31 de julio de 2019

Máscaras y tierra

El trabajo siempre es lo primero. Parece un mantra que se repite de manera constante en la vida del hombre, y con mayor énfasis si encima está relacionado con la agricultura. Sin duda la tarea más básica desde tiempos pasados. Pero la parte positiva llega con el final de la cosecha, de la temporada, de recoger los frutos del trabajo y poder celebrarlo con una fiesta. Porque tanto esfuerzo diario bien merece alguna alegría nocturna. Y por ahí anda el título del libro, que hace bueno el clásico ejercicio entre la faena y la diversión. La explotación de la tierra y la posterior mascarada que acentúe el jolgorio.

Pero para darle mayor gracia, el autor canario Orlando Hernández, aporta una hábil prosa sobre los habitantes de Ribambo. El pueblo isleño donde se desarrolla la historia de la novela, troceada en capítulos y sin necesidad de recurrir a ningún personaje en particular; porque el protagonismo se reparte entre la variada vecindad del municipio inventado. Si acaso, habría que citar a don Lucas Romero, pero éste anda en el lado contrario, pues él es el cacique del lugar, quien busca enriquecerse sin rubor alguno, acumular tierras, dineros y mujeres, porque de los vicios terrenales también se palpan, tanto en el huerto como en el banco.
 


El otro protagonismo se lo reparten los vecinos de Ribambo, labradores en su mayor parte, cuyos nobles esfuerzos andan siendo escamoteados por los terratenientes, tanto en la venta de sus productos como en el abono del esfuerzo.

Esta faena está reservada para personas mayores o chiquillos, dado que así el jornal se considera casi como una gratificación a incapacitados para la jornada laboral normal.

Sin embargo el mayor problema proviene del agua, de su escasez para regar lo cultivado o de la avaricia de quien controla el grifo y no lo abre. Una necesidad más si los campesinos aprovechan las tierras baldías o una segunda cosecha para poder subsistir al plantar otras especies para su consumo. El conflicto tiene base de extenderse cuando la paciencia se agota al sufrir los desmanes del mandamás del pueblo. Sobre todo entre la población que mantiene las clásicas formas de ganarse la vida, aquellos que terminan por apuntar sus iras hacia quienes permiten su pobreza. Por contra surgen los jóvenes, derivados hacia otras oportunidades laborales orientadas hacia la explotación del turismo. Una salida más plausible que doblar el espinazo sobre la tierra y frente al chulo del pueblo. Aunque éstos también vuelven al pueblo, por sus lazos familiares y por la fiesta, porque cualquiera se pierde la verbena donde algunos aspiran a cazar los desvelos provocados por las hormonas.

Pero para conocer mejor las preocupaciones de Ribambo pueblo, nada mejor que merodear por las inquietudes, tragedias, temores, chismes y habladurías de sus habitantes. Un amplio círculo que abarca a un buen número de sus vecinos, allí donde el escritor se extiende con gracia sobre diversos personajes singulares, normalmente con la dedicación plena del capítulo y con la fiesta de la máscara en el horizonte. Por ahí conocemos pequeñas historias sueltas, algunas incluso de carácter morboso, como un supuesto crimen o la tragedia singular de los más desfavorecidos, maquillada bajo una mirada surrealista que encaja perfectamente con la agradable escritura de Orlando Hernández. Por supuesto, la conmemoración cuenta con las reticencias del cura. Otra de las fuerzas recelosas de la diversión de las almas. Al fin y al cabo, la deseada festividad es una suerte de carnaval donde poder desatar la alegría del esfuerzo y de los deseos acumulados.

Desde que comiencen a sonar las trompetas para esa barahúnda infernal, las campanas que recibieron y despidieron a vuestros antepasados, comenzarán a doblar implacablemente sobre el cielo ensombrecido de Ribambo. ¡Comenzarán a doblar, si es que al mismo tiempo no llueve sal!

El reverendo don Tadeo Villar.


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Máscaras y tierra
Orlando Hernández
Ediciones G.P. Col Reno 556
1977

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