13 de septiembre de 2025

Calderas del río Cambrones y un Cancho de cima

El pasado mes de agosto, la península ibérica fue azotada por una intensa ola de calor. Una chicharrera interesante que sobrepasaba cualquier hora del día, rincón o sombra. Tales indicadores, apenas incitan a darse un garbeo por el monte para sufrir a lo tonto, salvo que uno busque frescas alternativas, madrugadoras o que estén bien sombreadas. Lo cierto, es que hacía bastante tiempo de una excursión larga por la sierra del Guadarrama, de las que dan pie a preocuparse de un mínimo de planificación o de pararse a dejar algo manuscrito en el blog. La Calderas del río Cambrones son una estupenda opción de chapoteo veraniego; bastante conocidas, se tratan de una serie de pozas donde poder remojarse alegremente mientras se remonta un río que se ha abierto camino por un terreno bastante escarpado. A pesar del imperante calufo, ir directo a refrescarse es una opción a desechar, porque uno siente que hay cosas que tienen que ganarse para poder disfrutarlas mejor.
Al agua patos
Por ello, la excursión estival arranca desde el Paseo Santa Isabel II, mientras se aprecian los preparativos de las fiestas del municipio de La Granja en honor a San Luis. La vía de escape al monte, se da por la conocida senda que se dirige hacia uno de los puntos de interés más conocidos por estos lares: la cascada del Chorro Grande. Pero antes de avistar el salto de agua, una inmensa cantidad de moscas, y otros seres alados, recuerdan al excursionista el rigor del verano, por cómo estos bichos les da por merodear constantemente sobre mi cabeza mientras mis manos aletean en vano apartar estos molestos seres. Es lo que tiene el calor, el sudor y la maldita crema solar, que deben servir de alimento a estos jodidos bichos. Al menos camino sobre un amplio robledal, cuya frondosa bóveda otorga una apreciable sombra a la vera del arroyo, Peña Berrueco. Poco a poco va surgiendo el roquedal sobre la floresta. Una considerable mole granítica que se impone sobre el arbolado. Más bien parece un faro visual que atrae al ser humano a observar su monumentalidad, como si fuéramos polillas curiosas hacía la luz, mientras un continuo soniquete indica la leve caída del agua. Tras un pequeño desvío, nos situamos a los pies de la cascada, y se nota que estamos a mediados de agosto, pues el cauce anda algo flojucho para una caída que presume de llamarse Chorro Grande. Fuera la coña, se agradece que todavía mantenga algo de agua que incita a meterse debajo de su caída. Ahora me arrepiento de no haberlo hecho.
Sin embargo, queda mucha andadura por delante y toca regresar a la pista anterior para continuar subiendo, casi recto por la ladera del monte en una pista bien marcada. El siguiente hito a alcanzar es una fuente, situada sobre el arroyo del Hueco y que está colocada en un recodo del camino a pesar del extenso follaje que intenta ocultarla. El manantial surge con fuerza de su caño, y tan fresco, que no hay mejor manera de combatir el calor que meter la cabeza debajo y refrescar la siguiente tontería: abandonar la pista forestal y atrochar el monte para alcanzar el cortafuegos que corona la ladera de El Morro. ¿El motivo? Que ese cortafuego sirve para alcanzar una inhóspita cima llamada: El Cancho. Un dos mil sin el glamur que destilan sus vecinos picos de La Flecha y El Reventón. La tonta subida, desde la fuente, suponen unos 200 metros de desnivel, a lo loco, en mitad de un pinar de repoblación y la agradable compañía de saltamontes y mariposas; otros bichos menos molestos que los anteriores y que surgen cada vez que busco apoyo en los árboles que me permita descansar, resoplar y coger aire. Menuda pendiente me estoy comiendo. Al menos, queda para el recuerdo el retrato de uno de esos Gigantes (un pino de buenas dimensiones) que suelen aparecer por ahí dispersos cuando atrocho sin sentido. 

Llegado al cortafuegos, de compañía sólo quedan los saltamontes, empeñados en seguir mis pasos en cada zancada dada, como si fueran unos cotillas que se empeñan en saber a dónde diablos voy. Mientras, el cabrón de El Cancho parece extender más metros de por medio, en una asolada pradera y en continuo ascenso, el artificial camino va menguando su anchura debido a una maleza en constante crecimiento, recuperando el terreno que el ser humano creó a su antojo. La vista resulta curiosa, ando rodeado de praderones cuyos pastos ocupan una gran extensión, y del cual, comparten sus bienes el ganado doméstico con otros animales salvajes: como una manada de jabalíes a los que observo desde la distancia. Después de penar a lo largo de la ascensión y el auge del viento, surge la Cima de El Cancho. Una aglomeración rocosa que alberga viejos muretes desperdigados a su alrededor, tirados al suelo por la desidia del tiempo. Es la hora de la merienda, del bocata y las golosinas que sirven para otear un horizonte plomizo; porque el habitual azul celeste ha sido sustituido por la grisácea acumulación de cenizas sobre el cielo, por la ingente cantidad de incendios que se han concentrado en el noroeste peninsular del verano de 2025.

Tras rellenar el buche, toca desandar el viejo cortafuegos, con mayor rapidez gracias al descenso y ante la amenaza de alguna gota caída del cielo, se barruntaba una tormenta que por suerte quedó en cuatro gotas mal repartidas. Más o menos, a la altura donde alcancé este cortafuego anteriormente, el camino se ensancha en sentido contrario a la cima anterior. Se nota el trabajo de la maquinaria pesada más reciente y que amplia el camino por este supuesto cordal hasta llegar a una nueva bifurcación. A izquierdas, hay un desvío que permite descender la ladera, a plomo por el cortafuegos, aunque en este caso se queda como a la mitad el desbroce artificial. Un pequeño contratiempo que obliga en el descenso atravesar el pinar sobre las terrazas creadas cuando se repobló estos montes. Unos cuantos traspiés después, se alcanza la pista del inicio de la ruta, la del desvío de la fuente del arroyo del Hueco; y ahora, sólo queda por alcanzar un nuevo desvío que nos lleve hasta el premio de las Calderas del río Cambrones.

Vistas desde la cima El Cancho
En wikiloc, hay varias rutas que inician la excursión por el río y después remontan la fuerte pendiente que ahora me toca afrontar en sentido contrario. Es un itinerario similar al mío, salvo que voy en dirección contraria. Por eso, la bajada anda bastante empinada y requiere de cierta precaución por la imponente depresión que el agua ha creado con el paso del tiempo. Con paso lento y en zigzag, se baja hasta el cauce del río, y rápidamente diviso una primera concavidad donde se acumula el liquido elemento. Apenas pierdo tiempo en despelotarme y zambullirme, cual nutría fondona, sobre el río. Había ganas de combatir el calor del paseo acumulado y apenas costaba sumergirse en la poza.

Estas aguas son muy conocidas y su visita en verano será siempre más apacible en día laborable para evitar aglomeraciones. Una simpática pareja yacía en una caldera anterior y en la siguiente, volví a bañar, bucear y flotar sobre el Cambrones, relajado y feliz de volver a preparar un nuevo y merecido almuerzo tras secarme al aire libre. Goloso que es uno. La ruta llega a su fin en el conocido trasiego de retorno a la población de La Granja, por una senda paralela al río y que alcanza el núcleo poblacional camino de mi vehículo tras alcanzar unos 25 kms repartidos en 32907 pasos. 

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