20 de diciembre de 2023

Caribou Island

Hace unos cinco años de la lectura de Goat Mountain. Novela que encerraba una historia potente, singular y truculenta del escritor norteamericano David Vann. Autor merecedor de diversos premios literarios y de una agraciada publicidad mediática que encumbra sus letras junto a grandes escritores de su país. Pero el mayor reconocimiento personal es la retención de un libro que ha logrado mantenerse en mi memoria pese al escaso paso de tiempo transcurrido, porque fácilmente, otras novelas caen más rápido al saco del olvido. Y así, poco a poco, volvió Vann a mi cabeza, al atractivo recuerdo anterior y orientarme a escoger libro para cerrar el 23.

David Vann es un escritor que parte de premisas personales, orientando sus historias con experiencias que guarda en su particular mochila vital. Y en esta primera etapa literaria, sus obras tienden a centrarse en conflictos familiares mientras expone los posibles demonios interiores en sus ficciones. Una base promocionada seguramente por la editorial, un gancho basado en el morbo que logra atraer la atención del público y del medio especializado de turno. Luego le toca a Vann corresponder tales expectativas con sus historias.

La elección de Caribou Island fue dado al azar y conviene destacar un pequeño aporte posterior, porque una vez concluida la lectura del libro, suelo tener la costumbre de informarme algo sobre la publicación en concreto. Por ahí descubrí que existe cierta similitud entre Sukkwan Island, su primera novela, y está otra de Caribou Island. La primera acoge la relación de un padre y su hijo, mientras que esta segunda obra amplía el espectro a una familia completa, con la tragedia del suicidio como telón de fondo en el seductor territorio de Alaska. Situada la cercanía y otras referencias similares, conviene centrarse en la obra recién leída, con el matrimonio formado por Gary e Irene como protagonistas de un singular proyecto personal, cuyo plan consiste construir una cabaña de madera en la isla de Caribou y pasar allí alojados el próximo invierno. Pero van con retraso, pues el verano está a punto de terminar y aun andan cargando material para siquiera empezar la casucha. Con el tiempo echándose encima y las ventoleras del lugar añadiendo pimienta al trabajo sin empezar. Además, andan los sentimientos alterados, ya que Irene está convencida de que esta aventura es el último paso para que su marido la abandone. Como una excusa necesaria para abrir el melón del relato.

Su confidente es su hija Rhoda, la única que intenta mantener la cordura y la unión familiar. La otra figura familiar es Mark, el hijo varón del matrimonio y que vive en su particular mundo, un extra sin mayor repercusión que permitir al autor desgranar la ardua tarea de la pesca como una de las principales fuentes de la economía del escenario propuesto: Alaska. Este sitio no deja de ser un lugar apartado, lejano y con ínfulas de naturaleza salvaje, cuya densidad de población se escora principalmente alrededor de la ensenada de Cook y con la apetecible atracción de sus grandes extensiones naturales como reclamo turístico. Por ahí deambula una joven pareja (Carl y Monique) dispuesta a vivir su particular aventura veraniega recorriendo el territorio. Son simples secundarios, sin mayor empaque que aportar un pequeño punto de vista externo que amenace con alterar algo el relato principal con su participación.


Un relato centrado en el matrimonio y en su propuesta inicial de aislarse, aún más si cabe, en un jodido islote. Una manía personal de Gary, como si fuera la última posibilidad de cumplir un sueño juvenil de retroceder en el tiempo y vivir, en plan medieval, alejado del mundo exterior. Es un deseo que lógicamente arrastra a su pareja, y sirve como punto de partida para exponer las consecuencias, fracasos y rencores acumulados a lo largo de treinta años de matrimonio. Y por supuesto, alimentar a la bestia interna que tenía Irene desde que era niña, al rememorar el abandono que sufrió de niña por parte de su padre y el suicidio posterior de su madre. Un spoiler descrito en la primera página del texto, donde se aventura la comida de tarro posterior y la forma de actuar ante la perspectiva propuesta por el escritor. Como si avanzara una suerte de repetición que Rhoda, la hija y la única cuerda del texto, tuviera que lidiar para encontrar una cosa tan sencilla como el sentido de a dónde se dirige su vida. Obviamente ella también tiene sus propios problemas con una pareja indecisa a dar el paso del matrimonio.

Pero la piedra tirada por Vann ha tomado impulso y se sirve de ella para ahondar en los problemas acumulados del matrimonio, relatar parte de su pasado y cómo el vil paso del tiempo, se lleva por delante la estabilidad de la rutina para dar paso al miedo de la vejez, a observar con pavor como suma la resta del tiempo que les queda, y comenzar a echarse en cara los sueños sin cumplir, o las esperanzas abandonadas por la simple necesidad de cumplir con las decisiones que tomaron en su momento: trasladarse a vivir a Alaska, criar a sus hijos, … Manos a la obra, dijo. Por fin. Después de casi treinta años. ¿Cómo es que pasan estas cosas? 
Gary.

Caribou Island termina siendo un relato generacional que Vann maneja a su antojo, sobre todo a través de los tiempos y saltando la narración entre los personajes por bloques. En esos espacios, otorga a cada protagonista su punto de vista y los motivos que les lleva a actuar de una manera u otra. Cabe destacar una escritura que mantiene una letanía desesperante, dando especial hincapié a las frases cortas, como una enumeración constante de la excesiva prudencia que toma Vann en extenderse; de hecho, le encanta el rodeo, y orienta al lector hacia su juego, hacia un relato que termina por sorprender por la facilidad que tiene su autor por atraernos hacia una pista falsa y salir victorioso por otro lado. No es un tema sencillo el que expone, ni un texto agradecido ver como la peña se hunde en un pozo sin la menor intención de pedir auxilio. Pero este tío tiene algo llamativo, que sobresale entre el ambiente chungo y las frases cortas. Algo bueno contiene quién escribe tragedias griegas abrochadas con botas, impermeables y logra salir más que airoso. 


Caribou Island
David Vann
Literatura Mondadori, 2011

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Sukkwan Island
Caribou Island
Tierra
Crocodile
Acuario

26 de noviembre de 2023

Carta de ayer

Llevaba tiempo sin acercarme a mis lecturas anuales de la Colección Reno, ahora que el curso del 23 amenaza con finalizar sin cumplir mis habituales tareas pendientes. Así que tocaba elegir, entre el material almacenado alguna obra sin criterio alguno ni preferencia. La escogida a voleo, Carta de ayer, de Luis Romero. De este señor, cabe destacar el premio Nadal otorgado en 1951 por La noria. Y aunque ha recibido otros laureles importantes en su trayectoria artística, sobresale la última obra citada como la más importante, o al menos reseñada a lo largo de los años. Con Carta de ayer, se cumple una de las premisas de la colección, la buena mano que tenían la mayoría de autores de dicha colección, y Luis Romero cumple con solvencia este aspecto. Otra cosa bien distinta es la historia de la novela, que puede convencer en mayor o menor medida dependiendo del gusto de cada uno. Pero que un tío, se marque más de 200 páginas dando vueltas a un tema concreto, se merece todos los respetos que corresponde a tal chulería literaria.

La narración anda extendida en la relación amorosa entre el protagonista y narrador, un joven bohemio, escritor y pobre de bolsillos vacíos; con una mujer adinerada, madura y separada de su marido en la España de posguerra. Es una historia conocida, en esta y otras disciplinas, la relación entre una mujer madura y un joven que anda medio perdido en la ciudad de Barcelona. Además, conviene recordar la fecha de la publicación (1953) para poner en contexto la sociedad y mentalidad de la época. A pesar de la diferencia de edad, la pareja congenia maravillosamente, sin necesidad de exponer el anzuelo del sexo, más bien redirigido a un acoplamiento más estrecho entre dos personas que necesitan estar continuamente juntas y disfrutar del trascurso monótono de la vida misma. La felicidad es tal, que para lograr tensar el relato, Romero se ve obligado a construir de base las grietas que amenacen con extenderse a lo largo de las páginas. Existe la fácil salida de tildar, que tal apego, termina por quebrar cuando el amor incondicional anula a una de las parejas en favor del otro. Claudia y las estrellas eran aquellas noches algo mucho más importante que cualquier cosa que la inspiración me hubiera podido dictar.

Con el paso del tiempo, el joven escritor se percata de su incapacidad creadora, ahogada por una felicidad embriagadora pese a diversos intentos de encauzar su oficio con algunos escritos que termina por destruir. No avanza ni desarrolla ninguna idea fructífera, simplemente se contenta con trabajos puntuales de encargo, al traducir obras extranjeras para lograr el dinero suficiente que le mantenga en su obsesionada nube de enamorado. Con el tiempo, su cabeza empieza a carburar, a reconcomer su posible fracaso de realizarse como hombre y de ahí, a buscar al culpable. Al que señala sin dilación: Claudia, su pareja. Por ahí empiezan otros diretes por los que Romero merodea sin rubor, sin cortarse en regodearse, durante páginas, en la cabeza del joven protagonista que continuamente divaga sobre los acontecimientos que le rodean, exponiendo la sociedad de la época y lograr salir airoso de las continuas vueltas de tuerca que expone en los párrafos. Incluso cuando el autor destripa, constantemente, pasajes posteriores al lector, aventurando por donde van a ir los tiros con la salvedad de desconocer el medio para alcanzar ese final citado. He ahí la gracia de un texto trabajado. Lo que jalona la vida humana es el dolor; el dolor es el hito que va señalando nuestras etapas, y es el sufrimiento quien fija nuestros recuerdos.

Para evitar que el tedio se apodere de la lectura en la continua exposición de la pareja, se añaden de manera discontinua a los secundarios, figuras clave que aparecen raudos a aliviar la acaparadora historia central y dar descanso a la trémula cabeza del narrador. Son pequeñas vías de escape que logran dar descanso a la creciente tensión que iba acumulándose en la pareja protagonista. Otorgando un necesario respiro a una historia que pudiera recaer en la constante repetición de problemas sin resolver y los rodeos que orbitan en la cabeza del joven. A medida que la relación encuentra sus primeros quiebros, el protagonista comienza a escribir una novela, y que a pesar de sus esfuerzos, parece encaminada a describir en paralelo su propia relación de pareja. Es un viaje que le acompaña a lo largo del texto, siguiendo los mismos vericuetos de su relación a pesar de los intentos por separar ambas historias. Sin embargo y pese a sus esfuerzos, la relación camina hacía su destino, predestinado con antelación por el propio protagonista y, al parecer, en conveniencia con Claudia. Juntos, al unísono, como si los problemas de amarse en exceso pudieran superar incluso el mayor de los desastres y no hubiera otra salida que la propuesta.

Sólo faltaba el desenlace, y ése no me atrevía a elegirlo, y menos aún a escribirlo.

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Carta de ayer
Luis Romero
Ediciones GP. Colección Reno, 1971

Bio de Luis Romero Pérez

28 de octubre de 2023

Los anillos de poder

Hace poco más de un año del estreno de una de las series más esperadas. Tiempo suficiente para suavizar la exagerada polémica que acompañaron los 8 episodios de la serie más cara de la historia: unos 60 millones de euros por episodio. De entrada, conviene ir al grano y destacar que esta primera temporada de Los Anillos de Poder, es digna heredera de la trilogía creada y estrenada en cines por Peter Jackson, y de eso hace ya unos veinte años. Un producto, el de Jackson, triunfante en varios frentes; por supuesto en taquilla, a lo largo y ancho del globo, para después dar paso a diversos premios cinematográficos, a mayor gloria de sus responsables; y en último lugar, el goloso caramelo de los productos asociados a su alrededor. Una línea sabiamente explotada, a la par de las películas, y que hoy día aún continua en juguetes, ropa, cómics, videojuegos y cualquier cosa vendible. Seguramente éste sea el anzuelo del negocio, los números asociados a una saga de éxito donde Amazon, al menos, propone un empujón propio.
Hostia puta¡ - Amazon Studios
Lo de las sagas, ampliamente mercantilizadas, no es nuevo, hace 30 años Spielberg dio un buen mordisco con Parque Jurásico, allá donde un excéntrico millonario hizo buena la frase; ¡No hemos reparado en gastos! en levantar un negocio alrededor de los lagartos gigantes que poblaron el planeta antes que nosotros. El magnate calvo de Amazon, Jeff Bezos, bien podría apropiarse de la misma frase para defender el producto audiovisual creado por Patrick McKay y JD Payne. Porque pasta, lo que se dice pasta, ha puesto encima de la mesa para que la serie estuviera a la altura de las esperanzas puestas en los afines consumidores. Y no es para menos, después de acoquinar una millonada en 2017, cuando Amazon se hizo con los derechos de explotación de El señor de los anillos y los derivados de la obra de Tolkien. La serie creada a posteriori, apenas escatima en despliegue humano, vestuarios, calidad visual, efectos y otros extras ligados al buen hacer del dinero. Y para muestra, la exagerada propuesta de la isla de Númenor, adornada con un exceso arquitectónico tan recargado, que sobrepasa la fantasía de que todo esté en perfectas condiciones pese a ser una isla que, curiosamente, apenas sufre de la erosión. 

Sin embargo existe un problema, nimio, pero problema: Que Los anillos de poder es una serie. Y está encima apuesta a lo grande, con diferentes tramas paralelas que limitan la retención del espectador ante el amplio reparto expuesto. Seguramente, los dos primeros episodios, dirigidos por el español JA Bayona, sean los más aburridos por la dificultad de presentar a los protagonistas y exponer los problemas que deben hacerse frente en la fantástica Tierra Media. Aunque dos horas después debían de haber dado para algo más y la acción, propiamente dicha, arranque en el tercer episodio, y a partir de ahí mejora la enorme bola que ha comenzado a rodar. Cabe resaltar que no soy seguidor acérrimo de Tolkien, ni conozco al detalle los apéndices, ni otras referencias escritas o sugeridas por el honorable británico; pero lo que sí sé, es que Los anillos de poder es una adaptación, y por lo tanto, una obra nueva y por supuesto distinta a la hora de realizarse, encima, en un soporte distinto a la literatura. Las libertades de los guionistas son necesarias para enriquecer el ámbito audiovisual y, por supuesto, para defender el trabajo creativo de la peña que se ha puesto detrás de tan ambicioso proyecto. Al final, es el espectador el que tiene la sartén cogida por el mando de su casa.
El elfo oscuro Adar, pedazo de personaje - Amazon Studios
Los anillos de poder echan la vista atrás, hacia el origen de las dichosas sortijas que pondrán en jaque el mundo ideado en diversas guerras. En el reino de los Elfos destaca la figura protagonista de Galadriel, comandante de algún tipo de ejército al que lidera en su obstinada misión de perseguir cualquier resquicio sobre la sombra de Sauron. Galadriel mantiene una férrea cabezonería de asegurarse de que el señor Oscuro desaparece de una vez por todas. En su camino destaca la continua mala hostia, orgullo, locura y chulería frente a la adorable reina del bosque de Lorien que acogió a Frodo y Compañía en La Comunidad del Anillo. Una buena decisión de contrastes frente a las películas, que lamentablemente siempre estarán ahí como elemento de comparación. Por suerte, Los anillos de poder emprenden su propio trayecto, exponiendo en diversas tramas las bases que conocen quienes se hayan aproximado algo a la literatura o al cine. Es un canto llamativo, inteligente y apropiado hacia el fandom, el poder observar ciertos orígenes de personajes y escenarios conocidos, en plan homenaje o los motivos que llevaron a conocer cómo cayeron los reinos del Sur. Sinceramente memorable como los orcos preparan el advenimiento del reino de Mordor.

En términos globales, es una buena serie de entretenimiento, cuyas tramas avanzan en el amable y suave proceso estipulado por las modernas reglas que imperan los seriales de éxitos. Muchas tramas paralelas, desconfianzas continuas entre los protagonistas y continuos giros de guion que presumiblemente buscan la sorpresa mediante algún momento álgido. Algo manidos estos virajes que pueblan los esquemas de las producciones televisivas, aunque estas tengan una verdadera factura cinematográfica que logran enmendar un producto final soberbio. 

Los anillos de poder
Amazon Studios, 2022

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Los anillos de poder

18 de octubre de 2023

La posibilidad de una isla

Menudo chalado. Fue la frase que me vino a la cabeza para evaluar a Michel Houllebecq cuando llevaba un tercio del libro leído. Después, avancé otra buena tanda de páginas y pensé que tampoco estaba tan tarado. Pero a principios de mes, diversos medios volvían a inventarse las candidaturas al Nobel de literatura de 2023; con Michel Houllebecq situado en las supuestas quinielas al premio mientras recordaban, por ejemplo, que el escritor francés exigió recoger el premio Leteo, dado en León, con su mascota al frente. Tal concesión al capricho individual, viene a recordar la particular figura que lleva rodeando al polémico Houllebecq desde tiempos pasados. Un tipo que despierta simpatía y repulsión a partes iguales. Obviamente, el marketing también funciona en la escritura, y la bronca siempre acompaña a la gratuidad de la publicidad. Y de un premio real a otro, pues la lectura de La posibilidad de una isla vino dada tras revisar el alto porcentaje de visitas que tiene en este blog, Los organillos, (y lo mejor es que desconozco el motivo) premio Interallié en 1962 frente al 2005 del libro protagonista de esta entrada. He ahí la causa, la única, de adentrarme por primera vez, en una obra del conocido escritor francés.

La posibilidad de una isla es una espesa novela personal con una particular propuesta de tintes futuristas. En principio, la narración principal recae en Daniel1, un exitoso humorista de principios de milenio cuyo relato viene a describir su trabajo profesional y las relaciones personales con dos amantes en diferentes momentos de su vida. Los dos amores de su vida, por así decirlo. El protagonista describe cómo logró hacer fortuna con su oficio, supuestamente cínico, corrosivo y provocador; escondiendo bajo el paraguas del humor, las típicas barbaridades que siempre logran abrir las sonrisas frente a la histeria de otros. 

Las mujeres de su vida son dos: Isabelle, periodista de éxito y con una relación más próxima al habitual de la típica pareja estable, y Esther, una joven aspirante a actriz que logrará engatusar al protagonista con su libertinaje y desenfreno sexual. Por otro lado, destaca la inclusión de Daniel24 y Daniel25. Estos dos, son seres clonados del Daniel original que van completando el texto con ligeras aportaciones sobre el futuro ideado por Houllebecq. Son pequeñas muestras intercaladas, cuya estructura paralela acapara mayor protagonismo en la vida del Daniel original, y cómo éste logró que sus genes fueran perpetuados de manera repetitiva. 

El milagro se debe a una secta religiosa que promueve un ambicioso proyecto científico que busca alcanzar la inmortalidad de sus fieles. Curiosamente, la inclusión de los elhoimitas, (el nombre de la secta) logra romper cierto tedio a la narración, demasiado centralizada en el ego personal del autor, sus vaivenes filosóficos y su querencia por regodearse en la descripción gráfica de escenas sexuales. Ya sea por curiosidad o por buscarse algún modo de entretenimiento, el Daniel original describe cómo leches se fue acercando a los postulados de la secta, cómo estaba establecida su organización, el momento exacto en que la secta empieza a ganar adeptos y orientar sus lucrativos fines de obtener la inmortalidad. Este contraste choca con el devenir de Daniel hacia el hastío y la toma de conciencia de su caída personal. Pese a tener una vida acomodada, el paso del tiempo hace mella en el coco del protagonista; las arrugas del rostro empiezan a ahondar en su cabeza el sentido estricto de una vida a la que no encuentra ninguna esperanza, renegando de la vejez como un mal a extirpar. Que se agarre a la esperanza inútil de la inmortalidad que ofrece la secta, le parece un mal menor a lo que siente y expresa. La vida empieza a los cincuenta años, es cierto; con la salvedad de que termina a los cuarenta.

He de reconocer que esta novela oscila entre partes bastante entretenidas con otras llenas de verdadero sopor. O abrías el libro con ganas, o la pereza se apoderaba a lo largo de algunas páginas. Sobre todo, cuando a Houllebecq le daba por divagar cuestiones que solamente él debe entender o cuando desfasaba con redundancia la caída libre de Daniel1. Hay tramos que están desarrollados en exceso y apenas aportan algo que obligue al lector a continuar con la lectura. También reconozco que este tipo sabe escribir, pese a sus aires de provocador y chulería, gracias a un estilo directo que seguramente le cuadre mejor en otras obras que no necesiten de un diván para analizar la fantasía que propone en este libro. Por que esa tumbona puede provocar alguna caída de ojos. Una posibilidad más acorde al resultado final que buscaba este señor.


La posibilidad de una isla
Michel Houllebecq
Ed Anagrama

Prix Interallié

Los organillos, Henri-François Rey, 1962

La posibilidad de una isla, Michel Houllebecq, 2005

3 de octubre de 2023

Rollerball

Hacía tiempo que se metió en mi cabeza volver a ver esta película. Una de esas tontas necesidades que surgen a lo loco, seguramente gracias a un buen recuerdo guardado en el subconsciente, y que se hacen bola si no es posible realizarla de manera rápida. Después de una larga búsqueda infructuosa en diversas bibliotecas, (en la provincia de Madrid sólo hay una copia en Colmenar Viejo) la plataforma Prime Video, tubo a bien incluirla en su amplio catalogo de films añejos. De la película, recuerdo claramente el espectáculo visual, basado en un inventado deporte de gran calado popular y que da título a la película de Norman Jewison, veterano director retirado con algunos éxitos en su haber (En el calor de la noche) Además, mi memoria recordaba vagamente el carácter futurista de una sociedad sin mayor apreciación destacable que el memorable deporte. A fin de cuentas, es el recuerdo más claro, el de un juego cuya razón sirve para contentar a las masas mediante la barata violencia que se acumula en su transcurso. Un par de equipos, de diferentes ciudades del mundo, se enfrentan dentro de un recinto ovalado con la misión de introducir una bola de acero en una especie de diana del equipo rival. Y para ello, pueden emplearse a fondo, hasta acabar con la vida del rival si es necesario. Hecho aplaudido con fervor por el gentío acumulado en el graderio.

La bola, te la voy a meter....
Rollerball nos traslada a un extraño futuro, donde los países han desaparecido en favor del auge de las grandes corporaciones. Un mundo dominado por grandes empresas que mantiene a la sociedad colmada en un tonto bienestar, como por ejemplo acabar con las hambrunas o dejar atrás las guerras entre naciones. Sin embargo, hay algo que no cuadra en este paradisíaco mundo feliz y la figura que ponga en duda el régimen establecido es Jonathan E. (James Caan) El capitán y líder del equipo de Rollerball de Houston, la ciudad donde se haya la importante Corporación de la Energía. Él es una estrella mundial, el jugador que mayor puntuación acumula y que lleva varios años en activo, pese a ser un juego que invita a perder la vida tranquilamente en el transcurso de su vida deportiva. Y justo, tras eliminar en el arranque del film a Madrid, el mandamás de la Energía, Mr Bartholomew, propone al carismático jugador que se retire del juego y disfrute de una agraciada jubilación.

Los motivos de esta singular decisión son las adivinanzas propuestas al espectador. Las mismas dudas que alberga el protagonista, al no entender cuáles pueden ser las razones que empujan al propietario del equipo en apartarle del juego después de alcanzar las semifinales, de un torneo, que les llevará hasta el próximo rival en Tokio. La presión sobre el jugador aumenta cuando éste empieza a resistirse y abre la puerta a observar la curiosa sociedad futura propuesta, una sociedad donde no existe ninguna forma contraria ni de disidencia, o al menos no se muestra. Todo es plano y redundante, hasta las fiestas que parecen prometer una loca orgía mientras la única diversión final acaba cuando explotan árboles. 

La única nota contraria es la resistencia de Jonathan E. a jubilarse, pese los persuasivos consejos de amigos y otras entidades que buscan convencer al cabezota de turno. Pero nuestro protagonista comienza a plantearse preguntas, mientras revolotea con la misma cara de perdido que los espectadores a la hora de encontrar respuestas. Por ahí destaca la introspección individual y las miradas vacías, cuya finalidad pretende rebuscar en el interior del personaje, buscando soluciones sobre un mundo artificial del que tampoco ayuda en demasía el breve recorrido que ofrece. Ni el socorrido comodín del amor perdido rescata una idea futura de lo que se pretende recalcar. 

Un individuo frente al colectivo, la opresión de un régimen establecido sobre una figura endiosada por el deporte y que las elites ven como a un peligro por su posible influencia sobre las masas. En realidad es un dato que brilla por su ausencia y la única respuesta posible se queda en que cada uno predique lo que entienda. Sinceramente, veo incapaz al protagonista de levantarse, cual Espartaco, contra el orden establecido. Por mucha estrella mundial que se sea, hace falta algo más para liderar una corriente contraria a los que pretenden apartarle de su poltrona. Simplemente, hará lo que mejor sabe hacer, rodar sobre un parqué y volcar su furia contra un tipo disfrazado de un color diferente al suyo.

Tú me dejaste de querer cuando menos lo esperabaCuando más te queríaSe te fueron las ganas
Seguramente, el Rollerball de 1975 ande etiquetado y recordado por las mismas sensaciones que dejó años atrás, las mismas que se mantuvieron en el subconsciente durante tantos años, y que demuestra el buen hacer en la dirección de Jewison. Porque lo que mola es ver a estos gladiadores del futuro darse de hostias. Punto final. Rollerball resistirá el paso del tiempo gracias a que nuestras retinas retendrán las imágenes de un deporte furibundo, patinadores dándose de leches mientras persiguen una bola de acero. El resto del planteamiento se irá diluyendo frente al poder de la imagen ofrecida, el circo necesario para entretener a la masa, aunque la vida de los contendientes pueda resbalarse en el parqué del estadio cuando las normas se regulan según el interés de que la carnicería se vea aumentada. Por ahí se eleva la esencia de un espectáculo que grita al unísono el nombre de sus ídolos del momento.

Rollerball de Norman Jewison
1975

15 de septiembre de 2023

La batalla de los Arapiles

Con esta décima novela, Galdós concluye la primera serie de los Episodios Nacionales. Una tanda capitaneada por la ficticia figura de Gabriel de Araceli y con la guerra de la Independencia como principal escenario de las aventuras del protagonista. Unas correrías principalmente bélicas, salvo la presentación previa del conflicto en La corte de Carlos IV y la posterior participación de nuestro héroe en diversas batallas de importancia. En paralelo, deambulan sus andanzas personales, especialmente el complicado trasiego de su amada Inés a través de media España. Pero la mayor aportación de la obra es su cercanía con el pueblo, dando voz a las clases bajas y las diferentes relaciones que mantiene Gabriel con un amplio abanico de personajes que permite conocer, con mayor profundidad, el gentío de la época descrito a lo largo de estas novelas. Y por ende, se echa de menos la resolución de algunos secundarios que han tenido cierta importancia en novelas anteriores. 

En esta última, la acción se centra en los alrededores de Salamanca. Por allí camina el bueno de Gabriel, enrolado en la división española del ejército británico que comanda Lord Wellington: el futuro vencedor de Waterloo. Pero antes de que el destino de Europa se decidiese en su parte central, las escaramuzas habían de darse en la península Ibérica, momento crucial donde ingleses y franceses revoloteaban entre sí hasta dar el paso final de la confrontación en los cerros salmantinos de los Arapiles.

"Por allá, para 2024, está la segunda serie de los Episodios Nacionales"
La batalla que da título a esta obra, está descrita con salvaje y despiadada soltura por Galdós a través de la mirada del protagonista. Una participación en primera persona que no duda en representar la habilidad innata del ser humano de matarse mutuamente. Cabe destacar, en este aspecto, al autor; por la precisa descripción de un hecho aterrador sin acogerse a la fácil salida de distinguir entre buenos y malos. Son solo hombres decididos a destrozarse mediante el lenguaje de la barbarie.

¡Cosa extraordinaria! en aquella ocasión yo hablaba inglés. Ni antes ni después supe una palabra de ese lenguaje; pero es lo cierto que cuanto aullé en la batalla me lo entendían, y a mi vez les entendía yo. Gabriel andaba en uno de esos cerros, al pie del cañón, con la tonta necesidad de mostrar su valía en el peor escenario y rodeado por camaradas de las islas del norte. Sin embargo, Galdós también elogia al soldado francés, a la encarnizada lucha por un trozo de tierra regada por el sudor y la sangre de los hombres. El desenlace histórico ya se conoce, salvo los acontecimientos individuales y los malos ratos de los contendientes de primera línea.

La batalla de los Arapiles es el final del relato, la parte gorda que suelen retratar los estudiosos de la historia. Pero la ficción galdosiana divaga por otros senderos, y antes de la cruenta batalla, el protagonista tenía que lidiar con la perdida de su amada, secuestrada por Santorcaz en la obra precedente hundiendo la moral de Gabriel ante su escurridizo enemigo. Esta nueva dificultad se diluye rápidamente cuando recibe ayuda divina; pues un viejo conocido del Madrid previo al famoso 2 de mayo, cuyo nombre responde a Juan de Dios, anda reconvertido para la ocasión en un loco misionero de la palabra del Señor. Este buen hombre pone tras la pista al bueno de Gabriel sobre el paradero de Inés. Pero Galdós quiere enredar aún más la historia, con la inclusión de una hermosa joven inglesa que se pasea fascinada por España. Suena a extravagancia que una mujer haga turismo en plena guerra de manera independiente. Pero Miss Fly tiene una participación importante y peligrosa a lo largo del texto, por un lado queda maravillada por los actos precedentes de Gabriel, elevada por su fantasiosa imaginación a un altar cual Campeador moderno. Por otro, su participación se hace necesaria a la hora de desarrollar una trama que incluye el tradicional triangulo amoroso. Ahora Gabriel deberá cuidarse de otros tipos de dardos, pues el amor, los celos y los deseos pueden desatar mayores pasiones que las guerras internacionales. 
Batalla de Salamanca - Richard Simkin
La batalla de los Arapiles resulta ser una novela más amplia, con mayor volumen de páginas que las anteriores. Sin duda, Galdós quería cerrar a lo grande esta primera serie, sin obviar la necesaria batalla final, con el preciso paso de la aventura previa, la chicha que adorna un texto repleto de adversidades que mantiene el afán de la lectura junto a la tradicional locuacidad de sus personajes, donde hay que reconocer que a veces Galdós se pasa de frenada. La guerra y la aventura personal de Gabriel forman una dupla que el escritor enzarza con habilidad y demuestra que no hay mayor triunfo cuando ésta se logra con los mayores contratiempos posibles, salvo que el cúmulo de peripecias sobrepase la fina línea del infantilismo en los continuos giros que propone el autor. Pese al afable entretenimiento general, siempre hay algún tramo que se escapa en demasía. 

No hay país como España para los sucesos raros y que en todo difieren de lo que es natural y corriente en los demás países. Miss Fly

Benito Pérez Galdós
Ed Espasa Calpe, 2008

30 de junio de 2023

Las ocho montañas

Galardonada en Italia y Francia con diferentes premios literarios, Las ocho montañas representa uno de los últimos éxitos literarios de la narrativa europea, y camino de convertirse en un clásico moderno. Hace un tiempo anoté esta novela para una futura lectura; en parte, por la sugerencia de un título que llama la atención para los que acudimos al monte con asiduidad; en parte, por la promocionada recomendación de alguna biblioteca pública. Aunque el verdadero empujón llegó por el cercano estreno de su adaptación cinematográfica, gracias a la propaganda que aporta este medio y de la rapidez con que se ha realizado. Motivo suficiente para abordar el libreto antes de acudir a la pantalla.
Una ruina cualquiera en la sierra de Guadarrama
La novela transita sobre la amistad que se fragua entre dos muchachos en apariencia diferentes. Pietro es el protagonista y narrador de la historia, hijo único, cuyos padres residen y trabajan en la populosa Milán. Para rememorar tiempos juveniles, los progenitores deciden pasar los veranos en una alejada aldea de los Alpes italianos. Allí conocemos a Bruno, el único niño del pueblo y que suele pastorear las vacas de su tío. Año tras año, ambos chavales van fraguando una profunda amistad mientras exploran edificios abandonados, persiguen torrentes de aguas y danzan entre senderos y barrancos. En esos primeros veranos, el padre de Pietro inicia a los niños en el alpinismo, compartiendo nuevos espacios y experiencias.

Aunque la montaña suele estrechar lazos, también es un elemento geográfico que sirve de frontera entre dos actitudes de cómo afrontar la vida. La novela remarca ese espacio a la hora de afrontar el paso al mundo de los adultos por parte de los niños. Pietro tiende la necesidad de evadirse, de ampliar horizontes y de buscar sus propias montañas. Un poco idealista al rebuscar esa conexión personal en las famosas cordilleras del Himalaya. Bruno, sin embargo, es una especie en peligro de extinción, practico y austero, se contenta con vivir la vida que ha heredado en su aldea y sin ningún tipo de necesidad de sortear las fronteras naturales donde se ha criado. De este modo, pasamos hacia la formación de los adultos, hacia una lógica separación, donde cada uno busque su lugar en el mundo. La novela se presenta en un primer acto con un buen desarrollo propio. Después, vendrán otros dos episodios con el legado imborrable de los recuerdos infantiles, de sus veranos en Grana y el puente amable que aporta la madre de Pietro a lo largo del texto. Una verdadera heroína por su talante generoso entre tanto varón.

Porque la novela está protagonizada básicamente por hombres, como la importante figura que adquiere el padre de Pietro. Un punto importante de la historia, no solo como guía, a la hora de iniciar al alpinismo a los chavales, sino porque su espíritu sobrevuela el resto de la novela con Pietro reconociéndose en su figura y en sus contrastes. Porque el padre afronta la montaña como un reto, una especie de competición que apea la idea de disfrutar del trayecto,
Con vistas a mis montañas

encaramado a la fija idea de ollar la cumbre a un ritmo vertiginoso sin posibilidad de discusión.
El final de la tortura llegaba de repente. Daba un último salto, bordeaba un saliente, y de golpe me hallaba delante de un montón de piedras o de una cruz de hierro que los rayos habían partido, la mochila de mi padre tirada en el suelo y, más allá, solo el cielo. Era un alivio más que una euforia. Arriba no habían ningún premio…, en realidad, la cumbre no tenía nada especial.

Ese afán dominador, suele crear conflictos cuando los intereses difieren y provoca que los polluelos terminen por buscar su propio camino. Tal estampa, adquiere una búsqueda personal de encontrarse así mismo, en una continua comparación por parte de Pietro, como si buscase algún tipo de aprobación cuando él mismo ha abierto su propio recorrido aunque las raíces sean profundas e inviten a rememorar las buenas épocas pasadas. El memorable recuerdo infantil al que se acogen todos los soñadores que tuvieron la oportunidad de vivir algo especial. Y Pietro lo tuvo, sólo queda dejarse llevar por cómo se recomponen los cimientos del pasado para el futuro. Estaba descubriendo qué le pasa a uno cuando se marcha: que los demás siguen viviendo sin él.

Lo mejor de Las ocho montañas es la sencillez con que describe Paolo Cognetti su historia. Sin necesidad de recurrir a grandes algaradas ni a parrafadas gloriosas, incluso cuando muestra lo violento que puede ser una montaña a cuatro mil metros de altura o elevar su texto en una especie de aventura de superación o deportiva. En realidad, es más intimo, más cercano a una continua búsqueda de identidad, incluida la formación propia del avance de la vida sin más motivos que recopilar los hechos más trascendentes de sus protagonistas. La posibilidad de la épica; de la nieve, de las tormentas o de las pateadas que suelen pegarse los montañeros, se reducen a una exposición entre sencilla y bucólica de las montañas que rodean a los protagonistas y al desarrollo de cada uno de ellos. 

-Entonces ¿en qué debo pensar?
-En hoy. Fíjate que día más bonito.
Miré alrededor. Hacía falta un poco de buena voluntad para definirlo así.

Las ocho montañas
Paolo Cognetti
Penguin Random House, 2018

22 de junio de 2023

Obi Wan Kenobi

Se abre la sesión, por primera vez, de la plataforma Disney+; y tras realizar una hojeada general al contenido, el chico que todavía perdura en un cuerpo de cuarenta y tantos, saca a relucir cierta agitación por abrir la pestaña dedicada a Star Wars. En el transcurso de los últimos años, se han ido añadiendo tantas producciones audiovisuales que hacen palidecer la cuantiosa cantidad por la que George Lucas se vendió en 2012. Y por ahí, uno observa con nostalgia las llamadas películas originales, atrincheradas en un altar frente a las nuevas incorporaciones que tienden a ser una oleada de películas, seriales y las habituales coñas de lego. Un servidor opta por tirar de clasicismo y rebuscar viejas sensaciones con la serie dedicada a Obi Wan Kenobi.

Es de justicia reconocer que Ewan McGregor borda su papel - Disney

A lo largo de los cacareados estrenos de la última trilogía, la interesada publicidad consumista iba anunciando nuevas aventuras (Rogue One) o personalizaciones interesantes (Solo) dedicadas al lejano universo. Pero la saturación y las críticas exacerbadas llevaron a extender en el tiempo una opción más interesante. Porque alguna cabeza pensante debió de presentar mejores números si tales productos acababan siendo destinados a la plataforma del streaming; mejor pasar por caja de manera periódica que frente a la esporádica taquilla. Se potencia una marca propia y te quitas de en medio a intermediarios y exhibidores.

Seguramente, la aventura de Kenobi ya estaría planteada o al menos tendría un guion base para realizar su propia película. Finalmente, el resultado ha sido una interesante propuesta de 6 episodios que intenta conectar con los sucesos dados en La venganza de los Sith con 10 años de diferencia. Tiempo suficiente para que el Imperio haya dado muestras de su poder y dominación feudal a lo largo de las galaxias, incluido los planetas que antaño eran llamados del Borde Exterior, como Tattooine.

Hay vida más allá - imagen del tweet de aullidos el 11/12/2020

A pesar del lógico intento de aislamiento, siempre gotea algún comentario, titular o tendencia globalizada del producto de moda. Pese al ruido, el verdadero logro es evadirse de la opinión generalizada a la espera de contrastar de manera particular la serie protagonizada por Ewan McGregor. Han pasado unos cuantos años y el actor escoces vuelve a encarnar al maestro Jedi, Obi Wan Kenobi, en una serie que resulta conmovedora, básicamente por el significado que adquiere volver a un universo conocido; entretenida, como no podía ser de otra manera al tratarse de un producto de consumo y con una enorme lentitud a la hora de desarrollarse. Una letanía que es un verdadero lastre en el ecuador de la serie, para después exhibir la traca final en su desenlace. En parte, era necesario tomarse las cosas con cierta calma, sobre todo para exponer la situación de los conocidos protagonistas tras la señalada década transcurrida.

Molaaa - Disney

El planteamiento general coloca a McGregor como protagonista absoluto a través del clásico ejercicio del viaje del héroe que termina en redención. Con la salvedad de que ahora es un viejo guerrero derrotado por los acontecimientos del pasado y del que pretende abandonar mientras se esconde tras el nombre de Ben. Sin embargo, alguien conocido por todos no olvida, y suelta a sus perros de presa para que den caza a Kenobi y al resto de Jedis supervivientes tras la ejecución de la orden 66. Un grupo especializado, denominado como Inquisidores, que andan tras los pasos de cualquier perturbación que tenga que ver con la Fuerza. Aunque suene ridículo perseguir tales sensaciones. De estos cazadores, destaca Reva (Moses Ingram) una ambiciosa y empedernida mujer cabreada que busca elevarse con atrapar el premio gordo y ofrecer tal plato a Vader. Es importante destacar al gran villano, el antiguo alumno que busca continuamente resarcirse de su derrota de Mustafar. Porque su presencia eleva bastante el nivel global de una serie que también añade una historia paralela de venganza en la figura de Reva.  

Las claves se sobreentienden perfectamente, incluso hay base suficiente que se utiliza correctamente a través de los conocidos flashback para conectar con el pasado. Sin embargo, la serie cojea, y mucho. Una cosa es el momento fan, del que llegamos aceptar cualquier cosa mientras nos despisten con colores, efectos o escenas espectaculares; y otra muy distinta es ver como un producto audiovisual apenas logra alcanzar alguna cota de calidad, o el escaso nervio para lograr tensar los momentos de mayor acción. Sirva de ejemplo el rapto de una niña a manos de unos mercenarios. Está tan mal ejecutado todo, que el montador no logra salvar ningún resquicio de ese momento, supuestamente angustioso e importante. Y así podría añadirse unas cuantas más. El mayor responsable responde al nombre de Deborah Chow, cineasta canadiense con un largo trasiego en la dirección de series televisivas. O sea, que tenía rodaje y experiencia, incluido dirigir algún capítulo de El Mandaloriano como prueba de acceso a este universo singular.

Pero el resultado final es el que es. Y un servidor lamenta la ocasión perdida, mientras medita cómo carajos puede un producto de este calibre permitirse interpretaciones flojas de gran parte del reparto. O consentir incorporar imágenes de relleno en cada capítulo, como hacían las series españolas cuando copaban el prime time nocturno. Chow ha fracasado pese a tener mimbres suficientes como para salir simplemente airosa. El final de la serie se eleva simplemente por volver a juntar a los protagonistas de las precuelas en un esperado duelo final. Ver a Vader y Kenobi en un nuevo duelo rellena cualquier cosa porque el contexto anterior logra copar el lado más fanático de los aficionados. Además de sacar tajada a la nostalgia de observar parte de la infancia de los mellizos Leia y Luke. El adulto de cuarenta y tantos se impone al mochuelo. Aunque no del todo. Siempre queda algo, y al clavo de Star Wars me seguiré aferrando. 


Obi Wan Kenobi
Disney +, 2022
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La ristra:


31 de mayo de 2023

La herencia de Wilt

Con esta novela, Tom Sharpe puso fin a la saga de la familia Wilt tras cinco publicaciones y con el transcurso de unas tres décadas de por medio. Un tránsito donde apenas se han visto cambios descritos en la sociedad inglesa; apegadas las aventuras expuestas en estos libros a otros menesteres, destinadas principalmente a un entretenimiento básico, donde prevalecen las situaciones más pintorescas en unas historias que terminan por ser ataviadas por los curiosos personajes que suele crear el bueno de Sharpe. 

Por ahí conviene realzar los argumentos expuestos por el escritor, dando prioridad a la creación de personajes excéntricos y que por razones de distinta índole, protagonizan unas tramas que suelen enredarse de tal modo, que las salidas más interesantes nunca van en la dirección correcta. Incluso si se añade por el camino algún secundario cuerdo, éste termina por ser devorado por el oleaje de la locura previa. Y acaba por parecerse a los locos que pueblan esas páginas.

Para esta nueva entrega, se expone un leve problema al matrimonio Wilt, pues tienen a sus hijas escolarizadas en un colegio privado, del que a duras penas pueden costear las altas cuotas. Por suerte, Eva conoce a una adinerada aristócrata que está interesada en contratar a Wilt para que de clases particulares a su hijo (Edward) y que éste pueda acceder así a la universidad. El trato incluye que la familia Wilt pueda instalarse, a lo largo del verano, en una casa de invitados dentro de la amplia finca que posee el matrimonio Gadsley. Sin embargo, la gracia no la aporta el introvertido Wilt ni su pasional esposa. El grado de locura se centra en el matrimonio asentado en la alta sociedad, cuyas taras ponen a prueba la credibilidad del relato aunque sostiene la guasa cada vez que se indaga en esa curiosa relación y permite al escritor invertir la mala leche que gasta en estas figuras.

Curiosamente, La herencia de Wilt, (junto a otra novela titulada Los Gropes) supone la última obra de un autor que ya contaba con más de 80 años de edad. Seguramente y consciente de ello, Tom Sharpe se tomó con profesionalidad su trabajo para dar pie a una elaborada novela cuya estructura avanza con cierta parsimonia; sin olvidar por ello el cachondeo habitual o el característico lenguaje malhablado que vaya amenizando la lectura. No tiene prisa alguna, y menos aún cuando el protagonismo salta entre las andanzas de Wilt, el singular periplo de Eva para recoger a sus hijas y cómo éstas adquieren sus propias peripecias. En esta última entrega, las cuatrillizas toman mayor partido, y su mayor protagonismo las permite gestar sus trastadas con premeditación y consenso entre las cuatro a lo largo de las páginas. El mote de "diabólicas", que promulga su progenitor, queda claramente expuesto por la continua demostración que tienen estas niñas de tener que fastidiar al resto de personas que se cruzan por su camino.

Como ya ocurriera con la obra anterior, Wilt pierde la capacidad de capitanear sus pasos, engullido por la familia Gadsley y sus excentricidades que han llegado incluso alborotar a la localidad cercana a la mansión. Wilt termina por parecer el único ser cuerdo del libro, a pesar de ser un tipo que tiene la extraña facultad de meterse en diversos líos, un imán para el desastre del que sabe salir impune pese a las habituales sospechas policiales. Molaba más cuando era él quien metía la pata y enredaba la realidad con su inusitada locuacidad. Pero Sharpe parece querer golpear en otras lides y elige torpedear a la familia de alto linaje para plasmar una mala leche que muestre las miserias y los gustos desfasados del ser humano. 

El autor en su estudio de trabajo - Fundación Tom Sharpe

La herencia de Wilt funciona como lo que es, un libro jovial que desvirtúa la realidad con el pretencioso uso de una ficción que amontona desvaríos, tacos y perversiones sexuales como sostén de un humor alejado de la finura denominada como británica. Nunca supe muy bien cómo era ese relato de los gentleman, cuando a esos educados señores isleños también iban asociados al fenómeno hooligan. Tal vez Sharpe se fuera de madre a la hora de exponer los males de sus conciudadanos, aunque eso siempre ha sido un aliciente para reírse del mal ajeno.

A pesar del esfuerzo realizado, queda la sombra perenne del personaje acaecido en 1976 por su original desventura con la muñeca hinchable. Reconozco cierta gracia en las obras posteriores, incluido el esfuerzo en esta última tirada de despedirse a lo grande, pero éstas estarán en deuda con la precursora. La herencia de Wilt termina por ser el legado de Sharpe, autor que falleció en 2013, y que será recordado por este singular éxito que ha logrado calar en buena parte del público, los cuales se dejan llevar alegremente por las locuras planteadas en estos libros. Los bufones siempre han estado ahí, para distraernos un rato. Algo de lo que siempre podremos agradecerle al bonachón de Tom Sharpe.


Voy a pedir otra ronda
Al oír eso, Wilt se sintió optimista.

La herencia de Wilt

Tom Sharpe, 2009
Ed Anagrama, 2011

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9 de mayo de 2023

Ventana del Diablo

Sin duda, esta caprichosa formación rocosa es una de las imágenes más icónicas de la sierra de Guadarrama. La fragmentación de los pedruscos que jalonan estas cumbres, fue aprovechada por el Diablo para coquetear con la imaginación humana, pues no era necesario vacilar de vistas a través del marco berroqueño que nos descubrió la fotografía a principios del siglo XX.

También reconozco la asignatura pendiente, una ruta marcada desde hacía demasiado tiempo y atrasada únicamente por pereza personal. Y como en la ruta precedente de la colecta diablera, aprovecho el parking de Majavilán para arrancar una nueva excursión en solitario, sin mayores alardes que comenzar a remontar la subida por la ancha pista forestal. A los pocos metros, me veo con ganas de juerga y atrocho el arroyo Fuenfría para enlazar con la calzada romana mis ganas de marcha entre los diferentes peñascos que entretienen la subida. Enseguida se alcanza la pradera de Corralitos, punto de encuentro que acoge una intersección de caminos y de monumentos locales. El último en sumarse a la distinción del homenaje ha sido el artista Miguel Ángel Blanco, vecino de Cercedilla y creador de la biblioteca del bosque

El famoso ventanal
De todos los caminos que alcanzan el paso de la Fuenfría, quedaba por conocer un tramo de la calzada borbónica desde este punto, y por ello, decido seguir las marcas blancas señaladas en los troncos de los pinos. Poco a poco la ascensión gana en aspereza, dificultad y estrechez. Al gratificante paso lento me viene a la cabeza la imagen de Bosco yendo en cabeza, remontando con ligereza la pendiente y su clásico giro para vigilar mi pausado andar con su mirada; después meneaba el rabo, sacaba la lengua a paseo con su boca abierta de par en par, como una amplia sonrisa. A mí sin embargo se me caen las lagrimas, el alma y las ganas de seguir caminando. El único consuelo infantil que encuentro es maldecir el estado del camino, achacando a los borbones la mierda de camino construido frente a la magnífica pista realizada en época republicana. Como si el paso del tiempo no tuviera nada que ver en el asunto. Un tonto símil acorde a la realidad social del siglo XXI, gracias a las correrías del emérito. 

En el puente de Enmedio, saludo a unos franceses que han parado a almorzar mientras un servidor continua por un pedregal que mejora hasta juntarse en una revuelta con la vía romana. Por ahí se nota la mano del hombre en una intervención arqueológica que ha adecentado este tramo con paneles explicativos de por medio. Abandono la subida para dejarme caer por la romana y perseguir ahora los círculos amarillos, como Alicia, pero sin conejo ni reloj. Pero la senda se va estrechando hasta desaparecer; o yo me pasé algún cruce o el demonio empieza a jugar con el excursionista. Curiosamente y según el GPS voy bien, pero la vereda no está, devorada por la naturaleza o por mi imaginación, situación que me obliga a remontar la ladera a lo bestia para buscar una salida. La sorpresa se la lleva un corzo despistado, que sale disparado bajo mi inesperada presencia mientras recupero el resuello tras culebrear por la falda de la montaña. La senda amarilla reaparece unos metros más arriba, justo debajo de la ancha pista republicana. Antes de escapar de la senda maldita, me cruzo con una amazona cuyo ajustado top de verde fosforito retiene un pecho descomunal. La tentación visual viene precedida por un simpático perruco, una especie de YorkShire, cuyas cortas patitas andan tras la buena señora en medio de un pinar y a unos 1700 metros de altura.
Camino Schmid
A pesar de la sequía imperante sobre la península, la fuente de Antón Ruíz expulsa un buen chorro de aguas frescas; en un enclave propicio para el descanso, pero el camino Schmid persigue la estela circular amarilla, a través de un camino que sobrepasa el manantial que encharca una parte donde el agua brota de las entrañas del monte. La subida se hace ligera hasta alcanzar collado Ventoso, el cual hace honor a su nombre en una ancha pradera marcada por un buen par de mojones que delimitan limites provinciales. A pesar del pequeño vendaval, el espacio es tan bucólico que tal idilio hacer resonar las tripas; pocas pistas más para echarme al suelo y degustar las viandas traídas en el macuto. Tras despachar el vicio del diente estoy tan a gusto que dan ganas de tontear con Morfeo un rato. Pero tras un rato de ligera paz, un helicóptero del GERA sobrevuela el lugar demasiado cerca, rompiendo el encanto del silencio y de la soledad camino de la urgencia.

El cordal de Siete Picos forma una silueta inconfundible (ya quisieran otras montañas) y alcanzar sus crestas, desde collado Ventoso, muestra tantas opciones como hitos colocados para la libre elección del senderista. A pesar de tanta dedicación altruista, todo es tan sencillo como seguir el consejo futbolero del pata pum pa´arriba. El supuesto camino se empina entre rocas de diferentes tamaños, entreteniendo el ascenso del senderista mientras los pinos cercanos al cordal andan inclinados; educados en las rituales reverencias que merece la presencia de su diabólica majestad. Pinos postrados y retorcidos entre nudos y ramajes imposibles. Nada que ver con la presencia continua del viento, cuyas fuerzas moldea a su gusto el horizonte. Incluida la Piedra, la reina agreste de la cimera montaña que esconde la leyenda del dragón, como describían a estas montañas allá por el medievo gracias al perfil que otorgan sus picos desde la distancia. 

La antojica Ventana del Diablo anda apretada en la umbría del tercer pico, con una soledad deslumbrante para ser día laborable a primeros de mayo de 2023. Por mucho que me asome, no termino de ver la gracia a las vistas que ofrece el particular marco. Se aprecia que el ministro del mal tiene mal gusto a la hora de encuadrar, pues cualquier altozano del cercano cordal muestra mejores panorámicas desde las cuales quedarse un buen rato para embelesar la vista. Incluso observar desde la distancia la hermosa pradera de la Ladera del Infierno, visitada el año anterior.

Qué jodida maravilla

Toca volver y dar la espalda a este enclave mágico, cuyas rocas son más bien una especie de jardín berroqueño; ahí arriba destaca lo descomunal, la soberbia y la acumulación de las piedras y sus ciclópeas formas. De las pocas cimas que merecen la pena alcanzarse de verdad, una cosa son las vistas panorámicas que ofrece una cima y otra muy distinta que las vistas estén a lo largo del propio cordal montañoso. La fuga se hace por la salvaje vertiente madrileña, allí donde la senda se hace áspera, tosca y desigual en medio del segundo y tercer pico; camino del rescate que ofrece la cercana senda los Alevines, mediante un trazado sinuoso que va perdiendo altura por el cóncavo de los Siete Picos hasta alcanzar, finalmente, el hocico del dragón en Majalasna: El pico independiente del resto de floraciones rocosas y de menor elevación. A partir de ahí, la bajada se hace más cómoda, guiada por los pesados círculos amarillos cuyo cauce continuo desemboca en la famosa pradera de Navarrulaque. Un nuevo punto donde fluyen múltiples opciones senderistas, la mayoría señalizadas, y diversos monumentos entrañables: el banco de la Senda Herreros, el reloj de Cela o el monumento a los Guadarramistas.

Lo lógico y planeado hubiera sido seguir la senda Victory a través del pinar, pero mi confiada cabeza creyó que tal vereda andaba más abajo: después de dejar atrás los famosos miradores de los poetas de la ancha pista forestal. Esta soberbia personal, me llevó a los pies de otra senda marcada (Enmedio, círculos rojos) y dar un buen rodeo por la ladera de las Berceas. Seguramente el demonio nubló mi escaso buen juicio, en represalia por alguna extraña osadía. Ni que me hubiera pillado miccionando en sus dominios. El caso es que anduve medio perdido, aburrido bajo las sombras de un pinar que se me hizo inabarcable, repetitivo, como si no lograra avanzar en un extraño bucle cual hámster en su jaula. Seguramente andaba cansado, sin mayor atracción que buscar una salida digna. Finalmente, logré rodear el vallado del embalse de las Berceas, después sus famosas piscinas naturales, mediante unas estrechas veredas que algún alma, o animal perdido, habrá creado con anterioridad. Ya estamos en zona conocida, bajo el resguardo de la penumbra que ofrece una excesiva explosión primaveral, para alegría de las alergias personales.

Álbum de fotos

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Ventana del Diablo
Cueva del monje
Arroyo del Infierno
 

Pisada del Diablo
Carro del Diablo 
Garganta Infierno
Cascada Purgatorio
 

Cerro del Diablo
El tesoro de Peña Blanca
Silla del Diablo
Ladera y arroyo del Infierno
Arroyo Almas del Diablo
Puertas del Infierno

                                                                                                                                                 / \