Todavía hoy recuerdo la carcajada, la alegría y el simple jolgorio que provocó la lectura de Wilt, obra maestra del escritor británico Tom Sharpe (1928 - 2013); y de esta colección de elogios deben cumplirse unos veinte años, más o menos. Porque Wilt es una de esas pocas novelas que dejan huella cuando se leen y de las que siempre se guarda cierta añoranza. A pesar del tiempo transcurrido y siempre que se evoca su lectura, surge una sonrisa cómplice, sobre todo cuando la memoria acude a las andanzas de Henry Wilt; el curioso protagonista de una novela publicada por primera vez en 1976, y cuyo éxito literario inició una saga que alcanzó cinco publicaciones más.
Para quien todavía desconozca a este singular personaje literario, solamente puedo argumentar que apenas hay motivos contrarios para no recomendar leerse la saga entera. Y con mayor interés en este 2020, tan necesitado de distracciones positivas, o el reto de comprobar cual fina es la piel de los acomplejados de lo políticamente correcto. Porque de buenas a primeras se expone el salvaje plan que dibuja la mente del protagonista, al fantasear en cómo cargarse a su esposa. De ése oscuro pensamiento nace la rocambolesca historia que pone en pie a la novela, y a partir de ahí, echa a correr el desmadre en una continua carrera de acontecimientos que van en paralelo al negro cachondeo de su autor. Henry Wilt es profesor de literatura en una escuela técnica, donde lleva dando clases durante más de diez años mientras anda a la espera de un ascenso que nunca llega. En su hogar tampoco mejora mucho su rutina diaria. Su apasionada mujer, Eva, es un pequeño torbellino que busca constantemente el sentido de su existencia, apuntándose a toda clase de tareas y actividades sociales mientras hecha en falta algo más de roce por parte de su marido.
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Y el vivo al bollo, Wilt!
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Sin embargo, nuestro antihéroe va arrastrando cierto hastío en la fácil mezcla de lo laboral con lo personal, hasta alcanzar un punto donde plantearse un cambio que reconduzca su pobre existencia. Pero en lugar de cortar por lo sano y buscar una separación amistosa, cambiar de trabajo o incluso de residencia, no se le ocurre mejor cosa que planear el asesinato de su santa esposa. A ojo no suena muy bien. Aunque también es cierto que al pobre Wilt se le acumulan una serie de desdichas que podrían defenderse judicialmente a posteriori, mediante el comodín de un estado de locura transitorio. Como cuando un conductor borracho se excusa en la embriaguez tras llevarse a alguien por delante. Pero volviendo al cuento y al lógico modo de proceder de un británico; no hay nada mejor que un ensayo, donde entra en juego uno de los personajes femeninos más memorable: una muñeca hinchable llamada Judy.Wilt
se detuvo y observó cómo la máquina perforadora iba hundiéndose
lentamente en el suelo. Estaban haciendo agujeros grandes. Muy grandes.
Lo suficiente como para contener un cadáver.
A partir de ese punto entra en juego un listado de carambolas que sólo pueden tener sentido cuando el nivel del disparate anda acorde con los notables secundarios que aporta Sharpe. Desde un matrimonio yanki, los Pringsheim, donde destaca particularmente y adelantándose a su tiempo la feminazi Sally, hasta otros sarcásticos educadores como el doctor Board. La novela discurre en una constante locura, hasta que choca con la supuesta cordura que intenta aportar la policía, con el inspector Flint a la cabeza. Un funcionario de la ley atrapado en un modo de hacer y actuar de manera lógica y que se ve enredado frente al ilógico trasiego alrededor de Wilt. Llegados a una sucesión de acontecimientos extraordinarios, cuesta creer cómo es posible que Thorpe tenga la capacidad de sorprendernos con una trama que puede llegar a enredarse hasta limites irreales, eso sí, para disfrute de un lector condescendiente, agradecido por reír con ganas las ocurrencias, las situaciones grotescas y un humor que mezcla el surrealismo con la capacidad más brutal del ser humano.
Ha pasado bastante tiempo desde aquellas lecturas juveniles y aunque la capacidad de sorpresa se pierda, Wilt todavía mantiene suficientes argumentos estimulantes en el interior de sus páginas, capaz de arrancar más de una sonrisa mientras Thorpe nos cuela parte de una descripción de la sociedad inglesa de la época, con cierta petulancia en sectores de la educación o de la mera representación de los estudiantes; acordes a una edad e intereses diferentes a la de los adultos. De hecho el propio Sharpe conocía bastante bien el ámbito educativo, pues antes de lograr el triunfo editorial, ejerció la profesión y en una escuela similar a la de su personaje ficticio. Está claro que no se fue muy lejos para asesorarse en una escuela con clara vocación de formación profesional. Wilt aún hoy es una apuesta segura.
-Pero te aseguro que no me tiré a la zorra esa -dijo Wilt-. Le dije que se fuera a que le lustrara otro su perlita.
-¿Y a eso le llamas equivocarse? ¿Lustrar su perlita? ¿Dónde demonios aprendiste semejante expresión?
-Carne Uno -dijo Wilt
Wilt
Tom Sharpe
Ed Anagrama, 2006
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Wilt
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