Murakami. Sobre todo cuando una pareja se rompe, ya sea por fallecimiento o por otras causas que afecta la vida en común entre hombres y mujeres. Pero en este libro, todos los cuentos están protagonizados por hombres; y así es como los desposeidos de la costilla de Adán, son los encargados de narrar su particular punto de vista y cómo han evolucionado tras su experiencia con la femina de turno. Un protagonismo excesivo, salvo el cuento titulado como Sherezade. Murakami aprovecha esta circunstancia para elevar un momento concreto de estas vidas y que de alguna manera, les marca de por vida. En total son siete los capítulos ideados por el autor, donde repite una tónica habitual en su obra al centrarse, principalmente, en personajes solitarios que protagonizan historias bastante particulares. Para quien conozca su obra, reconocerá su gusto por las tramas hacia temas casi irreales, pero con un tono, que el autor logra enmascarar de una manera tan solvente, que más bien parece algo cotidiano que tu amante te confiese que en su vida anterior era una lamprea.


Conviene remarcar la nula existencia de continuidad entre los diferentes relatos. Todos son independientes, salvo por la descripción de las relaciones humanas. Único punto de referencia con la colecta emocional de los sentimientos de pérdida, la ruptura o del amor no correspondido. Curiosamente se da una constante entre algunos personajes que apenas logran remontar tras romperse la relación, anclados a un recuerdo que les mantienen atrapados en la nostalgia de haber vivido tiempos mejores. Se remarca ese vacío existencial, una experiencia que el lector debe evaluar como un viaje necesario de los personajes; al fin y al cabo todos acumulamos un pasado del que poder aprender, recordar y hasta incluso, añorar. Ése es el sentimiento que pretende alterar Murakami, al enumerar diferentes historias distantes en su contexto, pero con el punto de encuentro en común hacia la necesidad de entablar una relación de pareja y de disfrutar del ilógico sentimiento del amor.

Hombres sin mujeres cumple con la obra de su autor y como tal, los lectores asiduos al japonés reconocerán sus habituales referencias musicales, frases habitualmente directas y una trama relativamente compleja con ligeros toque de humor. En esta obra, logra entretener con su prosa en historias más bien cortas. Incluido el supuesto homenaje a La metamorfosis de Kafka, otorgando al personaje del libro la oportunidad de revertir su condición humana sin mayores pretensiones que formular una historia centrada en exclusiva a la influencia que produjo el simple idilio entre dos personas. 


Hombres sin mujeres
Haruki Murakami
Tusquets editores, 2015

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De qué hablo cuando hablo de correr

17 de septiembre de 2021

El hijo de Saúl

Esta película cumplió con creces los esfuerzos de sus creadores por levantar su proyecto. Porque no fue fácil lograr un mínimo de financiación que arriesgase poner el dinero suficiente para rodar una propuesta fuera del ámbito más convencional. Desde su estreno, esta cinta de humilde presupuesto, fue agrandando su título alrededor del mundo en pequeños pasos, gracias a una amplia proyección internacional que vino respaldada por una buena colecta de premios; como los conocidos casos del Globo de Oro y Óscar a mejor filme extranjero; y sobre todo, por su exitoso paso por el prestigioso festival de Cannes (gran premio del Jurado) Un reconocimiento al debut de su director, el húngaro László Nemes, quien tuvo la convicción de rodar su primera obra a través de un filme que se alejaba de los estándares habituales. No así la trama, centrada en una historia tan conocida como dura: al exponer la vida de un grupo de prisioneros en un campo de concentración de la II guerra mundial. En concreto, las unidades que los nazis reclutaban para que hicieran el trabajo sucio. Es decir, ciudadanos judíos obligados a guiar a los presos llegados al campo hacia las cámaras de gas, rebuscar cualquier baratija valiosa entre las ropas, trasladar sus cuerpos a las hornos crematorios, limpiar los restos de sangre, para terminar espolvoreando sus cenizas en un río cercano. Para contar una historia tan desgarradora como excesivamente conocida, Nemes propone hacer participe al espectador del espectáculo, a través del uso de la cámara en mano y centrando la acción alrededor del personaje principal, Saúl (un inmenso Géza Röhrig) Persiguiéndolo por todas partes y obviando las fáciles imágenes escabrosas. 

Qué dónde hay un rabino - Ad Vitam
Normalmente, la película logra crear cierto agobio a lo largo del filme entorno a esta figura, donde se destaca principalmente su rostro y movimientos a través del escenario propuesto, incluidos ciertos vaivenes, como si estuviéramos andando al lado del reparto. La inclusión de otros personajes también ahondan en el primer plano. Metiendo sus cabezas tan cerca unas de otras que a veces parece obligarnos guardar la cacareada distancia social. Además, el director alarga las secuencias de manera frecuente, leve demostración de una trabajada coreografía alrededor de la infernal vida que supone estar dentro de un campo de concentración. Puede decirse que toda la película intenta realizar un juego inmersivo con el uso de la cámara; similar al desembarco de Normandía que propuso Spielberg en Salvar al soldado Ryan. Pero en esta ocasión, se redunda en el contraste que hay entre la cercanía que proporciona la cámara, con la sensación alejada de los sentimientos humanos ante la barbarie que se expone. Y en eso, Nemes parece querer dejar al espectador dentro de la película como si fuera un miope suelto por el escenario, y viéramos difuminado el fondo de la acción. En pocas ocasiones el director otorga un respiro en ese sentido, ya que prevalece ése desenfoque al que el sonido viene a demostrar su parte fundamental; al añadir toda la información que requiere el buen uso del fuera de campo: gritos, lloros, disparos... una propuesta libre para que circule la imaginación del público.

La película está centralizada en Saúl, un preso húngaro que forma parte de la citada brigada de reclusos que alargan sus existencias al devenir caprichoso de sus carceleros. Así, hasta que salta el punto que revierte la actitud del protagonista, cuando los implicados descubren que un muchacho ha logrado sobrevivir a la cámara de gas. Sin embargo, su vida termina por ser finiquitada por un alemán ante las miradas pasivas de varios prisioneros. Un acto demasiado habitual en ese lugar como para que alguien se conmueva. Sin embargo, algo ocurre en el personaje principal que logra quebrar su pensamiento. Un punto de inflexión importante que marca el carácter del protagonista hacia una misión imposible: conseguir enterrar el cuerpo y lograr que un rabino dicte las palabras apropiadas para el descanso del alma. Y así es como en medio de ese infierno, el protagonista se aferra a alguna chispa que lo conecte con la humanidad perdida, obcecado y tozudo hacia una decisión incoherente entre tanto horror a su alrededor. En medio del desastre, Saúl se plantea esta tarea de manera personal, de tal manera que termina por afectar al resto de compañeros, en un intento de encender una chispa de esperanza entre la conocida tragedia vista tantas veces en literatura, cine y en otras tantas artes. El logro de, El hijo de Saúl está asociado a su director, a la hora de exponer una película desde una perspectiva diferente y que requiere de la complicidad del espectador para que surta efecto la magia de la película.

Nemesz Laszlò, 2015