8 de octubre de 2020

El girasol

En ocasiones me dejo llevar por pequeñas tonterías a la hora de escoger libros. Como por ejemplo enlazar el bello nombre de Thérèse, cuyo apelativo titula la última obra de Zola expuesta en el blog. De ahí se llega hasta la autora de El girasol, la francesa Thérèse de Saint Phalle, a quien cabe felicitar por su nonagenaria edad y por estar presente en mi colección Reno. 

En El girasol se desarrolla un tramo concreto de la vida de Pauline, una joven psicoanalista cuya vida matrimonial se tambalea ante la sospechosa actitud de su marido: un refutado profesor de derecho. Tales recelos amorosos, señalados en la reseña de la contraportada, levantaron pequeños prejuicios sobre la posibilidad de adentrarme en una novela de corte romántico. Una actitud impropia de un adulto de más de 40 tacos. Por suerte, fue leve y pasajera la idea preconcebida, dando paso a una agradable lectura y de corte personal, donde la novela, simplemente, destaca como puede trastocarse la estabilidad matrimonial desde el punto de vista de una mujer.

<<Cuando está de vacaciones, ¿analiza a la gente con que se tropieza?>>

La protagonista, Pauline, es una mujer que por defecto profesional tiende a analizar con soltura los mecanismos por los que gira su estabilizada vida. Su monótona rutina, anda dedicada profesionalmente a sus pacientes y en lo personal, a su marido Charles. Incluso la buena mujer llegó aceptar convivir con su suegra, mientras mantiene en su interior la pequeña losa de su incapacidad por engendrar hijos. Pero llega el cambio, el giro inesperado que trastoca el deseado descanso vacacional cuando su marido tenga que partir a un congreso extraordinario sin posibilidad de acompañarle. La clásica excusa del viaje de trabajo. Y claro, menuda gracia tener que quedarse en París, en la rutina gris del día profesional y con la oscura presencia de la vieja. 
 
Por suerte surge una vía de escape, cuando uno de sus pacientes invita a su benefactora a pasar unos días, junto a su familia, en una amplia propiedad familiar en el campo. Y de ahí, al clásico viaje personal, facilitado por el contraste de la ciudad frente al mundo rural; allá donde se acumula el aire limpio, el tiempo sosegado y otros ruidos menos molestos. Mientras nuestra protagonista, físicamente, camina cual Heidi por estos lares, su cabeza apenas puede desmembrarse del coloquio interno que arrastra su matrimonio. Y si al fuego del texto conviene alimentarlo, se le añade; porque al abrigo del calor estival, se descubren las pasiones veraniegas, sobre todo cuando Pauline descubra la pasión que despierta su figura en otros hombres, quienes intentan atraerla a mordisquear la tentación del pecado. Y claro, más combustión al comecocos personal, ligado al cambio de actitud de Charles y a las propias necesidades de la protagonista.

También surge una pequeña envidia, al contrastar que quien sustenta la armonía de la familia del paciente es otra mujer; una madre que sigilosamente mantiene en equilibrio entre el resto de miembros de su hogar junto a otras tareas, además de tener tiene tiempo de atender a sus hijos pequeños. Una semilla dolorosa en el corazón de Pauline.

Como suele ocurrir en la realidad, hay períodos donde se acumulan los problemas, a la par de ir acompañadas de la terca habilidad de tropezar en las mismas piedras. Todas ellas llegan de golpe al verano de 1968, para provocar el vaivén emocional que termina por acaparar gran parte de la novela. Al menos está tan bien descrito, que la lectura se desliza fácilmente ante la necesaria comida de tarro de la protagonista, allá donde la profesional es inundada por las emociones que la asaltan y la habilidad que tiene para autodiagnosticarse en su pequeña batalla mental, una constante entre la lógica de una mujer adulta que busca imponerse ante los arrebatos del cruce de sentimientos. Una lógica asociada a la responsabilidad de la acción de sus actos y a la que ha obedecido ciegamente, como sus amados girasoles, la planta que rinde una continua pleitesía al rey sol, guiados por la luz de la razón de su existencia. Sin embargo, el ser humano es más complejo, y las aristas por las que pasa Pauline serán su prueba de fuego para continuar su senda marcada o abrirse nuevas puertas. La decisión la tomará ella, ésa es su libertad.

Me pregunto qué libros habrían escrito Malraux y Hemingway si hubiesen llevado una vida tan trivial, tan chata como la nuestra
 
Pierre de Feux

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El girasol
Thérèse de Saint Phalle
Ed GP - 1976

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