Hacia 1998 debutaba en la dirección Gary Ross, uno de tantos acertados guionistas que con el tiempo, terminan por dar el paso a la dirección. Y Pleasantville es su logrado estreno, una entretenida cinta que transportaba, de manera mágica, a un par de hermanos de los noventa al interior de una serie de televisión de los años 50. A pesar del fantasioso traslado a ese especie de universo paralelo, la película trata del conflicto que acarrean los cambios; sobre todo si la rutina diaria se ve corrompida por algo nuevo que trastoca una sociedad herméticamente acostumbrada a lo cotidiano y que consideraba normal. Esta oposición no tiene que ser necesariamente buena, ni mejor, simplemente, expone un cambio donde la libertad de elección individual choca frente a quienes se consideran legitimados a mantener un único punto de vista.
En ese viaje al interior de la serie televisiva, los personajes deambulan en un idealizado lugar donde todos sus habitantes son felices y ni siquiera se plantean la posibilidad de ver qué hay más allá de la calles ficcionadas de su particular universo. Un recurso interesante es el uso del blanco y del negro asociado al pasado y que representa el mundo de la serie tal como se exhibía en televisión. Rápidamente, la pareja protagonista toma conciencia de su extraña aventura y empiezan a trastocar el ideal mundo de sus vecinos. Especialmente Sue (Reese Whiterspoon), menos dada a disimular una personalidad que desconoce y bastante alejada de su propia forma de ser. Su hermano Bud (Tobey Maguire), es un fiel seguidor de la serie e intenta por todos los medios evitar trastocar el modelo de vida de los habitantes de Pleasantville.
Maravilloso contraste |
En EEUU, ese arrogante país acostumbrado a dar lecciones de libertad y milongas varias al resto, contiene bastantes lagunas negras en su corta historia como nación. Como la persecución, a mediados de los 50, a todo ciudadano sospechoso de mantener ideales comunistas. Curiosamente, el padre de Gary Ross, cuyo oficio también destacó en la escritura, pasó a engrosar las listas de sospechosos por sus ideales en la conocida etapa de la caza de brujas desatada por el senador McCarthy. Una pequeña cruz que de seguro alentó al joven Ross a la hora de elaborar este guion y derivar cierta denuncia y exposición del peligro que supone cuando algunas instituciones, o personas relevantes, se erigen en guardianes de un único punto de vista. Y cuidado con quien se salga de una línea señalada porque será denunciado, señalado y otros ejemplos dados en la historia moderna.
A pesar de tener unos mimbres elogiables y de obtener el favor de la crítica, Pleasantville fracasó en taquilla. Con el tiempo, la película ha ido ganando adeptos, al formalizar con creces el tonto consuelo de cumplir con el mero entretenimiento. Sin duda, se quedó con ganas de aspirar a algo más, lastrada mediante una floja resolución, demasiado yanqui buenrollista que la hace perder fuelle frente a un desarrollo mucho más interesante. En parte es una pena que falle en la gestión final cuando el resto del viaje logra alcanzar un entretenimiento tan sencillo como original.
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