Salvatore Lombino nació en octubre de 1926 en la ciudad de Nueva York (a huevo del centenario de su nacimiento) Un escritor yanqui con raíces italianas cuya firma literaria derivó en Ed McBain, el sobrenombre más conocido. Lombino fue un escritor de una extensa producción y que con el paso del tiempo se le reconoce principalmente en novelas de carácter policíaco y criminal. En especial, una larga serie conocida como Distrito 87 (con más de 50 títulos en su haber). Para 1952 adaptó legalmente el nombre de Evan Hunter, en un extraño gusto por usar seudónimos que le llevaron a firmar como John Abbot, Hunt Collins o Richard Marsten entre otros. Al final, el bueno de Lombino/Hunter dejaría de marear la perdiz y se centraría en dos vertientes: McBain para la prolífica serie criminal, mientras que Hunter se quedaría para un espectro de novelas más diverso en la temática literaria. Hacia 1992 se supo que ambas firmas eran la misma persona y, finalmente, falleció en 2005 tras fumar como un carretero a lo largo de su vida.
Soledad y angustia data de 1964, y viene firmada por Hunter. Y como en otras ocasiones, la lectura de este libro vino dado por el azar, dentro de la amplia gama que representa mi particular colección Reno; en una edición de 1971 y que su antiguo propietario debió leer hacia 1974, al dejar entre sus páginas algunos billetes del metro de aquellas fechas en dirección a Embajadores. Una chorrada que me hace sonreír y volver a dar utilidad a un libro 50 años después.
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Yo hubiera jugado al parchís con Gloria |
Debe dar una fuerte sensación sentirse desamparado ante la propuesta de Hunter, en un recorrido singular donde irán surgiendo algunas pistas del pasado de nuestro protagonista. Una figura que adopta el singular nombre de Sam Budvion, para al menos presentarse al mundo como corresponde.
En teoría, la historia propuesta se postula en unas 24 horas, pero con la irrupción de diferentes personas, con las que Budvion irá tratando, el tiempo se dilata, se abre a nuevas experiencias temporales donde el autor aprovecha para rescatar algún recuerdo perdido. Como el colmado donde trabajó de adolescente o el entrañable recuerdo de su abuelo en el negocio familiar. Pero en otras ocasiones hay escenas que van y vienen en el tiempo, en un libre albedrío que obliga al lector a prestar atención. Resulta curiosa la aportación de unos jóvenes al principio del texto, porque en su deambular, Budvion establece contacto con otras gentes en las que despierta algún tipo de subconsciente, en una extraña evocación del pasado que se entremezcla con el supuesto presente del protagonista. Hay una mezcla que traslada la lectura de manera onírica al pasado, al mezclar cosas del presente con tiempo pretéritos, una fórmula clásica de dotar al protagonista de agarrarse de algún modo al esquivo presente, ese al que su mente da la espalda y por la que lucha por salir a flote. Y ya que navegamos en aguas oscuras, huelga decir que Hunter participó en la II Guerra Mundial en el Pacífico. Señales de un pasado que recupera en algunos personajes y los representa como antiguos camaradas de Budvion, tanto en su presente como en sus recuerdos bélicos.
La obsesión que empuja al protagonista hacia adelante cumple otra variante clásica, y lleva el nombre de una mujer: Grace. Hay una Grace por ahí, un amor o un desamor, perdido o añorado, que obviamente tiene que formar parte de la resolución del enigma. Una esperanza al que nuestro protagonista no se harta de perseguir y hasta acosar a ciertas mujeres a las que su mente asocia hacia su querida Grace. Y así es como evoluciona en el texto su persecución y su esperanza de resolver un misterio a través de diferentes Graces que terminan siendo Glorias, Janets... mujeres diversas que ayudan de un modo u otro a divagar sobre las tinieblas de un hombre cuya cabeza persigue ese fantasma que le devuelva la clave de su existencia.
Vio salir a una señora por las puerta del muelle, un hombre corrió a abrazarla, y de repente se sintió más solo que nunca en su vida. Los pasajeros estaban inundando las calles, abrazándose, besándose y saludándose entre ellos, y él se quedó al margen de la muchedumbre, respirando penosamente, contemplando el intercambio de carió, y de pronto, lloró.
Hunter induce al texto una sospecha divertida, gracias a la publicación de una noticia clave en un periódico. La de un peligroso prófugo de una institución mental. Un dato alentador para el bueno de Budvion, meterse en la tesitura de aspirar a ser un loco huido de un manicomio y que su vida sea un invento de las cábalas de su atormentada cabeza. Un aspecto dubitativo que el autor incluye a propósito para acarrear mayor complejidad a textos sacados de la linealidad, recuerdos confusos de un pasado que parecen entrelazarse con la supuesta realidad en un endiablado juego que encaja en diversos tramos del relato. Esos vaivenes temporales pueden servir para poner en orden al lector, o a un protagonista perdido en su locura, del mismo modo que pone en guardia a un lector receloso de tramos menos logrados, espesos, párrafos que mosquean por jugar al despiste y comprobar que nuestro héroe tiene alguna tara sicológica mientras recorre las calles de Nueva York a buen paso. La ciudad también tiene su protagonismo, no deja de ser una gigantesca urbe transformada en un laberinto de calles cuadriculadas por números y amplias avenidas. Mayor vacío no puede darse si el tipo es capaz de reconocer tales lugares menos su jeta al verse reflejado en un espejo.
Soledad y angustia en una novela distante, diferente y extraña, a la caza de un aspecto loable y que puede embaucar al lector por su atrevida propuesta de alborotar, de hacer algo distinto. Pero también puede echarlo para atrás, cuando se enroca en términos recurrentes o nos hace perder el hilo de dónde está nuestro protagonista. Lo reconozco, hay tramos donde descarría y obliga a retomar la lectura unas cuantas líneas hacia atrás. Resulta curiosa y relevante la novela de un autor con ganas de enredar, hacia un final que apunta a resolver las dudas de un lector temeroso de los finales abiertos tras tantas vueltas dadas.
Para finiquitar esta entrada, un último apunte sobre la extensa obra de Hunter, pues tuvo varias adaptaciones cinematográficas por algunos directores reconocidos de la época: Richard Brooks (Semilla de maldad), John Frankenheimer (Los jóvenes salvajes), Claude Chabrol (Laberinto mortal) e incluso el japonés, Akira Kurosawa (El infierno del odio) se apuntó a la moda de adaptar textos ajenos. Evan Hunter también participó como guionista en algún que otro film, a destacar su participación junto a Hitchcock en la adaptación de Los pájaros hacia 1963. Por supuesto, Soledad y angustia también tuvo su trasvase a la gran pantalla de la mano de Delbert Mann, con James Garner y Jean Simmons como protagonistas en La mujer sin rostro, 1966. A ver si la encuentro y la echamos un vistazo.
Soledad y angustia
Evan Hunter
Ed GP, 384 de la Colección Reno, 1964
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