Con esta novela, Tom Sharpe puso fin a la saga de la familia Wilt tras cinco publicaciones y con el transcurso de unas tres décadas de por medio. Un tránsito donde apenas se han visto cambios descritos en la sociedad inglesa; apegadas las aventuras expuestas en estos libros a otros menesteres, destinadas principalmente a un entretenimiento básico, donde prevalecen las situaciones más pintorescas en unas historias que terminan por ser ataviadas por los curiosos personajes que suele crear el bueno de Sharpe.
Por ahí conviene realzar los argumentos expuestos por el escritor, dando prioridad a la creación de personajes excéntricos y que por razones de distinta índole, protagonizan unas tramas que suelen enredarse de tal modo, que las salidas más interesantes nunca van en la dirección correcta. Incluso si se añade por el camino algún secundario cuerdo, éste termina por ser devorado por el oleaje de la locura previa. Y acaba por parecerse a los locos que pueblan esas páginas.
Para esta nueva entrega, se expone un leve problema al matrimonio Wilt, pues tienen a sus hijas escolarizadas en un colegio privado, del que a duras penas pueden costear las altas cuotas. Por suerte, Eva conoce a una adinerada aristócrata que está interesada en contratar a Wilt para que de clases particulares a su hijo (Edward) y que éste pueda acceder así a la universidad. El trato incluye que la familia Wilt pueda instalarse, a lo largo del verano, en una casa de invitados dentro de la amplia finca que posee el matrimonio Gadsley. Sin embargo, la gracia no la aporta el introvertido Wilt ni su pasional esposa. El grado de locura se centra en el matrimonio asentado en la alta sociedad, cuyas taras ponen a prueba la credibilidad del relato aunque sostiene la guasa cada vez que se indaga en esa curiosa relación y permite al escritor invertir la mala leche que gasta en estas figuras.
Curiosamente, La herencia de Wilt, (junto a otra novela titulada Los Gropes) supone la última obra de un autor que ya contaba con más de 80 años de edad. Seguramente y consciente de ello, Tom Sharpe se tomó con profesionalidad su trabajo para dar pie a una elaborada novela cuya estructura avanza con cierta parsimonia; sin olvidar por ello el cachondeo habitual o el característico lenguaje malhablado que vaya amenizando la lectura. No tiene prisa alguna, y menos aún cuando el protagonismo salta entre las andanzas de Wilt, el singular periplo de Eva para recoger a sus hijas y cómo éstas adquieren sus propias peripecias. En esta última entrega, las cuatrillizas toman mayor partido, y su mayor protagonismo las permite gestar sus trastadas con premeditación y consenso entre las cuatro a lo largo de las páginas. El mote de "diabólicas", que promulga su progenitor, queda claramente expuesto por la continua demostración que tienen estas niñas de tener que fastidiar al resto de personas que se cruzan por su camino.
Como ya ocurriera con la obra anterior, Wilt pierde la capacidad de capitanear sus pasos, engullido por la familia Gadsley y sus excentricidades que han llegado incluso alborotar a la localidad cercana a la mansión. Wilt termina por parecer el único ser cuerdo del libro, a pesar de ser un tipo que tiene la extraña facultad de meterse en diversos líos, un imán para el desastre del que sabe salir impune pese a las habituales sospechas policiales. Molaba más cuando era él quien metía la pata y enredaba la realidad con su inusitada locuacidad. Pero Sharpe parece querer golpear en otras lides y elige torpedear a la familia de alto linaje para plasmar una mala leche que muestre las miserias y los gustos desfasados del ser humano.
El autor en su estudio de trabajo - Fundación Tom Sharpe |
La herencia de Wilt funciona como lo que es, un libro jovial que desvirtúa la realidad con el pretencioso uso de una ficción que amontona desvaríos, tacos y perversiones sexuales como sostén de un humor alejado de la finura denominada como británica. Nunca supe muy bien cómo era ese relato de los gentleman, cuando a esos educados señores isleños también iban asociados al fenómeno hooligan. Tal vez Sharpe se fuera de madre a la hora de exponer los males de sus conciudadanos, aunque eso siempre ha sido un aliciente para reírse del mal ajeno.
A pesar del esfuerzo realizado, queda la sombra perenne del personaje acaecido en 1976 por su original desventura con la muñeca hinchable. Reconozco cierta gracia en las obras posteriores, incluido el esfuerzo en esta última tirada de despedirse a lo grande, pero éstas estarán en deuda con la precursora. La herencia de Wilt termina por ser el legado de Sharpe, autor que falleció en 2013, y que será recordado por este singular éxito que ha logrado calar en buena parte del público, los cuales se dejan llevar alegremente por las locuras planteadas en estos libros. Los bufones siempre han estado ahí, para distraernos un rato. Algo de lo que siempre podremos agradecerle al bonachón de Tom Sharpe.
Al oír eso, Wilt se sintió optimista.
La herencia de Wilt