12 de noviembre de 2015

Los últimos días de Pompeya

Los restos de Pompeya deben ser impresionantes, lamentablemente no tengo el gusto de conocerlos, y más aún si uno hubiera llegado a pasearse en tiempos pretéritos. Como el afortunado diplomático inglés, Edward George Bulwer-Lytton, quien vivió por estas tierras italianas en 1832. Hombre de letras y políticas, supo aprovechar tal circunstancia para documentarse en persona sobre el lugar que las cenizas del Vesubio ocultó tras su erupción en el año 79. Y así componer una atractiva novela que con el tiempo ha sido su obra más conocida. En parte, la gracia consiste en crear una trama lo suficientemente interesante que haga olvidar al lector el conocido final de la ciudad. Algo parecido como la famosa película Titanic de James Cameron, donde todos deberíamos saber donde y como acaba el barco. Y para enlazar tragedias nada mejor que una historia de amor en ese marco histórico, con sus correspondientes dificultades y que termine por encajar con el apoteósico final que impone la madre naturaleza.

El protagonismo principal recae en Glauco, un joven y adinerado ateniense que disfruta de los placeres de la vida junto a sus amigos romanos del lugar para suplir, en parte, la nostalgia de
Amor ciego
tiempos mejores de su patria de origen. En uno de sus viajes, tiene la fortuna de conocer a su media naranja, una bella mujer que responde al nombre de Ione, tan ideal y perfecta que Cupido apenas tiene que hacer nada, ya que encima es griega. Y el colmo de la fortuna acaba llevándola a residir en Pompeya, junto a su hermano.


A la hermosa, adinerada y empalagosa pareja, la surge el necesario rival que se dedique a extender una serie de baches a superar para deleite del lector, ya que así se hace más entretenido el relato. En Arbaces recae la poderosa figura del antagonista, personaje atribuido en esta ocasión a un egipcio descendiente del linaje de los últimos faraones. Es decir, otro ricachón más de esta villa al que hay que sumar un notable poderío físico e intelectual, virtudes que lo convierten en un apetecible malvado, tan perverso que llega a acumular más méritos que el propio Glauco a capitalizar la novela.

Si yo tengo el genio para imponer leyes, ¿no tengo el derecho de librarme de mis propias creaciones?
Arbaces

En ese duelo entre el bien y el mal, la novela pierde comba por la repetición de las adulaciones por parte de los enamorados, y en ese rango, se incluye la notable caída de su protagonista frente al mayor interés que acarrea el egipcio. Menos mal que a Lytton se le ocurre rodear a los principales con toda una cohorte de personajes que terminan de glorificar el termino coral hacia esta obra. El escritor acierta sobremanera en este aspecto, gracias a un amplio abanico de tramas paralelas e historias menores que pululan alrededor del trío protagonista. En especial Nidia, la joven ciega que apela por ingresar en el supuesto barco del trío amoroso, quedándose sin sitio pese a sus notables intentos. La hermosa y celosa Julia, los intereses de Clodio, las nobles intenciones de un gladiador... no son más que pequeñas pinceladas de la exposición del autor sobre los diferentes estratos sociales que habitaban por esa ciudad marcada por el pecado y el exceso. Ante tanta corrupción, incluida la política que esa viene de largo, Bulwer-Lytton añade una pequeña e importante reseña de esperanza en la religión verdadera. Los primeros pasos de la cristiandad y su poder de convicción frente a una sociedad que idolatra a tantos dioses cuya finalidad de proporcionar paz espiritual y sentido al ser humano, se ha perdido en el camino por las trampas del sacerdocio. Los denominados como nazarenos, irrumpen desde la perspectiva histórica que les corresponde y con el beneplácito del autor para sumar en la mejora del conjunto de la novela.

Si los cristianos primitivos se hubieran guiado por "las solemnes conveniencias de la costumbre", si hubieran sido menos democráticos, en el sentido más puro de esta palabra tan pervertida, el cristianismo hubiera perecido en su cuna.

La novela podría separarse en dos partes. Una primera algo más lenta, casi de eterna presentación cuyo único interés reside en quien conquistará el corazón de la dama. La segunda, más elaborada, se sustenta gracias a la planeada venganza del egipcio, junto a la necesaria intervención de los personajes secundarios, quienes intentan cumplir cada uno sus respectivos objetivos. Con este amplio catalogo de personajes se eleva el interés de la novela, destacando la indudable aportación de la ciega Nidia por encima de la dupla enamorada, cuyo continuo ensimismamiento apenas aporta nada nuevo. Gracias a esos secundarios recorremos toda la sociedad pompeyana, desde ricos mercaderes, adinerados romanos, políticos corruptos y los necesarios esclavos. Todos ellos con matices e historias personales que rellenan de vida el pequeño universo de la ciudad de Pompeya para glorificarla ante su desastre final. El de la ciudad claro. 


Viva Tito - gritó Pansa, - Ha prometido a mi hermano una plaza de cuestor, porque se ha arruinado.
Y ahora desea enriquecerle a costa del pueblo, Pansa mio - dijo Glauco.
Así es - dijo Pansa.
Lo cual demuestra que el pueblo sirve para algo - dijo Glauco.

Los últimos días de Pompeya
Edward G. Bulwer-Lytton

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