Tras lectura de Hospital de sangre, lo primero que me llama la atención, en la manera de escribir, es poder constatar la distancia del tiempo, sobretodo por el aire clásico que desprende esta novela anclada en los correctos modos de mediados del siglo pasado. Una evocación casi peliculera, de las que se exhibían en blanco y negro, y gracias a las cuales, podemos imaginar fácilmente como la peña viste pulcramente de traje a lo largo de las páginas; para después, dar paso a los personajes y observar como interactúan entre ellos a través de un estilo bastante sosegado, educado y centrado en unas formas que hoy día parecen excesivas. Y eso que la acción del libro se desarrolla en medio de una de las mayores barbaries cometidas por el ser humano: la II Guerra Mundial. A pesar del desastre bélico, los hombres y mujeres que protagonizan la novela, mantienen una buena representación del modo de vida de aquella época, si tenemos en cuenta que estos personajes son más bien burgueses elitistas: principalmente médicos y de alta graduación en el glosario de términos que acompañan las categorías de los ejércitos.
La medicina, esa ciencia tan de moda en la actualidad, siempre tiene cabida en cualquier género de ficción. Incluida la curiosa parte dedicada a las guerras, donde algunos hombres buscan matar a sus semejantes, mientras que otros tantos luchan por salvar vidas. Simplificado así, es un choque interesante, aunque los sanitarios suelen tener una participación más bien secundaria y dramática en las diferentes formas en las que los autores han retratado las guerras. Afortunadamente, también hay casos donde las tramas centrales son protagonizadas por los médicos; en parte no habría más que señalar el éxito que han tenido numerosas series audiovisuales capitalizadas por gente con batas blancas. Un género de éxito que también se daba hace 77 años, como el caso de Hospital de sangre, novela publicada en 1944 por parte del escritor norteamericano Frank Gill Slaughter. Un autor, al que conviene recordar su participación en la misma contienda que describe como cirujano, pues ostentaba tal título con anterioridad y con menciones especiales a sus capacidades de trabajo. Así que el tipo, bien podía adornar sus relatos con conocimiento de causa, porque al bueno de Frank le atraía también la escritura, tanto, que terminó por dedicarse finalmente a este noble arte tras el paso de los años. Y con notable éxito, pues su firma acabó siendo un superventas de la época, con una prolífica obra que acumula, a ojo, algo más de 30 obras repartidas entre libros protagonizados por especialistas médicos y de corte histórico, seguramente le atraía también los acontecimientos históricos del mismo modo que optaba por ficcionar tramos concretos de corte bíblico.
El protagonista de Hospital de sangre, Rick Winter, es un joven cirujano tan docto a la hora de sanar como en su afición de cortejar mujeres. A fin de cuentas, estas son las dos temáticas principales de la novela, con el marco de una guerra mundial como mesa de operaciones. Por otro lado, el título hace referencia al lugar de trabajo: un hospital levantado cerca del frente para atender a los heridos con la mayor rapidez posible. Entre la tensión del trabajo y el lógico miedo a la guerra, siempre hay tiempo para la distensión. La necesaria distracción que recuerda la juventud de sus protagonistas a la hora de aprovechar unos momentos que bien pudieran ser los últimos. Pero ese trayecto de la vida puede ser sacudido desde cualquier parte. Incluso con la venerable frase del caído del cielo. Porque justamente un bombardeo nazi sobre una base americana, empuja a una misteriosa joven a guarecerse junto al médico protagonista en la residencia de éste, con la esperanza de que ninguna bomba arrase con su frágil refugio. Mientras caen bombas la oscuridad reinante, para evitar señalar objetivos a los aviadores, logra ocultar el rostro de la joven, manteniendo así el secreto de su personalidad a las cavilaciones del personaje principal. Tras superar esos angustiosos momentos, el recuerdo y la identidad idealizada de la desconocida, transforman el carácter de Rick, abandonando el aire canalla de la presentación hasta llevarlo a la bobalicona representación del joven enamorado de un recuerdo único. Una verdadera pena que este importante giro llegue tan rápido y nos perdamos una mayor profundidad en la presentación del simpático picaflores. No nos queda otra que conformarnos con la dualidad de un soñador a la caza de su dama frente a la profesionalidad que demuestra en cada intervención médica.
Por lo que él sabía acerca de las mujeres, no le quedaba más remedio que soportar la tortura en silencio...
Rick ya venía con experiencia guerrera previa, y se nota a la hora de atender a los heridos en los combates con un relato, que el autor domina a la perfección y logra meter al lector en las mismas operaciones a las que asiste con una elaborada descripción del proceso operatorio y sus detalles. Un juego que gana enteros cuando narra como coge el bisturi, como abre sin dilación abdómenes o como decide extirpar cualquier órgano mientras templa sus nervios y evita ponerse a silbar. En líneas generales, la novela cumple la mayoría de los estándares de los escritores de mediados del siglo XX. Podría decirse que Slaughter escribe con un buen tono académico donde particularmente destacan las descripciones médicas y las intervenciones de los cirujanos liderados por Winters al lado de unas batallas relatadas desde escasa distancia
Unos
intentaban sonreír y pedían cigarrillos; otros pertenecían a la
categoría de héroes obstinados que insisten en esperar para que sean
atendidos los heridos más graves; algunos estaban pálidos como la muerte
a causa del shock , o delirando por efecto de la infección, y otros, en
fin, casos desesperados, permanecían en trágico silencio, o bien
hablaban y hablaban, en pueril balbuceo aterrorizado, reflejo del horror
de la guerra moderna con la que se habían encontrado por primera vez.
Una sensación de peligro
sobrevuela las cabezas de los médicos mientras realizan su trabajo, y
Rick Winters, pelea por realizar sus operaciones sobre el mayor número
de personas posibles. Tal es el entretenimiento proporcionado por la novela Hospital de sangre, aupada con ese
aire clásico y edulcorado, de una época pasada. Otra cosa bien distinta es el triangulo amoroso que plantea el autor, un sentimiento al que trata de dotar de cierto misterio, pero del que carece de la clase necesaria para mantener una sorpresa que cantaba desde el principio.
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