30 de junio de 2023

Las ocho montañas

Galardonada en Italia y Francia con diferentes premios literarios, Las ocho montañas representa uno de los últimos éxitos literarios de la narrativa europea, y camino de convertirse en un clásico moderno. Hace un tiempo anoté esta novela para una futura lectura; en parte, por la sugerencia de un título que llama la atención para los que acudimos al monte con asiduidad; en parte, por la promocionada recomendación de alguna biblioteca pública. Aunque el verdadero empujón llegó por el cercano estreno de su adaptación cinematográfica, gracias a la propaganda que aporta este medio y de la rapidez con que se ha realizado. Motivo suficiente para abordar el libreto antes de acudir a la pantalla.
Una ruina cualquiera en la sierra de Guadarrama
La novela transita sobre la amistad que se fragua entre dos muchachos en apariencia diferentes. Pietro es el protagonista y narrador de la historia, hijo único, cuyos padres residen y trabajan en la populosa Milán. Para rememorar tiempos juveniles, los progenitores deciden pasar los veranos en una alejada aldea de los Alpes italianos. Allí conocemos a Bruno, el único niño del pueblo y que suele pastorear las vacas de su tío. Año tras año, ambos chavales van fraguando una profunda amistad mientras exploran edificios abandonados, persiguen torrentes de aguas y danzan entre senderos y barrancos. En esos primeros veranos, el padre de Pietro inicia a los niños en el alpinismo, compartiendo nuevos espacios y experiencias.

Aunque la montaña suele estrechar lazos, también es un elemento geográfico que sirve de frontera entre dos actitudes de cómo afrontar la vida. La novela remarca ese espacio a la hora de afrontar el paso al mundo de los adultos por parte de los niños. Pietro tiende la necesidad de evadirse, de ampliar horizontes y de buscar sus propias montañas. Un poco idealista al rebuscar esa conexión personal en las famosas cordilleras del Himalaya. Bruno, sin embargo, es una especie en peligro de extinción, practico y austero, se contenta con vivir la vida que ha heredado en su aldea y sin ningún tipo de necesidad de sortear las fronteras naturales donde se ha criado. De este modo, pasamos hacia la formación de los adultos, hacia una lógica separación, donde cada uno busque su lugar en el mundo. La novela se presenta en un primer acto con un buen desarrollo propio. Después, vendrán otros dos episodios con el legado imborrable de los recuerdos infantiles, de sus veranos en Grana (el nombre del pueblo) y el puente amable que aporta la madre de Pietro a lo largo del texto. Una verdadera heroína por su talante generoso entre tanto varón.

Porque la novela está protagonizada básicamente por hombres, como la importante figura que adquiere el padre de Pietro. Un punto importante de la historia, no solo como guía, a la hora de iniciar al alpinismo a los chavales, sino porque su espíritu sobrevuela el resto de la novela con Pietro reconociéndose en su figura y en sus contrastes. Porque el padre afronta la montaña como un reto, una especie de competición que apea la idea de disfrutar del trayecto,
Con vistas a mis montañas

encaramado a la fija idea de ollar la cumbre a un ritmo vertiginoso sin posibilidad de discusión.
El final de la tortura llegaba de repente. Daba un último salto, bordeaba un saliente, y de golpe me hallaba delante de un montón de piedras o de una cruz de hierro que los rayos habían partido, la mochila de mi padre tirada en el suelo y, más allá, solo el cielo. Era un alivio más que una euforia. Arriba no habían ningún premio…, en realidad, la cumbre no tenía nada especial.

Ese afán dominador, suele crear conflictos cuando los intereses difieren y provoca que los polluelos terminen por buscar su propio camino. Tal estampa, adquiere una búsqueda personal de encontrarse así mismo, en una continua comparación por parte de Pietro, como si buscase algún tipo de aprobación cuando él mismo ha abierto su propio recorrido aunque las raíces sean profundas e inviten a rememorar las buenas épocas pasadas. El memorable recuerdo infantil al que se acogen todos los soñadores que tuvieron la oportunidad de vivir algo especial. Y Pietro lo tuvo, sólo queda dejarse llevar por cómo se recomponen los cimientos del pasado para el futuro. Estaba descubriendo qué le pasa a uno cuando se marcha: que los demás siguen viviendo sin él.

Lo mejor de Las ocho montañas es la sencillez con que describe Paolo Cognetti su historia. Sin necesidad de recurrir a grandes algaradas ni a parrafadas gloriosas, incluso cuando muestra lo violento que puede ser una montaña a cuatro mil metros de altura o elevar su texto en una especie de aventura de superación o deportiva. En realidad, es más intimo, más cercano a una continua búsqueda de identidad, incluida la formación propia del avance de la vida sin más motivos que recopilar los hechos más trascendentes de sus protagonistas. La posibilidad de la épica; de la nieve, de las tormentas o de las pateadas que suelen pegarse los montañeros, se reducen a una exposición entre sencilla y bucólica de las montañas que rodean a los protagonistas y al desarrollo de cada uno de ellos. 

-Entonces ¿en qué debo pensar?
-En hoy. Fíjate que día más bonito.
Miré alrededor. Hacía falta un poco de buena voluntad para definirlo así.

Las ocho montañas
Paolo Cognetti
Penguin Random House, 2018


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