Esta película cumplió con creces los esfuerzos de sus creadores por levantar su proyecto. Porque no fue fácil lograr un mínimo de financiación que arriesgase poner el dinero suficiente para rodar una propuesta fuera del ámbito más convencional. Desde su estreno, esta cinta de humilde presupuesto, fue agrandando su título alrededor del mundo en pequeños pasos, gracias a una amplia proyección internacional que vino respaldada por una buena colecta de premios; como los conocidos casos del Globo de Oro y Óscar a mejor filme extranjero; y sobre todo, por su exitoso paso por el prestigioso festival de Cannes (gran premio del Jurado) Un reconocimiento al debut de su director, el húngaro László Nemes, quien tuvo la convicción de rodar su primera obra a través de un filme que se alejaba de los estándares habituales. No así la trama, centrada en una historia tan conocida como dura: al exponer la vida de un grupo de prisioneros en un campo de concentración de la II guerra mundial. En concreto, las unidades que los nazis reclutaban para que hicieran el trabajo sucio. Es decir, ciudadanos judíos obligados a guiar a los presos llegados al campo hacia las cámaras de gas, rebuscar cualquier baratija valiosa entre las ropas, trasladar sus cuerpos a las hornos crematorios, limpiar los restos de sangre, para terminar espolvoreando sus cenizas en un río cercano. Para contar una historia tan desgarradora como excesivamente conocida, Nemes propone hacer participe al espectador del espectáculo, a través del uso de la cámara en mano y centrando la acción alrededor del personaje principal, Saúl (un inmenso Géza Röhrig) Persiguiéndolo por todas partes y obviando las fáciles imágenes escabrosas.
Qué dónde hay un rabino - Ad Vitam |
La película está centralizada en Saúl, un preso húngaro que forma parte de la citada brigada de reclusos que alargan sus existencias al devenir caprichoso de sus carceleros. Así, hasta que salta el punto que revierte la actitud del protagonista, cuando los implicados descubren que un muchacho ha logrado sobrevivir a la cámara de gas. Sin embargo, su vida termina por ser finiquitada por un alemán ante las miradas pasivas de varios prisioneros. Un acto demasiado habitual en ese lugar como para que alguien se conmueva. Sin embargo, algo ocurre en el personaje principal que logra quebrar su pensamiento. Un punto de inflexión importante que marca el carácter del protagonista hacia una misión imposible: conseguir enterrar el cuerpo y lograr que un rabino dicte las palabras apropiadas para el descanso del alma. Y así es como en medio de ese infierno, el protagonista se aferra a alguna chispa que lo conecte con la humanidad perdida, obcecado y tozudo hacia una decisión incoherente entre tanto horror a su alrededor. En medio del desastre, Saúl se plantea esta tarea de manera personal, de tal manera que termina por afectar al resto de compañeros, en un intento de encender una chispa de esperanza entre la conocida tragedia vista tantas veces en literatura, cine y en otras tantas artes. El logro de, El hijo de Saúl está asociado a su director, a la hora de exponer una película desde una perspectiva diferente y que requiere de la complicidad del espectador para que surta efecto la magia de la película.
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