6 de octubre de 2017

Blade Runner

El negocio cinematográfico anda volcado en recuperar ciertas películas de renombre, normalmente filmadas tiempo atrás y que todavía conservan cierto caché entre el público. En realidad la triquiñuela siempre es la misma, porque alguien se ha inventado la excusa de renovar los éxitos del pasado para disfrute del público actual, como si una obra de arte tuviera que retocarse con el tiempo. Incluso parece tomar por tontos a los espectadores, como si no fueran capaces de llegar a entender la versión original, cuando éstas suelen superar las actualizaciones modernas. El planeta de los simios sirve de ejemplo, al ser el título de Schaffner netamente superior al posterior de Tim Burton.

Icono del siglo XX- Warner Bros
La realidad es bien distinta y los tiempos de consumo se disparan en este espectáculo. Por ello hay que abrir nuevas vías de ingresos y explotar al máximo temas ya existentes. En este caso, con la continuación de una película denominada de culto por los sabiondos del séptimo arte. Blade Runner de Ridley Scott. Por lo menos, y esto es un logro, no es un remake el esperado estreno del título Blade Runner 2049. También se agradece la apuesta de que está nueva película no sea un mero anzuelo recaudatorio. Ya que de inicio presenta visos de ofrecer una digna historia que colme las expectativas que acompaña un título clave en la historia del cine. Con el atractivo director Denis Villeneuve (La llegada) a los mandos. 

Ante el nuevo estreno, surge la excusa perfecta para volver a visionar el filme de Scott, la original de 1982 frente a la versión que el director quiso hacer suya hará unos 10 años con su montaje particular. Curiosamente siempre me llama la atención la excesiva adulación que provoca una obra considerada de culto. Con el inminente estreno de Blade Runner 2049, la propaganda mediática irrumpe en oleadas paralelas en forma de artículos, opiniones y críticas sobre la original. Lo que sorprende es como un buen puñado de personas recuerdan con exactitud la tierna edad del primer visionado y las buenas impresiones que dejó sobre ellos la peli de los replicantes. Resulta curioso, cuando todo el mundo sabe, o debería conocer, que el estreno fue un fracaso y que las críticas de entonces apenas resaltaban algunos elementos positivos. Tal vez mi desarrollo mental fuera más lento o las drogas de mi juventud de peor calidad, pues soy incapaz de recordar cuando vi Blade Runner por primera vez. Lo que si mantengo nítido fue la sensación de peñazo que me transmitió dicho filme. En un ejercicio de esnobismo, podría intentar rescatar el tema vanguardista de la imágenes, los coches voladores o las pantallas gigantes de la ciudad. Pero ese estúpido señuelo no estaría acorde frente a la plomiza lentitud de una película que me pareció estar bien cerca de la basura. 

Obviamente el radicalismo se acompasa con el fluir de los tiempos, y si se quiere, hay tiempo
para la reconciliación en formato televisivo. Y el mejor horario es el nocturno, donde un programa titulado Qué grande es el cine, emitido en la segunda cadena de la televisión estatal, servía como avanzadas clases particulares. Gracias a José Luis Garci y a su grupeta de amigotes; Blade Runner obtuvo la redención a través del entretenido coloquio posterior a la exhibición de la misma, y a mi propia madurez como espectador. Gran merito de Blade Runner viene dada por la fuerza visual que Ridley Scott suele incluir a sus películas. Una habilidad en la que siempre destaca. La mezcla con el cine negro fue un acierto notable, donde se creó una atmósfera propia que ha sido fundamental por su influencia en cintas posteriores. De hecho, la crítica especializada siempre andaba buscando una digna heredera a través de una simple rutina, que incluía la frase hecha de la Blade Runner de la década tal a cualquier película de ciencia ficción que destacase un poco por encima de la media. Días extraños y Matrix llegaron a disputarse tal absurdo título en los noventa.


LA 2019 - Warner Bros
En contra se sitúa el argumento, algo más simple, y resumido a la simple caza de unos seres artificiales que adquieren la evidencia de su existencia. Estos seres, llamados replicantes, fueron creados a imagen y semejanza del hombre, pero mejorados para llevar a cabo mayores y esforzados trabajos en el espacio exterior. Sin embargo, un reducido grupo ha escapado del control humano y empiezan a plantearse las mismas cuestiones filosóficas que la humanidad lleva haciéndose desde tiempo inmemoriales. La solución del poder establecido suele responder de la misma forma cuando algo escapa a su control. Con violencia. Y en esta ocasión a través del típico poli retirado que debe volver a meterse en semejantes bailes. Harrison Ford interpreta al mercenario Deckard, seguramente en una de sus interpretaciones más desarrolladas frente a las conocidas aventuras de Indiana y del capitán estelar Han Solo. La replica le llega a través del apolíneo Rutger Hauer, el monstruo que intenta negar la muerte para afianzarse a la vida, buscando una inútil solución al preciado don que lamentablemente tiene fecha de caducidad.

Pese a que en el guión apenas haya espacio para mayores desarrollos en los personajes, si que recoge una buena cantidad de matices que terminan por enriquecer paralelamente a la trama. Algo así como el decorado que da lustre a cualquier negocio. Detalles como la soledad del hombre y el paso del tiempo, la enfermedad de Sebastián y el limite de tiempo de las máquinas. Unas máquinas que parecen ser más humanas que los hombres y mujeres de una sociedad futurista, mezclada y oscura. Abandonadas bajo el peso de las ciudades, auténticas moles urbanas que venden la típica vía de escape más allá de las fronteras terrestres. Blade Runner destaca por muchos detalles que la rodean y la permiten mantener el tipo pese al paso del tiempo. Nunca me parecerá redonda, pero se le acerca. 

Blade Runner 1982
Ridley Scott
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Ghost in the shell. El alma de la máquina

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