31 de enero de 2018

El señor de los anillos. Las dos torres

La aventura continua en este segundo volumen sin ningún tipo de sobresalto en la narración, gracias a que el hilo final de La comunidad del anillo engarza con el inicio de este ejemplar. Si acaso, la disolución de la Compañía permite al autor estructurar este título en dos partes bien diferenciados. Por un lado el particular peregrinaje de Frodo y Sam hacia el este, con la cabezona intención de cumplir la misión de alcanzar el denominado Monte del Destino. Mientras que al resto de personajes principales el autor los lleva hacía otras tareas más belicosas. 

En realidad es un acierto separar las historias, pues permite seguir una linea constante por separado que atrapa al lector, al centrarse en un grupo de personajes con sus propias aventuras en lugar de alternar episodios. De este modo, Tolkien logra cohesionar la trama de manera casi cronológica, a la par que añade nuevos personajes importantes para el avance de la novela. Esta primera parte está capitalizada por Aragorn, Legolas y Gimli. El diverso trío de figuras que representan a otras tantas razas de la Tierra Media, y que persiguen a una partida de orcos con el objetivo de rescatar a la otra dupla de hobbits. Merry y Pippin quienes han sido secuestrados. La propia narración incluso adquiere nuevas vías paralelas, como cuando los propios hobbits protagonizan su particulares aventuras o recurren a su memoria para contar algunos hechos pasados.  

La fantasía de Tolkien avanza a pasos agigantados en estos primeros capítulos. Es cierto que mantiene su habitual tono descriptivo, pero los acontecimientos que se suceden son tan diversos, que dan muestras de una mayor ligereza en la lectura, con la ayuda de los nuevos personajes que habitan en el país de Rohan. El periplo de los protagonistas les lleva a recorrer estas tierras, desde su capital Edoras, con audiencia real incluida, hasta otros baluartes para conocer mejor los orígenes de estas gentes y su posición frente a los enemigos comunes. Elementos a destacar en esta segunda lectura que permite detenerse en algunos aspectos concretos. Pero la atracción que otorga la lectura provoca una curiosa sensación de rapidez, relacionada con la acción que alcanza grandes cotas de protagonismo, sobretodo gracias al atractivo que generan las batallas, como la desarrollada en el Abismo de Helm. Una memorable confrontación entre las dos facciones que se disputan el dominio de esas tierras. Y ahí se agradece la grandilocuencia de los filmes de Jackson para mostras la enormidad de la batalla. Pero también habría que destacar una faceta más humilde de Tolkien, al no desmadrarse en demasía en las fantasmadas habilidades de sus protagonistas. 

Sin quererlo, parece que en esta primera parte de Las dos torres se suceden tantos vaivenes, que el lector puede preveer que las andanzas del solitario Frodo no alcancen el nivel de entretenimiento exhibido hasta ese momento. Y en parte podría decirse que la aventura del Portador no mantiene tantos entretenimientos, pero tampoco se haría justicia en desmerecer la segunda parte del libro. Primero porque los hobbits, acorde a la misión que les corresponde ejecutar, llevan un ritmo más sosegado. Y no por ello menos interesante. Tal vez el interés pueda decaer en algún capitulo suelto. Pero la imaginación del autor nos premia con su buena mano para las letras, los diálogos y más de una agradable sorpresa. Por ejemplo; ayuda y mucho el especial protagonismo que cobra la criatura Gollum desde casi el inicio, y no como un mero espía que perseguía a la Compañía en el primer volumen a través de unos lejanos ojos que nunca terminaban por aparecer. Gollum es un personaje tan interesante, que la sola descripción de su forma física logra erizar el cabello. Sin olvidar su pasado como poseedor del Anillo y la necesidad que impera su poder sobre él. De ahí que la chaveta le baile de un lado para otro con brillantes monólogos incluidos. 

La dificultad del viaje para Frodo y Sam se apunta desde el inicio. De vez en cuando un diminuto resplandor rojo titilaba en los confines del cielo y la tierra. Un claro ejemplo de la amenaza en el horizonte, allá donde el Ojo de Sauron alcanza a ver lo que le rodea. La misión de estos dos hobbits va tomando un claro carácter suicida cada vez que se acercan a las tierras de Mordor. Y con ello crece la angustia, resuelta por un escritor en estado de gracia, para dejar en el aire una tensión digna de los mejores finales que se recuerda.

Aiya Eärendil elenion ancálima! - exclamó sin saber lo que decía.

Las dos torres
JRR Tolkien
Ed Minotauro 2003

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El Silmarillion

17 de enero de 2018

El señor de los anillos. La comunidad del anillo

Se dice pronto, pero han pasado casi 20 años de la lectura de El señor de los anillos, de JRR Tolkien. Para entonces es fácil recordar el respeto que me daba abordar la obra, y bastante más, el voluminoso tamaño del libro. Cientos de páginas acumuladas que de primeras, suelen echar para atrás la simple idea de abrir sus tapas. Pero la pereza dio paso a las prisas, pues se anunció la adaptación cinematográfica con fecha de estreno para el 2001. Ya había excusa para espantar la vaguería acumulada y hacer el esfuerzo de acceder al libro de una vez. Y menuda tarea me había estado perdiendo, porque el libro fue literalmente devorado en un breve espacio de tiempo. Otras obras, bastante más cortas, tardaba mucho más tiempo en completar su lectura, pequeño matiz sobre el enganche que proporciona la épica aventura ideada por Tolkien. Una historia que sentó cátedra en el mundo de la fantasía, al tomar prestado el atractivo de las épocas medievales y complementarlo con la imaginación del autor, donde se albergan las necesarias modificaciones que elevan un mundo repleto de seres fantásticos hasta convertirlos en leyenda.  
Un anillo para gobernarlos a todos
A estas alturas y después de las múltiples exhibiciones de las películas, queda poca capacidad para la sorpresa. Salvo la de retornar al texto original y dejarse llevar por los pequeños detalles que se salvaron de la reproducción audiovisual. No obstante, se agradece y mucho, la adaptación realizada por Peter Jackson y todo su equipo. De hecho, es casi imposible imaginar una representación de Gandalf que no sea la figura encarnada por la del actor Ian McKellen. Y así con el resto de personajes protagonistas. 

El señor de los anillos es una única obra que puede verse separada por la cómoda distinción de la trilogía. Una abreviatura que sirve para ir por cachos y aligerar el peso del ejemplar. La comunidad del anillo es el título de la primera parte de la aventura. En principio un buen número de personas debería saber de que va la historia. Frodo Bolson hereda de su tío Bilbo, la mayoría de sus terrenos y posesiones, incluido un anillo mágico que termina siendo el Anillo Único del Señor Oscuro, Sauron, quien desea volver a recuperarlo para aumentar su poder. Tolkien ubica al protagonista principal, en una pequeña raza fantástica que responde al nombre de hobbits. Un simple pueblo sin mayores galones que los que proporciona una buena conversación alrededor de una buena mesa. 

En realidad es un buen recurso y habitual del genero, al colocar a ciertos protagonistas fuera de los cánones de los héroes clásicos. Ejemplo de que cualquiera puede capitalizar tan importante figura en tiempos de necesidad. Como las que describe el autor dentro de las maniobras políticas y guerreras de la denominada Tierra Media. El espacio físico donde se desarrolla la acción del relato, y éstas suelen ser comandadas por Hombres, Elfos y Enanos. Razas más poderosas militarmente frente al alegre discurrir de la que hacen gala los hobbits. Normalmente desocupados de los asuntos externos a sus fronteras.

La comunidad del anillo puede dividirse a su vez en dos partes, una primera con estructura de presentación que da paso al descubrimiento de la autenticidad del Anillo. Frodo se ve empujado a huir de su país, junto a sus fieles amigos, mientras que son perseguidos por unos misteriosos jinetes negros. La segunda parte desde el importante Concilio celebrado en Rivendel. En esa ciudad elfica, se celebra una reunión para discernir el destino del tesoro redondeado. Del citado congreso nace la llamada compañía del anillo, que parte hacia el sur para culminar la misión que libere a la Tierra Media de la sombra y el temor que inspira Sauron. 

Volver al texto tras varios años y con las películas en la memoria, sirve para entender mejor el grandioso trabajo que hizo Tolkien en su momento. La enorme cantidad de datos se digiere en mayor medida gracias a la recepción de los filmes. Está segunda lectura permite descubrir ciertas referencias que seguramente cayeron al olvido en la primera ocasión. Aunque por supuesto hay cosas que no cambian del recuerdo de la primera lectura. Como el excesivo gusto del autor por las descripciones de los parajes, o la inclusión de las canciones para acompañar algunos textos y leyendas. Todavía recuerdo como me saltaba las susodichas canciones cada vez que aparecían en el texto. Ahora se valora más esa notable tradición y afición al canto de los británicos. Tanto las extensas descripciones, como el uso de las canciones, enriquecen un mundo gigantesco y peligroso. La geografía ayuda a entender la dificultad del viaje, porque los protagonistas deben hacer frente a las condiciones de avanzar por muchos lugares y bajo las inclemencias del clima. Los poemarios otorgan valor a las leyendas o historias que citan, al ser un aporte interesante hacia tiempos pasados de la Tierra Media, aspecto que no hace otra cosa que engrandecer el universo que Tolkien proporcionó a su obra.

A pesar del supuesto lunar que supone el continuo inventario de lugares, la historia crece según vamos acompañando a Frodo y a sus amigos. Da igual que los peligros se centren en unos simples túmulos de magias extrañas, o que partan de personajes singulares como Tom Bombadil. Todo suma en la amplia diversidad de los capítulos que forman el libreto. Episodios que van aumentando el interés de la aventura y los problemas del viaje de la panda de hobbits. En un momento dado, el texto logra atrapar al lector por las divagaciones de sus protagonistas y la riqueza de sus diálogos. La única solución es continuar el paso de las aventuras de sus protagonistas y dejarse sorprender por giros, misterios y épicas que Tolkien propone. 

- De todos los fastidios del mundo tú eres el peor, Sam.
- Oh, señor Frodo, !es usted duro conmigo!


El señor de los anillos. La comunidad del anillo
JRR Tolkien
Ed Minotauro, 2002

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El hobbit de JRR Tolkien

El hobbit. Un viaje inesperado

El hobbit. La desolación de Smaug
El hobbit. La batalla de los Cinco Ejércitos

10 de enero de 2018

Star Wars. Los últimos Jedi

Por fin pasan las Navidades, donde llegó el casi tradicional estreno de una película dedicada al universo de La guerra de las galaxias. El Episodio VIII ni más ni menos. Y curiosamente el filme llegaba aupado con un llamativo despliegue mediático que nada tiene que ver con la sobrada propaganda de cualquier blockbuster. Me refiero al excesivo peloteo del preestreno por parte de supuesta prensa especializada y los típicos soplagaitas con invitación especial. Voces enfermizas que elevaron titulares sobre la cinta de Rian Jhonson al instante y por todos los medios posibles. Tan calculado que algunos ya se atrevían a situar a Los últimos Jedi como la mejor película de la saga. Tal expectación debería siempre poner en guardia a cualquiera que tenga dos dedos de frente. Y también algo de bagaje en propagandas interesadas o remuneradas. En realidad es injusto equiparar trilogías, fundamentalmente porque la referencia original de la primera hornada siempre estará por delante de la memoria colectiva, al sentar las bases del resto de historias posteriores. Los cimientos se hacen para sostener, aunque los adornos lleguen hasta el tejado. 

La imagen viralizada -  Lucasfilm LTD
De inicio, Los últimos Jedi adolece del mismo problema que El despertar de la fuerza de JJ Abrams. La excesiva acumulación de aventuras, conflictos, batallitas y demás parafernalia en una única película. En parte es mejor ir al grano y especificar que esta película termina por abrumar con tanta heroicidad individual y tensiones resueltas en el último suspiro. Todavía está por ver porqué no se deja algún cabo suelto para la siguiente, más si cabe cuando Disney pretende convertir este universo en un serial. Y una de las claves del triunfo de las series televisivas durante la última década, aparte de la madurez de sus temáticas y cuidadas producciones, es la constante capacidad de sorpresa y el enganche que produce algún aspecto concreto que se deja aparcado para el siguiente visionado. 

Como ya sucediese con el episodio VII también hay notas positivas. Y en ese aspecto hay que destacar la valentía de Jhonson de querer cortar los hilos que conectan al espectador con los títulos del pasado. Empezando por el detalle de sustituir el eterno color dorado por el sangrante rojizo de los textos de Star Wars en la cartelería promocional. La declaración más interesante aborda la espiritualidad de la Fuerza y los recovecos que esta supuesta religiosidad plantea en los protagonistas. La frágil linea que separa el bien del mal frente a la presuntuosa superioridad moral de los viejos Jedi. Aquellos que se situaban por encima del poder establecido y que terminaron por ser exterminados. Hay un mantra que el director y guionista se emperra en repetir, y acierta en ese caso. La nostalgia del pasado está bien pero lo nuevo debe sustituir a lo viejo. Un mensaje directo para que dejemos de añorar tiempos pasados y que los espectadores seamos capaces de dejarnos embaucar por las nuevas propuestas. Y en ese aspecto triunfa la dupla protagonista. 

Tras la buena aceptación que supuso el protagonismo de Rey (Daisy Ridley) en la película anterior, ahora le toca destacar a Kylo Ren y a sus exabruptos violentos, ayuda bastante que Adam Driver sea buen actor ante la simple acumulación de toques coléricos y poses para la galería. Pero es que el chico malo conlleva una interesante dualidad que se echaba de menos en los simples lloriqueos de Anakin en la otra trilogía. Y es de agradecer que la sorpresa acompañe los improvistos de un tipo que su genealogía le sitúa como nieto de Vader, sobrino de Luke y descendiente directo de Han Solo y Leia.
Un poco de yesca y un mechero... - Lucasfilm LTD
Otro que gana muchos enteros es el mítico personaje de Luke Skywalker. No hay que ser un iluminado para preveer que si una persona desaparece por propia voluntad, pocas ganas debía albergar para que lo reclamen nuevamente para la causa. La pose y el hartazgo, de un gran Mark Hamill hacia su propia leyenda, humanizan al héroe que derrotó a Vader. La reinterpretación del mito desgastado casa perfectamente con la voluntad de Jhonson por explorar nuevos horizontes dejando atrás la idealizada figura del héroe de antaño. Esta nueva perspectiva es la chispa de la esperanza de que Star Wars remonte el vuelo, y los mandamases parecen haberse percatado del talento del director que ha puesto esta base. 

Sin embargo, Los últimos Jedi no termina de ser redonda, son tantas las ganas por estimular el circo, que Johnson abruma con tanto giro argumental. Es cierto que ayuda y mucho el uso del humor para sobrellevar tal carga, pero la desmesura del conflicto es tan alargada, que Jhonson se pierde al querer acaparar tanta temática, diversión y drama a partes iguales. Nada tiene que ver el excesivo metraje, más bien sobra el acopio de tensión y de estrellarnos constantemente ante el peligro resuelto al vuelo del azar. Ese excesivo equipaje de emociones agota hasta tal punto, que el maravilloso culmen de la batalla final me alcanza agarrotado en la butaca. Es una pena que la resolución llegue lastrada por lo exagerado del viaje propuesto. Queda por ver como prende esa nueva esperanza expuesta por Rian Jhonson. 

Los últimos Jedi
Rian Jhonson 2016

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La ristra:

3 de enero de 2018

Vol. 18

Otro año a sumar al blog y otras tantas entradas acumuladas a modo de trastero. Para sumar en total un cuarto de millar, o 252 para ser más concretos. En parte se ha logrado superar el triste bagaje del 16, aunque reconozco que la perrería ha asomado en los dos últimos meses del año. A pesar de los bandazos, se intenta cumplir con esta obligación, meramente personal, de escribir algo. Porque a veces hay que evadirse de las rutinas diarias de la vida, y nada mejor que hacer un leve recuento y apuntar nuevos horizontes por cubrir. Los propósitos y demás tontainas que cada año solemos plantearnos por estas fechas tan celebradas. 

La literatura sigue siendo la niña bonita del blog, a pesar de completar y publicar nueve únicas reseñas. Tal vez sean pocas, o muchas según se mire. El caso es que el tiempo impone su ley sin mayor condescendencia y el egoismo personal queda reducido a las sobras del día. Al menos se ha ampliado el número de obras adheridas a la Colección Reno, gracias a la adquisición de diversos lotes internautas y compras sueltas. Si mis apuntes no me fallan, han sido 36 euros por un lote de 66, 20 por otro de 17 y otros ejemplares sueltos en diversas tandas más reducidas. De esta manera acumulo un total de 88 libros, frente a los más de 600 títulos que aparecen en el listado. De momento no hay problema para almacenarlos. Kaputt y El filo de la navaja han sido las obras reseñadas en el blog. Mientras que la lectura de Hasta el último mar completó la interesante trilogía de Vasili Yan sobre las invasiones de los mongoles y sus incursiones sobre Europa. 
Bosco y su habitual paseo del uno de enero
Algo han sumado las óperas primas y las series, donde por fin pude echar el cierre a Como conocí a vuestra madre. Una divertida sitcom que se me ha resistido durante bastante tiempo por dejadez y por falta de tiempo. De hecho, ya tengo claro que la archiconocida locura de Juego de tronos queda aparcada hasta que termine la temporada que reste o lo que haga falta. A pesar del ruido que rodea a la idolatrada serie, estoy logrando ignorar toda la información que acarrea tal producción, tanto que apenas sé nada de lo que acontece más allá del winter is coming. O lo que sea. Mejor será acercarse a obras ya cerradas para evitar esperas inoportunas. Al tran tran, como la pasada moda del runin, adherida a la sequía imperante de la península ibérica. Veremos si alguna estúpida danza logra que llueva alguna prueba deportiva. Aunque ganas de momento no hay.

Y por último, en el 17 me planteé realizar el camino de San Frutos. Una pequeña excursión de 77 kms por la provincia de Segovia. El trayecto parte desde la misma ciudad hacia la ermita del santo, ubicada en el paraje de las Hoces del río Duratón. Una peregrinación que queda postergada al necesitar varios días para completarla a gusto, también porque seguramente mi facilidad para perderme me llevaría más horas de las previstas, y a ver como se lo explico a la jefa del núcleo familiar. El caso es que el trayecto de la espiritualidad queda relegada al futuro, a la lotería del más adelante. De momento me quedo con el reintegro, expuesto públicamente para recordar esas pequeñas cavilaciones que un buen día, pasaron por mi mente, no sea que luego lo mande todo al diablo. 

Buen 2018. Suma y sigue.