En realidad es un acierto separar las historias, pues permite seguir una linea constante por separado que atrapa al lector, al centrarse en un grupo de personajes con sus propias aventuras en lugar de alternar episodios. De este modo, Tolkien logra cohesionar la trama de manera casi cronológica, a la par que añade nuevos personajes importantes para el avance de la novela. Esta primera parte está capitalizada por Aragorn, Legolas y Gimli. El diverso trío de figuras que representan a otras tantas razas de la Tierra Media, y que persiguen a una partida de orcos con el objetivo de rescatar a la otra dupla de hobbits. Merry y Pippin quienes han sido secuestrados. La propia narración incluso adquiere nuevas vías paralelas, como cuando los propios hobbits protagonizan su particulares aventuras o recurren a su memoria para contar algunos hechos pasados.
La fantasía de Tolkien avanza a pasos agigantados en estos primeros capítulos. Es cierto que mantiene su habitual tono descriptivo, pero los acontecimientos que se suceden son tan diversos, que dan muestras de una mayor ligereza en la lectura, con la ayuda de los nuevos personajes que habitan en el país de Rohan. El periplo de los protagonistas les lleva a recorrer estas tierras, desde su capital Edoras, con audiencia real incluida, hasta otros baluartes para conocer mejor los orígenes de estas gentes y su posición frente a los enemigos comunes. Elementos a destacar en esta segunda lectura que permite detenerse en algunos aspectos concretos. Pero la atracción que otorga la lectura provoca una curiosa sensación de rapidez, relacionada con la acción que alcanza grandes cotas de protagonismo, sobretodo gracias al atractivo que generan las batallas, como la desarrollada en el Abismo de Helm. Una memorable confrontación entre las dos facciones que se disputan el dominio de esas tierras. Y ahí se agradece la grandilocuencia de los filmes de Jackson para mostras la enormidad de la batalla. Pero también habría que destacar una faceta más humilde de Tolkien, al no desmadrarse en demasía en las fantasmadas habilidades de sus protagonistas.
Sin quererlo, parece que en esta primera parte de Las dos torres se suceden tantos vaivenes, que el lector puede preveer que las andanzas del solitario Frodo no alcancen el nivel de entretenimiento exhibido hasta ese momento. Y en parte podría decirse que la aventura del Portador no mantiene tantos entretenimientos, pero tampoco se haría justicia en desmerecer la segunda parte del libro. Primero porque los hobbits, acorde a la misión que les corresponde ejecutar, llevan un ritmo más sosegado. Y no por ello menos interesante. Tal vez el interés pueda decaer en algún capitulo suelto. Pero la imaginación del autor nos premia con su buena mano para las letras, los diálogos y más de una agradable sorpresa. Por ejemplo; ayuda y mucho el especial protagonismo que cobra la criatura Gollum desde casi el inicio, y no como un mero espía que perseguía a la Compañía en el primer volumen a través de unos lejanos ojos que nunca terminaban por aparecer. Gollum es un personaje tan interesante, que la sola descripción de su forma física logra erizar el cabello. Sin olvidar su pasado como poseedor del Anillo y la necesidad que impera su poder sobre él. De ahí que la chaveta le baile de un lado para otro con brillantes monólogos incluidos.
La dificultad del viaje para Frodo y Sam se apunta desde el inicio. De vez en cuando un diminuto resplandor rojo titilaba en los confines del cielo y la tierra. Un claro ejemplo de la amenaza en el horizonte, allá donde el Ojo de Sauron alcanza a ver lo que le rodea. La misión de estos dos hobbits va tomando un claro carácter suicida cada vez que se acercan a las tierras de Mordor. Y con ello crece la angustia, resuelta por un escritor en estado de gracia, para dejar en el aire una tensión digna de los mejores finales que se recuerda.
Aiya Eärendil elenion ancálima! - exclamó sin saber lo que decía.
Las dos torres
JRR Tolkien
Ed Minotauro 2003
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El Silmarillion