...... viene de una entrada anterior.
Tocaba volver en verano y encima apurando en el mes de septiembre, como hacen los buenos estudiantes, a completar la ruta del pasado invierno y poder comparar el pinar laricio de la Hilera entre ambas estaciones. Cabe destacar que los pinos han ganado algo en su particular lucha contra la oruga procesionaria, aunque quedan muchos nidos expuestos como retales de viejas batallas sobre las ramas más elevadas. Por otro lado, la temperatura para las excursiones se torna más agradable bajo los abrigos que frente a la ligereza del textil en la época estival. Ahora solo queda iniciar el pateo y la idea es que el punto de arranque se sitúe cerca del nacimiento del arroyuelo de la Hilera, allí donde surgieron pequeños gigantes albares a reclamar cierto protagonismo en el paseo anterior.
Un lugar aleatorio que sirva de empalme temporal, como el destacado pino albar desmembrado, pegado al pliegue por donde debería correr el agua del arroyo y cuyo nacimiento anda bien cerca. Sin embargo, tal ubicación asciende hacia el cerro de la Carrasqueta, en un fuerte desnivel que provoca las primeras maldiciones del excursionista. No hay más remedio que apoyarse en el bastón y preguntarse continuamente porque no escapar por algunas sendas oblicuas que ladean el cerro. Tonta necesidad de alcanzar los cielos. Entre tanto resoplido y necesarios parones se aprecia la violencia de los elementos. Con algunos pinos arrancados de cuajo sobre su base o la bella estampa del pinar a nuestras espaldas. Lorenzo también empieza a azuzar el cogote. Poco a poco surge la pradera cimera, pero Bosco parece haberse quedado con ganas de más, pues sin ton ni son, se empeña en completar la ascensión a la Carrasqueta, a su bola y sin esperar siquiera a quien lo alimenta de manera diaria. Será cabrón.
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Bosco y un pino laricio |
La cima del cerro ofrece buenas vistas. El valle de la Hilera queda bajo mis pies y bien visible la pradera de la Covacha a la izquierda. A la derecha del cerro queda el monumental conjunto del Valle de los Caídos. Turístico lugar donde descansa un cuerpo en zona VIP, y que según ciertos rumores, va camino de culminar un cambio de reposo más acorde a los tiempos actuales. Después de las vistas, toca buscar abrigo entre las rocas del cercano sendero GR10 para deleitarse con un merecido almuerzo. Ahí es donde Bosco nunca repara en aventuras por su cuenta y acude presto a gorronear cualquier golosina.
Concluido el piscolabis, descendemos a un collado que nos interne nuevamente
en la Jarosa, gracias a un machacado sendero que en mi época biker denominábamos como DH2000. La senda era una delicia para los amantes de rebotar entre piedras y raíces, aunque con tanta amortiguación doble, uno ya desconoce donde queda parte del flow para quienes bajábamos en simples rígidas. Anotada la nostalgia vuelta al presente, para recuperar el melancólico sentimiento que otorga la bota y el bastón. Más lento pero fiable a la hora de atrochar por el cabrero camino y descubrir la presencia de algunos laricios desperdigados en el trayecto. Como un buen ejemplar, empecinado en mantenerse en mitad del camino, como si quisiera controlar el paso de los domingueros.
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Pinos laricios |
El pedregoso camino culmina en una amplia pradera. La Covacha es el punto más alto de la pista forestal que rodea toda la Jarosa. Y justo enfrente anda posteada la ruta local del bosque plateado, cuyo falo invita al excursionista a visitar un conjunto de piedras donde destacan algunos laricios por su porte, mientras que otro más promocionado crece como una lapa adherido a la grieta de la roca. Curiosamente este punto es el final de la ruta local, y en un panel informativo se destacan a los ejemplares de la Hilera, su elevado número y otros datos.
Pero la naturaleza no entiende de limites, ni de círculos de colores que marquen el camino a seguir. Y obviamente las laderas se extienden para unir el arroyuelo de la Hilera con el sugerente Barranco de los Lobos o el arroyo del Bercial. Depositarios ambos del nutrido arroyo de la Calle de los Álamos. El trajin del barranco gana por llamativo, aunque haya que escoger un lateral para abordar su nacimiento a la vera de la pista asfaltada. Para colmo de la mala elección, hay que desviarse de la insegura senda que propone el arroyo, porque no hay seguro que cubra accidentes por hacer el imbécil. Mejor así, o no, porque toca jugar al entretenido albedrío del zig y del zag, a media ladera y combatir entre maleza y matorrales secos el camino a seguir. Y siempre bajo la atenta mirada del pinar, mezclado alegremente entre albares, laricios y silvestres. Entre la jarana del bosque surgen los ladridos de los corzos, quienes avisan a sus parientes de la visita de intrusos. En un saliente rocoso detenemos la marcha, a ver si hay suerte y con la ayuda de los prismáticos podemos observar a los corzos cantarines. Pero ni rastro, a pesar de sus graznidos no hay forma humana de avistar a los animales entre tanto verde.
Se reanuda la marcha, campo a traviesa para seguir descubriendo pinos ocultos al turisteo de las rutas marcadas. Pero la ladera comienza a girar por el sur, señal inequívoca de que hay que buscar el arroyo de bajada, cuyo cauce anda tan seco y triste como mis ganas de volver al coche. Al lado del arroyo hay una pequeña vereda que nos ayuda a alcanzar la amplia pista forestal. Y más abajo, se retuerce en un par de recodos para apropiarse de las aguas de los arroyos citados. Hilera, Barranco y Bercial. Y sin buscar, aparece la suerte de toparme con los corzos, quienes cruzan chulescamente la pista delante de mis narices. Solo les faltaría que reprocharan mi presencia en día laborable.
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La gayuba alfombra parte del monte |
Los pinos laricios pierden protagonismo mientras se regresa al área recreativa. Atrás queda la mancha forestal, expuesto su descubrimiento en la entrada invernal y que en la actualidad abarca una población que ronda los 30 mil ejemplares, (quién coño cuenta estas cosas) según un panel informativo. Para 1992 técnicos forestales de la Comunidad de Madrid se dieron un garbeo por la zona. También se detuvieron para medir la edad de algunos congéneres con un artilugio denominado como barrena pressler. Los cálculos ofrecieron la interesante suma de los 500 años para algunos de estos pinos. Y para completar la manía clasificatoria del ser humano, el bosque plateado queda señalado en el exclusivo círculo de los árboles monumentales de la CAM, gracias al correspondiente hito sobre la base de un escogido representante de toda la especie.
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Álbum de fotos
Pano del pino
Bibliografía
Árboles singulares de Madrid.
Francisco Javier Cantero Desmartines y Antonio Lóez Lillo
Ed CAM.