27 de febrero de 2024

Frankenstein

Es un icono mundial. Un nombre y figura reconocida a lo largo y ancho de la cultura popular, cuya historia ha sobrepasado con holgura a las letras originales. Aunque el tiempo transcurrido también ha jugado en contra; al ser su historia adaptada en diferentes formatos, reinterpretaciones y alguna que otra actualización interesada que ha terminado por crear, a estas alturas de nuevo milenio, una idea general distinta de los textos originales. Por ello, conviene reivindicar la obra original, la historia compuesta por la británica Mary Shelley, publicada por primera vez en 1818 para que no caiga en el moderno manoseo de adaptar un texto a la actualidad. Han pasado dos siglos desde entonces, un tiempo que ha servido para asentar la efigie del monstruo de Frankenstein como uno de los grandes ogros de las historias de terror.

En el contexto de la creación del libro, suele citarse, con reiteración aunque con necesidad de contar la anécdota, el peculiar verano que Mary y su pareja, Percy Shelley, disfrutaron en Ginebra; al visitar al amigo y poeta lord Byron en un período complicado por las condiciones climáticas, achacadas a diversas erupciones volcánicas que arrebataron el habitual verano a los europeos de la época y cuyas continuas lluvias terminaron por encerrar, a los citados veraneantes, en una amplia casona a la espera de que escampara. Tal circunstancia, provocó una idea memorable: crear cada uno de los invitados una historia de fantasmas. Un confinamiento que también provocó el nacimiento de El vampiro, obra de John Polidori; la semilla a la que se agarraría Bram Stoker para crear su famoso, Drácula. Para mayores referencias sobre el atinado encuentro, pueden verse los filmes, Gothic, de los años 80 o la más cercana, Mary Shelley de 2017. 

Quien salió ganando del viaje estival fue Mary Shelley y su obra inmortal. Frankenstein representa un aviso notable sobre la ambición del hombre, aupado económicamente por la revolución industrial y por el afán de los continuos avances científicos que disparan la imaginación hacia la posibilidad real de crear vida. La clásica referencia humana a jugar a ser Dios.  A esa loca carrera destina su tiempo y genio un adinerado estudiante: Viktor Frankenstein, cuya enfermiza idea le lleva a dar pie al nacimiento del científico loco con su maniática misión. Pero Viktor solamente busca explorar los limites de la capacidad humana, sin plantearse las consecuencias de sus actos. La vida y la muerte me parecían fronteras imaginarias que yo rompería el primero, con el fin de desparramar después un torrente de luz por nuestro tenebroso mundo. Al fin y al cabo, el hombre suele actuar buscando el bien y en la novela, la autora hace hincapié en el dolor que supuso la pérdida de la madre del protagonista al comienzo del relato. Como si ése hecho tuviera que ver con la posterior obsesión de Viktor. Sin embargo, una vez creada la criatura, Viktor la rechaza sin remisión, sin mayor condescendencia que a reconocer, en la fealdad de su creación, la demostración palpable de su soberbia, del peligro que puede acarrear sobrepasar ciertos limites, e irresponsablemente huye del lugar para caer en extrañas fiebres de culpabilidad o conciencia.

Y el engendro se escapa, a su libre albedrio por el mundo. Porque en realidad es un recién nacido con la salvedad de medir cerca de dos metros y medio. Y su cuerpo, hecho de los conocidos retales descritos mil veces, contiene mayor capacidad de resistencia a las inclemencias del tiempo y con una dieta más básica que le permite sobrevivir sin mayores sacrificios a pesar del abandono. Y lo primero que busca es lo que haría cualquiera: intentar socializar, reconocer a sus semejantes y hasta lograr integrarse, si eso fuera posible con la dificultad de su exagerado y deforme corpachón que provoca el desprecio y el miedo de todas las personas con las que se cruza. Y claro, alguien debe pagar el pato de sus desgracias, y nada mejor que buscar al hacedor y pedir cuentas de la chapuza de mundo al que le ha soltado. 

Viktor Frankenstein es el protagonista absoluto del relato. Su criatura, a la que se le niega incluso un nombre propio, se mantiene casi siempre en un segundo plano, salvo en el intermedio de la novela, cuando toma el protagonismo del texto y nos explica sus intentos de lograr ser aceptado. Pero el miedo se impone a su alrededor y debe buscar, en la soledad de la naturaleza, el lugar donde poder establecerse en paz. Las montañas salvajes, los lagos, bosques profundos y el amplio espacio del campo, también son los lugares donde el protagonista intenta serenar su mente y nervios. Anda atormentado por la responsabilidad de su creación y de la acumulación de los daños que viene reconociendo a su alrededor. Un temor que se transforma en una amenaza continua hacia sus seres queridos. ...no obstante había atraído una maldición sobre mí, tan fatal como la de un crimen. Es un bonito contraste y una muestra continua en la novela la descripción de paisajes junto a la melancolía de los personajes. Un romanticismo que embiste la habitual oposición de la esencia natural frente a la ficción, digamos que científica, aunque sea levemente y muy por encima del trasunto de la experimentación y el trabajo de laboratorio. 

La novela deriva hacia la rivalidad entre el creador y el monstruo. Por mucho que se esconda, las consecuencias de sus actos persigue a Viktor Frankenstein allá a donde vaya, un mal, que atormenta su vida y la de sus seres queridos por un ser, al que se le ha negado la humanidad y busca completarse de algún modo, y la venganza es una herramienta de sobra conocida. El texto entra ahí en una deriva repetitiva, alargando la resolución del conflicto bajo una continua advertencia que busca ampliar el desasosiego de Frankenstein hasta los limites de la cordura. Y del mundo. Es una constante en textos más antiguos, aquellos que a pesar de la letanía, saben sobrevivir con sobrada clase el exceso de detalles y descripciones. Es una obra indispensable

Hasta los enemigos de Dios y de los hombres tienen amigos y compañeros en su desolación. Yo, en cambio, estoy solo.

Frankenstein

Mary Shelley

2 de febrero de 2024

La traductora

Algún simpático rey mago debió pensar que tocaba actualizar algo mis lecturas. Seguramente, sus buenas intenciones estén orientadas a que un servidor se acerque algo más a libros contemporáneos frente a mis habituales visitas a obras pasadas. De esa guisa, tocó desembalar, con sorpresa, un libro titulado El enjambre. Novela cuya autoría corresponde a la dupla formada por José Gil y Goretti Irisarri, autores de otros títulos durante varios años y firmados en pareja. Pero al indagar un poco sobre el regalo, cabe destacar que hubo una obra precedente: La traductora. A poco que se rasgue un poco sobre ambas obras, se señala en diferentes sitios internautas, que pueden leerse por separado, sin necesidad de continuidad ni segundas aventuras. Pero oye, por si acaso, uno se da un garbeo por la biblioteca del barrio y arrancamos por el principio, que tampoco pasa nada por postergar el obsequio para más adelante y evitar sorpresas de empezar a leer por los tejados, que ya me ha pasado en otras ocasiones.

Curiosamente, La traductora tiene su trama narrativa en el siglo pasado. Alrededor del cacareado encuentro que mantuvieron Francisco Franco y Adolf Hitler en Hendaya. Justo después de la Guerra Civil Española y durante el transcurso de la Segunda Guerra Mundial. Una reunión enigmática gracias a la propaganda, al llegar Franco unos 8 minutos tarde. Como todo buen español. Pero el retraso da lugar a especulaciones y diretes interesados. Y de ese atractivo hueco, los autores de La traductora plantean una interesante trama de espionaje cuyo protagonismo recae en Elsa Braumann, hija de padre alemán y madre española que sobrevive en la España de posguerra traduciendo libros para una editorial. Su conocimiento del idioma alemán, la sitúan en la órbita militar para que sirva como traductora en el encuentro entre Franco y Hitler. Y de ahí, a la importancia de una reunión, que pueda meter de lleno a España en una nueva guerra, surge un movimiento paralelo con la intención final de ayudar a los aliados europeos contra Alemania y aspirar a derrocar al general Franco en beneficio de la monarquía española. 

En medio del tinglado destaca la protagonista, una humilde traductora de libros dentro de un hecho extraordinario, un aspecto muy hitchconiano y cinematográfico, escoger a un ciudadano normal y aparentemente al azar, ante un complot de mayor envergadura.

-Una abeja, ¿eh? -replicó divertida-. No sé si la imagen me beneficia.
-¿Por qué no? Las abejas son criaturas extraordinarias: capaces de hacer miel y de morir matando.

Una estructura que le hace bien a la novela, recurrente a la hora de ubicar una narración repartida entre diferentes escenarios y personajes que sirvan de base para construir el relato. Allí donde todo debe ir destinado a confluir y atar cabos al paso de las páginas. Por un lado están los militares españoles, con el capitán Bernal a la cabeza del plan de seguridad del futuro encuentro. Y por otro, los conspiradores, liderados por un aburguesado catalán apodado como el Relojero. Entre medias surgen los secundarios y las habituales relaciones que se establecen entre todos para construir un texto ágil y de fácil lectura. Cabe destacar la sencillez de una mujer que se ve envuelta en una trama, que lógicamente tenderá a enredarse para lograr llamar la atención del lector con diferentes giros que compliquen la misión propuesta. Son habituales en el genero y en parte están bien colocados para que el texto no decaiga cuando aparezcan las necesarias referencias personales. Esas que ayudan a conocer a los personajes para observar su posterior crecimiento en la aventura propuesta. El mejor ejemplo es la hermana de Elsa, la joven e impulsiva Amelia.

Cabe destacar el trabajo de documentación, con múltiples referencias al Madrid de la época; tanto al señalar el estado de las calles, tras la bombas caídas durante la guerra; como citar comercios históricos en determinados lugares de la capital; o el singular estado de un metro cuyo suburbano sufría múltiples cortes. Hay también referencias al cine y a la literatura, obvio si tenemos en cuenta el oficio de la protagonista, aunque seguramente haya ciertas alusiones personales de los autores, sobre todo cinematográficos (la constante referencia a qué diablos se refiere el título de Lo que el viento se llevó) y otras más curiosas e innecesarias, como indicar la publicación de un libro por aquellas fechas de un tal Tolkien (El hobbit)

Personalmente tengo una tara lectora, seguramente dada por intereses personales, hacia un mayor desarrollo literario o descripciones que considero importantes. Por eso, hecho de menos una mayor exposición en diferentes fases. Como por ejemplo cuando Elsa deambula por el piso que los militares le han otorgado mientras preparan su misión. En esos pasillos y habitaciones, se acumulan una cantidad ingente de libros que el antiguo propietario ha intentado salvaguardar de un futuro incierto mientras Elsa se pregunta por la enorme colecta, por su antiguo propietario, sus intenciones y demás ideas que darían para un par de páginas. Pero esta fantasía se resuelve con un párrafo, escueto si tenemos en cuenta que el inquilino anterior y sus libros tienen su particular historia en la novela. 

La traductora tiene otros puntos interesantes, una especie de aroma a clásico (lo siento, tengo que citar a Casablanca), como si fuera un filme en blanco y negro y su facilidad a la hora de hilvanar una trama con continuas sorpresas, sin complejos de saltar entre las diferentes historias que acumula o encarar a personajes dados en demasía hacia el estereotipo. El nazi Gunter Schlösser atemoriza e impone con sus salidas dictatoriales, pero le faltan matices  que le enriquezcan frente a la idea preconcebida del malo malísimo, y por ende, tiene el peligro de caer en la caricatura. Tan innecesario, como su ficticia conversación sobre la belleza con Antonio Palacios. Aunque estamos en una trama de espías, sirva de homenaje al gran arquitecto de Madrid su breve aparición en la novela. Al menos queda la protagonista, y su periplo sobre un mundo masculino al que debe superar, sin mayores armas, que la tenacidad demostrada por el ser humano en situaciones extremas.  

La traductora
José Gil Romero y Goretti Irisarri
Ed. HarperCollins, 2021


20 de diciembre de 2023

Caribou Island

Hace unos cinco años de la lectura de Goat Mountain. Novela que encerraba una historia potente, singular y truculenta del escritor norteamericano David Vann. Autor merecedor de diversos premios literarios y de una agraciada publicidad mediática que encumbra sus letras junto a grandes escritores de su país. Pero el mayor reconocimiento personal es la retención de un libro que ha logrado mantenerse en mi memoria pese al escaso paso de tiempo transcurrido, porque fácilmente, otras novelas caen más rápido al saco del olvido. Y así, poco a poco, volvió Vann a mi cabeza, al atractivo recuerdo anterior y orientarme a escoger libro para cerrar el 23.

David Vann es un escritor que parte de premisas personales, orientando sus historias con experiencias que guarda en su particular mochila vital. Y en esta primera etapa literaria, sus obras tienden a centrarse en conflictos familiares mientras expone los posibles demonios interiores en sus ficciones. Una base promocionada seguramente por la editorial, un gancho basado en el morbo que logra atraer la atención del público y del medio especializado de turno. Luego le toca a Vann corresponder tales expectativas con sus historias.

La elección de Caribou Island fue dado al azar y conviene destacar un pequeño aporte posterior, porque una vez concluida la lectura del libro, suelo tener la costumbre de informarme algo sobre la publicación en concreto. Por ahí descubrí que existe cierta similitud entre Sukkwan Island, su primera novela, y está otra de Caribou Island. La primera acoge la relación de un padre y su hijo, mientras que esta segunda obra amplía el espectro a una familia completa, con la tragedia del suicidio como telón de fondo en el seductor territorio de Alaska. Situada la cercanía y otras referencias similares, conviene centrarse en la obra recién leída, con el matrimonio formado por Gary e Irene como protagonistas de un singular proyecto personal, cuyo plan consiste construir una cabaña de madera en la isla de Caribou y pasar allí alojados el próximo invierno. Pero van con retraso, pues el verano está a punto de terminar y aun andan cargando material para siquiera empezar la casucha. Con el tiempo echándose encima y las ventoleras del lugar añadiendo pimienta al trabajo sin empezar. Además, andan los sentimientos alterados, ya que Irene está convencida de que esta aventura es el último paso para que su marido la abandone. Como una excusa necesaria para abrir el melón del relato.

Su confidente es su hija Rhoda, la única que intenta mantener la cordura y la unión familiar. La otra figura familiar es Mark, el hijo varón del matrimonio y que vive en su particular mundo, un extra sin mayor repercusión que permitir al autor desgranar la ardua tarea de la pesca como una de las principales fuentes de la economía del escenario propuesto: Alaska. Este sitio no deja de ser un lugar apartado, lejano y con ínfulas de naturaleza salvaje, cuya densidad de población se escora principalmente alrededor de la ensenada de Cook y con la apetecible atracción de sus grandes extensiones naturales como reclamo turístico. Por ahí deambula una joven pareja (Carl y Monique) dispuesta a vivir su particular aventura veraniega recorriendo el territorio. Son simples secundarios, sin mayor empaque que aportar un pequeño punto de vista externo que amenace con alterar algo el relato principal con su participación.


Un relato centrado en el matrimonio y en su propuesta inicial de aislarse, aún más si cabe, en un jodido islote. Una manía personal de Gary, como si fuera la última posibilidad de cumplir un sueño juvenil de retroceder en el tiempo y vivir, en plan medieval, alejado del mundo exterior. Es un deseo que lógicamente arrastra a su pareja, y sirve como punto de partida para exponer las consecuencias, fracasos y rencores acumulados a lo largo de treinta años de matrimonio. Y por supuesto, alimentar a la bestia interna que tenía Irene desde que era niña, al rememorar el abandono que sufrió de niña por parte de su padre y el suicidio posterior de su madre. Un spoiler descrito en la primera página del texto, donde se aventura la comida de tarro posterior y la forma de actuar ante la perspectiva propuesta por el escritor. Como si avanzara una suerte de repetición que Rhoda, la hija y la única cuerda del texto, tuviera que lidiar para encontrar una cosa tan sencilla como el sentido de a dónde se dirige su vida. Obviamente ella también tiene sus propios problemas con una pareja indecisa a dar el paso del matrimonio.

Pero la piedra tirada por Vann ha tomado impulso y se sirve de ella para ahondar en los problemas acumulados del matrimonio, relatar parte de su pasado y cómo el vil paso del tiempo, se lleva por delante la estabilidad de la rutina para dar paso al miedo de la vejez, a observar con pavor como suma la resta del tiempo que les queda, y comenzar a echarse en cara los sueños sin cumplir, o las esperanzas abandonadas por la simple necesidad de cumplir con las decisiones que tomaron en su momento: trasladarse a vivir a Alaska, criar a sus hijos, … Manos a la obra, dijo. Por fin. Después de casi treinta años. ¿Cómo es que pasan estas cosas? 
Gary.

Caribou Island termina siendo un relato generacional que Vann maneja a su antojo, sobre todo a través de los tiempos y saltando la narración entre los personajes por bloques. En esos espacios, otorga a cada protagonista su punto de vista y los motivos que les lleva a actuar de una manera u otra. Cabe destacar una escritura que mantiene una letanía desesperante, dando especial hincapié a las frases cortas, como una enumeración constante de la excesiva prudencia que toma Vann en extenderse; de hecho, le encanta el rodeo, y orienta al lector hacia su juego, hacia un relato que termina por sorprender por la facilidad que tiene su autor por atraernos hacia una pista falsa y salir victorioso por otro lado. No es un tema sencillo el que expone, ni un texto agradecido ver como la peña se hunde en un pozo sin la menor intención de pedir auxilio. Pero este tío tiene algo llamativo, que sobresale entre el ambiente chungo y las frases cortas. Algo bueno contiene quién escribe tragedias griegas abrochadas con botas, impermeables y logra salir más que airoso. 


Caribou Island
David Vann
Literatura Mondadori, 2011

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Sukkwan Island
Caribou Island
Tierra
Crocodile
Acuario

26 de noviembre de 2023

Carta de ayer

Llevaba tiempo sin acercarme a mis lecturas anuales de la Colección Reno, ahora que el curso del 23 amenaza con finalizar sin cumplir mis habituales tareas pendientes. Así que tocaba elegir, entre el material almacenado alguna obra sin criterio alguno ni preferencia. La escogida a voleo, Carta de ayer, de Luis Romero. De este señor, cabe destacar el premio Nadal otorgado en 1951 por La noria. Y aunque ha recibido otros laureles importantes en su trayectoria artística, sobresale la última obra citada como la más importante, o al menos reseñada a lo largo de los años. Con Carta de ayer, se cumple una de las premisas de la colección, la buena mano que tenían la mayoría de autores de dicha colección, y Luis Romero cumple con solvencia este aspecto. Otra cosa bien distinta es la historia de la novela, que puede convencer en mayor o menor medida dependiendo del gusto de cada uno. Pero que un tío, se marque más de 200 páginas dando vueltas a un tema concreto, se merece todos los respetos que corresponde a tal chulería literaria.

La narración anda extendida en la relación amorosa entre el protagonista y narrador, un joven bohemio, escritor y pobre de bolsillos vacíos; con una mujer adinerada, madura y separada de su marido en la España de posguerra. Es una historia conocida, en esta y otras disciplinas, la relación entre una mujer madura y un joven que anda medio perdido en la ciudad de Barcelona. Además, conviene recordar la fecha de la publicación (1953) para poner en contexto la sociedad y mentalidad de la época. A pesar de la diferencia de edad, la pareja congenia maravillosamente, sin necesidad de exponer el anzuelo del sexo, más bien redirigido a un acoplamiento más estrecho entre dos personas que necesitan estar continuamente juntas y disfrutar del trascurso monótono de la vida misma. La felicidad es tal, que para lograr tensar el relato, Romero se ve obligado a construir de base las grietas que amenacen con extenderse a lo largo de las páginas. Existe la fácil salida de tildar, que tal apego, termina por quebrar cuando el amor incondicional anula a una de las parejas en favor del otro. Claudia y las estrellas eran aquellas noches algo mucho más importante que cualquier cosa que la inspiración me hubiera podido dictar.

Con el paso del tiempo, el joven escritor se percata de su incapacidad creadora, ahogada por una felicidad embriagadora pese a diversos intentos de encauzar su oficio con algunos escritos que termina por destruir. No avanza ni desarrolla ninguna idea fructífera, simplemente se contenta con trabajos puntuales de encargo, al traducir obras extranjeras para lograr el dinero suficiente que le mantenga en su obsesionada nube de enamorado. Con el tiempo, su cabeza empieza a carburar, a reconcomer su posible fracaso de realizarse como hombre y de ahí, a buscar al culpable. Al que señala sin dilación: Claudia, su pareja. Por ahí empiezan otros diretes por los que Romero merodea sin rubor, sin cortarse en regodearse, durante páginas, en la cabeza del joven protagonista que continuamente divaga sobre los acontecimientos que le rodean, exponiendo la sociedad de la época y lograr salir airoso de las continuas vueltas de tuerca que expone en los párrafos. Incluso cuando el autor destripa, constantemente, pasajes posteriores al lector, aventurando por donde van a ir los tiros con la salvedad de desconocer el medio para alcanzar ese final citado. He ahí la gracia de un texto trabajado. Lo que jalona la vida humana es el dolor; el dolor es el hito que va señalando nuestras etapas, y es el sufrimiento quien fija nuestros recuerdos.

Para evitar que el tedio se apodere de la lectura en la continua exposición de la pareja, se añaden de manera discontinua a los secundarios, figuras clave que aparecen raudos a aliviar la acaparadora historia central y dar descanso a la trémula cabeza del narrador. Son pequeñas vías de escape que logran dar descanso a la creciente tensión que iba acumulándose en la pareja protagonista. Otorgando un necesario respiro a una historia que pudiera recaer en la constante repetición de problemas sin resolver y los rodeos que orbitan en la cabeza del joven. A medida que la relación encuentra sus primeros quiebros, el protagonista comienza a escribir una novela, y que a pesar de sus esfuerzos, parece encaminada a describir en paralelo su propia relación de pareja. Es un viaje que le acompaña a lo largo del texto, siguiendo los mismos vericuetos de su relación a pesar de los intentos por separar ambas historias. Sin embargo y pese a sus esfuerzos, la relación camina hacía su destino, predestinado con antelación por el propio protagonista y, al parecer, en conveniencia con Claudia. Juntos, al unísono, como si los problemas de amarse en exceso pudieran superar incluso el mayor de los desastres y no hubiera otra salida que la propuesta.

Sólo faltaba el desenlace, y ése no me atrevía a elegirlo, y menos aún a escribirlo.

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Carta de ayer
Luis Romero
Ediciones GP. Colección Reno, 1971

Bio de Luis Romero Pérez

28 de octubre de 2023

Los anillos de poder

Hace poco más de un año del estreno de una de las series más esperadas. Tiempo suficiente para suavizar la exagerada polémica que acompañaron los 8 episodios de la serie más cara de la historia: unos 60 millones de euros por episodio. De entrada, conviene ir al grano y destacar que esta primera temporada de Los Anillos de Poder, es digna heredera de la trilogía creada y estrenada en cines por Peter Jackson, y de eso hace ya unos veinte años. Un producto, el de Jackson, triunfante en varios frentes; por supuesto en taquilla, a lo largo y ancho del globo, para después dar paso a diversos premios cinematográficos, a mayor gloria de sus responsables; y en último lugar, el goloso caramelo de los productos asociados a su alrededor. Una línea sabiamente explotada, a la par de las películas, y que hoy día aún continua en juguetes, ropa, cómics, videojuegos y cualquier cosa vendible. Seguramente éste sea el anzuelo del negocio, los números asociados a una saga de éxito donde Amazon, al menos, propone un empujón propio.
Hostia puta¡ - Amazon Studios
Lo de las sagas, ampliamente mercantilizadas, no es nuevo, hace 30 años Spielberg dio un buen mordisco con Parque Jurásico, allá donde un excéntrico millonario hizo buena la frase; ¡No hemos reparado en gastos! en levantar un negocio alrededor de los lagartos gigantes que poblaron el planeta antes que nosotros. El magnate calvo de Amazon, Jeff Bezos, bien podría apropiarse de la misma frase para defender el producto audiovisual creado por Patrick McKay y JD Payne. Porque pasta, lo que se dice pasta, ha puesto encima de la mesa para que la serie estuviera a la altura de las esperanzas puestas en los afines consumidores. Y no es para menos, después de acoquinar una millonada en 2017, cuando Amazon se hizo con los derechos de explotación de El señor de los anillos y los derivados de la obra de Tolkien. La serie creada a posteriori, apenas escatima en despliegue humano, vestuarios, calidad visual, efectos y otros extras ligados al buen hacer del dinero. Y para muestra, la exagerada propuesta de la isla de Númenor, adornada con un exceso arquitectónico tan recargado, que sobrepasa la fantasía de que todo esté en perfectas condiciones pese a ser una isla que, curiosamente, apenas sufre de la erosión. 

Sin embargo existe un problema, nimio, pero problema: Que Los anillos de poder es una serie. Y está encima apuesta a lo grande, con diferentes tramas paralelas que limitan la retención del espectador ante el amplio reparto expuesto. Seguramente, los dos primeros episodios, dirigidos por el español JA Bayona, sean los más aburridos por la dificultad de presentar a los protagonistas y exponer los problemas que deben hacerse frente en la fantástica Tierra Media. Aunque dos horas después debían de haber dado para algo más y la acción, propiamente dicha, arranque en el tercer episodio, y a partir de ahí mejora la enorme bola que ha comenzado a rodar. Cabe resaltar que no soy seguidor acérrimo de Tolkien, ni conozco al detalle los apéndices, ni otras referencias escritas o sugeridas por el honorable británico; pero lo que sí sé, es que Los anillos de poder es una adaptación, y por lo tanto, una obra nueva y por supuesto distinta a la hora de realizarse, encima, en un soporte distinto a la literatura. Las libertades de los guionistas son necesarias para enriquecer el ámbito audiovisual y, por supuesto, para defender el trabajo creativo de la peña que se ha puesto detrás de tan ambicioso proyecto. Al final, es el espectador el que tiene la sartén cogida por el mando de su casa.
El elfo oscuro Adar, pedazo de personaje - Amazon Studios
Los anillos de poder echan la vista atrás, hacia el origen de las dichosas sortijas que pondrán en jaque el mundo ideado en diversas guerras. En el reino de los Elfos destaca la figura protagonista de Galadriel, comandante de algún tipo de ejército al que lidera en su obstinada misión de perseguir cualquier resquicio sobre la sombra de Sauron. Galadriel mantiene una férrea cabezonería de asegurarse de que el señor Oscuro desaparece de una vez por todas. En su camino destaca la continua mala hostia, orgullo, locura y chulería frente a la adorable reina del bosque de Lorien que acogió a Frodo y Compañía en La Comunidad del Anillo. Una buena decisión de contrastes frente a las películas, que lamentablemente siempre estarán ahí como elemento de comparación. Por suerte, Los anillos de poder emprenden su propio trayecto, exponiendo en diversas tramas las bases que conocen quienes se hayan aproximado algo a la literatura o al cine. Es un canto llamativo, inteligente y apropiado hacia el fandom, el poder observar ciertos orígenes de personajes y escenarios conocidos, en plan homenaje o los motivos que llevaron a conocer cómo cayeron los reinos del Sur. Sinceramente memorable como los orcos preparan el advenimiento del reino de Mordor.

En términos globales, es una buena serie de entretenimiento, cuyas tramas avanzan en el amable y suave proceso estipulado por las modernas reglas que imperan los seriales de éxitos. Muchas tramas paralelas, desconfianzas continuas entre los protagonistas y continuos giros de guion que presumiblemente buscan la sorpresa mediante algún momento álgido. Algo manidos estos virajes que pueblan los esquemas de las producciones televisivas, aunque estas tengan una verdadera factura cinematográfica que logran enmendar un producto final soberbio. 

Los anillos de poder
Amazon Studios, 2022

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Los anillos de poder