31 de mayo de 2023

La herencia de Wilt

Con esta novela, Tom Sharpe puso fin a la saga de la familia Wilt tras cinco publicaciones y con el transcurso de unas tres décadas de por medio. Un tránsito donde apenas se han visto cambios descritos en la sociedad inglesa; apegadas las aventuras expuestas en estos libros a otros menesteres, destinadas principalmente a un entretenimiento básico, donde prevalecen las situaciones más pintorescas en unas historias que terminan por ser ataviadas por los curiosos personajes que suele crear el bueno de Sharpe. 

Por ahí conviene realzar los argumentos expuestos por el escritor, dando prioridad a la creación de personajes excéntricos y que por razones de distinta índole, protagonizan unas tramas que suelen enredarse de tal modo, que las salidas más interesantes nunca van en la dirección correcta. Incluso si se añade por el camino algún secundario cuerdo, éste termina por ser devorado por el oleaje de la locura previa. Y acaba por parecerse a los locos que pueblan esas páginas.

Para esta nueva entrega, se expone un leve problema al matrimonio Wilt, pues tienen a sus hijas escolarizadas en un colegio privado, del que a duras penas pueden costear las altas cuotas. Por suerte, Eva conoce a una adinerada aristócrata que está interesada en contratar a Wilt para que de clases particulares a su hijo (Edward) y que éste pueda acceder así a la universidad. El trato incluye que la familia Wilt pueda instalarse, a lo largo del verano, en una casa de invitados dentro de la amplia finca que posee el matrimonio Gadsley. Sin embargo, la gracia no la aporta el introvertido Wilt ni su pasional esposa. El grado de locura se centra en el matrimonio asentado en la alta sociedad, cuyas taras ponen a prueba la credibilidad del relato aunque sostiene la guasa cada vez que se indaga en esa curiosa relación y permite al escritor invertir la mala leche que gasta en estas figuras.

Curiosamente, La herencia de Wilt, (junto a otra novela titulada Los Gropes) supone la última obra de un autor que ya contaba con más de 80 años de edad. Seguramente y consciente de ello, Tom Sharpe se tomó con profesionalidad su trabajo para dar pie a una elaborada novela cuya estructura avanza con cierta parsimonia; sin olvidar por ello el cachondeo habitual o el característico lenguaje malhablado que vaya amenizando la lectura. No tiene prisa alguna, y menos aún cuando el protagonismo salta entre las andanzas de Wilt, el singular periplo de Eva para recoger a sus hijas y cómo éstas adquieren sus propias peripecias. En esta última entrega, las cuatrillizas toman mayor partido, y su mayor protagonismo las permite gestar sus trastadas con premeditación y consenso entre las cuatro a lo largo de las páginas. El mote de "diabólicas", que promulga su progenitor, queda claramente expuesto por la continua demostración que tienen estas niñas de tener que fastidiar al resto de personas que se cruzan por su camino.

Como ya ocurriera con la obra anterior, Wilt pierde la capacidad de capitanear sus pasos, engullido por la familia Gadsley y sus excentricidades que han llegado incluso alborotar a la localidad cercana a la mansión. Wilt termina por parecer el único ser cuerdo del libro, a pesar de ser un tipo que tiene la extraña facultad de meterse en diversos líos, un imán para el desastre del que sabe salir impune pese a las habituales sospechas policiales. Molaba más cuando era él quien metía la pata y enredaba la realidad con su inusitada locuacidad. Pero Sharpe parece querer golpear en otras lides y elige torpedear a la familia de alto linaje para plasmar una mala leche que muestre las miserias y los gustos desfasados del ser humano. 

El autor en su estudio de trabajo - Fundación Tom Sharpe

La herencia de Wilt funciona como lo que es, un libro jovial que desvirtúa la realidad con el pretencioso uso de una ficción que amontona desvaríos, tacos y perversiones sexuales como sostén de un humor alejado de la finura denominada como británica. Nunca supe muy bien cómo era ese relato de los gentleman, cuando a esos educados señores isleños también iban asociados al fenómeno hooligan. Tal vez Sharpe se fuera de madre a la hora de exponer los males de sus conciudadanos, aunque eso siempre ha sido un aliciente para reírse del mal ajeno.

A pesar del esfuerzo realizado, queda la sombra perenne del personaje acaecido en 1976 por su original desventura con la muñeca hinchable. Reconozco cierta gracia en las obras posteriores, incluido el esfuerzo en esta última tirada de despedirse a lo grande, pero éstas estarán en deuda con la precursora. La herencia de Wilt termina por ser el legado de Sharpe, autor que falleció en 2013, y que será recordado por este singular éxito que ha logrado calar en buena parte del público, los cuales se dejan llevar alegremente por las locuras planteadas en estos libros. Los bufones siempre han estado ahí, para distraernos un rato. Algo de lo que siempre podremos agradecerle al bonachón de Tom Sharpe.


Voy a pedir otra ronda
Al oír eso, Wilt se sintió optimista.

La herencia de Wilt

Tom Sharpe, 2009
Ed Anagrama, 2011

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9 de mayo de 2023

Ventana del Diablo

Sin duda, esta caprichosa formación rocosa es una de las imágenes más icónicas de la sierra de Guadarrama. La fragmentación de los pedruscos que jalonan estas cumbres, fue aprovechada por el Diablo para coquetear con la imaginación humana, pues no era necesario vacilar de vistas a través del marco berroqueño que nos descubrió la fotografía a principios del siglo XX.

También reconozco la asignatura pendiente, una ruta marcada desde hacía demasiado tiempo y atrasada únicamente por pereza personal. Y como en la ruta precedente de la colecta diablera, aprovecho el parking de Majavilán para arrancar una nueva excursión en solitario, sin mayores alardes que comenzar a remontar la subida por la ancha pista forestal. A los pocos metros, me veo con ganas de juerga y atrocho el arroyo Fuenfría para enlazar con la calzada romana mis ganas de marcha entre los diferentes peñascos que entretienen la subida. Enseguida se alcanza la pradera de Corralitos, punto de encuentro que acoge una intersección de caminos y de monumentos locales. El último en sumarse a la distinción del homenaje ha sido el artista Miguel Ángel Blanco, vecino de Cercedilla y creador de la biblioteca del bosque

El famoso ventanal
De todos los caminos que alcanzan el paso de la Fuenfría, quedaba por conocer un tramo de la calzada borbónica desde este punto, y por ello, decido seguir las marcas blancas señaladas en los troncos de los pinos. Poco a poco la ascensión gana en aspereza, dificultad y estrechez. Al gratificante paso lento me viene a la cabeza la imagen de Bosco yendo en cabeza, remontando con ligereza la pendiente y su clásico giro para vigilar mi pausado andar con su mirada; después meneaba el rabo, sacaba la lengua a paseo con su boca abierta de par en par, como una amplia sonrisa. A mí sin embargo se me caen las lagrimas, el alma y las ganas de seguir caminando. El único consuelo infantil que encuentro es maldecir el estado del camino, achacando a los borbones la mierda de camino construido frente a la magnífica pista realizada en época republicana. Como si el paso del tiempo no tuviera nada que ver en el asunto. Un tonto símil acorde a la realidad social del siglo XXI, gracias a las correrías del emérito. 

En el puente de Enmedio, saludo a unos franceses que han parado a almorzar mientras un servidor continua por un pedregal que mejora hasta juntarse en una revuelta con la vía romana. Por ahí se nota la mano del hombre en una intervención arqueológica que ha adecentado este tramo con paneles explicativos de por medio. Abandono la subida para dejarme caer por la romana y perseguir ahora los círculos amarillos, como Alicia, pero sin conejo ni reloj. Pero la senda se va estrechando hasta desaparecer; o yo me pasé algún cruce o el demonio empieza a jugar con el excursionista. Curiosamente y según el GPS voy bien, pero la vereda no está, devorada por la naturaleza o por mi imaginación, situación que me obliga a remontar la ladera a lo bestia para buscar una salida. La sorpresa se la lleva un corzo despistado, que sale disparado bajo mi inesperada presencia mientras recupero el resuello tras culebrear por la falda de la montaña. La senda amarilla reaparece unos metros más arriba, justo debajo de la ancha pista republicana. Antes de escapar de la senda maldita, me cruzo con una amazona cuyo ajustado top de verde fosforito retiene un pecho descomunal. La tentación visual viene precedida por un simpático perruco, una especie de YorkShire, cuyas cortas patitas andan tras la buena señora en medio de un pinar y a unos 1700 metros de altura.
Camino Schmid
A pesar de la sequía imperante sobre la península, la fuente de Antón Ruíz expulsa un buen chorro de aguas frescas; en un enclave propicio para el descanso, pero el camino Schmid persigue la estela circular amarilla, a través de un camino que sobrepasa el manantial que encharca una parte donde el agua brota de las entrañas del monte. La subida se hace ligera hasta alcanzar collado Ventoso, el cual hace honor a su nombre en una ancha pradera marcada por un buen par de mojones que delimitan limites provinciales. A pesar del pequeño vendaval, el espacio es tan bucólico que tal idilio hacer resonar las tripas; pocas pistas más para echarme al suelo y degustar las viandas traídas en el macuto. Tras despachar el vicio del diente estoy tan a gusto que dan ganas de tontear con Morfeo un rato. Pero tras un rato de ligera paz, un helicóptero del GERA sobrevuela el lugar demasiado cerca, rompiendo el encanto del silencio y de la soledad camino de la urgencia.

El cordal de Siete Picos forma una silueta inconfundible (ya quisieran otras montañas) y alcanzar sus crestas, desde collado Ventoso, muestra tantas opciones como hitos colocados para la libre elección del senderista. A pesar de tanta dedicación altruista, todo es tan sencillo como seguir el consejo futbolero del pata pum pa´arriba. El supuesto camino se empina entre rocas de diferentes tamaños, entreteniendo el ascenso del senderista mientras los pinos cercanos al cordal andan inclinados; educados en las rituales reverencias que merece la presencia de su diabólica majestad. Pinos postrados y retorcidos entre nudos y ramajes imposibles. Nada que ver con la presencia continua del viento, cuyas fuerzas moldea a su gusto el horizonte. Incluida la Piedra, la reina agreste de la cimera montaña que esconde la leyenda del dragón, como describían a estas montañas allá por el medievo gracias al perfil que otorgan sus picos desde la distancia. 

La antojica Ventana del Diablo anda apretada en la umbría del tercer pico, con una soledad deslumbrante para ser día laborable a primeros de mayo de 2023. Por mucho que me asome, no termino de ver la gracia a las vistas que ofrece el particular marco. Se aprecia que el ministro del mal tiene mal gusto a la hora de encuadrar, pues cualquier altozano del cercano cordal muestra mejores panorámicas desde las cuales quedarse un buen rato para embelesar la vista. Incluso observar desde la distancia la hermosa pradera de la Ladera del Infierno, visitada el año anterior.

Qué jodida maravilla

Toca volver y dar la espalda a este enclave mágico, cuyas rocas son más bien una especie de jardín berroqueño; ahí arriba destaca lo descomunal, la soberbia y la acumulación de las piedras y sus ciclópeas formas. De las pocas cimas que merecen la pena alcanzarse de verdad, una cosa son las vistas panorámicas que ofrece una cima y otra muy distinta que las vistas estén a lo largo del propio cordal montañoso. La fuga se hace por la salvaje vertiente madrileña, allí donde la senda se hace áspera, tosca y desigual en medio del segundo y tercer pico; camino del rescate que ofrece la cercana senda los Alevines, mediante un trazado sinuoso que va perdiendo altura por el cóncavo de los Siete Picos hasta alcanzar, finalmente, el hocico del dragón en Majalasna: El pico independiente del resto de floraciones rocosas y de menor elevación. A partir de ahí, la bajada se hace más cómoda, guiada por los pesados círculos amarillos cuyo cauce continuo desemboca en la famosa pradera de Navarrulaque. Un nuevo punto donde fluyen múltiples opciones senderistas, la mayoría señalizadas, y diversos monumentos entrañables: el banco de la Senda Herreros, el reloj de Cela o el monumento a los Guadarramistas.

Lo lógico y planeado hubiera sido seguir la senda Victory a través del pinar, pero mi confiada cabeza creyó que tal vereda andaba más abajo: después de dejar atrás los famosos miradores de los poetas de la ancha pista forestal. Esta soberbia personal, me llevó a los pies de otra senda marcada (Enmedio, círculos rojos) y dar un buen rodeo por la ladera de las Berceas. Seguramente el demonio nubló mi escaso buen juicio, en represalia por alguna extraña osadía. Ni que me hubiera pillado miccionando en sus dominios. El caso es que anduve medio perdido, aburrido bajo las sombras de un pinar que se me hizo inabarcable, repetitivo, como si no lograra avanzar en un extraño bucle cual hámster en su jaula. Seguramente andaba cansado, sin mayor atracción que buscar una salida digna. Finalmente, logré rodear el vallado del embalse de las Berceas, después sus famosas piscinas naturales, mediante unas estrechas veredas que algún alma, o animal perdido, habrá creado con anterioridad. Ya estamos en zona conocida, bajo el resguardo de la penumbra que ofrece una excesiva explosión primaveral, para alegría de las alergias personales.

Álbum de fotos

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Ventana del Diablo
Cueva del monje
Arroyo del Infierno
 

Pisada del Diablo
Carro del Diablo 
Garganta Infierno
Cascada Purgatorio
 

Cerro del Diablo
El tesoro de Peña Blanca
Silla del Diablo
Ladera y arroyo del Infierno
Arroyo Almas del Diablo
Puertas del Infierno

                                                                                                                                                 / \