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Una correcta proyección de Nueve reinas debería empezar en su cabecera con una advertencia en forma de texto, donde se informa que el guion de esta película fue premiado en 1998 por alguna organización del país argentino. Este apunte viene a resaltar uno de los grandes valores del filme, la escritura del guion por parte del mismo Bielinsky. El argumento cuenta la historia de dos caraduras, dos supuestos artistas del timo que por diferentes circunstancias unen sus caminos por Buenos Aires. En la pareja protagonista se resalta por un lado la figura del experimentado trampero junto a la del novato, quien empieza a abrirse camino en el arte del engaño. Tras una brillante puesta en escena, el director se mete rápidamente en faena, al mostrar la necesidad de un compadre para desarrollar correctamente el negocio junto a la necesidad de obtener dinero rápido.
Poco a poco sospechamos las virtudes y los defectos de los protagonistas y qué fines mueven sus actos. El veterano mangante se agranda en la pantalla gracias a la poderosa figura de Ricardo Darín, especialmente dotado para engatusar al resto pese a resultar ser un verdadero hijo de mala madre. Gastón Pauls encara al tipo simpático, quien acude al negocio por necesidad y contrasta la candidez de su rostro frente a una posición de reserva hacia su compañero de viaje, que para algo ambos se dedican a lo que se dedican. Las denominadas como nueve reinas, vienen a ser unas estampillas de gran valor y que terminan de transformarse en un alocado mercadeo que les viene como caído del cielo a la dupla principal. Aunque en realidad proviene de la vertiente femenina, cuya posición condiciona al veterano mangante de lo ajeno por su relación familiar con la fémina de turno, quien acapara el carácter honesto y formal frente al de los chorizos.
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Una vez que somos devorados por el frenético ritmo y por el magnífico encaje de bolillos, queda por recoger los restos de esta fiesta del mangoneo. Y es ahí donde podemos colocar el pero a Nueve reinas, tras conocer los trucos y las cartas marcadas. Obviamente no puede verse igual que la primera vez, no solo por descontar las posibles sorpresas, sino más bien por las concesiones que se han ido realizando en un primer momento por la natural gracia que destilan los ladrones de guante blanco. Las situaciones más forzadas son las que pierden comba en posteriores visionados pese al gran valor global que aúna esta buena película.
Nueve reinas de Fabián Bielinsky
2000
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