Con el paso del tiempo la película será recordada, mayoritariamente, por todo el proceso precedente frente a la posterior exposición del producto. Es decir, contará más el cómo se hizo que la propia película firmada por Nicolás Álcala. Resulta necesario destacar el origen del proyecto, vendido principalmente a través de redes sociales, internet y otros sucedáneos modernos. Incluido el hecho de contar con una importante suma de dinero obtenido por medio del crowdfunding, donaciones por parte de particulares que se unen para que el vendedor del producto pueda llevarlo a cabo.
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El cosmonauta pretende avanzar más allá del contenido expuesto por el director que firma la obra. Parece que cualquiera puede acceder, previo pago, al material bruto y modificar el filme hecho por Álcala, aportando una visión distinta de la película. Llegados a este punto opté por no indagar más. Básicamente porque vista la versión primigenia de El cosmonauta pierdo todo interés en querer profundizar más en la historia que me han contado.
Bastantes párrafos he dedicado ya al proceso. Seré un anticuado por intentar centrarme en el producto que sus autores han exhibido como objeto final, pero las posibles extensiones descritas en la web oficial se me asemejan a los típicos añadidos extras que suelen incluir las ventas de DVD´s. En resumen, la película de El cosmonauta debería funcionar por si sola y no lo hace. Los vídeos alternativos de la web son simples cortos que necesitan de un buen anzuelo para tirar de la cuerda. Una buena película que empuje a cierto público a querer indagar más sobre la experiencia que pretenden vendernos. Todo es más sencillo si me centro en escribir que la historia de está cinta apenas me conmueve y por eso me olvido de los derivados, del relleno, de la paja.
Ya he citado que la película parte de una brillante premisa que sin embargo se extiende por todo el metraje sin desarrollarse plenamente. Los protagonistas, Stas (Leon Ockenden) y Andrei (Max Wrottesley), llegan a un complejo soviético de preparación cosmonauta, allí conocen a Yulia (Katrine De Candole), la chica de la discordia entre ambos amigos que sueñan con pisar la Luna. La parte positiva se manifiesta en una factura técnica que esconde favorablemente las limitaciones del ajustado presupuesto. Y en el hábil ojo fotográfico de su director. Pero un poco con reservas por el excesivo uso de detalles, filtros y las malditas cortinas. A la quinta o sexta imagen vaporosa me entra una repetitiva sensación de sopor que se prolonga durante el escuálido metraje. Se instala una impresión de algo ya visto, aunque me cambien el encuadre y supuestamente la escena conlleve otro interés. Algo así como los personajes en el bosque o en un lago, la misma imagen situada de manera alterna en diferentes compases del minutaje. Es en esos momentos donde se echa de menos la interrupción de algún intrépido giro que levante algo la historia que se está contando. O un café bien cargado. Pero no lo hay porque no tiene cabida en la estructura aleatoria de la película. Toca acomodarse ante el exceso poético de la imagen y su montaje no lineal, que intenta mostrar en paralelo el triangulo amoroso, la carrera espacial rusa y la importancia de la perdida a través de una maleable selección de secuencias sin brusquedades ni cortes abruptos. La pena es que se carece de la capacidad narrativa para engancharnos al viaje de los protagonistas. Y tanta poesía se pierde en la letanía de quienes no sepan leer y soñar al mismo tiempo. Algo entonces se habrá hecho mal.
El cosmonauta
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El cosmonauta
Nicolás Álcala, 2013
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