11 de noviembre de 2021

El juego del calamar

Ha sido un éxito mundial. Pocas veces puede verse un fenómeno similar que logre cautivar a tanta gente en un espacio de tiempo tan corto. Una buena muestra del acelerado negocio que plantean las plataformas audiovisuales, las mismas que exponen sus productos a la misma velocidad que se consume. Y aún queda por ver hasta dónde puede llegar la trituradora de la oferta sin descanso, derivada hacía un público que devora tendencias y promociones de portada sin pararnos a digerir las maravillas y las mierdas que consumimos. Aunque reconozco que la burbuja lleva tiempo extendiéndose sin recibir, de momento, signos de agotamiento. Al menos queda el consuelo del habitual triunfo que suele darse en quienes lo merecen, como esta serie surcoreana, que viene a demostrar el talento audiovisual de un país que sigue arrastrando el reconocimiento de los premios que Bong Joon-ho ha obtenido con Parásitos, aunque es justo reconocer que occidente ya había abierto las puertas a diversas producciones orientales que han ido marcando huella en una amplia mayoría de espectadores. El juego del calamar remarca esa tendencia, siendo la producción más vista del videoclub online más potente del planeta. Y encima, hay varios motivos que aupan a esta serie al reconocimiento popular, y también el de la crítica.

Eliminado!

El juego, en teoría, pretende entretener a los poderosos, aquellos que disfrutan desde el palco vip las desventuras de la plebe. Un grupo de marginados, con demasiadas deudas a sus espaldas, son tentados a participar en una serie de juegos infantiles con la promesa de un gran premio en metálico para el ganador final. Pero la gymkana propuesta se convierte en un juego a vida o muerte, y la supervivencia individual trastoca la mentalidad humana de los concursantes a la siempre atractiva y sádica exposición del sálvese quien pueda. 

Por ahí entra un variado grupo de personajes, para que el creador de la serie, Hwang Dong-hyuk, pueda ejercer el clásico ejercicio de profundidad, matices e intereses de cada uno de ellos a lo largo de los nueve episodios expuestos. Y que el espectador elija entre la habitual morralla que suele agruparse entre los más desfavorecidos de la sociedad. Incluidos los que se han hundido en el fango por ambición profesional o simplemente, buscando el éxito en negocios ilegales. De todos ellos, destaca Seong Gi-hun, interpretado por un acertado Lee Jung Jae que capitaliza el protagonismo principal, desde una hiriente posición patética y de aparentar ser un simple que intenta salvaguardar cierta honestidad humana. Sobre todo cuando la postura más fácil a adoptar sea la de la barbarie, ésa que surge cuando las situaciones extremas aparezcan entre los concursantes y haya necesidad de escoger bando.

Pero no toda la serie se sustenta en el suspense de conocer el siguiente juego macabro, o cómo el derramamiento de sangre desborda las mentes de los débiles, que parecen haberse olvidado que la violencia impera el mundo entero desde cualquier noticiero televisado. Incluidos los avisos colegiales a los padres donde están matriculados sus hijos. 

La serie arranca con un punto de partida muy útil en la ficción surcoreana: el uso del humor en contraste de la violencia que posteriormente subraya. Aunque éste nos parezca estridente, es necesario remarcar cómo Hwang utiliza firmemente situaciones cómicas para presentar y dar cabida la presentación de personajes. Incluso cuando la vida misma pende de un hilo, ahí aparece alguna coña o postura divertida que suavice la gratituidad del uso de la violencia. A la par, navega uno de los puntos fuertes de la serie para dar credibilidad a la necesidad de los personajes en adentrarse en tan tenebroso juego, gracias a un memorable segundo capítulo: con una clara exposición de crítica social, en especial al sistema que predomina en las sociedades avanzadas y donde siempre hay quienes se quedan atrás por falta de oportunidades, la lógica competitividad o por su propia torpeza. Pero el dinero está ahí para resolver casi cualquier cosa, como una simple estancia en el hospital o poder pagarse un billete de autobús. Un sistema que termina por degenerar a algunos, y por afán del contrario, de los afortunados, ofrecer nuevas opciones a quienes sirvan de cobaya o de entretenimiento a los beneficiados de la riqueza creada.

Muy fan del personaje
El juego del calamar ha sido una agradable sorpresa, cuya fortaleza anida en la inteligencia de proponer un escenario tan macabro en contraste a la alegria que debieran recordar los juegos de la infancia. La serie contiene numerosas sorpresas, emociones y giros entretenidos, incluido algún memorable cliffhanger que lamentablemente pierde gracia al ser tan sencillo pasar de un capítulo a otro. Cómo sería, hoy día, tener que esperar una semana entera para ver el siguiente capítulo, cuanta magía e incertidumbre perdida en apenas unos segundos. Es la maldición de las jodidas plataformas, los maratones o las velocidades asociadas al consumo. Las mismas que nos llevan alegremente a observar como sobreviven personas en islas, se ponen a jugar delante de vaquillas o saltando sobre puentes acristalados sin red. La gracia del entretenimiento futuro vendrá asociado al morbo de verdad, en aquel que logre emocionar al que comodamente disfruta del dolor ajeno. La telerrealidad ya ha propuesto diversiones semejantes, sólo nos falta la que logre salpicar sangre. Llegará el día que las pidamos y paguemos por ella. 

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El juego del calamar
Hwang Dong-hyuk, 2021

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