Tercera aventura del curioso profesor Henry Wilt, el antihéroe creado por Tom Sharpe y cuyo poder de atracción para el enredo y las catástrofes se mantienen intactos. Tras los memorables sucesos de la muñeca hinchable y la amenaza terrorista anteriores, a la familia Wilt les toca lidiar en esta ocasión con una serie de casualidades ajenas a su voluntad. Todo empieza cuando una estudiante muere por sobredosis en la escuela Fenland, el lugar donde ejerce Wilt en el departamento de Estudios Liberales. La chica muerta es hija de un influyente matrimonio de la alta sociedad que presionará a la policía para que logre resolver el caso y descubra el origen de las drogas. Por ahí entrará en escena un nuevo policía, Hodge, y que en su ascenso profesional despertará las envidias de Flint, el inspector enemigo de Wilt de los anteriores libros. Éste empujará a Hodge a hacerse cargo del caso con la esperanza de que Wilt, y su irremediable fatalismo, arruine la carrera de Hodge.
Sin embargo y a pesar de que Wilt, su mujer Eva y sus hijas formen parte del enredo, la iniciativa del desastre habitual viene dado por terceras personas. Normalmente Sharpe siempre incluye a toda clase de personas y de tarados que acompañen al despiporre humorístico para que apoyen con sus actos las locuras emprendidas por la familia Wilt. Pero en esta ocasión, el karma se encarga de devolver tales tragedias a los protagonistas de la novela. Primero con un inspector de policía que fantasea con que Wilt sea capaz de ser un genio del crimen y que se saca un sobresueldo a través del mercadeo de drogas, su obsesiva persecución en hallar pruebas, se extenderá en vigilar todos y cada uno de los movimientos de Wilt. Incluidas las habituales descerebradas de tan singular personaje que serán interpretadas erróneamente por el inspector. Como cuando Wilt es detenido en una base militar americana acusado de ser un espía soviético. Turno adecuado para que Sharpe se explaye a gusto sobre el imperio yanki y de rienda suelta a la paranoia comunista sobre unos militares deseosos de dar rienda suelta a la habitual arrogancia de su poderío militar.
Al habla Karl Radek |
¡Ánimo, Wilt! logra un desarrollo bastante equilibrado a la hora de construir todo el enredo que acompaña a la novela. Basado en una estructura que va encajando ordenadamente las sospechas policiales con la colaboración involuntaria de la familia Wilt. Sin embargo, este esquema reduce el protagonismo del personaje principal, al convertirse en blanco del destino en una singular jugada de hacérselas pasar canutas por sus estragos del pasado. Para que el desmadre sea efectivo, Sharpe empieza por exagerar en demasía a los secundarios que atosigan a Wilt. La novela se convierte en una loca carrera que termina por dejarse llevar por el simple disparate sin la base lógica del inicio, un punto que tenía simplemente más gracia frente a la mera caricatura hacia donde les dirige el autor. Y parece que van a dúo, ya que al citado inspector Hodge se le une un militar americano que se excede más allá de las lógicas sospechas que pueda acarrear un individuo aparentemente inofensivo. Al menos Wilt mantiene intacto su imán de atraer catástrofes mientras su patosa personalidad empuja a la lógica por un precipicio, de ahí surge un caos que se apodera de unos actores con todas las apuestas de ser tachados como descerebrados.
Yo sólo soy el que está en el medio y no sabe a qué lado saltar. Pero por lo menos pienso. O trato de hacerlo. Ahora déjame sufrir en paz y dile a tu amiga Mavis que la próxima vez que no desee ver una erección involuntaria, no te aconseje que vayas a ver a Kores la Castradora.
¡Ánimo, Wilt!
Tom Sharpe
Ed Anagrama, 1992