1 de febrero de 2017

Pedrolos e historia. Machota Baja

Las Machotas son dos elevaciones rocosas separadas de la sierra de Guadarrama por un alargado collado. Y en cuya prolongación se sitúa el puerto de la Cruz Verde. A Las Machotas se las suele citar como montes islas, al encontrarse algo separadas del cordal serrano, justo donde el Guadarrama alza sus últimas cumbres. Ignoro la procedencia del nombre, si hace referencia a alguna contundente serrana o a una intrépida vaquera. El caso es que la imaginación masculina ha intentado englobar, a esos dos cerros, una referencia visual cercana a las famosas tetas de Viana. En la vertiente sur, donde se ubica la comarca de Zarzalejo, la ampulosa fantasía tiene su pase. No así en la norte, la escurialense, donde la llamada Machota Baja rompe el perfil redondeado con tres resaltes bien escalonados. Y eso que el collado que separa ambas protuberancias mantiene el sugerente título de Entrecabezas, por si a alguien se le ocurre desvariar a estas alturas. 

Inicio de la calzada romana

Señalada la calentura, conviene rematar la faena, y está toma forma de pateo, silencioso y sosegado sobre la cantidad de pedruscos que acompañan a está excursión. De inicio conviene a bien situar un punto de partida, pues Zarzalejo se divide en dos núcleos urbanos. La estación de tren otorga ciertas ventajas a sus vecinos, quienes mantienen una conexión importante con la capital gracias a la vía férrea. A Zarzalejo Estación también se la conoce como Pajares, categoría más acorde a los andares serranos. Y al inicio del paseo por la colada del Chicharrón, fácilmente detectable al señalizarse en los primeros compases la denominada calzada romana de Zarzalejo. Vestigio importante y al que se llega en apenas un cuarto de hora por el camino descrito. A primera vista se agradece transitar por estos tramos enlosados, delimitados por una especie de mojones a ambos lados que transportan al senderista por vías de otros tiempos. 
Pocas ganas tenía Bosco de posar

Los tramos empedrados van y vienen, abriéndose paso entre diversas fincas que cercan con sus muros este hermoso sendero. Sin embargo, y pese a la notable sensación de transitar por esta calzada, conviene citar la opinión de José Antonio Montero, autor del libro Zarzalejo, un villa de realengo en la historia. El señor Montero expone que esta vía no es romana, sino que por sus características, se acerca más a los caminos castellanos de los siglos XVI y XVII(1). Con mayor o menor antigüedad, la caminata se hace igual de agradable. La calzada continua como el Guadiana, surgiendo y desapareciendo a su antojo hasta alcanzar los términos de El Escorial. Pero mi intención es llegar hasta otro conjunto granítico, por lo que abandono la colada del Chicharrón y sus entrañables tramos donde la piedra fue colocada para facilitar el paso por el camino. Tras superar diversas fincas privadas paralelas a la calzada, aparece una vereda hacia la izquierda. Remarcada con el típico poste metálico de vías pecuarias, para quienes busquen no perderse por estos lares. La vereda coge algo de altura para conectar con una amplia pista que seguimos por la derecha. 

Toca patear un rato por la planicie, superar una cancela, admirar algunos buenos ejemplares arbóreos y sorprenderse con la aparición de una hermosa casona a tomar vientos de la panadería más cercana. El principal material de construcción es, por supuesto, el granito. El caso es que se nota la mano del hombre en este amplio camino, con buenos arreglos en algunas partes para sostener las inclemencias del clima y facilitar el tránsito de vehículos más pesados. Superado el tramo arenoso, brotan nuevos ejemplares de pedruscos dignos de mención. Un muro, otra hermosa casa, conocida como del Sordo, y una imponente aglomeración de peñascos. Entre tanto escollo, destaca el perfil granítico de la Silla de Felipe II. El particular asiento donde el magnánimo rey colocaba sus reales posaderas para observar el avance de las obras del Monasterio. La leyenda de la poltrona se mantiene intacta en este atractivo lugar de esparcimiento y recreo. Sin embargo aquí también surge otro pensamiento, el expuesto por la arqueóloga Alicia M. Canto, quien mantiene un origen prerromano, seguramente un altar, a este conjunto de peñascos que estarían dedicados a alguna divinidad indígena. Parece bastante improbable intentar sustituir a la conocida silla por un altar, al estar tan arraigado el cuento de la butaca. No obstante queda prescrito, para que cada uno interprete estos canchales como mejor le convenga. Y una buena forma es dejarse llevar por la vista para disfrutar del entorno del bosque de La Herrería, del Monasterio, de San Lorenzo e incluso del mismo Abantos, pues desde aquí podemos dejar pasar el tiempo alegremente. Y para quien quiera algo de soledad, detrás de la tapiada casa del Sordo hay un saliente que ofrece vistas similares.   


Ascensión al collado de Entrecabezas
Pero la excursión debe continuar, volver la mirada atrás y pensar en encarar la opulencia de la Machota Baja. El mejor guía es retornar al muro de piedras anterior, ya que está continua linea fortificada asciende por los cerros. Del muro cabría citar su relación, nuevamente con Felipe II, ya que forma parte de la gran Cerca que mandó construir para deleite de la corte y el entretenimiento que suponía la caza. El sendero paralelo al muro forma parte del GR10, el famoso sendero del Guadarrama que invita a seguir por una entretenida ascensión. Primero bajo los desnudos robles de invierno, cuyas secas hojas alfombran los suelos. Después será la roca la que se multiplique a nuestro paso, llegando a formar escaleras naturales pegadas al murete de marras. En una intersección hay que cruzar por un paso al otro lado del muro. La referencia es una antipática señal que recuerda la privacidad de la finca, además de las normas, recomendaciones y prohibiciones expuestas en la placa. Para colmo, el sofoco va en paralelo al desnivel que proponen estas rampas. Abruptas en algunos tramos cortos junto al característico subibaja de la Cerca. 

El collado de Entrecabezas separa ambas Machotas. A derechas es fácilmente identificable la silueta del peñasco del Fraile. Pedrolo caballero cuya denominación también sirve para citar a la Machota Alta. A izquierdas está la Baja, y una rémora de senderos nos conduce a la aventura de la libre elección. Aunque antes una última cita. El padre Carlos Vicuña publicó un libro donde se recogía una serie de anécdotas entorno a El Escorial. Algunas con relación divina, al colocar una serie de ermitas diseminadas por diferentes lugares estratégicos. Y parece ser que en la Machota Baja hubo tres de estas edificaciones, quien sabe si establecidas en los tres supuestos salientes descritos anteriormente, lugar donde los eremitas buscarían en la soledad de sus rezos la elevación de sus espíritus, de ahí que a esté pequeño cerro también se le asocie el termino de Los Tres Ermitaños a su nomenclatura. En está excursión, de momento, solo pretendo ascender físicamente a la parte más alta, y divagando por donde acometer tal empresa. A ojo, y sin que sirva de ejemplo, optó por una vereda que transita por la derecha, para después retornar por la vereda contraria.

Para llegar hasta el hormigonado vértice de la Machota Baja, caracoleamos al tun tun por los diversos estratos del cerro. Praderas, jaras, encinas y enebros otorgan algo de color al grisáceo bosque rocoso. Riscos grandes y pequeños se expanden por el monte, colonizando diversos rincones donde los escasos árboles intentan abrirse paso en un espacio tan hostil. Otra atractiva opción es entretenerse con las diversas formas de la roca. O abordar el excesivo volumen de algunas de estás ciclópeas formas a modo de torpe escalada. Ocurrencia que siempre conlleva la lógica protesta de mi perro, al negarse simular ser un cabra.


Fuente de Entrecabezas
Al lado del vértice, que marca el punto más elevado, había colocado un buzón, donde los andarines depositaban sus pensamientos y recuerdos. A finales de 2016, dicho cajón postal andaba derruido, aunque espero que las bondades del hombre recuperen esa buena tradición de dejar constancia de la visita realizada con su restitución. No todos los días se corona un pezón con tan bellas vistas. El retorno a Entrecabezas conlleva otro trasiego diferente por el cerro pelado y sus tres malditos tramos escalonados. Alcanzado el canalillo, toca descender levemente hasta un abrevadero, una fuente que amamanta varios pilones en cascada mientras que el sobrante del agua irrumpe cuales ojos desde el subsuelo, dando pie al nacimiento del arroyo de los Morales. 

La senda a seguir continua tras la fuente a la izquierda, descendiendo por la ladera sur de la Machota Baja, esquivando la otra vereda pintarrajeada por los colores rojo y blanco del GR 10. Una opción que tomaremos en otra ocasión más nutritiva. El camino escogido baja sinuoso y divertido hacia Pajares, y culmina muy cerca del depósito del canal de Isabel II, adentrándose ya en terrenos de Zarzalejo Estación. 

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Escursión a la Machota Alta
Álbum de fotos

Bibliografía:
excursionesysenderismo.com - ruta 130
Zarzalejo, una Villa de Realengo en la Historia. José Antonio Montero. 2008, Madrid
Celtiberia.net - Silla o altar 
Anécdotas de El Escorial. Carlos Vicuña. EDES, 2005

En verde, la ida hasta la silla de Felipe II.
En rojo, subida a la Machota Baja y regreso al punto de partida.

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(1) Zarzalejo, una Villa de Realengo en la Historia. José Antonio Montero. 2008, Madrid

Las fuentes antiguas no han aportado ninguna noticia sobre los seis tramos del camino de la Machota. Para realizar un estudio completo y detallado del camino ante la ausencia de datos, hace falta recurrir a la arqueología y a la comparación con las auténticas vías romanas en búsqueda de algún hecho que evidencie su origen. Si comp

aramos nuestra calzada, con la vía romana que une Zaragoza con León, veríamos que la capa superior de esta vía es de grava unida con mortero que facilita la rodadura, reduce el desgaste de las pezuñas e impide la acumulación de agua. La idea que se tiene de las calzadas romanas son la de vías empedradas de ancho constante, sin embargo, la realidad era distinta, tan solo estaban empedrados algunos tramos de las vías importantes, como las que partían de Roma, por ejemplo la Vía Apia. 

La mal llamada «calzada romana» de Zarzalejo presenta la tipología de los caminos castellanos del siglo XVI y XVII, con excesiva pendiente para ser romano, con ausencia de desmonte en roca y en tierra, y con «picos» de balizamiento ausentes en las vías romanas y característicos de la Edad Moderna. Los libros que dan por hecho que la «calzada romana», camino que va al Escorial, es una vía romana auténtica, no dan argumentos a favor sino que se limitan a repetir lo que otro autor ha escrito antes, sin abordarlo con seriedad. Si se llamaban caminos reales a los que salían de Zarzalejo hacia Robledo, Las Navas y Valdemorillo-Navalagamella, y no se llamaba real al «camino que va al Escorial», a pesar de ser el más imponente y mejor conservado, sin duda, fue debido a que se hizo tardíamente con respecto a los anteriores, con mayor presupuesto y por un motivo especial, llevar piedra y madera a las obras del Monasterio, o para la real diversión de la caza, sirva de ejemplo el que se hizo en 1783, “para la construcción del nuebo camino que se haze para coches de orden de S. M. para pasar a sus batidas de Navalquegido”.

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