Seguramente, el Maligno no se ande con tanta benevolencia sobre el negocio de las almas desde entonces. Y como medida de precaución, decido acercarme a sus dominios por la puerta trasera, remontando el abrupto barranco creado por el río Artiñuelo. Precioso nombre que atraviesa también el sugerente municipio de Rascafría. Punto de inicio del pateo del día.
Presa del Artiñuelo |
El río Artiñuelo continua parejo al ancho camino, rematado por diversos robles desnudos y las cumbres nevadas sobre los primeros rayos del sol. Un poco más adelante, el alegre soniquete de las aguas es sustituido por una laminada caída que retumba sobre el pequeño muro de la presa del Artiñuelo. A su derecha, destacan unos aguados escalones que pretenden ayudar a la trucha en su natural remontada del río. Ole sus branquias. Porque tras un eterno e impaciente minuto de espera, por ahí sólo circula la constancia del río encajonado. Nótese la ironía. A derechas hay una leve elevación, tras superarla nos permite acceder a la garganta del río, a través de una bella estampa donde la roca domina las laderas. También toca probar algún que otro lodazal que ponga a prueba la membrana de las botas.
Río Artiñuelo |
Una pena no poder encontrar la forma de superar el río, con algún puente mágico o alas de prestado... Superada la tentación que propone la otra orilla, seguimos subiendo por los requiebros de la ribera. El Artiñuelo recibe refuerzos de los arroyos Calderuelas, Cancha y Redonda, en un reducido valle donde ciertas señales indican el uso experimental de la pesca. Se vadea el Calderuelas para continuar sobre breves sendas que acompañan al río, entre la maleza, bardagueras, algunas nieves y los primeros pinos de repoblación. En un recodo, el Artiñuelo gira bruscamente a derechas, empeñado en despeñarse en pequeños acantilados. Tal vez lo fácil hubiera sido vadearlo y seguir el curso del otro afluente, el arroyo Redonda, pero antes de atender extraños susurros que culebrean alrededor de mis orejas... me mantengo firme al Artiñuelo y a su asilvestrado paso. De premio, unos tejos adheridos como lapas a la inclinada ribera, y uno de ellos con buenas dimensiones de base, en esa particular manía de crecer en las laderas más complicadas. Igual de obstinada que la ascensión, entre piedras, zarzas y el silencio del bosque, roto por la continua acción del agua.
Pero seguir el cauce se complica con el alzamiento constante de la roca, que amenaza con expulsarme al pinar para poder continuar sin mayores dificultades. Menos mal que un viejo del lugar, un gordo eremita en forma de melojo, me chiva un paso sobre el Artiñuelo que me permite escapar a la encerrona de tanta subida al libre albedrío. También es de justicia reconocer que estaba hasta los mismos. De modo que iniciamos una breve escalada para despedirnos del río. Bosco lo celebra restregándose sobre las nieves, para después tropezarnos con otro tejo bien distinto de sus congéneres salvajes, pues éste parece mimarlo un paisano con algunas podas regulares que dotan al ejemplar cierto aire de árbol de jardín.
El ejército del cerro del Diablo |
Al finalizar el convite toca merodear por el lugar, donde destacan diversos vigías rocosos repartidos alrededor del cerro. Pero impresiona más el inmenso ejército de pinos, perfectamente alineados. Tan cuadriculados en su formación, que parecen estar dispuestos
El robledal |
La suerte es que orientado nuevamente por el sendero, Bosco, un servidor y una mosca detrás de mi oreja, descendemos por el pinar con la sospecha de volvernos a topar con el carro de los cojones. Por suerte, alguien se ha aburrido de jugar con nosotros y nos permite alcanzar el coqueto Robledal de Horcajuelos. Un bonito camino rodeado por jóvenes arboles desnudos. Larguiruchos imberbes que premiaran a los veraneantes con una presumible sombra bajo su techado en fechas más veraniegas. Aunque ahora, en el estertor invernal, ofrece mejores vistas de la Cuerda Larga y el divino perfil del santuario religioso de El Paular. Pero la muerte también ronda el lugar, al toparme con los restos de un ternero que aviva el paso del excursionista. No sea que el Diablo se haya dado un festín y piense en mi tierna figura como postre.
El sendero alcanza una cancela que nos invita a serpentear entre los robles para llegar a una plataforma natural de bello nombre, las Arroturas. Las oscuras cumbres de los Montes Carpetanos se arremolinan sobre las nubes. El cerro del Diablo queda escondido entre la multitud verdosa de los pinos perennes. Mientras que Rascafría sobresale en el enorme Valle del Lozoya, como una balsa de salvación.
Sin embargo esta excursión planeaba desviarse de los Horcajuelos por un camino marcado como PR-10 y que lleva hasta el mismo monasterio de El Paular. La intención era purgar pecados andarines en la cercana ermita de la Virgen de la Peña, al lado del citado monasterio. Pero dicha ermita se encuentra dentro de una finca privada. Después pretendía cruzar el puente de El Perdón y retornar finalmente a Rascafría por el Camino Natural del río Lozoya. Sin embargo y pese a estar señalizado el trazado por el Instituto Geográfico Nacional, dicho PR-10 se interna en una finca privada dedicada a la explotación de ganado, sin ningún tipo de obstáculo ni señalización. Cerrada la correspondiente salida que alcanzaría el bonito monasterio cartujano. A pesar de ser una parcela privada, el camino tiene servidumbre de paso. Información contrastada por el técnico municipal del ayuntamiento de Rascafría.
Fuente ign.es |
Álbum de fotos
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Paseos por Rascafría www.rascafriaturismo.orgguadarramistas.com
ign.es
Juan Guas y la Catedral de Segovia
_Colecta Al Diablo_
Ventana del Diablo
Cueva del monje
Arroyo del Infierno
Pisada del Diablo
Carro del Diablo
Garganta Infierno
Cascada Purgatorio
Cerro del Diablo
El tesoro de Peña Blanca
Silla del Diablo
Ladera y arroyo del Infierno
Arroyo Almas del Diablo
Puertas del Infierno
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