23 de julio de 2015

Tokio ya no nos quiere

Me he leído esta novela en varias ocasiones desde su adquisición en 1999. Con lo que queda clara mi particular devoción hacia este libro desde el principio, fundamentalmente por la posibilidad de borrar los recuerdos a base de pastilla. Solo El guardián entre el centeno puede sobrepasar el número de veces que habré hojeado las páginas de esta obra de Ray Loriga. Notable escritor madrileño, y citado en sus inicios en una especie de corriente contemporánea de finales del XX. Particular manía periodística de catalogarlo todo, porque en esos tiempos sobresalieron algunos jóvenes escritores que se han ido diluyendo del mismo modo que un azucarillo. 

Tokio ya no nos quiere es una novela hipnótica, atractiva, fresca y repetitiva. Una de sus particularidades es que destaca más la forma de contar las cosas que el fondo
de las cuestiones que trata. En un arranque parecido al propio debut literario del escritor en Lo peor de todo. Por el modo de contar las cosas. 


La trama presenta a un vendedor anónimo de una curiosa sustancia química que permite borrar los recuerdos de sus clientes. Aquellos que sientan la necesidad de olvidar un momento concreto, un amor perdido o un fin de semana pasado de rosca, no tienen nada mejor que dejarse arrastrar hacia este acertado negocio que extirpa la culpa de las conciencias. Esta nueva droga se consume de manera legal en el planeta.. Un pequeño adelanto temporal que el autor situó a principios del nuevo milenio. Introduciendo así una ligera visión futurista hacia el desembarco de los nuevos tiempos que depara el nuevo siglo XXI.

La presencia de este curioso producto engancha desde el inicio, dejando volar la imaginación por ver el uso y el juego que podría darse en una sociedad tan maleable, oportunista y maligna como la humana. Sin embargo, Loriga opta por un relato más intimo y centrado sobre el protagonista principal, quien acapara la voz cantante en un momento determinado de su existencia. En paralelo al lado personal, discurre el modo de contar la historia, cuyas frases se enrocan en una repetitiva fórmula que busca la gracia, la moraleja o la continua exposición de ideas del personaje principal. Una vez acoplados a la agradable escritura del autor, subyace una simple trama donde nuestro protagonista navega por el mundo cumpliendo con su trabajo. Y en donde intenta rascar lo suficiente para terminar de ahogar la perdida de una presumible mujer amada a través de la falsa felicidad que otorga la juerga. A lo largo de ese viaje, la acción se traslada continuamente hacia un enorme batiburrillo de hoteles, piscinas y aeropuertos. Tantos como para enumerarlos en una guía de viajes que nos llevan desde las reservas indias de Arizona hasta los budas gigantes del sureste asiático. 

Dentro de esta pequeña aventura, se expone el análisis de una sociedad decadente y arrojada hacia los deseos carnales. En un sin pas, las relaciones entre personas han enterrado los anticuados prejuicios morales por la diversión que garantiza el intercambio de fluidos. Además de la acelerada necesidad de consumar tanta felicidad en una larga lista de estupefacientes. Abunda en exceso la barra libre de diferentes clases de subidones, la insustituible graduación alcohólica para abrir boca y las alocadas juergas para deleite de mentes calenturientas y cercanas al negocio del protagonista, pues esa química se transforma en el medicamento necesario cuando se sobrepasan ciertos limites. 

Estructurada en capítulos, Tokio ya no nos quiere despega la imaginación y el interés en sus cinco primeros episodios, donde acompañamos al protagonista en su constante mercadeo, encuentros sexuales y tránsitos hoteleros. Curiosamente a Loriga se le oscurece la idea de como cerrar la novela. Sin ningún tipo de motivo ni de necesidad por parte del lector, el autor se descuelga por el absurdo de tener que explicar el germen de su maravilloso producto, a la vez que cierra ciertos recuerdos personales que han ido apareciendo esparcidos a lo largo de esta corta novela. Inexplicablemente todo quedaba mejor cuando se seguía la senda intimista, como tras disfrutar del capítulo dedicado a una experiencia médica denominada como Pennfield, ahí donde quedaba claro el título del libro y el recurrente recuerdo de la borrosa figura femenina. La chica a quien un día amaba y no se sabe muy bien porqué, tanto desea olvidar, hasta intentar dar carpetazo al asunto con la invención de su muerte. Aunque de eso tampoco se puede estar seguro.


...es el recuerdo, no el olvido, el verdadero invento del demonio.

Tokio ya no nos quiere
Ed. Plaza y Janés. Edición de Bolsillo - 1999
Ray Loriga

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