Glamour temporal -ThinkFilm |
Primer tiene mucho que ver con el idealizado eslogan del trabajo yanki, ese viejo sueño de lograr el éxito a través del trabajo personal y/o colectivo. El filme presenta a cuatro amigos, unos cerebritos en plan Big Band Theory, que después de su jornada de trabajo se encierran en el mítico garaje para buscar y desarrollar nuevas ideas, oportunidades y patentes. En uno de esos proyectos suena la flauta. En principio la idea inicial buscaba reducir el peso de un objeto al introducirlo en una caja metálica, adornada con toda la parafernalia posible de la experimentación. Pero el mayor descubrimiento viene de rebote, pues uno de los protagonistas, Abe, constata que durante el proceso se desarrolla una especie de elipse que termina siendo una especie de máquina del tiempo. Un punto de inicio que llega hasta otro punto diferente y vuelve de manera constante al inicio. Nuevamente surge el aviso. Porque el proceso, la máquina y demás entelequias son tan rebuscadas que fácilmente puede uno perderse, y constatar, que a pesar de muchos esfuerzos no entendamos ni papa.
El garaje-ThinkFilm |
Tal problema, Carruth lo convierte en un éxito gracias a la inteligente propuesta de los viajes temporales y al magnetismo que rodea a toda la película el esquivo punto de vista adoptado por la cámara. El cuarteto inicial se reduce a dos; a una dupla protagonista que parte de la amistad para ocultar al otro bando el descubrimiento y aprovechar las jugosas ventajas que supone saber cualqier cosa con antelación. Como la lógica oportunidad de negocio por parte de sus creadores, al conocer de antemano los valores de bolsa y hacerse con las acciones más rentables. La avaricia del vil metal se contrapone con los conocidos problemas de jugar con el tiempo, la linea temporal o las consecuencias físicas de las personas implicadas. Es decir, cambiar el curso de ciertas historias puede conllevar algún problema, mientras que también existe la tentación de sacar beneficio de manera particular. Aparte del atractivo aspecto de ciencia ficción que recorre la película, surge el lado humano, a través de la deriva que toma la relación de los verdaderos protagonistas. La pareja protagonista encabezada por el verdadero creador de la máquina, Abe, frente a su compinche Aaron.
La duración de la película tampoco ayuda. Poco más de una hora condensa toda la historia. Abreviada encima de manera voluntaria por el montaje; cuyas tijeras abundan en el metraje en pequeños saltos que imitan las posibles interferencias que puedan crear los protagonistas al retroceder hacia un punto determinado de la historia y poder modificarla a su antojo. Las consecuencias que muestra Carruth llegan tras las diferentes acciones de éstos, dando pie a las interesantes trampas del egoismo personal de cada uno de ellos y para colmo enredando aun más la comprensión del filme mismo.
A pesar de tantas trabas, zancadillas y planteamientos rebuscados, Primer termina triunfando. Es una película que exige atención por parte del espectador, nada se presenta masticado y de fácil digestión; encima cuenta con un ágil envoltorio gracias a una cámara que ofrece interesantes puntos de vista a través de una enorme sencillez; aupado por el citado montaje, retorcido y manipulador hasta el extremo de aportar fragmentos que el espectador debe rellenar con su propia imaginación. Como si hubiéramos seguido una linea temporal que termina siendo trastocada por los continuos viajes de querer remendar males ligados al ámbito que rodea a los personajes. Son tantas que dar por buena una única linea se antoja inútil frente a las múltiples variantes que llegan a crearse.
Primer
Shane Carruth, 2004