3 de octubre de 2023

Rollerball

Hacía tiempo que se metió en mi cabeza volver a ver esta película. Una de esas tontas necesidades que surgen a lo loco, seguramente gracias a un buen recuerdo guardado en el subconsciente, y que se hacen bola si no es posible realizarla de manera rápida. Después de una larga búsqueda infructuosa en diversas bibliotecas, (en la provincia de Madrid sólo hay una copia en Colmenar Viejo) la plataforma Prime Video, tubo a bien incluirla en su amplio catalogo de films añejos. De la película, recuerdo claramente el espectáculo visual, basado en un inventado deporte de gran calado popular y que da título a la película de Norman Jewison, veterano director retirado con algunos éxitos en su haber (En el calor de la noche) Además, mi memoria recordaba vagamente el carácter futurista de una sociedad sin mayor apreciación destacable que el memorable deporte. A fin de cuentas, es el recuerdo más claro, el de un juego cuya razón sirve para contentar a las masas mediante la barata violencia que se acumula en su transcurso. Un par de equipos, de diferentes ciudades del mundo, se enfrentan dentro de un recinto ovalado con la misión de introducir una bola de acero en una especie de diana del equipo rival. Y para ello, pueden emplearse a fondo, hasta acabar con la vida del rival si es necesario. Hecho aplaudido con fervor por el gentío acumulado en el graderio.

La bola, te la voy a meter....
Rollerball nos traslada a un extraño futuro, donde los países han desaparecido en favor del auge de las grandes corporaciones. Un mundo dominado por grandes empresas que mantiene a la sociedad colmada en un tonto bienestar, como por ejemplo acabar con las hambrunas o dejar atrás las guerras entre naciones. Sin embargo, hay algo que no cuadra en este paradisíaco mundo feliz y la figura que ponga en duda el régimen establecido es Jonathan E. (James Caan) El capitán y líder del equipo de Rollerball de Houston, la ciudad donde se haya la importante Corporación de la Energía. Él es una estrella mundial, el jugador que mayor puntuación acumula y que lleva varios años en activo, pese a ser un juego que invita a perder la vida tranquilamente en el transcurso de su vida deportiva. Y justo, tras eliminar en el arranque del film a Madrid, el mandamás de la Energía, Mr Bartholomew, propone al carismático jugador que se retire del juego y disfrute de una agraciada jubilación.

Los motivos de esta singular decisión son las adivinanzas propuestas al espectador. Las mismas dudas que alberga el protagonista, al no entender cuáles pueden ser las razones que empujan al propietario del equipo en apartarle del juego después de alcanzar las semifinales, de un torneo, que les llevará hasta el próximo rival en Tokio. La presión sobre el jugador aumenta cuando éste empieza a resistirse y abre la puerta a observar la curiosa sociedad futura propuesta, una sociedad donde no existe ninguna forma contraria ni de disidencia, o al menos no se muestra. Todo es plano y redundante, hasta las fiestas que parecen prometer una loca orgía mientras la única diversión final acaba cuando explotan árboles. 

La única nota contraria es la resistencia de Jonathan E. a jubilarse, pese los persuasivos consejos de amigos y otras entidades que buscan convencer al cabezota de turno. Pero nuestro protagonista comienza a plantearse preguntas, mientras revolotea con la misma cara de perdido que los espectadores a la hora de encontrar respuestas. Por ahí destaca la introspección individual y las miradas vacías, cuya finalidad pretende rebuscar en el interior del personaje, buscando soluciones sobre un mundo artificial del que tampoco ayuda en demasía el breve recorrido que ofrece. Ni el socorrido comodín del amor perdido rescata una idea futura de lo que se pretende recalcar. 

Un individuo frente al colectivo, la opresión de un régimen establecido sobre una figura endiosada por el deporte y que las elites ven como a un peligro por su posible influencia sobre las masas. En realidad es un dato que brilla por su ausencia y la única respuesta posible se queda en que cada uno predique lo que entienda. Sinceramente, veo incapaz al protagonista de levantarse, cual Espartaco, contra el orden establecido. Por mucha estrella mundial que se sea, hace falta algo más para liderar una corriente contraria a los que pretenden apartarle de su poltrona. Simplemente, hará lo que mejor sabe hacer, rodar sobre un parqué y volcar su furia contra un tipo disfrazado de un color diferente al suyo.

Tú me dejaste de querer cuando menos lo esperabaCuando más te queríaSe te fueron las ganas
Seguramente, el Rollerball de 1975 ande etiquetado y recordado por las mismas sensaciones que dejó años atrás, las mismas que se mantuvieron en el subconsciente durante tantos años, y que demuestra el buen hacer en la dirección de Jewison. Porque lo que mola es ver a estos gladiadores del futuro darse de hostias. Punto final. Rollerball resistirá el paso del tiempo gracias a que nuestras retinas retendrán las imágenes de un deporte furibundo, patinadores dándose de leches mientras persiguen una bola de acero. El resto del planteamiento se irá diluyendo frente al poder de la imagen ofrecida, el circo necesario para entretener a la masa, aunque la vida de los contendientes pueda resbalarse en el parqué del estadio cuando las normas se regulan según el interés de que la carnicería se vea aumentada. Por ahí se eleva la esencia de un espectáculo que grita al unísono el nombre de sus ídolos del momento.

Rollerball de Norman Jewison
1975

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