A ojo, habrán pasado un par de décadas desde que abandoné la lectura de El Silmarillion, seguramente no sea el único que se bajó del barco tras disfrutar de El señor de los anillos o El hobbit, pero es que El Silmarillion es un libro que difiere bastante de los anteriores. En realidad, es una especie de resumen con la intención de acoger leyendas, cantos, poemas y otras fuentes inventadas por Tolkien para dar forma a su mitología literaria y creada a lo largo de su existencia. Este amplio conglomerado de historietas, vienen repartidas en diversos apartados que se extienden bastante a lo largo de los tiempos narrados por el autor. Porque esta es una de las ventajas de las que disfrutan los protagonistas inmortales que pululan por el libro frente a la libre circulación de los siglos. Que el tiempo pasa pero muchos protagonistas permanecen.
El acopio de estos textos son como cuentos que pueden ordenarse cronológicamente para dotar de cierto sentido las diferentes edades temporales de la llamada Tierra Media, el lugar hacia donde derivan la mayor parte de las aventuras desde otros mágicos lugares y dar forma a El Silmarillion.
Pero a todos nos gusta tener cierto orden, y nada mejor que empezar por el principio, con una especie de génesis que explique el origen y la evolución del idealizado mundo ideado por el autor, influenciado sin duda por los viejos dioses que poblaron las mentes humanas en diversas civilizaciones para dar forma a los suyos propios. Una vez superada la mágica formación del mundo y los celos que señalan al malo de la función, los relatos derivan hacia unas joyas excesivamente hermosas, creadas por uno de los elfos más poderoso: Fëanor. Unas piedras preciosas que serán las causantes de numerosos conflictos por poseerlas, similar codicia a la creada por el Anillo Único y con problemas similares de maldiciones y violencias por poseer tales baratijas. Por ahí ya radica una prueba complicada, a la hora de ubicar numerosas y dispares historias que se reducen en un breve espacio de texto.
En todo ese compendio, surgen ciertos problemas a la hora de acaparar una enorme ristra de nombres, tarea complicada con tantos personajes con el don de recibir numerosos apodos por sus actos, seguir su genealogía y hasta cambiar de nombre propio por algún logro particular; lugares, la geografía siempre ha sido un espacio importante que uno se pierde entre tantas montañas, bosques y ciudades; y sobre todo, los vaivenes propios de las historias narradas. A grosso modo son un buen numero de historias independientes, pero todas andan narradas a una velocidad excesiva. Tolkien abrevia y opta por describir demasiadas acciones en un par de frases sin mayor gracia que dar por bueno lo que nos está contando. Profundidad, motivos o desarrollo más bien escasean. Solamente queda aceptar lo que este buen señor nos dicta en los relatos que funcionan de manera individual pero que son importantes al guardar ciertas conexiones entre éstas y otras historias.
Literariamente, el mayor déficit viene dado por la abreviación de estos relatos. Por un lado se entiende el propósito ideado por Tolkien, al querer resumir tales historias como si éstos fueran poemas épicos recogidos a lo largo de los años y que den sustento a la base de su mitología. Y de hecho funcionan según va avanzando la lectura y vamos adaptando ciertas querencias mientras se devoran las páginas. Labor que se asume por costumbre.
Sin embargo se queda corto, porque rápidamente el lector asume que ahí detrás hay varias historias de grandes dimensiones de las cuales nos han llegado retales. La brevedad de los relatos tienden a verse apresurados y el lector lamenta que no haya una mayor profundidad. Siempre quedará algún punto de interés, alguna reseña interesante que pueda encontrar un mayor espacio. Una pena, porque siempre quedamos con ganas de una mayor profundidad que al mero hecho de acumular acciones sin mayor desarrollo.
Por ahí destacan un par de episodios que cuentan con mayor espacio de texto. Y gracias a este simple hecho de tener más espacio, mayor es el interés al abordar mejor sus historias. A cuento de esto, aprovecho para citar la maldición de Turin Turombar, como mi relato favorito, junto a la historia de amor entre el hombre Beren, el bocazas, (este apodo va de mi parte) y la elfa Luthien. A destacar también la importancia del clásico conflicto entre el bien y el mal. Porque a lo largo de las historias hay una madurez importante, al arrastrar a sus personajes a los meros deseos del poder, la conquista y la arrogancia superioridad de algunos elfos frente a otras razas, el rey Thingol sirve como ejemplo; y como las confrontaciones con el mal, encarnada en una memorable divinidad de constancia planificadora, adquieren un amplio espectro de madurez y de dificultad que emplazan a la Tierra Media a una constante batalla.
Pero Beren rió. -Por bajo precio -dijo- venden a sus hijas los reyes de los Elfos; por gemas y por cosas de artesanía... cuando volvamos a encontrarnos, mi mano sostendrá un Silmaril de la Corona de Hierro.
La historia de Beren y Luthien - obra del artista Jian Guo |
A Tolkien le debemos muchas cosas, gracias a su ficticio mundo literario que ha derivado a una sugerente producción hereditaria a través de continuas ediciones y el boom mundial que supuso las películas realizadas por Peter Jackson. Ahora, con la vista próxima al estreno de una nueva serie audiovisual para septiembre de 2022, me he decidido a recuperar esta vieja deuda pendiente. Al menos, el peso de los años ha logrado asentar cierta paciencia, rocosa en algún caso, para atenuar la locura de los nombres que abordan estas páginas. El Silmarillion vuelve al rincón, con el sueño derivado hacia un universo diferente que expone el talento de Tolkien hacia una obra tan personal, inmensa; lo peor de este libro es que ahora te deja con ganas de querer sumergirte en algún relato concreto con la fatalidad de saberse imposible.
Lamentaban amargamente la caída del rey Felagund, y decían que una doncella se había atrevido a lo que no se habían atrevido los hijos de Fëanor,…
JRR Tolkien