30 de abril de 2020

Robinson Crusoe

Son días extraños, tan parecidos unos de otros que casi da igual que sea martes o abril, pase de largo la santa semana o restemos una hora al calendario estival. El resultado apenas varia alguna rutina por que estás confinado en tu propio domicilio; en una especie de lujosa mazmorra sin haber consumado delito previo, salvo buscar un bien común que nos devuelva el gorrazo cometido por la soberbia occidental. Abstraerse de la virulencia mediática es otra pequeña aventura sin éxito, debido a la extensa propaganda que pulula en las malditas e hiper conectadas costumbres del XXI. Por lo menos la lectura aporta una simple necesidad de evasión por el mero hecho de tener que centrarte en el texto de un libro, escogido con tiento para esta ocasión tan especial. Robinson Crusoe de Daniel Defoe. Todo un clásico de aventuras juvenil con el pretexto de sortear algo la atención diaria hacia un náufrago en una isla desierta de vida humana. 

A pesar de ser tan conocida la historia, no guardo memoria de haber completado la lectura con anterioridad, salvo algún remedo infantil, en forma de tebeo o adaptación televisiva. El caso es que busqué algo tan simple como la soledad forzada de un hombre bajo unas condiciones extraordinarias; y descubrir cómo coño se las había ingeniado para evitar volverse tarumba tras 28 años en solitario. La aventura de Crusoe es bien conocida a nivel popular desde que la novela fue publicada en el XVIII. Un único superviviente de un barco mercante logra alcanzar una isla perdida, para describir posteriormente, como logra sobrevivir varios años por sus propios medios y habilidades. Y aunque esta parte sea el bloque principal de la novela, y la más interesante, conviene señalar que la obra contiene una especie de largo prólogo que sirve como carta de presentación del personaje y describir su fatal costumbre con el mar y sus embarcaciones. Como el consiguiente epílogo; con una extensión estimable tras lograr Crusoe volver al mundo que había abandonado a la fuerza (vaya por Dios, spoiler) y poder contemplar como ese mundo funciona tan bien, que milagrosamente continua mostrando una seriedad mercantil envidiable. 


Mi particular poste para marcar los días
Pero el meollo interesante se encuentra en las vicisitudes de Robinson en su particular odisea. En un claro ejemplo de la victoria del hombre sobre el entorno natural que le rodea. Es cierto que cuenta con ventaja, al aprovechar los restos del navío que le llevó a tan mal puerto, al poder acumular toda clase de enseres y trastos para el futuro. En este caso cabe resaltar el criterio sensato del protagonista de proveerse de cualquier resto que pueda servir, maderas, hierros o las simples velas del barco. 

Pero otra cosa bien distinta es la personificación del esfuerzo, del duro trabajo y del uso de la inteligencia para doblegar los contratiempos que van surgiendo. Robinson demuestra una determinación hacia el trabajo envidiable, exagerada si pensamos que bien pudiera contentarse con sobrevivir en lugar de crear un pequeño imperio terrenal en su particular isla. Por ahí van las mayores actividades del texto, a través de la conquista del medio natural para obtener comida, y con tanta destreza, que llega a acumular víveres suficientes a la vez que construye su propio alojamiento. Cabe destacar también la terquedad del hombre para mejorar sus condiciones pese a la carencia de herramientas especificas o los conocimientos necesarios para desarrollar sus ideas en las mejores condiciones. La paciencia se convierte entonces en una virtud tan natural como lógica si se quiere alcanzar ciertas metas. Incluida la exploración de un territorio disponible para ser explotado. 

Otra faceta a destacar tiene que ver con el miedo natural a lo desconocido. Tan simple como subirse a un árbol para evitar ser devorado por las bestias o descubrir con verdadera angustia la aparición de una huella humana en la arena. Un cambio demasiado brusco para el solitario Robinson, un temor enorme al comprobar que otros hombres puedan acceder a su pequeño reino. Resulta curioso que sea el hombre quien provoque tal desconfianza en sus semejantes, en una acción tan relevante que la mente del protagonista vuelve a ser trastocada hacia la agonía del ser descubierto. La huella, ese gran paso de la humanidad, sirve de acicate a la novela para sustituir la monotonía de la supervivencia para regresar nuevamente a la aventura de lo desconocido, con la paciente emoción que describe el autor en los entresijos que debe afrontar nuestro héroe. Por ahí mejora bastante un texto necesario, pese la perdida que supone la diferencia de los tiempos y haya que remitirse al contexto de la época en que fue descrita la obra para centrarnos en la importancia de la aventura propuesta por Defoe. Por algo se gana el ostentoso título de clásico. 

Sin embargo hay una pequeña perdida, leve si se me permite destacar alguna contrariedad; como por ejemplo la turra de la religión y la ayuda que proporciona la Providencia al bueno de Robinson. Es el típico defecto añejo de buscar reflexiones mayores en los cielos perdidos de la imaginación, allá donde la magia de los dioses ocupan las fantasías mentales de los débiles que buscan explicar sucesos reales al observar el vuelo de un águila o la simple caída del grano de arroz en suelo fértil. 

... y la evidencia de un infinito poder que podía mostrarnos que hasta en el más remoto rincón de la tierra era posible socorrer a un miserable cuando Él lo decretaba. 

Aunque en la novela también los hay, seguramente en una versión moderna o adaptada al ámbito audiovisual se destacaría, mayormente, el viaje del hombre hacia su estado salvaje, se sacaría pecho a referencias interiores, al conocimiento de la persona, la felicidad que otorga la sencillez de la vida retirada frente al desborde que propone la sociedad,... simples detalles que saque a relucir la dudosa habilidad de mantenerse cuerdo en tal situación. 28 años dice el colega... está claro que eran otros tiempos de afrontar los problemas al verse rodeado de agua y sin ningún tipo de salida posible. 

El hallazgo de aquel dinero me hizo sonreír. 
-¡Oh, droga! -exclamé- . ¿Para qué me sirves?



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Robinson Crusoe
Daniel Defoe
Ed El País Aventuras, 2004

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