14 de octubre de 2022

Orient-Express

Fue uno de los trenes más famosos de Europa y cuyo recorrido conectaba diversas ciudades europeas con el exótico destino de alcanzar las puertas de Oriente. Su origen se remonta a finales del siglo XIX, hasta que su trayecto fue finiquitado a principios del XXI. Cosas del auge de los vuelos económicos y la competencia de los trenes de alta velocidad. Pero en medio de ambas centurias, el Orient-Express tuvo su apogeo a lo largo del siglo XX como medio de transporte, especialmente en su primera mitad. 

Gracias al atractivo que siempre deriva un viaje, la literatura y otras artes, han recabado parte de sus historias en los vagones de esta mítica línea. Y también la económica gracias a la modas elitistas. Seguramente, el Asesinato en el Orient-Express de Agatha Christie, sea la obra más conocida. Sin embargo, otro autor británico, Graham Greene, se adelantó por poco en orientar una historia particular con el viaje férreo como escenario principal. De hecho, es una de las primeras obras de Greene, siendo su primer gran éxito comercial sobre un escritor que alcanzó el reconocimiento mundial a lo largo de su trayectoria con libros como El poder y la gloriaEl tercer hombre o El americano impasible. Títulos reconocidos y llevados al cine, como el mismo libro que abarco en esta misma entrada. Aunque hoy día, su título más conocido es El tren de Estambul, he querido respetar la titulación del libro editado en 1968. 

En la novela se propone un entramado relato coral que toman el tren con destino a Estambul. Destacan en primer lugar, un adinerado empresario de origen judío, una bailarina de cabaret de camino a un nuevo trabajo y el enigmático doctor Czinner. Éste último acarrea la atención del lector, al tratarse en realidad de un antiguo líder revolucionario que pretende regresar a Belgrado desde el exilio para encabezar una planeada insurrección. 

Estaba en una situación similar a la de una casa deshabitada que nunca podría ocuparse, debido a que antiguos fantasmas acudían a veces a morar en las habitaciones. Y él, el propio doctor Czinner, era el último fantasma. Sin embargo, a veces le parecía , porque la experiencia se lo había enseñado, que un espectro, puesto que podía sufrir, podía volver a la vida.

Sin embargo, su figura será reconocida por una ambiciosa periodista en Múnich, quien se instalará en el tren a la caza de una posible exclusiva periodística. En la capital austriaca también se incorpora Josef Grünlich, un profesional del latrocinio que presume de su buen hacer y de no haber sido cazado nunca por sus trabajos.

En toda esa coctelera de personajes, se incluyen también algunos secundarios que dan vida al viaje y suman al grueso del texto expuesto por Greene en los vagones y a lo largo de las paradas. Conviene destacar la manera pausada, pero constante de desarrollar los textos y la forma que tienen de relacionarse todos los implicados. Esta es una de las particularidades de Greene, autor que no tiene ninguna prisa por presentar convenientemente a sus personajes principales y a los que dedica una extensa introducción. No hay prisa ninguna cuando se trata de un viaje de varios días. Porque una vez que estén dentro todos los implicados, surgen las clásicas relaciones entre personajes, la interacción necesaria entre personas de las cuales surgen diversos sentimientos, tanto cercanos como encontrados. Ya dependerá de cada uno si traga la elaboración del menú. Lógicamente, las expectativas sobre Czinner arrastra la mayor atención del lector, pues su viaje conlleva una acción violenta que puede echar por tierra la impertinencia de una periodista. Recordar en este momento que el contexto histórico anda situado en período de entreguerras, cuando la inestabilidad política andaba encabezada por ideales enfrentados.

Con todo, la novela recorre tranquilamente un itinerario dividido en capítulos que concuerdan con diversas paradas importantes. Momento adecuado para el habitual cierre de algún tema concreto y alguna nueva incorporación, mientras el desarrollo conjunto abre nuevas posibilidades que empujan a continuar la lectura. Greene destaca el factor humano, las relaciones entre los personajes y las tiranteces que se crean entre ellos. La lectura puede resultar lenta, de hecho lo es, y hasta pesada si los acontecimientos que narra a veces resultan superfluos cuando con la avidez del lector del siglo XXI anda a la espera de mayores momentos de acción. Estos andan reducidos en favor de una intriga recluida en favor de la palabra, en los trapos ocultos de cada personaje y en las diferentes oportunidades que se crean mientras el tren continua su viaje en el tiempo, indiferente a las menudencias de los protagonistas y la transformación que todo viaje pueda aportar a cada uno de los personajes. El alcance del recorrido individual depende de cada uno. Como en toda aventura.


Orient-Express
Graham Greene 
Ed GP, 1968, Colección Reno



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