Galardonada
en Italia y Francia con diferentes premios literarios, Las ocho
montañas representa uno de los últimos éxitos literarios de la
narrativa europea, y camino de convertirse en un clásico moderno.
Hace un tiempo anoté esta novela para una futura lectura; en parte,
por la sugerencia de un título que llama la atención para los que
acudimos al monte con asiduidad; en parte, por la promocionada
recomendación de alguna biblioteca pública. Aunque el verdadero
empujón llegó por el cercano estreno de su adaptación
cinematográfica, gracias a la propaganda que aporta este medio y de
la rapidez con que se ha realizado. Motivo suficiente para
abordar el libreto antes de acudir a la pantalla.
Una ruina cualquiera en la sierra de Guadarrama |
Aunque
la montaña suele estrechar lazos, también es un elemento geográfico
que sirve de frontera entre dos actitudes de cómo afrontar la vida.
La novela remarca ese espacio a la hora de afrontar el paso al mundo
de los adultos por parte de los niños. Pietro tiende la necesidad de
evadirse, de ampliar horizontes y de buscar sus propias montañas. Un
poco idealista al rebuscar esa conexión personal en las famosas
cordilleras del Himalaya. Bruno, sin embargo, es una especie en
peligro de extinción, practico y austero, se contenta con vivir la
vida que ha heredado en su aldea y sin ningún tipo de necesidad de
sortear las fronteras naturales donde se ha criado. De este modo,
pasamos hacia la formación de los adultos, hacia una lógica
separación, donde cada uno busque su lugar en el mundo. La novela se
presenta en un primer acto con un buen desarrollo propio. Después, vendrán otros dos episodios con el legado imborrable de los recuerdos
infantiles, de sus veranos en Grana (el nombre del pueblo) y el puente amable que aporta la
madre de Pietro a lo largo del texto. Una verdadera heroína por su
talante generoso entre tanto varón.
Porque
la novela está protagonizada básicamente por hombres, como la
importante figura que adquiere el padre de Pietro. Un punto
importante de la historia, no solo como guía, a la hora de iniciar
al alpinismo a los chavales, sino porque su espíritu sobrevuela el resto de la novela con Pietro reconociéndose en su figura y en sus contrastes. Porque el padre afronta la montaña como un reto,
una especie de competición que apea la idea de disfrutar del
trayecto,
encaramado a la fija idea de ollar la cumbre a un ritmo vertiginoso sin posibilidad de discusión. El final de la tortura llegaba de repente. Daba un último salto, bordeaba un saliente, y de golpe me hallaba delante de un montón de piedras o de una cruz de hierro que los rayos habían partido, la mochila de mi padre tirada en el suelo y, más allá, solo el cielo. Era un alivio más que una euforia. Arriba no habían ningún premio…, en realidad, la cumbre no tenía nada especial.
Con vistas a mis montañas |
encaramado a la fija idea de ollar la cumbre a un ritmo vertiginoso sin posibilidad de discusión. El final de la tortura llegaba de repente. Daba un último salto, bordeaba un saliente, y de golpe me hallaba delante de un montón de piedras o de una cruz de hierro que los rayos habían partido, la mochila de mi padre tirada en el suelo y, más allá, solo el cielo. Era un alivio más que una euforia. Arriba no habían ningún premio…, en realidad, la cumbre no tenía nada especial.
Ese
afán dominador, suele crear conflictos cuando los intereses difieren
y provoca que los polluelos terminen por buscar su propio camino. Tal
estampa, adquiere una búsqueda personal de encontrarse así mismo, en
una continua comparación por parte de Pietro, como si buscase algún
tipo de aprobación cuando él mismo ha abierto su propio recorrido
aunque las raíces sean profundas e inviten a rememorar las buenas
épocas pasadas. El memorable recuerdo infantil al que se acogen
todos los soñadores que tuvieron la oportunidad de vivir algo especial. Y Pietro lo tuvo, sólo queda dejarse llevar por cómo se recomponen los cimientos del pasado para el futuro. Estaba descubriendo qué le pasa a uno cuando se marcha: que los demás siguen viviendo sin él.
Lo
mejor de Las ocho montañas es la sencillez con que describe
Paolo Cognetti su historia. Sin necesidad de recurrir a grandes
algaradas ni a parrafadas gloriosas, incluso cuando muestra lo violento
que puede ser una montaña a cuatro mil metros de altura o elevar su texto en una especie de aventura de superación o
deportiva. En realidad, es más intimo, más cercano a una continua
búsqueda de identidad, incluida la formación propia del avance de
la vida sin más motivos que recopilar los hechos más trascendentes
de sus protagonistas. La posibilidad de la épica; de la nieve, de
las tormentas o de las pateadas que suelen pegarse los montañeros,
se reducen a una exposición entre sencilla y bucólica de las
montañas que rodean a los protagonistas y al desarrollo de cada uno
de ellos.
-Entonces ¿en qué debo pensar?
-En hoy. Fíjate que día más bonito.
Miré alrededor. Hacía falta un poco de buena voluntad para definirlo así.
Las
ocho montañas
Paolo Cognetti
Penguin Random House, 2018
Paolo Cognetti
Penguin Random House, 2018
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