30 de enero de 2023

El reloj del juicio final

Hace bastante tiempo decidí excluir los cómics del blog. A mí manera, debí pensar en la supuesta trampa que otorga la facilidad de su lectura y opté, únicamente, por la ficción literaria como un tonto esfuerzo merecedor de dedicarle mayor tiempo para hacer la reseña correspondiente. Sin embargo, siempre hay buenos motivos para desandar ideas inútiles y añadir la excusa precisa, como El reloj del juicio final. Obra de Geoff Johns en los textos junto a las ilustraciones de Gary Frank para dar continuidad a una de las historias gráficas más relevantes: Watchmen. A mi favor puedo añadir cierta devoción personal hacia la obra de Alan Moore y del dibujante Dave Gibbons. Incluida la mala hostia que gasta el señor Moore hacia las diferentes adaptaciones que se han ido realizando alrededor de su obra y de las cuales siempre reniega. Película de Snyder incluida. Por su parte, HBO ya fraguó una (a mí entender) magnífica continuación en formato de serie televisiva. Ahora toca volver a las viñetas, gracias al empuje de la editorial DC para dar una nueva continuación a Watchmen con visita inesperada a los héroes del universo DC.

De cuando era niño recuerdo vagamente las tramas con mundos paralelos, con diferentes Tierras y otras fantasías dimensionales que me tragaba sin rechistar. Hoy día, con la explosión cinematográfica de diferentes sagas y las necesidades empresariales disparadas, la editorial DC tuvo a bien ponerse bajo los mandos de Geoff Johns para poner orden en el amplio abanico de personajes con un relanzamiento genérico denominado como Renacimiento. Y sin querer destripar mayores iniciativas, viene El reloj del juicio final para enlazar a los protagonistas de Watchmen con los superhéroes del universo DC. A estas cosas se las llama crossover, una suerte de historias cruzadas. Pero volviendo al cómic central, conviene poner un punto de partida que Geoff Johns sitúa siete años después de la distopía descrita por Moore. Después de la terrible masacre de Nueva York, la sociedad mundial ha dado por bueno los textos descritos por Rorschach en su diario, transformando al personaje de Ozymandias de héroe a villano, mientras las potencias mundiales se hallan nuevamente en medio de una enorme tensión nuclear. El pesado de Ozymandias cree necesario volver a salvar al mundo de sí mismo, y por ello, planea encontrar al doctor Manhattan para que le ayude. Sin embargo, éste anda entretenido en otra dimensión, en otro mundo paralelo donde existen otros locos enmascarados con poderes sobrehumanos.

La portada se decanta por el hombre de acero

A continuación vienen 465 páginas. Es decir, hay espacio para desarrollar una compleja trama conspiranoica. En primer lugar, cabe destacar el interesante esfuerzo por respetar y homenajear el mito precedente, con la notable idea de darle una vuelta de tuerca a Watchmen y DC. Una combinación peliaguda, mastodóntica y espesa en sus inicios. Porque el trasvase hacía otro universo se hace de una manera bastante lenta; con un argumento que busca constantemente atar cabos ante la inmensidad de personajes a los que busca dar cabida. Sobre todo con las nuevas incorporaciones, un nuevo Rorschach y los llamativos Mimo y Marioneta. Estos fichajes obligan al guionista a dotarlos de un pasado que les de fuelle para que después tengan la opción de tomar partido. Y por ahí perdemos comba e interés.

Cuando la historia se centra en el universo DC, el lector observa que este mundo también está apunto de irse al garete. La curiosa acumulación de superhéroes de nacionalidad americana, levanta las sospechas del resto de países, quienes se embarcan en otra carrera armamentística: la de crear sus propias armas disfrazadas citados como metahumanos. Y a medida que avanza la historia, los personajes provenientes de Watchmen van perdiendo protagonismo para dar paso al gran héroe por antonomasia: Superman. Si Moore buscaba actualizar sus antihéroes en una sociedad de talante pesimista y realista, Johns busca redimir al gran icono americano y por ende, a las historietas de superhéroes. Superman se convierte en el verdadero protagonista, epicentro de la búsqueda de sentido por parte de Manhattan, el semidiós melancólico y azulado que anda jugando con la historia del universo DC. Y a fin de cuentas, dar por bueno lo señalado anteriormente a través de la firma editorial con Renacimiento. Solamente les falta decir que su objetivo final es seguir con el negocio. 

"No necesito sus consejos para crear aire respirable,.." La fantasía que no falte
En todo ese amplio conglomerado surgen multitud de personajes DC. Pero es tan basto, que tanta peña anda desangelada ante el verdadero interés del guionista y del lector: Superman y Manhattan. La mayoría de éstos, son meros figurantes de un juego que buscaba ser más grande, pero que la habilidad del guionista no ha sabido corresponder. El mejor ejemplo es la aparición esporádica de muchos, como el Joker, o la nula importancia de rescatar al Comediante, a fin de cuentas, no sirven para nada más que reseñar un simple cameo.

En positivo anda el preciso dibujo de Gary Frank. Tampoco podía ser menos a estas alturas de la producción que esta faceta anduviera coja. Además del respeto por las nueve viñetas que impuso Gibbons en la obra precedente. En esta secuela, también hay espacio para incluir anexos que complementan la historia. Igual que en los textos, con una cuidada historia versada sobre un actor que protagoniza un maratón fílmico y que termina por tener enlaces con la trama principal del cómic. En resumen, El reloj del juicio final viene a poner punto y seguido al planeado proyecto DC, con una notable obra que resulta grandiosa y pesada a la vez. Era tan ambiciosa y arrastraba tantas expectativas, que lógicamente era imposible acomodar todas de pleno. En parte es mejor así, que este cómic cojeé por varias partes sirve para que todavía podamos agarrarnos a la realidad.


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