Es un clásico, catalogado como juvenil y de escaso tamaño. Ideal para amenizar el letargo veraniego con las medievales aventuras que propone Robert Louis Stevenson. Uno de los grandes escritores británicos, de los pocos que logró disfrutar su éxito en vida; y encima, vivir de ello, gracias a otras publicaciones más reconocibles como La isla del tesoro o El doctor Jekill y Mr Hyde. Tan notables, que ambas también suelen estar en todas las listas de clásicos imperecederos.
La flecha negra también tuvo su público en su momento, con una historia sobre un proceso histórico concreto en las islas británicas. Una guerra de sucesión al trono entre dos bandos: la casa de Lancaster y la de York. Un conflicto más conocido en la efeméride como la Guerra de las Dos Rosas, una rosa blanca representaba a York y la roja a Lancaster. En medio del envite aparece el ficticio protagonista: Richard Shelton. Un jovenzuelo que anda con demasiadas ganas de mostrar su valía en las batallas que se intuyen en el futuro. Además, anda tutelado por sir Daniel Brackley, un importante noble que busca adherirse a la causa más lucrativa para sus intereses. Como otros nobles cuyos motivos varían según las ganancias previstas, o simplemente apostar por el caballo ganador. Pero el destino aguarda otros derroteros para el joven Shelton en los juegos políticos de la próxima guerra civil, e incluso, algunos misterios del pasado que tendrá que ir descubriendo sobre su linaje. Una novela repleta de giros y vaivenes que cumplen a la perfección el termino de aventuras. Porque La flecha negra aglutina las temáticas necesarias para satisfacer una lectura animada con misterios a resolver, misiones casi imposibles, acción en diversas batallas y un clásico del genero: los disfraces, tan comunes y útiles para esquivar o sorprender al enemigo.
Por supuesto hay espacio para la clásica historia de amor entre el protagonista y la dama en apuros constantes. Una temática que alcanza empalagosos momentos de amores declarados de por vida a las primeras de cambio. Algo digno de estudio, la facilidad de enamorarse a lo loco, a las primeras de cambio y sin mayor sentido que dar libertad a las hormonas. Obviamente, nuestro protagonista es digno de tal sentimiento, al representar al tradicional héroe defensor de la moral y el honor. Su noble corazón, lo guía a ejercer siempre lo correcto frente a las constantes tribulaciones de los adultos. Su único error, serán las consecuencias de sus actos, llevados siempre con buenas intenciones, pero que chocan con la triste realidad cuando afectan a terceros. A través de las lágrimas vio marcharse al viejo, mareado por la bebida y por el dolor,... ,y por vez primera, comenzó a comprender la desesperada partida que jugamos en la vida, y cómo una vez hecha una cosa, no puede ya cambiarla ni remediarla ninguna contrición. Un aspecto que destaca el bueno de Stevenson para formar el crecimiento del personaje a lo largo de su historia, y no dar por sentado, que el héroe de la historia resuelve sus actos sin consecuencias.
Toda buena historia tiene que estar elevada por otros personajes que aumente el soso interés de la manida búsqueda de venganza o las simples controversias a las que recurren los enredos amorosos. Stevenson tiene el notable acierto de incluir a variopintas figuras, desde el fácil comodín que representa al leal compañero vividor, sinvergüenza y borrachín, Lawless; hasta la coqueta y deslenguada doncella, Alice. En este punto, cabe destacar la inclusión de un personaje histórico y elevado con anterioridad por la pluma de Shakespeare. Un joven llamado Richard de Gloucester, el futuro Ricardo III, con una perspectiva interesante y decidida, violencia incluida, para lograr cumplir con sus propósitos. Una aportación final tan impactante, que casi se come la aventura llevada a cabo por nuestro héroe inicial. Vamos, que daban ganas de abandonar al bueno de Shelton y pasarse al lado del jorobado de Richard, porque simplemente molaba ver el atractivo que recrea un personaje que destila chulería y un toque de locura que atrae como un imán.
Pero había que terminar con el relato, conocer el final tras las peripecias propuestas por Stevenson en múltiples episodios donde algunos estaban entretenidos a pesar de su noble carácter juvenil. Por último, cabe resaltar la habilidad del autor a la hora de encadenar interesantes diálogos entre diferentes personajes que terminan siendo una delicia de leer. Un don que termina siendo una gozada por la capacidad de construir a cada personaje con palabras tan afiladas como exactas para cada uno.
Al instante, el individuo dejó su actitud recelosa, llevose la cuchara a la boca, saboreó su contenido, sacudió la cabeza satisfecho y volvió a remover mientras cantaba:
Andar debe por el bosque
quien no puede en la ciudad.
La flecha negra
Robert Louis Stevenson
El El País Aventuras, 2004
Robert Louis Stevenson
El El País Aventuras, 2004