Una antigua correspondencia entre colegas describe la polémica publicación de un libro en la sociedad gaditana del siglo XVII. En el legajo se cuenta como la obra fue transcrita por un joven escritor, llamado Román de Irala, sobre la vida de un granuja que se encontraba preso en la cárcel de Cádiz y al que Irala entrevistaba gracias al libre acceso que tenía en el penal por su parentesco con el alcaide. De todos los presos a los que visitaba, se destaca a un tal Juan, apodado como el Rubio en la carta y cuyos avatares en vida fueron trasladados por la tinta al papel. Tal jarana debió armarse que la santa Inquisición actuó tan eficazmente que las aventuras del preso se perdieron. La referida misiva queda como referencia póstuma de una obra que escandalizó a la sociedad de la época, y como base para que Fernando Quiñones se guíe, con los pocos datos aportados, a elaborar su propia ficción a partir de la palabra del protagonista. Juan Cantueso es el nombre del recluso quien se encuentra encadenado a la espera de juicio por estar relacionado con un pastelero, y que al parecer usaba ingredientes poco decorosos en sus productos. Carne humana muerta para deleitar paladares y rebajar costes.
El título del libro no lleva a engaño, pues el único que canta en toda la novela es la voz del protagonista, quien relata su vida al paciente escritor, desde su origen hasta el punto en que las cadenas lo mantienen fijo en la mazmorra. Nadie intercede ni interrumpe el relato, salvo el propio Juan, ya sea para dirigirse a su interlocutor como a los lectores, donde sitúa la acción que describe su memoria.
Se trata de una obra intima, que aglutina diferentes temáticas interesantes. Aventuras, amor y la típica picaresca ibérica por encima de detalladas descripciones históricas. Se agradece el tacto con el que Quiñones sobrevuela los actos históricos más importantes de la época, al situar al protagonista como un simple coetáneo que describe algunos hechos relevantes desde una perspectiva lejana, sin involucrarse de manera activa como suele ocurrir en la mayoría de las novelas históricas. O describirlas en una simple frase como el terrible terremoto de Lisboa, con los temblores colaterales que se sintieron en Cádiz.
De este modo acompañamos al deslenguado personaje a través de sus recuerdos, cobrando importancia el carisma que desprende el único orador por encima de lo que nos está contando. Tal vez sea este un leve aspecto negativo, ya que el narrador cobra tal importancia, que a veces resulta más interesante el modo de cómo se cuenta, que la historia misma. Sinceramente, hay partes que el interés decae, ya sea por el devenir de actos intrascendentes y que no despiertan mucho interés. La facilidad con la que suele caer en gracia nuestro protagonista a personajes claves para que le presten ayuda, o la repetición esquemática de ganarse la vida a través de los naipes en diferentes lugares. Vieja fanfarronería hispana de saber manejarse con las cartas a cual mejor.
A favor destaca la escritura de Quiñones, interiorizada por el acaparador protagonista con un gracejo natural que permite enfatizar con el personaje. Las aventuras de Cantueso se desarrollan desde Cádiz hasta Sevilla, Venecia y la búsqueda de fortuna en las Indias occidentales, a través de su propia historia que se sacude la necesidad de acompañar al protagonista con los grandes titulares históricos. Hubiera sido más popular colocar a nuestro personaje como tripulante de algún corsario más famoso o como participe de eventos grandiosos. Sin embargo, Quiñones acierta en primar la vida del personaje por encima de mayores glorias al crear su propia estructura, típicamente circular, donde se abren y se cierran los lazos de Cantueso con el resto de personajes que deambulan por la novela, desde sus inicios hasta el fin. Tal vez la cercanía con el pintor Murillo sea la única licencia que se permita el escritor de colocar a su protagonista con algún elemento a tener en cuenta.
La canción del pirata es una recomendable novela de aventuras, cuyo pecado original debió ser dar lustre a un sinvergüenza, a un canalla que arrastraba alguna alma en su conciencia, y la libre verborrea del preso, que no dudaba tampoco en describir amores como abrir piernas femeninas. Quiñones intenta recoger todo ese conglomerado polémico y recrea una notable ficción que quizá pierda lustre en las alargadas experiencias que narra en los lugares de la acción.
Juramos delante de Bonfim, navegando para Mosquila, el compromiso y ley de los Hermanos. Va en habla francesa, tú lo sabrás, pero El Mono nos lo enseñó a la española:
- Cadena de oro o pierna de palo, venga lo que venga contigo estamos.
Fernando Quiñones
Ed. Alianza editorial
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