6 de marzo de 2019

El tesoro del lago de la Plata

Un tesoro siempre es un llamativo eslogan y aparejado normalmente con el género de aventuras literarias. Y un clásico alemán, como Karl May, maneja con soltura el oficio de crear una buena historia alrededor del citado botín. También hay que reconocer que desconozco gran parte de la amplia obra del escritor, pero sus dos grandes referencias literarias son las sagas aventureras. Una centrada en Oriente Próximo y la otra en el Lejano Oeste americano. De esta última va El tesoro del lago de la Plata, cuya titularidad va unida a la dupla formada por Old Shatterhand y Winnetou. Sus personajes principales en las historias dedicadas al western. El primero es un supuesto famoso hombre del oeste, mientras que su compadre indio es un jefe apache. Tal pareja destaca por la amistad que une a ambos protagonistas frente al clásico choque entre indios y vaqueros, y que tantas veces se han abordado en la literatura y en otras artes. 

Por otro lado me gustaría destacar un pequeño matiz sobre esta novela a nivel personal, algo así como las ganas de Karl May de currarse una buena obra, o por lo menos, resaltar el libreto por la amplitud de personajes y tramas secundarias  que acompañan al hilo central del tesoro.
El tesoro sin lago
Tal arrogancia me proviene de los nombrados protagonistas, porque Winneotu y Old Shatterhand aparecen cuando la historia lleva avanzada un buen trecho. Seguramente peque aquí de algún orden cronológico anterior, pero las sensaciones que me trasmite esta obra de manera individual son las que permite imaginar el esforzado trabajo del escritor por elevarla. Ante la ausencia de la pareja anterior, May recurre a otros protagonistas iniciales para que arranque la historia, con un buen puñado de personajes donde poder trabajar desde una base solida e ir introduciendo a varios protagonistas de manera escalonada. Y para que está circule, nada mejor que un barco de vapor que transporte a las personas relevantes. Pero antes de acudir a los héroes, hay que resaltar al malo de la función, llamado Cornel Brinkley. Porque toda buena historia necesita de un buen villano que sume a la narración.

Cornel es el líder de un grupo de tramperos, algo así como unos vagabundos buscavidas que se van arremolinando para delinquir en cuadrilla allá por donde surja la oportunidad de hacer negocio. Ahora volvamos al principio, al barco de vapor, donde embarcan los primeros héroes del universo May; como Old Firehand, otro experto cazador al que se le unirá rápidamente una de las grandes cualidades del autor, la creación de excelentes secundarios que animan el cotarro. Como por ejemplo la llamada Tía Droll, que viene a ser una especie de cazarrecompensas que viste de forma estrafalaria y agudiza su voz hacia el lado femenino, pese a poseer, el vigor más pretencioso de la raza aria. Porque está es otra de las licencias que se permite el bueno de Karl May. La mayoría de sus protagonistas son alemanes, pese a trajinar en este caso por las amplias praderas americanas. 
Otro libro a la saca

La codicia del tesoro aglutina una buena cantidad de peripecias que se van desarrollando por capítulos. En principio, la aventura deriva hacia la persecución y lucha entre los primeros protagonistas en aparecer, frente a las fechorías que va cometiendo el Cornel y su panda. Porque el bribón del Cornel acumula tal cantidad de delitos que sus perseguidores van sumando adeptos por tener viejas cuentas pendientes con el malhechor. Entre las nuevas incorporaciones hay que destacar dos aspectos, que en parte van entrelazadas. Nuevos personajes necesitan su correspondiente cuota de presentación, y por ahí también destaca May en explayar su poderosa imaginación para incorporar más personajes y las historias que arrastran. Y nuevamente resalto la facilidad del autor por crear personajes singulares, como el extravagante rico inglés Lord Castlepool, el charlatán Jefferson Hartley o la curiosa pareja que forman un cheposo, Humply-Bill junto a un recitador de versos, Gunstick Uncle. El aumento de individuos hace hincapié en las pretensiones de May de elevar su obra a través de variadas aventuras que apenas dejan respiro al lector ante tantas situaciones y giros inesperados. Porque hay de todo, tiroteos, confrontaciones verbales, persecuciones y diversos trances que hacen bueno el significado de aventuras. Memorable la carrera entre un indio y otro secundario de lujo al que todavía no he citado.

 Entonces, ¿tiene usted una idea?
.... No se preocupe por mí, una voz interior me dice que no es aquí donde daré la espalda al mundo. - Hobble-Frank


Sin embargo, Karl May no logra redondear su ambiciosa propuesta por varios motivos. El primero tiene que ver con el volumen de personajes, es verdad que acierta y mucho en las introducciones, pero después le falta tiempo, ganas o rematar tal cumulo de secundarios que en ocasiones desaparecen del relato sin siquiera citarlos. Y es una verdadera pena, porque la historia prometía, y eso que May atesora la habilidad necesaria para entretener la continuada suma de protagonismos. Pero otra cosa es abandonarlos por otros más importantes. Otro factor negativo tiene que ver con un esquema similar a la hora de afrontar los problemas y conflictos entre los dos bandos, hay momentos de gran tensión y un ritmo bastante desarrollado donde se resuelven los entuertos. Pero en otras ocasiones se sintetiza en exceso o se pierde ante el avance general de la obra.

Cabe destacar un aspecto de caracter clásico, ligado al heroísmo de personajes como Firehand o Shatterhand, personajes sin fisuras, moralmente superiores al resto e igualmente capacitados para las tareas que conlleva manejarse por el peligroso oeste. Una característica que parece ser fija en la escritura de May con sus protagonistas y que choca con la variedad y riqueza de sus secundarios.  

El tesoro del lago de la Plata es una buena novela de aventuras. Contiene muchas páginas de entretenimiento así como un digno trato hacia los nativos americanos. Incluido la clara postura del expolio al que se ve sometido por el hombre blanco. Pero la novela no llega a más, no termina de ser redonda pese a los buenos mimbres que maneja. Al final hay demasiadas cosas dadas como por hechas o reducidas al simplismo, como la única nota supuestamente amorosa entre una mujer y un joven indio, resuelto con una par de regalos y un leve estrechamiento de manos. Que cada uno rellene lo que considere oportuno. Que también vale. 

No me creería si le contara cuántas curaciones he hecho ya con estas aguas, pero no se lo tomaré a mal: yo mismo no me las creo. Lo importante es no esperar a ver los resultados, sino agarrar el dinero y poner pies en polvorosa. - Jefferson Hartley



El tesoro del lago de la Plata
Karl May, Ed El País Aventuras, 2004


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