16 de diciembre de 2020

La corte de Carlos IV

Finales de 1807 y en España, tanto la corte del rey como en las calles de la capital, son un hervidero de noticias y conjuraciones de diversa índole. Se barruntan cambios dada la inestabilidad política y la influencia francesa sobre la corona española. Hay tal revuelo montado entre tanta gente, que el teatro de operaciones del segundo de los Episodios Nacionales de Galdós, acoge a los genios de las tablas para desarrollar parte de las intrigas. Las mismas maderas donde los cómicos ejercen su profesional distracción para la aristocracia y el populacho. Todos juntos en apreciar las artes escénicas como principal producto de entretenimiento. No es baladí, si se tiene en cuenta que la importancia del teatro en España viene de largo, gracias a una importante tradición de dramaturgos en las letras hispánicas que venían empujando fuerte desde el denominado como Siglo de Oro. Y tras el desastre militar de Trafalgar, conviene disimular las penurias políticas de un país que anda doblegado a la voluntad de Bonaparte. De ahí la importancia de la actuación, del doble sentido que aportan las camarillas de la corte en pos de trapichear las corruptelas de una nobleza, preocupada únicamente en su beneficio. Un correcto paralelismo creado por Galdós, al detallar los pormenores históricos de una conjura, sita en el Real Monasterio de El Escorial contra la corona de Carlos IV por parte del príncipe de Asturias, con la inclusión del teatro como espectáculo de fondo.

 
Tras abandonar tierras gaditanas, el joven protagonista y narrador de la historia, Gabriel de Araceli, se encuentra al servicio de una actriz, Pepa González, en Madrid. Gracias a esta afortunada ubicación profesional, Galdós hace un repaso a la sociedad de la época con el continuo deambular del joven Gabriel por las calles de la capital, realizando sus funciones de criado entre recados, mensajes y agudizando su parecer al querer constrastar distintas opiniones entre las gentes de la calle. Tan variado abanico de personas, contribuye a hacerse una idea del dispar pensamiento general, donde la mayoría de los males se vuelcan en los representantes políticos, y en especial a la corona, con la curiosa esperanza de que la salvación provenga de una potencia extranjera. Del mismo modo, también anda entre bambalinas, escrutando el negocio de la representación desde una óptica interesante, al abrir el relato desde las envidias que despiertan los triunfos de unos autores frente a otros y poniendo de relieve las rencillas que se daban por aquel entonces.

Ya verás Gabrielillo, lo que te digo. Aquí vamos a ver cosas gordas. Debemos estar preparados, porque de nuestros reyes nada se debe esperar y todo lo hemos de hacer nosotros.
                                                                                                                Pacorro Chinitas

El teatro sirve como punto de encuentro en las actividades sociales, incluso pone de manifiesto el gusto de los aristócratas de mezclarse con el vulgo para amenizar sus existencias. Tal importancia otorga Galdós a este arte, que bien podría verse como un homenaje al teatro, a sus gentes y a sus historias plagadas de amores, con los clásicos enredos y deseos no correspondidos entre diferentes clases mientras se llega al extremo más alto de las pasiones y los celos. En el desarrollo de la trama, se entremezclan los entuertos derivados del corazón, en una hábil combinación donde la realidad se parece en demasía a las ficciones que se suelen representar. Por ahí destaca la narrativa del autor, construyendo con gracia su entramado de personajes, en una mezcla que logra ser más entretenida que la historia de los titulares. Sin olvidar las ambiciones palaciegas, allá donde nuestro particular paladín se ve envuelto sin quererlo en la resolución de disputas cortesanas y las posibles consecuencias que puedan darse dependiendo del bando escogido. Gabriel llegará a estar en salas y rincones del Monasterio, por entrar al servicio de una poderosa dama que le pondrá al corriente del poder de los cuchicheos entre tapices, más cortantes que los filos de las espadas.

La familia de Carlos IV - En el museo del Prado

Y como ya ocurriera en Trafalgar, Gabriel se convierte en protagonista sin quererlo, al estar casualmente en el momento adecuado. Todavía su participación en mayores gestas son escuálidas, más bien es un aplicado becario que anda de oyente en cursos superiores mientras pone al corriente al lector de los avatares que suceden en palacio. Su evolución personal calca también los deseos y sueños de los jóvenes. Pues si antes se veía triunfante en la bahía de Cádiz y alcanzar gloria guerrera; en está ocasión, su ambición por estar con personas de poderosa influencia, hace que su imaginación se disponga alcanzar metas superiores. En plan Godoy.

La corte de Carlos IV es una entretenida novela cuyo mayor pretexto histórico, la conjura de El Escorial, es vista más bien de perfil, desde una prudente distancia al tratarse de puñaladas dadas en los rincones. Al final, lo importante es la interpretación interesada de los altos cargos, de los nobles y de sus intereses ocultos bajo el disfraz de las falsas sonrisas. Algo así como la representación teatral final, un recurso muy dado en el teatro y al que Galdós otorga cierta importancia, al resolver algunos conflictos del libro al amparo de una escena. Momento adecuado para que Gabriel muestre su valía, una personalidad que empieza a picar piedra ante las dificultades que vendrán en el futuro.


La corte de Carlos IV

Benito Pérez Galdós
Clásicos y Modernos 14, Edición de Dolores Troncoso

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Episodios Nacionales

La corte de Carlos IV

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