29 de agosto de 2020

Starship Troopers

En 1997 se estrenó una de las grandes películas del género fantástico. La jodidamente divertida Starship Troopers, del director holandés Paul Verhoeven. Y en este verano tan atípico, me ha dado tiempo a recuperar la vieja ilusión de revisionar esta cinta junto a sus temibles secuelas. Pero antes de todo, conviene citar a Robert E. Heinlein, autor de la novela original que da título al filme. No hay problema en reconocer que desconozco por completo la obra de este señor, y que al parecer anda relacionado con ideas militaristas. En su novela propone una interesante cuestión futurista, donde las personas carecen de derechos al nacer y solamente adquieren tales reconocimientos al acceder entrar en el ejército. Es decir, cualquier persona debe ganarse unos derechos que hoy día todos damos por hecho. Una división peliculera que Verhoeven expone rápidamente, al diferenciar entre civiles, personas sin derecho a votar o ejercer la política, frente a los ciudadanos de bien, aquellos que acuden en masa al servicio militar para defender a la raza humana de la amenaza alienígena. Porque de eso va la peli en concreto, de una confrontación bélica entre los humanos contra una serie de bichos de tamaños considerables.

Es de justicia recalcar que la película es una adaptación, la cual permite el lujo de pasarse por el aro del respeto la copia fidedigna de la literatura. Porque en cinematografía también cuenta la visión audiovisual de quien firma. Y ahora viene a cuento destacar la trayectoria de un tipo que se marchó de Europa, por parecer demasiado comercial hacia los EEUU, para desarrollar allí una carrera que acumula títulos como Robocop, Desafio total, Instinto Básico o Showgirls. Mandanga de la buena.

Ni napalm ni hostias, Cucal!!!

Sin embargo, Starship Troopers no logró ser un éxito de taquilla y la crítica mayoritaria se quedó con el pelaje bélico y excesivamente militar de la película. Como si el director hubiera querido subrayar una cinta que idealizase un culto militar cercano al nacionalsocialismo de la II Guerra Mundial. Basta con mirar los uniformes de los altos mandos. Por fortuna, el paso de los años han sido los que han elevado a título de culto esta película. Para quienes eramos jóvenes a finales del XX, la película simplemente molaba, sobretodo por el uso excesivo de la violencia y los buenos efectos digitales. El transfondo, la sátira o el mero cachondeo de un director de raza como Verhoeven se pule con la edad. Como queda demostrado cada vez que alguien se ofende por un título que evidencia que la mejor manera de denunciar algo, como la supuesta celebración del militarismo imperialista, se muestra con toda su esencia, enseñarlo a lo bruto si hace falta.

La propaganda bélica cobra un enorme sentido en el transcurso de toda la película. Recalcar que esta es una cinta producida por un país, cuya industria armamentística es tan importante como el chulesco modo de comportarse con el resto de territorios del planeta. En Starship Troopers se agudiza esa publicidad exhaustiva sobre la población y el uso mediático de un Internet de finales del milenio pasado como punta de lanza. El juego que daría la actualización de este medio a fechas más recientes. La inclusión de la publicidad en la cinta forman parte del relato y sirven para ayudarnos a entender mejor este futurible mundo por llegar.

El protagonismo se centra en un trío excesivamente teen, muy del estilo yanqui, en el clásico momento cuando los jóvenes terminan sus estudios y con el horizonte de la madurez aún por alcanzar. Y ahí entra la escisión social entre las personas con derechos, cuando la femina Carmen Ibáñez, (la chica Bond Denise Richards) decide ingresar en las fuerzas aéreas. El atlético Jhonny Rico (Casper Von Dien) opta por seguir el camino militar de su pareja, aunque sus notas académicas solamente le lleguen para ingresar en el cuerpo de infantería. Un tercer implicado, Carl (el conocido Neil Patrick Harris) tiene un mayor coeficiente intelectual que le permite hacer carrera en Inteligencia. 

Sí. Los Ciudadanos comparten ducha.

La presentación inicial de amoríos adolescentes y la cercana amenaza de los bichos arácnidos nos traslada al burdo, exagerado y violento entrenamiento militar. En plan La chaqueta metálica, con la clásica inclusión del granjero paleto y el instructor cabrón. De ahí en adelante surge el show, el buen espectáculo audiovisual que firma la buena mano de su director en las llamativas escenas de acción y el imponente trabajo en la creación de las oleadas de movimientos de los bichos por parte del equipo técnico. Por aquí también debería señalar la faceta musical de Basil Poledouris, famoso compositor de otras tantas películas. Normalmente, su trabajo suele cuadrar de maravilla en las cintas donde trabaja y apenas nos acordamos de las maravillosas melodias que compone. 

El guión, sin embargo, recorre una destructiva matanza sin sentido ni piedad hacia la estupidez de la muerte, dentro de una guerra salvaje que se cobra cientos de vidas sin miramientos de ningún tipo. Una denuncia tan simple que queda remarcada por la obcecación de nuestros héroes, tan abducidos por pulsar el gatillo y arremangarse en su inútil contienda que sólo falta la icónica imagen del tío Sam para llamarte a filas. ¿Desea saber más?
 
Tío, ¿cuántas veces te han dicho que tu boca parece un clítoris?

Pero el negocio del dinero llama puntualmente a la puerta en cuanto surge la ocasión. Hacia 2004, Phil Tippett se atrevió a ponerse detrás de las cámaras para dar continuidad al filme original con Starship Troopers 2: Héroe de la Federación. Tippet contó con la ayuda de Ed Neumeier, guionista junto a Verhoeven del inicio de una saga que bien pudiera haberse quedado quieta. El enorme talento de Tippett para los efectos visuales queda lejos de sus opciones en la dirección. Sobre todo cuando el presupuesto debió de dar bien poco para intentar mejorar cualquier resultado positivo. La historia del filme más bien parece un capitulo aparte de la guerra contra los bichos, con nuevos personajes que dan vida a una brigada acorralada en un único enclave. Al menos Neumeier tuvo la correcta idea de intentar reducir la película a una especie de asedio, cuando los protagonistas del filme tienen que refugiarse en una especie de fortaleza ante la avalancha enemiga. Una solución óptima y cercana a cintas de referencia como Asalto a la comisaría del distrito 13 o El Álamo. Sin embargo, la heroicidad de la resistencia mantiene una fuerte lucha por mantener la atención del espectador. Principalmente por unas interpretaciones limitadas a tantos clichés que una buena dosis de alcohol ayuda a llegar hasta el final del metraje.

Cuatro años después seria el turno de Neumeier, con Starship Troopers 3: Marauder. Importante hecho que viene a demostrar que esta saga es como un pasatiempo para estas personas. Curiosamente, Casper Von Dien demuestra que también necesita comer y regresa a su personaje de la primera parte. Aunque la continuidad del relato brille por su ausencia y nuevamente veamos una película con su propia historia. También parece que hay más presupuesto en un filme que fue estrenado directamente al mercado del DVD. Ante la falta de ideas por haber intentado crear una saga con contenido propio, el director y guionista se lanza a la fácil solución del más grande todavía, a la búsqueda de un supuesto Dios emparentado con los bichos. Obviamente la creencia en algo superior desentona con el tono macarra que hizo brillar al Starship Troopers de Verhoeven, así uno pierde fácilmente la fe en unas secuelas malditas, destinadas a ser borradas de la memoria por el bien del cine. De las animaciones creadas en 2012 y 2017 por Shinji Aramaki ya habrá tiempo de verlas. Un par de bichos malos se me han atragantado en este final de verano. 

Starship Troopers
Paul Verhoeven, 1997

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 Desafio total

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